Relatario: Edición Especial

La impronta

Abril, 2023

Para Blanca Mart, quien lo inspiró

Prólogo

Tras celebrar la misa, el misionero los guía a un lugar que no conocen. Es una casa como las que han construido los recién llegados al pueblo, sólo que más alta y su fachada es distinta. Puede ser un templo, puede ser otra cosa. Los miembros de la etnia entran uno detrás del otro. Los recibe la negrura que les recuerda una cueva. Los sientan en sillas colocadas en hileras y filas. Todo huele a polvo nuevo. Todo huele a barniz.

Al fondo, sobre la pared desnuda, aparece un pedazo de cielo. Pero en el techo no hay ningún agujero. Las nubes se mueven. Pero no hay viento que sople. Se les abren las bocas, se miran, se tocan, señalan, murmuran. Se hablan unos a otros sin dejar de mirar ese cielo desprendido que, creen, el misionero ha hecho bajar. Una muestra del poder de los sermones del misionero. Están, ahora, convencidos. Ya no sólo será la conversión del vino en sangre y de la hostia en carne: el misionero es capaz de abrir puertas. Las Puertas que ellos conocen tan bien.

Sobre el cielo móvil en el estático muro aparecen signos o letras. Saben que son letras pues es el nombre que en la memoria han retenido a través de lo que se les enseña en la escuela. Luego, uno tras otro, ven muchos hombres que surgen de paisajes en la pared, que se mueven y hablan. Escuchan música pero no hay instrumentos. Cuentan una historia. Otros misioneros celebran otras misas. Pero nunca antes han visto a estos misioneros ni los han visto llegar. Los misioneros levantan el cáliz, pero ellos, que miran, no pueden oler el vino. Alguno se arrodilla, más por el impulso de quien ha sido entrenado en el momento exacto en que debe hacerlo en la misa que por devoto. Pero los demás están tan asombrados que sólo miran sin entender. Al principio, creen que las imágenes brotan del muro pero algo no cuadra. Desde una caja situada sobre una plataforma improvisada (seguramente, un objeto de poder otorgado por el dios del misionero), surge la luz que obra el milagro. En dos horas termina todo. Los hombres del muro desaparecen. Más letras. Más signos. Más música.

Jamás olvidarán su primer encuentro con el cine. Verán filmes sonoros o mudos. Contemplarán cómo un actor muere a balazos en un filme, lo que los llenará de horror, de gritos, de lloros. Verán a ese mismo actor en otra película y se preguntarán cómo hacen estos hombres para revivir. Creerán en la iglesia y que la resurrección no sólo es posible, sino que es un hecho que se puede observar en el muro del templo.

Entonces ocurre: el misionero, que estudia la respuesta de sus aparentemente ingenuos feligreses, localiza a uno de ellos entre todos los asistentes. Se trata de un joven que, apenas sentado en la butaca, se hunde en el respaldo y profundiza la mirada. Su cuerpo se ablanda y, ante su presencia, emerge directamente de la pantalla una luz blanca que lo baña, que lo inunda por completo. Poco después, el joven se refugia debajo de una butaca que no es aquella donde previamente estaba sentado. Temblando, murmura incoherencias sobre otros hombres, otros mundos…

—¡Lo tengo! —anuncia el misionero, emocionado, a través de una pantalla secreta escondida en la palma de su mano—. Tengo un tripfilmer innato que ha respondido al nodo de manera espontánea. Puede tratarse de un chamán o de un súper dotado… y ni siquiera lo sabe. O quizá sí. ¿Alguna cualidad de su raza, tal vez, que sabe abrir Puertas mediante la ingesta de enteógenos? Un agente, ni más ni menos.

El misionero escucha y ve la imagen de un hombre en la pantalla.

—Comprendo. El fugitivo no escapará esta vez.

Separan al chamán del resto. Le someten a un entrenamiento arduo y conciso que consiste en ver películas de todas las épocas y de todos los países. Le tatúan una cifra en el dorso de la mano: 007. También le enseñan la cultura, los hechos históricos y las anécdotas que rodean a cada filmación. El chamán aprende, absorbe idiomas, lenguas, datos, hechos, cosas… Así pasan los años.

I

Corre hacia el horizonte rojo flameante del amanecer. Atraviesa la sabana sorteando rocas dispersas, huesos de homínidos y el cráneo de alguna especie de elefante. Encuentra a los hombres-mono del “veldt” y sus pequeños dramas: ahí un leopardo dándole caza a uno de ellos.

⠀⠀⠀Fundido en negro.

⠀⠀⠀Acecha silencioso hasta que la escena se desarrolla una vez más. Los hombres-mono ante el lago buscan comida en la tierra. En la cañada, el otro grupo los enfrenta amenazando, gruñendo. Él espera entre las rocas. ¿Dónde está el fugitivo? Más amenazas. Gruñidos.

⠀⠀⠀Fundido en negro. 

⠀⠀⠀El leopardo y la cebra: recuerda que el director había querido para la escena una cebra real pero, ante la imposibilidad de conseguirla, mandó a pintar rayas en el cuerpo descompuesto de un caballo. La caída de la tarde. La noche y los temores que trae consigo. Aguarda en la cueva, mirando los rostros aterrados de los hombres-mono.

⠀⠀⠀Fundido en negro. 

⠀⠀⠀El zumbido aumenta. Asombrado, moviéndose cauto entre las grietas para no asustar a la tribu, sale a buscarlo. Observa la Nueva Roca. Recuerda que en el guión la llamaban El Monolito. Los hombres-mono se acercan con cautela, saltan en derredor. Apenas se atreven a tocarla. Parpadea. El Monolito se abre. Una luz azul brillante lo recorre a lo largo como una boca vertical, una hendidura vaginal, una herida. El fugitivo ha tomado ese camino. Corre hacia la incisión en la piedra mientras Moon Watcher, el hombre-mono más inteligente, descubre la utilidad de un hueso: el tapir cae ante los golpes del ahora cazador, luego atisba el conflicto por comida con la llegada de otra tribu. Y alcanza a ver una escena mítica —Moon Watcher arroja el hueso al cielo y éste se convierte en un artilugio espacial—, antes de que el portal se cierre tras él.

Su cuerpo apenas golpea las rocas del acantilado, rodando peligrosamente hasta el borde, cuando la música asalta sus oídos. Una banda sonora que sugiere atmósferas primitivas. Abajo, cabalgan el hombre y la mujer a la orilla del mar. Visten pieles. Recuerda. Desciende. Camina escondiéndose entre las rocas a un lado de los jinetes. La música le acelera el corazón: algo de horror, de misterio, el anuncio de un acontecimiento funesto. El jinete se apea, las olas llegan a sus pies. La mujer toma las riendas del caballo. El hombre exclama:

—¡Oh, Dios mío, he vuelto, he vuelto a mi hogar!… Todo el tiempo estuve en él… —Cae de rodillas en el agua, la mujer lo mira sin comprender—. Así que al fin lograron hacerlo. —Se inclina hacia delante y golpea con el puño la arena mojada—. ¡Malditos, lo volaron todo, váyanse al diablo!

Su compañera mira al frente, hacia el misterioso objeto al que el hombre dirige sus maldiciones.

Deja a la pareja ahí, en esa playa cuyas olas resuenan ominosas, y corre hacia el libro de piedra de la Estatua de la Libertad en donde el portal azul brilla intensamente. Lo penetra. Penetra, minúsculo, desnudo, en la vagina gigante de la mujer dormida en la cama.

⠀⠀⠀Escena 87. Territorio Cama:

⠀⠀⠀Aquella puerta, origen de vida y placer, la primera puerta, será también la última.

Mete los dos brazos por la hendidura del sexo, les sigue de forma natural la cabeza. Una vez introducida la cabeza, el torso se desliza solo y los glúteos desaparecen arrastrando las piernas y los pies, dentro…

—¡No! —apenas recuerda una vieja lección—: cuidado con las películas dentro de las películas, el paso entre portales intraportales puede conducir a la locura si uno no se sabe dónde está parado.

¡Sí! Hable con ella… Mira desde dentro del sexo de la mujer gigante. Saca la cabeza entre los labios vaginales cuando la luz azul lo baña. Parece bañarle el agua que se escurre en el cristal. Atisba el interior de una cabaña por la ventana. Su padre coge una serie de libros. Los reacomoda sobre la mesa. Llueve. Pero llueve dentro de la casa. Y el agua que cae sobre la espalda del anciano humea, se vaporiza. El anciano sale de la cabaña. Él cae a sus pies, abrazándolo por la cintura, en busca del perdón.

—¡Perdóname Padre, esta misión me rebasa, es tanto el desconcierto que este mundo me provoca! —mientras el perro a un lado permanece quieto como una estatua de Cerbero en la entrada de otro mundo.

El portal brilla en las alturas y se aleja de la superficie inestable de Solaris. La atmósfera se vuelve sofocante. El color se desvanece. Es una cinta muda —piensa—, y este ejército de trabajadores subterráneos… Todo se acelera. Él es Freder hijo de Fredersen, el amo de Metrópolis. Y la luz azul que sale de la boca de Moloch, la Máquina Dios —no podrá contemplar a la legendaria y hermosa robot-María, se lamenta—, anuncia que el fugitivo ha entrado una vez más al portal.

II

Se acercan al edificio piramidal. Mira el ascensor que recorre la superficie externa de su arquitectura metálica. Ve a su lado al hombre de cabello blanco y ojos azules, con todo el aspecto de un actor holandés. No recuerda su nombre pero en su mente escucha una voz que dice Delicias Turcas, aunque los detalles del dato se le escapan. El ascensor se detiene. Sobre la cama, el amo cuenta las acciones de la corporación, le rodea una atmósfera ecléctica con animales disecados y un búho de diseño sobre una percha. Largas velas dentro de candelabros iluminan la estancia con luz dorada.

Una voz cae del aire:

—Nueva entrada. El señor J. F. Sebastian, 16417.

En el ascensor se escucha la voz del amo.

—¿A esta hora? ¿En qué puedo servirte, Sebastian?

La lógica de este personaje es extraña: hay en él algo de genio, algo de retardado mental, algo de hijo amparado por una mente maestra. Aun así, se deja llevar por las líneas del guión:

—Reina a alfil cinco. —El amo comprende y abandona la cama.

—¿Te inspiraste de repente? Discutamos esto. Más vale que subas, Sebastian.

La puerta se abre.

—Señor Tyrrell…

—Te esperaba. Reina a alfil seis, dice el guión. Tu mente se rebela ante el Filmuniverso. Quieres respuestas, y has venido a mí como al Creador, al Padre. No soy Víctor Frankenstein, tan sólo uno de sus avatares. El misionero te entrenó, ¿eh? Eres una pieza más… como las de este tablero. La diferencia es que puedes viajar entre las distintas realidades de este universo. Nosotros no. Estamos atrapados en el guión. ¿Quieres cantar la Marsellesa en el Rick’s Café de Casablanca? Puedes hacerlo. Rick puede darte datos del fugitivo, pero estará eternamente atrapado en la trama. En cambio tú y el fugitivo son súper dotados psíquicos. ¡Ah! ¿Quieres explicaciones? Te entrenaron para huir a través de las puertas blancas que te llevan al mundo exterior y pasar a través de las azules que te comunican con los filmes y sus mundos. Te enseñaron a no dejarte llevar por la lógica interna del guión cuando encarnas en algún personaje, pero no te dijeron nada acerca de la naturaleza de este universo. Pero sabes por qué estás aquí, ¿no? El paso múltiple entre los portales puede desestabilizar no sólo a tu universo sino al Multiverso mismo. Tienes una misión enorme que te sobrepasa. Como Frodo y Sam. El fugitivo quiere eso: la desestabilización de la Totalidad. ¿Te suena a un libreto barato, al peor Hollywood? Bienvenido a la Meta Realidad. —La luz de las velas bailotea en las paredes, inundándolo todo con su propia inestabilidad—. Te diré un dato importante: las puertas azules brillan con luz propia. Algunas más intensamente que otras. Las que brillan menos llevan a filmes poco conocidos, películas perdidas, casi olvidadas, cintas underground. Cuidado, las puertas se mantienen abiertas siempre y cuando alguien en el mundo exterior sea espectador de esas cintas. Si atraviesas una puerta azul poco brillante y el espectador detiene o termina de ver la película, corres el riesgo de quedar atrapado en la trama, de olvidar quién eres y convertirte en el personaje que has encarnado. No podrás viajar a través del Filmuniverso hasta que alguien proyecte ese filme otra vez.

—¿Quién lo comenzó todo y por qué? ¿Usted lo sabe?

—¡Hey, esto no es Matrix! Es lo mismo que si me preguntaras por el origen del Cosmos y si tiene o no un Diseñador, un Creador. Sólo sabemos que alguien en el mundo exterior encontró la manera de viajar por el Multiverso. Es probable que sea una máquina o un medio mental capaz de abrir y penetrar los Puentes de Einstein-Rosen. Quizás exista una Sociedad Secreta de tripfilmers, capaces de usar el Filmuniverso para fines oscuros y la máquina que manejan —si existe— ha sido ocultada bajo la apariencia del Túnel del Tiempo, de Hal 9000 o de las fabulosas máquinas de la civilización Krell del Planeta Prohibido.

—Quiero que me diga qué pasará si los habitantes del Filmuniverso invaden la realidad a través de la pantalla. ¿Pueden hacerlo? ¿Lo imagina usted: Godzilla, Freddy Krueger, Hannibal Lecter, El Hombre Lobo, El Jorobado de París… todas esas criaturas sueltas traspasando la Cuarta Pared? Recuerdo lo que hizo Buster Keaton en El moderno Sherlock Holmes: en su película sueña que atraviesa un interportal. El Filmuniverso lo vomita a través de múltiples escenarios cinematográficos. Lo he vivido. A eso lo denominamos el efecto Buster Keaton. Es demencial. ¿Sabe lo que sucede en La rosa púrpura del Cairo?

—Me temo que eso está fuera de mi jurisdicción. ¿Quieres que te diga el por qué del Big Bang?

Tyrrell ríe sonoramente.

—Alterar la evolución de un sistema orgánico es fatal —sacude la cabeza, quitándose de encima los residuos del guión—. Cuando un artista crea puede alterar el Continuum Espacio Temporal y producir universos alternos. Aún hay más: el mero hecho de estar tú aquí ya provocó paradojas temporales. Improntas en el Continuum, como los genes que los padres transmiten a los hijos. Eso es lo que sabemos.

—¿Usted es un…?

—Eres el Hijo Pródigo… —los reflejos de luz sobre los ojos del búho proyectan un sol anaranjado, luego el ave huye a través de la estancia—. Deléitate en tu vida…

Luego grita, volviendo a la conciencia:

—¡Alcánzalo, ve tras él antes de que llegue a los páramos abiertos de la Tierra Media!…

Continúa divagando, navegando en fragmentos de guión:

—Eres extraordinario… Has hecho cosas extraordinarias…

III

⠀⠀⠀Deberían hacer el cambio de horario el primer día de verano. Son las ocho y aún está claro.

Algo anda mal. La estabilidad estructural del Filmuniverso tiembla. Aún no sale del portal y ya perdió al búho.

⠀⠀⠀Le haré una oferta que no podrá rechazar… Como lágrimas bajo la lluvia… He atravesado un océano de tiempo…

Cierra los ojos. No se entera de cómo es arrojado. ¿El efecto Buster Keaton, acaso? No. Es el fugitivo. Ha logrado desestabilizar el Continuum. ¡Y si tan sólo conociera su cara! ¿En qué película ocurre eso? Una puerta que empieza a cerrarse lentamente detrás de alguien que recién la ha atravesado, pero el perseguidor no ve su rostro, no ve siquiera la punta del impermeable o los bajos de la falda, en una palabra: no conoce la identidad de aquél o aquella a quien persigue.

⠀⠀⠀They’re coming to get you, Barbara!

El ataque ocurre en el cementerio. La mujer mira, su hermano cae, se golpea la cabeza con la lápida. Extiende la mano y enciende la radio.

⠀⠀⠀Debido a la amenaza a un número desconocido de ciudadanos, y a causa de la crisis que está aún en proceso, esta estación de radio estará al aire día y noche… En este momento, repetimos, estos son los hechos: hay una epidemia de crímenes cometidos por un ejército de asesinos no identificados…

Clava las tablas en las ventanas mientras la radio emite. Se asoma: los engendros se acercan al auto. Caminan con la mirada perdida.

⠀⠀⠀En este momento no hay una versión correcta… monstruos humanos…

Coloca leños en la chimenea. Los rocía con el líquido inflamable. El Filmuniverso tiembla otra vez.

⠀⠀⠀En todos los casos los asesinos devoran la carne de la gente que matan…

En la sala, rodeado de desconocidos, mira la televisión.

⠀⠀⠀¿Viene de una reunión sobre la destrucción de la nave en Venus? ¿Cree que la radiación pudo haber causado esta mutación?

Es el único sobreviviente. Sonidos de disparos. Atraviesa la sala con el rifle en las manos. De entre los resquicios de la memoria le llega la comprensión y se alarma.

¿Qué sucede si un tripfilmer muere en el Filmuniverso? ¿Y cuál es la escena clave para abrir un portal en una cinta de zombis? Apenas levanta la cabeza para mirar por la ventana cuando el portal se abre paso en abanico desde el cañón del arma larga del tirador, al otro lado del patio.

—¡Nadie me entrenó para esto! ¡Nadie me lo dijo nunca!

El tirador apunta.

—¡Bien, dale en la cabeza, en medio de los ojos!

Dispara. El impacto lo arroja hacia atrás. Cae al suelo de la sala. Ahora no hay nadie vivo en esa casa, sólo los hombres con ganchos de carniceros en las manos, congelados en las fotofijas. Y una última hoguera donde queman los cuerpos de los muertos, en una secuencia en movimiento.

⠀⠀⠀Fundido en negro.

IV

⠀⠀⠀Interior. Día. El Hotel Cósmico de 2001, Odisea del Espacio.

Un hombre sentado. Teclea en una máquina de escribir dándole la espalda a la cámara.

—La lógica interna del guión exige un argumento simple: una persecución y un perseguido. El perseguido no debe ser conocido. El perseguidor, en cambio, debe tener la cualidad de un hombre sencillo, entregado a la trama. Y una trama movida: el paso entre los portales del Filmuniverso y el riesgo de la destrucción total del Multiverso.

El hombre se levanta. Es Buster Keaton. Pone la mano sobre el antepecho de la ventana: en el dorso lleva el número 007. Fuera se agitan las escenas del Filmuniverso mezclándose en un torbellino: la cara de la luna de Méliès recibe en el ojo a la Enterprise, debajo de la agitada falda de Marilyn se mueve el puñal de Norman Bates en trayectoria obscena. Todo fluye en chorro hacia la Cuarta Pared y la atraviesa. Del cañón del tirador de la escena anterior se abre en abanico el portal hasta sus ojos, donde se curvan las llamaradas de una chimenea.

Vuelve a la silla y teclea:

⠀⠀⠀Tras celebrar la misa, el misionero los guía a un lugar que no conocen.

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