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Los psicólogos de televisión


La televisión no ha perdido tanto su poder de visibilización mediática como su encanto de seducción. Aunque con ciertas dificultades, sigue conservando estos dos poderes que le han caracterizado después de haberse convertido en uno de los elementos centrales del “ideal de claustrofilia doméstico” a mediados del siglo XX. De ser una experiencia de grupo, mirar televisión se perfiló rápidamente casi como una experiencia individualizada. De las salas de las casas fue a las habitaciones y luego a casi cualquier rincón donde pudiera colocarse una. Y de las casas también fue a colonizar muchos otros espacios no domésticos (salas de espera, bancos, transporte público, autobuses, aviones, hospitales, consultorios, bares, restaurantes, escuelas, etc.). Y gracias a la digitalización de las señales, la televisión comenzó a liberarse del yugo que le imponían los aparatos receptores para la visualización de sus contenidos. Las mejoras tecnológicas fueron modificando sustantivamente la calidad de las imágenes, así como la velocidad de las transmisiones (las señales pueden transmitirse por satélite o por cable y pueden verse en distintas resoluciones, HD, Full HD o UHD por poner sólo algunos ejemplos). Pero mientras las mejoras tecnológicas hoy nos ofrecen una experiencia visual y sonora extremadamente superior a la que nos ofrecían los televisores monocromáticos, los contenidos que la televisión nos ofrece, si bien se han diversificado contundentemente, su calidad parece no haber cambiado en demasía. Es decir, las mejoras tecnológicas aplicadas a la televisión y la calidad de sus contenidos no han cambiado de la misma forma. La tecnología de transmisión y recepción avanzan y mejoran. Pero los contenidos casi no. Su calidad mejora poco, no mejora o, en todo caso, empeora.

Aunque la televisión ofrece canales y contenidos con carácter cultural, nadie podría presumir que se convirtió en historiador mirando el History Channel (canal que de pronto parece uno de propaganda nazi y bien podría llamarse Hitler Channel). Todos los contenidos, aunque sean de carácter cultural, al pasar por la pequeña pantalla o pantalla chica necesitan adoptar un formato que les permita venderse a las audiencias y, sobre todo, que los haga entretenidos y divertidos. La alta calidad de contenidos sin el entretenimiento y la diversión como ingredientes en la televisión no funcionan. Por ello es necesario banalizarlos inyectándoles algo de circo. Y todo parece indicar que mientras más banales, superfluos, vacíos, frívolos, insustanciales, bobos, etc., sean los contenidos televisivos, más éxito tendrán. Los talk shows, los reality shows, los denominados programas de entretenimiento, las telenovelas, los programas de chismes (que para tratarlos de sacar del repositorio de basura en el que están se les llama hoy programas de “periodismo de espectáculos”) son excelentes ejemplos de ello. Son la evidencia irrefutable del ínfimo nivel de calidad de contenidos que la televisión muestra (y seguirá mostrando durante mucho tiempo). Y aunque ahora hay ya generadores de contenidos “alternativos” (por llamarlos de algún modo) en otros medios como YouTube, la calidad de los contenidos parece no variar mucho. La televisión no nació para educar, sino para entretener. Y es cierto, pero eso no elimina que la casi totalidad de sus contenidos sean de carácter escatológico.

No obstante, a pesar de la ínfima calidad de sus contenidos, aparecer a cuadro es un poderoso atractivo, tanto para el que acude a un programa de concursos a hacer el ridículo y que se rían de él, como para el tonto que saluda con la manita detrás del tipo del micrófono, como bien lo dijo U. Eco. Tanto para el que acude a un talk show a compartir cuán desgraciada ha sido su vida como para el puñado de ociosos que asisten a un reality show a buscar pareja o a tratar de ganar alguna suma de dinero. En una época de visibilidad mediática la notoriedad importa. Pero importa no sólo para el ciudadano promedio. Ser visto no puede dejar otra satisfacción que vaya más allá de eso. Importa para muchos profesores universitarios y profesionales de distintos campos que, hipnotizados por sus deslumbrantes reflectores, no dudan en acudir a ella presurosos ante el mínimo guiño que pueda lanzarles. Salir a cuadro (para muchos académicos y profesionales) representa la oportunidad de ser vistos. De adquirir la misma notoriedad del que saluda con la manita. No importa lo que digan porque en la televisión se puede decir poco y con poca profundidad, eso pasará a segundo término. Lo que sí importa será la buena cantidad de halagos que tendrán gracias a los pocos minutos que hayan sido expuestos al medio.

Tenga la certeza de que si un profesor universitario o un profesional de algún campo de conocimientos aparece en la televisión, no será precisamente porque querrá exponer sus ideas y argumentos más profundos en pocos minutos. Seguramente querrá ser visto. Bourdieu lo dijo así: “Bien es verdad que, al no contar con una obra que les permita estar continuamente en el candelero, no tienen más remedio que aparecer con la mayor frecuencia posible en la pequeña pantalla”. Y no es que todos los académicos y profesionales que han aparecido en la televisión hayan tenido participaciones irrelevantes. Tarde o temprano uno puede mirar a un profesor distinguido diciendo cosas interesantes en medio de anuncios publicitarios. Pero la probabilidad de que eso ocurra, es poca. Seguramente están ahí para ser vistos.

Si no cree en estas palabras, haga una cosa. Encienda la televisión. Busque un programa a donde acuden los psicólogos como invitados o como expertos. Mírelos y escúchelos con detenimiento, pero no por mucho tiempo, y pregúntese: ¿para decir todo lo que han dicho era necesario pasar por la universidad? Es casi seguro que su respuesta sea no, porque a los psicólogos de televisión se les da muy bien hablar con el sentido común de su sistema cultural, en tanto que eso es, precisamente, lo que el medio busca: corroborar el sentido común de las audiencias. Los psicólogos de televisión son como los payasos del pensamiento. En vez de contar chistes que todos se saben, dicen cosas que todos sabemos. Y no es necesario ir a la universidad para aprenderlas. ¿Quiere un consejo? No se fíe de los psicólogos de televisión, les importa más la notoriedad que el conocimiento y la argumentación, como al que saluda con la manita.

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One Comment

  1. Muchas verdades se dicen en este artículo “Los psicólogos de televisión” que parece un pequeño ensayo, sobretodo de lo que es la televisión y los invitados por ella. Particularmente de ciertos psicólogos. Algo me recuerda a Jorge Ibargüengoitia por su ironía y verdad en que navegaba por una profusa temática, siempre cargado de humor.

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