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Lenguaje, cerebro y pensamiento: qué sabe la neurociencia sobre la capacidad más humana

La facultad de comunicarnos mediante una lengua es única de los seres humanos, pero no sólo de los Homo sapiens; seguramente también la tuvieron los neandertales. Desde hace medio siglo, la neurobiología trata de desentrañar cómo son las operaciones mentales que configuran el mosaico lingüístico.


Para uno de los iconos españoles de la generación del 98, el escritor Miguel de Unamuno (1864-1936), “la lengua no es la envoltura del pensamiento, sino el pensamiento mismo”. Una idea que compartía otro escritor coetáneo, el austríaco Karl Kraus (1874-1936): “El lenguaje no es el aya, sino la madre del pensamiento”.

Esta capacidad es típicamente humana, pero posiblemente no haya sido única de nuestra especie. Recientemente, un equipo de investigadores presentaron evidencias de que nuestros ‘primos’ los neandertales también podían hablar. “Los neandertales tenían las mismas capacidades auditivas relacionadas con el lenguaje que nuestra propia especie, lo que supone la primera prueba paleontológica sólida de que también tenían lenguaje”, asegura Mercedes Conde Valverde, autora principal del artículo.

Desde hace siglos, el lenguaje ha sido objeto de reflexión y estudio por parte de filósofos y escritores. Aristóteles en el siglo IV a. C. ya se refería al lenguaje en su tratado Sobre la interpretación. En las últimas décadas y en paralelo al trabajo de los lingüistas y los paleoantropólogos, los neurocientíficos y biolingüistas se han unido al reto de desentrañar sus misterios.

“Los lingüistas llevan más de 50 años de trabajo firme, dando detalles sobre cómo podrían ser las operaciones mentales necesarias para el lenguaje, pero la forma en que se implementan en las neuronas sigue siendo un gran enigma”, afirma en entrevista el investigador Cedric Boeckx, director del grupo Biología Cognitiva del Lenguaje de la Universidad de Barcelona (España).

Un editorial publicado en la revista Science (coincidiendo con un especial sobre lenguaje y cerebro) destacaba que las lenguas son distintivamente humanas y que el lenguaje es una cuestión “importante y difícil en neurociencia”. Aunque en el pasado se tratara como una parte separada del cerebro, “mucho trabajo empírico moderno ha demostrado que el lenguaje está integrado y en constante interacción con una increíble variedad de procesos neuronales”, señala el texto que firmó Lera Boroditsky, profesora en el departamento de Ciencia Cognitiva de la Universidad de California (Estados Unidos).

A diferencia de otras áreas de la neurociencia, como la visión o las acciones motoras, con las que los científicos han podido utilizar técnicas invasivas en modelos animales, el estudio del lenguaje carece de estos modelos, lo que dificulta su estudio.

En el epicentro del cerebro

“El lenguaje juega un papel central en el cerebro humano, desde cómo procesamos el color hasta cómo hacemos juicios morales”, recogía el editorial de Science. Así, esta capacidad influye en multitud de tareas sin que nos demos cuenta, desde recuerdos, codificación de olores y notas musicales, orientación, razonamiento, toma de decisiones o incluso expresión de emociones.

Diferentes investigaciones han demostrado que las personas que no pudieron expresarse con ningún lenguaje cuando eran niños (como las personas sordas que no podían comunicarse con otros usando lenguas de signos) presentan patrones de conexiones neuronales muy diferentes de aquellos que sí tuvieron una exposición temprana al lenguaje.

Además, los hablantes de diferentes idiomas desarrollan distintas habilidades cognitivas según la estructura y los patrones de sus lenguas, algo que también incluye a las lenguas de signos. Sus hablantes desarrollan diferentes habilidades de atención visoespacial comparados con quienes usan el lenguaje hablado.

En cuanto al lenguaje escrito, también reestructura el cerebro. “Incluso las propiedades aparentemente superficiales como la dirección de la escritura tienen profundas consecuencias sobre cómo las personas atienden, imaginan y organizan la información”, apunta el editorial.

Chomsky y la mutación repentina

Aunque son muchos los investigadores que están contribuyendo a aclarar los interrogantes de esta capacidad humana, si hay un nombre conocido por buena parte de la sociedad es el de Noam Chomsky (1928). El filósofo, politólogo y también lingüista sostiene que el lenguaje surgió de forma súbita por una mutación genética, algo que ponen en duda diferentes investigaciones.

En un artículo publicado en la revista PLOS Biology el neurobiólogo Cedric Boeckx y Pedro Tiago Martins, investigador de su mismo equipo, cuestionan esta hipótesis y mantienen que la capacidad para el lenguaje fue fruto de una evolución gradual.

Durante décadas, Chomsky y otros académicos han propuesto que los humanos modernos estamos genéticamente equipados con el mecanismo de ensamble, una capacidad cognitiva sobre la que se basa nuestra habilidad para representar gramáticas complejas de una manera que sólo los humanos sabemos utilizar, a diferencia de otras especies.

Quienes defienden la hipótesis del gen único aseguran que el ensamble, al ser una operación simple, tuvo que ser el resultado de una mutación genética que dotó a un humano del equipamiento biológico necesario para el lenguaje. ¿Por qué? Porque esta capacidad cognitiva no tendría niveles intermedios, es decir, se tiene o no se tiene, y antes de la mutación, a su juicio, no existía pero después sí.

Sin embargo, el estudio de Boeckx y Martins afirma que, aunque el ensamble no se manifieste en fases intermedias, su evolución sí puede haber sido gradual. “Reconocemos la importancia de la contribución de Chomsky. De hecho, sin él el estudio del lenguaje como capacidad biológica probablemente no existiría, pero reconocemos también que es necesario no asumir que todo lo que diga Chomsky sobre cualquier aspecto del lenguaje es cierto o tiene sentido biológicamente”, indica Martins en entrevista.

Representación abstracta del cerebro. / Imagen: geralt, Flickr 

Un mosaico de áreas cerebrales

Como hemos visto, el lenguaje está relacionado con un gran número de funciones cognitivas como la atención, la orientación o la memoria. Por eso mismo, las habilidades lingüísticas no se localizan en un área cerebral concreta sino en muchas de ellas. Tradicionalmente se había atribuido al área de Broca —situada en el lóbulo frontal izquierdo— y al área de Wernicke —en el lóbulo parietal izquierdo— la producción y procesamiento del lenguaje, pero hoy los científicos saben que están involucradas muchas más regiones.

Como nos explica Manuel Carreiras, director científico del Basque Center on Cognition Brain and Language (BCBL), el lenguaje es un sistema muy complejo que tiene varios niveles: fonología, sintaxis, léxico y semántica. Para comprender un mensaje, por ejemplo, hacemos multitud de acciones: desciframos significados por medio de operaciones complejas que realizamos a partir de la recepción de una cadena de sonidos, lo segmentamos en fonemas y palabras reconocibles y lo vamos ensamblando en frases hasta lograr descifrar el significado de ese mensaje.

Además, a partir de una idea llegamos a producir una cadena de sonidos, pero antes seleccionamos las palabras que vamos a utilizar y las ordenamos siguiendo unas reglas gramaticales. Después seleccionamos los fonemas y enviamos las órdenes precisas a los músculos del aparato fonador (del que forman parte las cuerdas vocales, la lengua o el paladar) para generar la cadena de sonidos.

“Todas estas funciones cognitivas están sustentadas por circuitos cerebrales que se activan durante la comprensión y la producción del lenguaje. Estos circuitos cerebrales reclutan distintas áreas de materia gris de la corteza cerebral y subcorticales, así como tractos de materia blanca que conectan distintas áreas de materia gris”, describe Carreiras.

Una revisión de estudios publicada en Science ha descrito cómo nuestros cerebros decodifican el lenguaje para extraer un significado casi ilimitado de un conjunto relativamente limitado de palabras. Analizando frases cortas, la investigación concluyó que el lóbulo temporal anterior izquierdo y la corteza media prefrontal estaban relacionadas con la compresión, la producción, el lenguaje hablado y las señas.

“Hay áreas del cerebro que, indudablemente, están relacionadas con el lenguaje pero lo importante es abandonar la idea de que hay un área cerebral que es la responsable”, mantiene Martins.

Gracias a los avances de la neurociencia y de la tecnología, hoy es posible analizar las áreas cerebrales que se activan en determinas tareas lingüísticas por medio de imágenes por resonancia magnética funcionales, pero falta mucho por saber.

“A medida que ampliamos el modelo clásico para incluir más regiones cerebrales implicadas en el lenguaje nos estamos acercando a responder la pregunta ‘dónde’, pero aún estamos lejos de saber “cómo” realiza el cerebro las operaciones mentales necesarias para el lenguaje”, concluye Boeckx.

Los sonidos de los primates

Aunque el lenguaje sea una capacidad únicamente humana, los científicos estudian las formas de comunicación de otros animales. Los primates no humanos tienen una boca más larga y una faringe más corta que nosotros, puesto que su laringe no ha descendido como la nuestra. Es lo que se conoce como “descenso laríngeo” y que durante décadas se ha considerado como el primer paso para la aparición del habla.

Una revisión de estudios publicada en la revista Science Advances concluye que, contrariamente a lo que se pensaba hasta ahora, este descenso laríngeo no es exclusivamente humano ni necesario para producir frecuencias durante la vocalización.

“La revisión muestra claramente que, según el contexto social, varios tipos de monos (babuinos, macacos, dianas o lémures) son capaces de modificar la forma de su tracto vocal para producir diferentes cualidades vocales similares a las nuestras”, nos dice en entrevista Louis-Jean Boë, investigador de la Universidad de Grenoble (Francia) y autor principal del estudio.

Este hallazgo implicaría que el descenso laríngeo no es imprescindible para desarrollar el lenguaje, tampoco en los humanos, por lo que, según los autores, sus orígenes se podrían remontar a unos 20 millones de años, en lugar de los 200.000 considerados hasta ahora.

Fuente: Agencia SINC.

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