Relatario: Edición Especial

#3 Café Trotsky

Abril, 2024

Hermosillo, Sonora, México. Miércoles 06 de junio de 1979

Nuevas palabras encontradas:

• Proletariado

• Generación X

• Sociedad

• Ciencia

• Democracia

I

Nací en 1969, en una familia de clase media baja sin creencias religiosas, en el noroeste mexicano. En ese entonces, mamá y papá practicaban lo que se conoce como ateísmo, o, al menos, lo que ellos creían que era ser ateos. Estaba de moda leer a Marx, el hippismo tropicalizado, conversar sobre lucha de clases, socialismo real y religión. Los lugares comunes de los baby boomers nacidos en el tercer mundo latinoamericano.

El código estético y de vestimenta incluía: pelo largo, pantalones holgados a la cadera y acampanados, camisas de manta, colgajos y collares de chaquira multicolor, huaraches y morrales traídos desde Oaxaca o Hidalgo, accesorios varios elaborados con cáñamo y lana, y, sobre todo, muchos, pero muchos litros de pachuli.

Mi padre, que era en ese tiempo un tipo de personalidad chispeante, pertenece a la estirpe de sujetos que a la fecha aseguran que, en esa época, si no fumabas marihuana, no escuchabas a los Beatles, no eras buen lector de Marx o no citabas a Marcuse en tus charlas cotidianas, simplemente era poco probable llevarse a la cama a una linda universitaria. Es decir, estamos hablando de que la ideología y el consumo cultural se habían colado en el comportamiento sexual de cientos de personas, pues ser marxista —o no serlo—, o consumir cierto tipo de música, resultaban factores determinantes a la hora de querer ejercer la sexualidad. Evidentemente, aquel era un ambiente cargado de política. O, al menos, eso aparentaba ser.

Cuenta papá que su generación fue víctima del imperialismo cultural yanqui, ya que el movimiento hippie fue un fenómeno cultural avasallante y seductor que se esparció con rapidez por toda la geografía nacional. Esto abrió la puerta de la curiosidad a los jóvenes para experimentar con dos temas tabúes por excelencia: sexualidad y drogas.

Corría el final de los setenta. Mis padres, ambos con estudios truncos y empleados de una universidad estatal, militaban en un partido político de izquierda de corte trotskista, el cual operaba en la clandestinidad.

En la militancia, por obvias razones, todos los miembros del partido llevaban seudónimo. El de mi padre era Rubén. Y cuando a mi madre se le antojó parirme, se inspiró románticamente en el seudónimo que portaba papá al interior de ese instituto político clandestino y, por ese guiño subversivo me llamó Rubén.

Sucedían tiempos oscuros para todos aquellos sujetos con ideales y ávidos de justicia social e igualdad de derechos.

⠀⠀⠀Hermosillo, Sonora, México. Jueves 21 de junio de 1979

Nuevas palabras encontradas:

• Surrealismo

• Burguesía

• Capitalismo

• Socialismo

• Solidaridad

• Estado

• Propiedad

Tengo muchas imágenes de aquellos años maravillosos. De esas tardes en las que acompañaba —voluntariamente a huevo— a mis padres a las reuniones del comité central del partido, y de nuestros clásicos diálogos antes de salir de casa:

—Pa, me quedaré en casa para jugar con los legos que me regalaste.

—Imposible, changuito. Tenemos que ir al partido, hoy se tocarán temas importantes.

—Pero papá, ya quedé con Leo, vendrá a casa, ya le dieron permiso y todo.

—Ya te dije que no, changuito, otro día será.

—¿Mamá, por qué tengo que ir a esas reuniones? Son para adultos, siempre lo dices, ¿qué no? Sólo quiero jugar un rato y quedarme aquí.

—Por favor no insistas, changuito. Tienes que acompañarnos. Además, sirve y aprendes algo. Hoy discutiremos el primer capítulo de un libro de Federico Engels, del que todo mundo habla, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Engels es el fundador del comunismo científico. No te lo puedes perder.

—¡Pero, mamá! Quiero jugar…

Ay, mis viejos. Vaya extraña pareja la que formaban. Era tal su devoción por los ideales del partido revolucionario laborista que, no pocas veces, dejamos de asistir a incontables compromisos sociales por ir a esas aburridas reuniones. Cuenta mamá que el día que nací, papá no estuvo presente porque andaba de viaje cumpliendo con sus deberes de militante. Y que me conoció una semana después.

Fue así como, durante varios años consecutivos, nos perdimos de casi todos los cumpleaños, bautizos, bodas, nacimientos y quinceañeras de la familia. Funerales incluidos. Nuestras relaciones familiares se limitaban a un par de horas a la semana. Básicamente, a los domingos en los que papá accedía a llevarnos a casa de la abuela para pasar un rato con ella y después acompañarla a misa en la catedral, su iglesia favorita. Por su puesto que mamá y papá nunca entraban a escuchar misa, argumentando que la iglesia, en particular la católica, era una institución que perpetuaba el orden burgués en la sociedad. Por lo que me tocaba acompañar a la abuela a comer hostias y escuchar el larguísimo sermón del arzobispo Navarrete.

Todo por culpa de una ideología, carajo. Siempre les reprocharé eso a los viejos: que su fanatismo por las abstracciones de Trotsky, pudieron más que su familia. Y todo para terminar cooptados por el sistema. Qué va.

Duele reconocerlo, pero mis padres eran un par de “rojillos” enajenados. No tenía escapatoria. Aquella era mi familia y había que lidiar con ello.

⠀⠀⠀Hermosillo, Sonora, México. Martes 04 de Julio de 1979

Nuevas palabras encontradas:

• Política

• Homosexualidad

• Sociedad

• Prostitución

• Religión

• Ideología

• Sindicato

II

La dinámica al interior del organismo político era un tanto extraña, quizás por su naturaleza clandestina y por las ideas que ahí se ensayaban. Era como un laboratorio social. Hoy, a la distancia, entiendo que su funcionamiento vertical y dogmático era similar al de una secta religiosa, con la única diferencia de que esta estaba politizada, pues no sólo se discutían lecturas sobre pensamiento marxista, materialismo dialéctico y filosofía, o se planeaban sendas estrategias para lograr los nobles objetivos del partido. Sino que, también, se discutían temas del ámbito privado.

Por ejemplo, si una camarada estaba embarazada y dudaba sobre su proceso de procreación, automáticamente su problema se colectivizaba y se incluía en la orden del día. El asunto se abordaba con seriedad. Con la seriedad y los valores socialmente compartidos entre esos jóvenes revolucionarios ideologizados, que rayaban en el fundamentalismo. En ese tiempo de politización a flor de piel, ejercer tu sexualidad con fines reproductivos era un gesto que podía ser considerado como políticamente incorrecto. Es decir, contrario a los intereses de la gran causa socialista.

Dentro del partido, como en toda organización social, había ciertas contradicciones. De pronto, se tomaban decisiones inapelables y arbitrarias de forma absolutamente vertical, o, de pronto, había temas que ameritaban un tratamiento más, digamos, democrático. Así las cosas, la decisión de tener o no un hijo, era compartida de forma horizontal y dejada —literalmente— en manos de todos los miembros de la asamblea. Porque lo privado también era político, y se sometía a votación.

“Camaradas: antes de finalizar la reunión de hoy, les quiero comentar sobre la aportación económica que está solicitando la compañera revolucionaria Rebeca, a propósito del aborto que se tiene que ir a practicar a la ciudad de Tucson, Arizona. Lamentablemente, nuestras brigadas de ‘boteo’ y ‘volanteo’ no han conseguido suficientes recursos para solventar todos sus gastos. Pareciera que allá afuera la sociedad se ha vuelto cada vez más insensible. No olvidemos que son muchos sus gastos, y en dólares. Como todos sabemos, no corren buenos tiempos para seguir trayendo hijos a este mundo repleto de carencias y desigualdades. El proletariado y su gran causa socialista, necesita sujetos sociales libres de ataduras afectivas”.

Cuando la ocasión lo ameritaba, la brigada Carlos Marx de boteo y volanteo del partido modificaba ligeramente su funcionamiento para apoyar problemas urgentes. Así, las Colectas Económicas Callejeras por la Gran Causa Socialista (CECGCS) se utilizaban para financiar situaciones extraordinarias como la salud de los militantes.

Año: 1979. Ciudad: Hermosillo. Intersección de las calles Rosales y Luis Encinas. 5:30 pm. 42º grados centígrados a la sombra.

(Brigada Carlos Marx trabajando)

—Disculpe, compañero. Andamos pidiendo la solidaridad de la sociedad sonorense para apoyar a una compañera universitaria que solicita apoyo para cubrir los gastos médicos generados por una cirugía. Cosas de mujeres,usted me entiende.

—Híjole, joven. Le voy a quedar mal. Apenas traigo unos pesos para el pesero, y todavía tengo que tomar otros dos. Dispénseme por esta ocasión.

—Señora, buenas tardes. Fíjese que andamos pidiendo la colaboración de la comunidad para ayudar a una compañera universitaria que, por un accidente de la vida, ¿quién no ha tenido uno? Necesita con urgencia practicarse un legrado en un hospital  carísimo de Arizona.

—Disculpa que te pregunte, mija. Pero, ¿quiénes son ustedes?

—Nosotros somos estudiantes de la Universidad de Sonora, de distintas carreras, pertenecemos a la brigada Carlos Marx de boteo y volanteo del Partido Revolucionario Laborista. Y como parte de las  actividades solidarias del partido para con la sociedad, tenemos las denominadas Colectas Económicas Callejeras por la Gran Causa Socialista, con las que financiamos nuestros programas sociales para ayudar a los demás.

—Ah, mira nomás, mija. ¿Y tú de dónde sacas que voy a apoyar a una chamaca cascos ligeros, que ni conozco, para que se saque un chamaco de la barriga? ¿Por quién me tomas? Dios me libre de matar a un bebé antes de nacer. Jamás estaré de acuerdo con semejante sacrilegio. Seré ignorante pero nunca una asesina. Claro que no te daré un solo peso. Es más, debería acusarte con la policía.

—Compañera, buenas tardes. Somos de la brigada Carlos Marx del Partido Revolucionario Laborista, y andamos pidiendo apoyo para una compañera que tiene una emergencia de salud. Ella está embarazada y quiere practicarse un aborto en un hospital de Arizona, ya que aquí en México no está permitido abortar.

—Entiendo, ya me imagino la preocupación. Pobrecita. Aquí tienes. Si tuviera más se los daba, pero de verdad es todo lo que traigo. Ojalá pronto salga de su problema.

A la gente en la calle se le decía exactamente para qué se le estaba solicitando su solidaridad. Es decir, cada compañero o compañera de la brigada de boteo y volanteo que portaba un bote, estaba obligado a socializar, de forma sucinta, para qué sería utilizado cada peso depositado en aquellos recipientes metálicos señalizados con las siglas del partido, PRL, en letras rojinegras mayúsculas. Después de todo, existía en la organización un compromiso ético moral y una genuina intención de transparencia para con la sociedad en el manejo de los fondos que se recolectaban.

Aquella organización era quizás una retorcida forma de interpretar y mezclar el movimiento de liberación sexual, con cristianismo, la noción de solidaridad y el control de natalidad implementado por sociedades totalitarias. Todo entreverado con anteojos de marxismo-leninismo, claro. Así, tener hijos podía ser considerado un estorbo para la causa. Paradójicamente, era el líder del partido quien más hijos tenía, y con los que yo solía jugar en casi todas las reuniones trotskistas.

“Entrañables camaradas, quiero comenzar la reunión de hoy haciendo hincapié en nuestra motivación principal. El por qué pertenecemos a esta organización revolucionaria. Recordemos que es nuestro compromiso tener siempre presente el objetivo del partido en particular, y el de la gran causa socialista en general. No olvidemos que estamos aquí para, llegado el momento indicado, tomar el poder político del país para cambiar el orden establecido. Tengan por seguro que, en el futuro próximo, el proletariado tomará los medios de producción de este país en ruinas que habitamos. Nuestra estrategia, como todos la conocen, es muy simple. Nos infiltraremos en el mayor número de sindicatos posibles, para así diseminar, desde Tijuana hasta Yucatán, el germen de la revolución obrero campesino en la sociedad mexicana. Como ya saben, nuestra estrategia no contempla el uso de violencia para conseguir nuestros fines. Pero sí debemos tener muy claro que, si las circunstancias históricas lo ameritan, no descartaremos la opción armada. Para eso contamos con nuestros aliados estratégicos de la Liga Comunista 23 de septiembre, quienes son nuestro brazo armado. ¡Hasta la victoria siempre, compañeros! ¡Venceremos!”.

En ocasiones pienso que en el fondo todos eran unos verdaderos chiflados que seguían ciegamente una ideología con la que, muy a su manera, se entretenían. Era otra generación y, sin duda, eran otros los intereses y sueños. Pero entiendo que la justificación a la que todos se adherían era genuina y era suficiente para soñar un cambio. Y soñar con una sociedad utópica nunca ha sido algo menor.

⠀⠀⠀Hermosillo, Sonora, México. Jueves 19 de julio de 1979

Nuevas palabras encontradas:

• Libido

• Violación

• Promiscuidad

• Realismo

• Lucha

• Dispositivo

III

De entre las amistades de mis padres que más recuerdo de esos politizados años, destacan las amigas de mamá.

Por la reducida sala de la casa de interés social donde crecí, desfilaron con el pretexto de tomar café e intercambiar ideas sobre su papel en la lucha revolucionaria: oficinistas, obreras, licenciadas, estudiantes, doctoras, enfermeras, campesinas, sociólogas, trovadoras, historiadoras, economistas, escritoras, trabajadoras sociales. Mujeres inquietas, feministas inteligentes, politizadas y libertarias.

Con apenas diez años, comprendía poco —casi nada— de lo que ellas hablaban, pero he de reconocer que disfrutaba mucho de sus visitas a casa. De hecho, esperaba con ansias los días de café —se reunían dos veces por mes— porque estimulaban mi curiosidad por conocer nuevos temas, además de que era muy divertido escucharlas. Aparte de modificar nuestra enajenada cotidianidad familiar, solían ser visitas muy simpáticas, de largas y aleccionadoras discusiones, y de quienes yo escuchaba opiniones muy diversas sobre temas inquietantes, o que al menos a mí me lo parecían. Invariablemente, todas las charlas estaban atravesadas por un hilo conductor: el hombre. ¡Vaya repugnante y primitivo animal!

Cada vez que llegaban a casa las amigas de mamá, me quedaba quieto, en el cuarto colindante a la sala, tratando de no llamar la atención, para así poder escuchar con claridad aquellas conversaciones sobre lo detestables que podían llegar a ser todos los hombres, o sobre su lucha por la igualdad de derechos de la mujer.

Una de esas tardes, las chicas —incluida mamá— se empeñaron en repetir con particular insistencia la palabra “patriarcado”. Hasta parecía que todas se habían puesto de acuerdo en pronunciarla, pues la repetían una y otra vez a la menor oportunidad: “patriarcado”. Patriarcado, patriarcado. Vaya palabra tan más extraña que jamás había escuchado. Esa tarde la repitieron 35 veces —no se me olvida porque las conté— en menos de 2 horas. Aquello parecía una clase de semántica en la sala de mi casa, una verdadera locura verborreica. Por supuesto que mi escuálido vocabulario no alcanzaba para interpretar el significado de aquella palabra, mucho menos cuando la combinaban con la palabra “opresor”, y aquello se convertía en “patriarcado opresor”; por lo que, no me dejaron opción y tuve que recurrir al destartalado diccionario Larousse —de pasta dura— que teníamos en casa. En el cual encontré lo siguiente:

Patriarcado
nombre masculino
1. Predominio o mayor autoridad del
varón en una sociedad o grupo social.
2. Dignidad de patriarca de la iglesia
ortodoxa.

Opresor, opresora
adjetivo · nombre masculino y femenino
1. [persona] Que oprime o domina
con autoridad excesiva o injusta.
Si no está separado del poder ejecutivo,
el juez podría tener la fuerza de un
opresor
.” 2. [adjetivo] Que implica
o denota opresión. 3. “La técnica
será para él carga opresora, coactiva y
limitadora
.”

Por supuesto que no perdí la oportunidad de presumirle a mis amigos el hallazgo. Durante cierto tiempo, estuve apantallando a mis compañeros de la escuela con las palabras que, involuntariamente, las amigas de mamá me iban descubriendo. Y me esforcé en utilizar la palabra “patriarcado” cada vez que lo consideraba prudente. Incluso, hasta me metí en problemas con el maestro de la clase al calificarlo, frente a todo el grupo, de ser un “patriarca ortodoxo”. Por querer siempre imponernos tareas abusivas. Y, cuando el maestro me invitó amablemente a pasar al frente para que le explicara a todos qué significaba aquello que acababa de decir, en lugar de decir lo que había encontrado en el diccionario, lo único que se me ocurrió decir —influenciado por los diálogos que estaba atestiguando en casa—, fue: “que usted es un cabrón bien hecho”. Lo que provocó las carcajadas de todos.

Sin quererlo, las amigas de mamá se convirtieron, de un día para otro, en mis maestras de lenguaje. Ahora que lo pienso, aquellas charlas eran una suerte de grupo de autoayuda. No hubo mujer que no aprovechara la ocasión para hablar de lo mal que la trataba su pareja, o de lo harta que estaba de su situación amorosa. Y, entre todas, hacían comentarios y sugerencias de cómo proceder frente a la pareja en turno.

Debido a la resonancia en mi cerebro de esas encarnizadas charlas contra el hombre, empecé a ver a papá con recelo, a tal grado que, por las noches, le ponía seguro a la puerta de mi cuarto para que no me visitara, y hasta comencé a odiarlo en secreto. O lo que yo creía en ese momento que era odiar a alguien tan cercano. Pobre de mi viejo, lo empecé a ver con desconfianza a muy temprana edad. También empecé a preguntarme cómo sería de adulto, es decir, me intrigaba saber si acaso terminaría convertido en ese detestable ser que las amigas de mamá describían.

⠀⠀⠀Hermosillo, Sonora, México. Jueves 09 de agosto de 1979

Nuevas palabras encontradas:

• Protesta

• Infidelidad

• Anticonceptivo

• Burguesía

• Vulva

• Universalidad

IV

Por esos días, mis padres atravesaron una de las peores crisis matrimoniales de su historia. Papá se marchó de casa un par de semanas. Además de las diferencias domésticas que venían arrastrando desde hacía tiempo, lo que pesaba más eran sus diferencias ideológicas. Mamá había empezado a coquetear con una organización política rival de corte maoísta, que también operaba en la clandestinidad. El Partido Popular Obrero Socialista Mexicano (PPOSM). Mamá argumentaba que, en ese partido, la mujer tenía más libertad de acción y era mejor valorada, además de que podía ocupar cargos de alto rango.

“Tú ya lo sabes, en nuestro partido la mujer es considerada una simple obrera, nuestra voz no tiene peso en las decisiones importantes, ¿a poco creen que nos hacen pendejas? Casi, casi estamos de adorno. Los hombres son los únicos que pueden ocupar espacios directivos. Es más, ni siquiera nos dejan coordinar las brigadas de boteo y volanteo, siendo que somos las que más trabajamos en la calle. Pero eso sí, en la casa quieren comida caliente y limpieza. ¡Bola de atenidos! Y todavía los muy cínicos e hijos de puta, en las fiestas del partido, nomás se emborrachan y ahí andan queriendo intercambiarnos con sus amigos, como si fuéramos putas o meros objetos sexuales. ¡Váyanse a la mierda!, ¡Métanse su proletariado por el culo!”

Por su parte, papá no toleraba el atrevimiento y la afrenta de mamá de querer desertar del partido al que pertenecían y por el que habían trabajado tanto. Él lo consideraba una alta traición a la pareja que conformaban.

“Estamos a un metro de distancia, no es necesario que grites, te escucho perfectamente. Aprende a discutir, mujer.Te va a escuchar el niño. No puede ser que, después de todos estos años invertidos, no seas consecuente y te quieras largar a las primeras de cambio con esa bola de intelectuales pedantes del PPOSM. Además, ¿qué no somos un equipo? Tanto que lo dices y mírate. No puedo creer que seas tan incongruente. Es verdad que a nuestra organización le hace falta trabajar en el tema de género, pero no jodas, no es para tanto. Querer desertar es exagerado. ¿No será que nomás te quieres revolcar con alguno de esos académicos mamones? ¿Acaso te atrae alguno de ellos? Me parece que sobredimensionas las cosas. Si quieres, y para que veas que tengo voluntad política, mañana mismo presento ante el comité central una propuesta para modificar los estatutos del partido y empecemos a discutir el tema paritario de una buena vez”.

Pasado un tiempo, en el que por cierto fui feliz porque dejamos de ir a las soporíferas reuniones del partido, papá regresó a casa. Con ayuda de mucha terapia psicológica —de pareja y familiar— logramos sortear la tormenta y mantener a flote el barco llamado familia.

El terapeuta, que era amigo cercano de ambos, les recomendó a mis viejos que me incluyeran en terapia, dado que, consideraba, que sus continuos pleitos maritales me afectaban. Las bajas notas en la escuela, según el psicólogo, podían deberse al alto grado de estrés que soportaba en casa.

La idea de asistir a terapia me desagradó por completo. Pero conforme avanzaron las sesiones, empecé a disfrutarlas. Asistir a terapia familiar significaba salir de nuestra rutina de ir siempre a las reuniones del comité central. Al fin hacíamos algo distinto, carajo. Eso era de celebrarse. Además, en terapia todos los diálogos imaginables eran posibles. ¡Podíamos hablar de todo! De todo, pero de todo. Mi opinión era tomada en cuenta o, al menos, eso me hacían creer.

—Adelante, puedes decirles a tus padres todo lo que quieras, es tu oportunidad de comunicarte con ellos sin limitaciones. Para eso estamos aquí reunidos.

—Mmm, no lo sé, ¿y si se enojan?

—Te doy mi palabra de que ellos no se van a molestar con lo que digas en este espacio. Es el momento de hablar. Siéntete libre de hacerlo, por favor.

—Pues no me gusta que, a veces, cuando pasan por mí a la escuela y llegamos a casa, me obligan a comer los restos fríos del desayuno porque tienen reunión del partido y andan apurados. Además, comer el huevo frío sabe horrible.

—Eso no es del todo cierto, tú mamá siempre nos prepara comida. No seas injusto,changuito.

—Por favor dejen que el niño se exprese libremente. Estamos aquí para buscar equilibrios. Este es un espacio seguro para todos.

—No me hace sentir bien que, cada que hay fiesta en casa, mamá y papá se encierren en su cuarto con amigos a fumar marihuana y nos dejen solos a los niños.

Fue en terapia donde me atreví a decirles que me incomodaba mucho escuchar cómo discutían a gritos cada noche en su recámara. Y que después, pasado un rato, por lo regular los gritos se transformaban en escandalosos gemidos. Eso provocaba que se me espantara el sueño, y la somnolencia al día siguiente me asaltaba en plena clase. Además, los gemidos me desconcertaban. Simplemente no entendía cómo se podía pasar de los gritos a los gemidos en el mismo momento, mi mente no lo alcanzaba a procesar. Hasta una madrugada que, después de mucho pensarlo y darle vueltas, tomé la decisión de investigar de qué se trataba todo aquello. Mis amigos de la escuela ya me habían advertido que no era agradable ver a tus padres tener sexo, varios ya los habían espiado. Y una de esas noches en la que escuché que estaban discutiendo, me armé de valor y me acerqué, lo más que pude, hasta la puerta de su recámara. Lo que alcancé a ver me perturbó aún más. Tenían razón mis amigos. Hubiera preferido no verlos. Ver a mis padres jadeantes, uno encima del otro, como animales, me provocó asco. Ese fue mi primer acercamiento con un acto sexual. Hasta la fecha es una imagen que me sigue perturbando.

También fue gracias a terapia que logré una de mis primeras victorias domésticas a pesar de la evidente molestia de mis padres. El psicólogo fue tajante con ellos, e hizo que papá y mamá reconsideraran su postura respecto a mi asistencia a las reuniones del partido. Esa pequeña victoria me abrió otra ventana que me llevó a comenzar a advertir la importancia del mundo científico en la vida. O lo que un niño de diez años cree que es la ciencia. Es decir, si el terapeuta había logrado hacer entender a ese par de enajenados que eran mis padres, que un niño de diez años no debe asistir a espacios adultos porque, simplemente, no le corresponden, la terapia podría modificar hasta el más dogmático pensamiento de las personas. Porque vaya que papá y mamá eran cabezas duras. En ese sentido, esa experiencia me pareció notable.

⠀⠀⠀Hermosillo, Sonora, México. Jueves 23 de agosto de 1979

Nuevas palabras encontradas (combinaciones):

• Lucha de clases

• Socialismo real

• Ideología política

• Método anticonceptivo

• Realismo mágico

• Marxismo-leninismo

• Dispositivo intrauterino

• Economía política

• Sexo oral

• Protesta social

V

Pero regresemos a las amigas de mamá.

Les decía, después de muchas tardes de escuchar tanto desahogo y decepción acumuladas, tuve una epifanía. Se me ocurrió empezar a grabar las conversaciones, influenciado por mi asistencia a terapia, donde el psicólogo como parte de su método científico, grababa todas y cada una de nuestras sesiones. Esto me llevó a pensar que aquellas charlas donde las amigas de mamá, en ocasiones, podían alcanzar el llanto, no debían ser en balde. Después de todo, esos odiadores diálogos contra aquella criaturilla llamada hombre, merecían ser guardados. No sabía muy bien para qué, pero me dejé llevar por la intuición.

Me tomaba muy en serio el papel de psicólogo. Mi imaginación se empeñó en hacerme creer que aquella misión no sólo era necesaria, sino también impostergable.

Para la misión secreta fue necesario acomodar estratégicamente la grabadora de papá, lo más cerca de aquellas conversaciones. Después de varios erráticos ensayos, advertí que el mejor lugar para ello sería el sofá de la sala, entre los cojines. Decidí usar únicamente casettes marca Maxwell para las grabaciones, porque en terapia había escuchado decir al psicólogo que esa era la marca que registraba con mayor calidad las voces de los pacientes.

A partir de esas grabaciones, mi pensamiento se vio gratamente estimulado. Y no sólo eso, sino que mi vocabulario empezó a enriquecerse. Palabra nueva que escuchaba, palabra que anotaba en mi libreta escolar favorita para no olvidarlas. Después, ya con calma, las buscaba en el diccionario que teníamos en casa y procuraba memorizarlas.

Así fue como la curiosidad me llevó a conocer y ensayar nuevas palabras como: opresión, dispositivo intrauterino, lucha de clases, método científico, hermafrodita, proletariado, libido, métodos anticonceptivos, dictadura, legrado, violación, política, represión, solidaridad, violencia, amor, burguesía, poesía, prostitución, ginecólogo, realismo mágico, menopausia, revolución, hormonas, discriminación, preservativo, tercer mundo, masturbación, socialismo, sexo oral, democracia, sexo anal, orgía, resequedad vaginal, comunidad, dictador, frigidez, protesta social, eyaculación, cultura, maoísmo, orgasmo, marxismo, arte, multiorgasmos, depresión, surrealismo, cólicos, capitalismo, menstruación, ciclo menstrual, campesino, ninfomanía, filosofía, homosexual, sociedad, lesbianismo, bisexual, travestismo, joto social, represión, feminismo, academia, y un larguísimo etcétera.

Las amigas de mamá fueron, por mucho ,las mejores maestras de español que tuve en la primaria. Sus charlas eran verdaderas cátedras de lenguaje.

De esas grabaciones, todavía conservo —en mi archivo de documentos históricos personales— cinco cassettes marca Maxwell de sesenta minutos por cada lado. La frase más perturbadora que todavía retumba en mi cabeza cada vez que la escucho con no poca morbosidad adulta, es la que quedó grabada en la cinta “#3 del Café Trotsky”. Así etiqueté con plumón negro marca Notebook todos los cassettes, pues en casa siempre había de esos marcadores porque eran los que mamá traía de su trabajo en la universidad. De dicha cinta se escucha decir a una voz grave y entrecortada, casi como si estuviese a punto de estallar en llanto, o como si acabara de hacerlo, y con evidentes rasgos de encabronamiento: “cuando tenga un hijo varón le enseñaré desde pequeño a orinar sentado, para que sienta en carne propia la humillación que siento yo por todos estos años de maltratos y opresión patriarcal. ¡Son chingaderas! Hasta la biología nos violenta. Las mujeres también deberíamos tener la capacidad de orinar paradas”.

Esa lapidaria declaración llamó poderosamente mi atención, a tal grado que la curiosidad —otra vez— me llevó a ensayarla. Es decir, por varios días, no recuerdo cuántos, probé orinar sentado para solidarizarme con las amigas de mamá y, también, para ver qué se sentía hacerlo. Aunque en breve advertí que la maniobra de tener que bajarme los calzones junto con los pantalones tomaba mucho tiempo. Y, después de mojar varias veces los pantalones, abandoné la práctica cuando un compañero de clase me sorprendió —orinando sentado— en el baño de la escuela; episodio ultra vergonzoso que me valió un alud interminable de burlas.

De la misma cinta #3 escuché a mamá decir, con esa voz tan suya, de alguien que acaba de ser asaltado por un antiguo recuerdo: “…aquella vez, cuando pusieron a consideración de la asamblea el tema de mi embarazo, y votaron todos por unanimidad para que abortara a Rubén, sentí un alivio inmenso. La verdad, no me sentía preparada para ser madre. De hecho, es algo que todavía pienso. Ese día de la votación, para cuando llegué a casa sentía que la culpa me comía el pecho. Pensaba mucho en lo que pensaría mi madre si se llegara a enterar de lo que estaba por hacer. Aun con el reconfortante respaldo que sentí de parte de todos los compañeros del partido, seguía muy insegura de la decisión que estaba a punto de tomar. Fue mi marido el que me propuso que se lo dejara a la suerte. Y así fue, me dejé llevar por su propuesta. Yo sé que quizá no fue la mejor manera de resolverlo. Lanzamos una moneda al aire, y eso fue lo que decidió que me convirtiera en madre”.

Cada vez que regreso a esos cassettes, lo que más me sigue pareciendo bochornoso no es lo que dijo mamá sobre el hecho de que la suerte determinara mi nacimiento, sino recordar lo que decían de mí los compañeros de clase cada vez que me veían pasar por los pasillos de la escuela primaria: miren, ahí va el marica ese que mea sentado.

Relato tomado de Café Trotsky, de Joel García, Mamborock Editorial, 2023. Publicado con autorización.

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