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La violencia en Palestina e Israel: sin luz al final del túnel

El sangriento asalto de Hamás y la subsiguiente embestida israelí contra Gaza se han descrito como “un antes y un después”. No es una exageración

Octubre, 2023

Dossier. En las primeras horas de la mañana del pasado sábado 7 de octubre, bajo un aluvión de cohetes disparados desde Gaza, docenas de militantes palestinos del grupo Hamás salieron del bloqueo de la Franja de Gaza, rompieron las barreras de seguridad e irrumpieron en las ciudades israelíes cercanas, matando a cientos de personas y reteniendo a otras como rehenes en un ataque sorpresa sin precedentes. Fue una operación masiva, aclamada por Hamás como «Tormenta Al-Aqsa». Israel declaró inmediatamente el estado de guerra y lanzó ataques aéreos contra Gaza en represalia, matando en las primeras horas a más de 400 palestinos, la mayoría civiles. Lejos de tranquilizarse la situación, la escalada de violencia y muerte ha ido en ascenso. Las trágicas escenas que se desarrollan en Gaza e Israel en estos días son un recordatorio de que la ocupación y la opresión tienen un precio. Y es que, cuando se encierra a dos millones de personas en 360 kilómetros cuadrados, sometiéndolas a un asedio despiadado sin final a la vista, los desposeídos se rebelarán. “Te llevas el agua, quemas los olivos, destruyes mi casa, te quedas con mi trabajo, me robas la tierra, encarcelas a mi padre, matas a mi madre, bombardeas mi país, nos matas a todos de hambre, nos humillas a todos, pero al que hay que culpar es a mí: y es que respondí lanzando un cohete”. La frase es de un cartel en Gaza que el lingüista y politólogo Noam Chomsky compartió hace unos años. Lamentablemente, una frase vigente aún. Hasta el día jueves 12 de octubre, ascendía a mil 300 el número de muertos en Israel por el ataque del sábado de la organización islamista Hamás, según fuentes médicas locales, mientras que el total de muertos causados por los bombardeos israelíes en la Franja de Gaza llegan a más de mil 500, según datos del Ministerio de Sanidad gazatí. Hemos preparado este dossier para tratar de darle un poco de sentido al sinsentido.


Los orígenes del conflicto palestino-israelí

Mar Gijón Mendigutía


El origen del denominado conflicto en Palestina-Israel tiene sus raíces históricas en lo sucedido a finales del siglo XIX en ese territorio. Sus causas no manan de la religión, sino de la colonización llevada a cabo por el movimiento sionista. El sionismo es una doctrina a la vez que un proyecto político, nacionalista e intrínsecamente colonial.

El sionismo, los Acuerdos secretos Sykes-Picot y la Declaración Balfour

Desde 1896 el término sionista se aplica al movimiento político fundado por Theodor Herzl, periodista judío nacido en el Imperio austrohúngaro. A pesar de que este movimiento no se basó en la religión en su origen, se valió de este factor como forma de reclamo para poder crear un Estado judío.

Cuando Herzl escribió Der Judenstaat (El estado de los judíos) Palestina no era su prioridad. Antes había sopesado la posibilidad de crear la nueva nación en otros lugares como Argentina, Uganda, Chipre, Kenia, Mozambique, la Península del Sinaí o el Congo.

Finalmente, eligió Palestina motivado por la «poderosa leyenda (religiosa)» que tenía a su favor, a pesar de que él y otros líderes sionistas que le apoyaban se declaraban ateos o “no creyentes”. El movimiento sionista fue transformándose en un proyecto colonial desde sus orígenes, reconocido por sus propios dirigentes, con el objetivo de ir apropiándose del territorio gradualmente, a través de colonias, y buscando el apoyo, en un primer momento del Imperio otomano, y después, de los británicos, entre los que había importantes simpatizantes como el banquero Lionel Walter Rothschild.

De otro lado, en el marco de la Primera Guerra Mundial, hay que destacar que Francia y Gran Bretaña necesitaban el apoyo de los árabes para vencer a los otomanos, por lo que utilizaron en su provecho el anhelo de independencia enmarcado en el gran despertar árabe que prevalecía en la región de Próximo y Medio Oriente.

No obstante, las promesas realizadas en este sentido desde el inicio por las dos potencias estaban ya previamente amañadas. Al mismo tiempo que hacían proposiciones de independencia a los árabes, estos dos países se repartían los territorios del derrocado Imperio en diferentes zonas.

Jaffa, hoy dentro del distrito de Tel Aviv, en 1920. Palestineremembered.com

Los verdaderos planes se habían ido trazando a lo largo de los años con los Acuerdos secretos de Sykes-Picot en 1916 y fueron desvelados por los bolcheviques después de la caída del Zar. El inglés Sir Mark Sykes y el francés George Picot se habían dividido la región en dos zonas bajo su influencia, en forma de “mandatos”. Como consecuencia, la “Gran Siria” se descompondría, Francia se quedaría con Siria y Líbano, y Gran Bretaña con Transjordania (actual Jordania), Iraq y Palestina.

Esta situación se agravó para Palestina porque no sólo daría comienzo la colonización inglesa, sino que estos se comprometieron formalmente, como partidarios del movimiento sionista, a través de la Declaración Balfour de 1917, a construir «un hogar nacional judío en Palestina», lo que fomentó la colonización sionista de la Palestina histórica, la cual ya había comenzado a finales del s. XIX.

Asimismo, la propia idiosincrasia del sionismo como movimiento colonial aplicó —y sigue aplicando en la actualidad— el modelo de “colonización blanca”. Es decir, aquella que reemplaza en todas sus formas a la población indígena por una población colona emigrada. Dicho concepto estará intrínsecamente relacionado con la “transferencia” de población, eufemismo utilizado para nombrar la expulsión, que estará presente en todos los planes trazados por los dirigentes sionistas y presentados en diferentes instancias internacionales, y posteriormente llevado a cabo por sus fuerzas militares.

El Mandato británico y la partición de Palestina

Por lo tanto, los ingleses tomaron el control de Palestina en 1917, aunque se oficializó en 1920. Este hecho produjo que la población palestina sufriera diferentes crisis como protesta contra el colonialismo inglés y su apoyo a la constante y agresiva migración sionista.

Algunos ejemplos que lo constatan fueron el levantamiento de al-Buraq en 1929, los disturbios de 1933, la gran revuelta (al-Zawra al-kubra) árabe de 1936-39, y finalmente la destrucción de la mayor parte de la Palestina histórica en 1948.

Consecuentemente, entre 1946 y 1947, los británicos decidieron ceder el problema de Palestina a las Naciones Unidas. Por un lado, debido a las demandas sionistas respaldadas en ese momento por Estados Unidos y el problema del creciente terrorismo judío en Palestina que les empezó a tener también como objetivo. Y por el otro, por una cada vez mayor presión árabe que exigía sus derechos y el cumplimiento de las promesas realizadas.

Mapas que muestran la evolución del territorio palestino (en verde), antes de 1948, en 1947 según el plan de la ONU, en 1967 y en 2010. Mapas de Philippe Rekacewicz. Régis Martineau

El 29 de noviembre de 1947 unas Naciones Unidas apenas sin experiencia, puesto que dicho organismo había sido creado en 1945, votó formalmente la partición de Palestina a través de la Resolución 181, que permitía la división del territorio en dos Estados —uno judío y otro árabe.

Las Naciones Unidas ignoraron así el origen de la población del país otorgándole el 55 % del territorio al Estado judío, pese a que la población seguía siendo mayoritariamente árabe (musulmanes y cristianos) y a que la población judía no llegaba a poseer el 6 % de la tierra.

Ambos grupos rechazaron la propuesta. Los judíos, porque querían más territorio sin la población árabe, y los árabes, porque se negaban a dividir la tierra con una comunidad colonizadora que quería desarabizarla.

La creación de Israel y la Nakba

Finalmente, la creación unilateral del Estado de Israel en mayo de 1948, como culmen de la colonización llevada a cabo, tuvo como consecuencia la transformación violenta del territorio y la expulsión de más de la mitad de la población palestina. Esta se convirtió en su mayor parte en refugiada, en lo que cada vez más investigadores consideran una limpieza étnica.

Entre 750 000 y 800 000 personas de diferentes credos —musulmanes y cristianos— y posiciones sociales fueron expulsadas de sus casas y de sus tierras en lo que se denomina en árabe como al-Nakba (la catástrofe, el desastre). Su patrimonio personal y colectivo fue expropiado o destruido.

De igual forma, las aldeas, pueblos y barrios de las ciudades donde habitaban fueron, según el interés, derruidos o vaciados de sus propietarios y rehabitados con los colonos llegados.

Desde entonces, la sociedad palestina sería disgregada para siempre en tres grupos distintos: aquellos que fueron expulsados a los países árabes colindantes o a otros lugares; aquellos que permanecieron en el recién creado Estado de Israel (no considerada como refugiada); y quienes se dirigieron hacia lo que quedaba de la Palestina histórica en Cisjordania, Gaza y Jerusalén. A ninguno de ellos se les ha permitido regresar a sus hogares originales hasta el día de hoy.  (Fuente: The Conversation.)


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Ni un intento para la paz en Palestina

Olga Rodríguez


Es sabido que la historia de las relaciones entre Israel y el pueblo palestino no empezó el pasado sábado con los asesinatos de israelíes por parte de Hamás. Esos crímenes no son el kilómetro cero de esta historia. Detrás de ellos hay setenta y cinco años de abusos y opresión contra un pueblo que sufre ocupación ilegal y un régimen de apartheid.

Antes de dar rienda suelta a la llamada a las armas, a la cultura de la guerra, a la justificación de una nueva masacre en Gaza y a la deshumanización de los palestinos conviene siempre buscar todas las vías para la paz, la diplomacia, la negociación y el derecho internacional. Y para ello es preciso abordar el nudo gordiano que atraviesa toda esta historia y que podría resolverla si se desenredara. Tanto la comunidad internacional como Israel y el pueblo palestino saben muy bien cuál es. Pero el actor que tiene la llave de esa puerta se niega a abrirla.

Árabes expulsados de sus aldeas en Galilea durante la al-Nakba. Government Press Office (Israel), CC BY-SA

La ocupación ilegal

En la Guerra de los Seis Días de 1967 Israel ocupó ilegalmente —con condena de varias resoluciones de Naciones Unidas— Cisjordania, Gaza, Jerusalén Este, los Altos del Golán sirios y el Sinaí egipcio. A día de hoy, y a pesar de su ilegalidad, mantiene esa ocupación, excepto en el Sinaí, devuelto a Egipto en 1979, tras la firma de los acuerdos de paz de Camp David. Esta ecuación impide de facto la creación del Estado palestino asignado por Naciones Unidas como tal.

Los territorios palestinos de Cisjordania y Gaza están separados entre sí por Israel. La población de Gaza sufre desde 2007 un bloqueo que dificulta enormemente la salida de sus habitantes y la entrada de productos básicos y que ha convertido la Franja en la mayor cárcel a cielo abierto del mundo. Casi dos millones de personas —un millón, menores de edad— viven apelotonadas en 41 kilómetros de largo y 10 de ancho. Desde 2004 ha sido bombardeada por Israel en numerosas ocasiones, con algunas ofensivas que llegaron a provocar más de mil muertos palestinos, la mayoría civiles.

Cisjordania y Jerusalén Este

En Cisjordania y Jerusalén Este viven más de 500 000 colonos judíos que ocupan tierras palestinas y controlan la mayoría de los acuíferos. El territorio es una especie de queso gruyer con pueblos palestinos aislados, separados entre sí y de la propia Jerusalén Este por el llamado muro del apartheid y por carreteras de uso exclusivo para israelíes. La desconexión territorial es en sí misma un castigo colectivo a la población palestina. La ocupación ilegal de Cisjordania sigue extendiéndose cada año, con la construcción de nuevos asentamientos ilegales, impulsados por colonos judíos que cuentan con la protección del Ejército israelí e incluso con subvenciones del Estado.

Muro que separa Israel y Cisjordania.

La vida en Cisjordania es muy dura para la población palestina. Está sometida a un régimen de segregación y sufre limitación en su libertad de movimientos, con la existencia de unos 200 puestos militares israelíes permanentes y un par de centenares más móviles que controlan las entradas y salidas. Hay menores palestinos que se levantan a las cinco de la madrugada cada día para hacer frente a la larga espera en los checkpoints con la intención de llegar a sus institutos, colegios o universidades. A veces lo consiguen, a veces no.

A estas dificultades diarias se suma en los últimos meses el incremento de agresiones de colonos contra población palestina. Desde enero hasta septiembre de este año más de 200 palestinos habían muerto en Cisjordania a manos de colonos o soldados israelíes, cuarenta de ellos menores.

Además, el Ejército israelí sigue derribando periódicamente viviendas de palestinos o expulsándoles de sus casas a través de un proceso de desposesión. Todos esos obstáculos y humillaciones cotidianas empujan a muchos palestinos a emigrar a otros países donde, en muchos casos, les es más fácil hallar derechos y una vida digna. Quedarse es en sí una forma de resistencia.

En 2021, el joven poeta palestino Mohammed El Kurd se convirtió en un símbolo de la resistencia palestina a raíz de una entrevista en la CNN estadounidense. En un momento dado, la periodista le pregunta: “¿Apoya usted las protestas violentas surgidas en solidaridad con usted y con familias como la suya?” Mohammed El Kurd, con voz suave, contesta: “¿Apoya usted mi desposesión violenta y la de mi familia?” La mitad de su casa, situada en el barrio de Sheikh Jarrah, en Jerusalén Este, había sido tomada en 2009 por colonos judíos que reclaman su propiedad.

Arrestos arbitrarios

Otro de los castigos colectivos son los arrestos arbitrarios. A día de hoy hay 5.200 palestinos en prisión. De ellos, 33 son mujeres y 170, menores; 1.264 están bajo detención administrativa, recluidos indefinidamente sin enfrentar juicios ni cargos. Los que no son arrestados bajo esa práctica son siempre juzgados en tribunales militares. La ley israelí permite que sean condenados por participar u organizar protestas, imprimir o distribuir material político, ondear banderas palestinas y otros símbolos políticos.

Uno de cada cinco palestinos ha sido detenido alguna vez por Israel, dos de cada cinco en el caso de los hombres. El maltrato a palestinos en las prisiones israelíes es habitual y ha sido denunciado por multitud de organizaciones de derechos humanos.

Hamás pretende intercambiar con Israel algunos de esos presos palestinos con sus rehenes israelíes y también recuperar cadáveres que llevan años en manos de Israel.

El apartheid

En los últimos quince años murieron a causa de la violencia 6.401 palestinos y 308 israelíes. La superioridad militar de Israel es incuestionable, y esto le ha permitido aplicar políticas sistemáticas de opresión contra la población palestina y de apartheid, tal y como han denunciado organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional, Human Rights Watch y B’tselem, así como el relator especial de Naciones Unidas, el antiguo secretario de Naciones Unidas Ban Ki-Moon o el expresidente de EE. UU. Jimmy Carter, entre otros.

Durante décadas los territorios palestinos estuvieron gobernados por grupos laicos y la presencia en la sociedad civil de organizaciones de izquierda fue notable. Como indican numerosos analistas, Israel ha fomentado el auge de Hamás negando interlocución a Al Fatah y la Autoridad Palestina. De ese modo el Gobierno de Tel Aviv pretende reducir la cuestión a una guerra de Israel contra Hamás, sacando de la ecuación la ocupación, el apartheid y la existencia de una sociedad civil palestina, entre la que hay una minoría palestina cristiana y muchos musulmanes partidarios de un Estado laico.

El propio primer ministro Netanyahu así lo mencionó a los miembros de la Knesset (Parlamento israelí) de su partido Likud en 2019: “Cualquiera que quiera frustrar el establecimiento de un Estado palestino tiene que apoyar el refuerzo de Hamás y la transferencia de dinero a Hamás. Esto es parte de nuestra estrategia”.

También el exministro de Exteriores israelí, Shlomo Ben Ami, o el propio exjefe del servicio secreto interno de Israel, Ami Ayalon, han señalado al Ejecutivo de Netanyahu en ese sentido: “El Gobierno israelí ha hecho todo lo posible para garantizar que Al Fatah y la Autoridad Nacional Palestina ya no sean socios, le han dado todo el poder a Hamás”, decía recientemente este último.

En la narrativa de Israel, defenderse implica negar derechos a la población palestina. Y si lo considera oportuno, hasta asesinar. La foto es de 2021.

El doble rasero

En las últimas décadas se ha podido observar que siempre que Israel invoca su derecho a la defensa exige, de forma implícita, vía libre para perpetuar su pecado original: el acto ilegal de la ocupación, el bloqueo, el asedio, el apartheid y, si lo considera oportuno, licencia para matar. Ante ello, el doble rasero de la comunidad internacional occidental es notable. Se privilegia a la potencia ocupante frente al pueblo ocupado.

En la narrativa de Israel, defenderse implica negar derechos a la población palestina. Para persistir como Estado judío de mayoría judía el Gobierno israelí discrimina, oprime y aparta a los palestinos que habitan en los territorios ocupados, lo cual es incompatible con el carácter democrático que asegura tener.

Es decir, reivindica los territorios palestinos como propios —Netanyahu mostró recientemente en Naciones Unidas un mapa en ese sentido, desafiando las propias resoluciones de la ONU— pero no está dispuesto a asumir a la población palestina como ciudadana de plenos derechos en un Estado binacional. Al contrario: niega sistemáticamente derechos e igualdad a los palestinos, a los que en algunos casos usa como mano de obra explotada y barata que al final del día es devuelta al otro lado del muro, cual ganado.

Al mismo tiempo también sigue negando la posibilidad de un Estado palestino —como dicta Naciones Unidas—, porque para ello tendría que entregar los territorios palestinos que ocupa ilegalmente, algo a lo que sigue sin estar dispuesto.

La sociedad civil palestina lo ha intentado todo a lo largo de las décadas: resistencia no violenta, dos Intifadas, manifestaciones, protestas o campañas de boicot a los productos que se fabrican en territorios ocupados ilegalmente, siguiendo el modelo de lucha contra el apartheid en Sudáfrica. Todos los mecanismos no violentos han obtenido represalias por parte de Israel, con disparos, asesinatos, detenciones, multas o criminalización.

Por poner dos ejemplos: la Flotilla a Gaza que en 2010 intentó romper el bloqueo para llevar ayuda humanitaria terminó con once personas muertas por fuego israelí. La Gran Marcha pacífica en Gaza de 2018 recibió balas israelíes como respuesta, con cientos de muertos y miles de heridos y mutilados.

El enquistamiento

Esta ha sido la dinámica habitual a lo largo de los años y ello explica el enquistamiento de la situación y la impunidad israelí. Toda agresión israelí suele ser presentada como una legítima defensa, lo que facilita que se repitan los crímenes. La propia ocupación ilegal y la aplicación del apartheid son justificados de ese modo por el Gobierno de Tel Aviv.

Cuando el Ejército israelí asesina a palestinos en Cisjordania, los gobiernos europeos y estadounidense no dicen que la población palestina tiene “derecho a defenderse”. Pero cuando grupos armados palestinos asesinan a israelíes, la comunidad internacional occidental apoya “el derecho” de Israel “a defenderse y responder”, a sabiendas de lo que eso suele significar en términos de pérdida de vidas civiles palestinas. Recordemos que en los últimos quince años el 95 % de las muertes han sido de palestinos, según datos de Naciones Unidas.

Ante la última escalada, tanto Biden como los mandatarios de la Unión Europea y Reino Unido han condenado los asesinatos perpetrados por Hamás —que han supuesto un ataque contra Israel sin precedentes— y mostrado su solidaridad y empatía con las víctimas israelíes, como es lógico. Sin embargo, no han tenido palabras específicas para las víctimas palestinas que, mientras escribo esto, siguen muriendo en Gaza. Tampoco ha habido exigencia explícita o contundente a Israel para que detenga sus ataques, sino reiteración de su “derecho a defenderse”. Biden incluso lo ha extendido a “derecho y deber” de defenderse. De ese modo durante los últimos días se ha estado dando luz verde a asesinatos de población palestina en la Franja.

La presidenta de la Comisión Europa señalaba el domingo que “Israel tiene derecho a defenderse hoy y en los días venideros”, cuando ya había más de doscientos palestinos muertos. No hacía falta ser ninguna experta para saber en qué consistiría esa “defensa” israelí. El pasado reciente nos arroja numerosos ejemplos. Más aún, cuando el propio Gobierno de Tel Aviv anunciaba un asedio total “sin electricidad, sin alimentos, sin gas”. “Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia”, dijo el lunes el ministro de Defensa israelí, sin que nadie le corrigiera.

Israel bombardea sin descanso Gaza. Las noches de este octubre 2023 han sido terroríficas. / Foto: Fatima Shbair.

Poco después de los ataques de Hamás el diputado y miembro del partido israelí Likud, Ariel Kallner, llamaba a una segunda Nakba —700 000 palestinos expulsados en 1948, 600 aldeas arrasadas—, el ministro de Finanzas israelí —que se define a sí mismo como fascista y homófobo— decía que “tenemos que ser crueles ahora y no considerar demasiado a los cautivos”, un portavoz militar israelí ha afirmado que “nuestro objetivo está en crear daño, no en la precisión” y el propio primer ministro Netanyahu anunciaba una “poderosa venganza”. A esto es a lo que han estado dando respaldo Estados Unidos y Europa estos días.

“No se puede decir que nada justifica matar a israelíes y luego justificar el asesinato de palestinos. No somos infrahumanos”, clamó el pasado lunes el embajador palestino en Naciones Unidas.

Este martes por la tarde Josep Borrell repetía que “Israel tiene derecho a defenderse” aunque matizaba el cierre de filas de estos días de atrás al señalar que “tiene que ser de acuerdo al derecho internacional, y algunas decisiones son contrarias al mismo”, en referencia a “los cortes de luz, agua o alimentos”. No ha tenido palabras el alto representante europeo para pedir explícitamente el cese de los bombardeos israelíes sobre Gaza o para apelar al fin del bloqueo y la ocupación que asfixian la vida de los palestinos.

La paz es siempre posible

Israel puede poner fin al mal llamado conflicto, pero, como indica el israelí Rami Elhanan, integrante de la organización Parent’s Circle: “Israel sólo aceptará suscribir un pacto de paz cuando se dé cuenta de que el precio de no tener paz es más alto que el de tenerla”. La solución lleva muchos años encima de la mesa —hay varias propuestas válidas— en forma de acuerdo que contemple el fin de la ocupación ilegal y del régimen de discriminación, y el cumplimiento del derecho internacional y de las resoluciones de Naciones Unidas. Pero por lo que ha mostrado históricamente, Israel no estará dispuesto a no ser que la realidad le obligue a ello.

La autoría de los actos ilegales y criminales israelíes no corresponde a una banda terrorista, sino a un Estado que se erige con derecho para asesinar extrajudicialmente, ocupar ilegalmente, aplicar políticas de segregación y normalizar la deshumanización a través del apartheid. Esto es lo que sigue permitiendo la comunidad internacional occidental, escribiendo uno de los capítulos más negros de su historia reciente.

Sólo hay dos caminos: búsqueda de la paz y negociación asumiendo que los palestinos existen, que deben tener derechos y que no pueden ser enterrados bajo la arena, o persistencia en la opresión y la violencia contra ellos, con la eliminación física de cientos o miles de forma periódica. O con una limpieza étnica de cientos de miles. Cuanto antes se trabaje por la única opción válida, mejor. La paz siempre es posible. (Fuente: elDiario.es.)


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Una barrera psicológica se ha roto en Israel-Palestina

Amjad Iraqi 


Palestinos e israelíes se han acostumbrado a las guerras en el sur en los últimos años. Pero la guerra que comenzó en la madrugada del sábado 7 de octubre no se parece en nada a las demás. En un asalto sorprendente, decenas o centenares de milicianos de Hamás, bajo una lluvia de cohetes, cruzaron la barrera de separación Israel-Gaza hacia las ciudades israelíes cercanas a la franja bloqueada: unos atravesaron los puntos débiles de las vallas metálicas, otros fueron en barco por la costa mediterránea, y algunos volaron en paramotores por encima de los muros. Una unidad de Hamás también atacó el cruce de Erez, el único puesto de control civil entre Gaza e Israel, arrebatándole el control del ejército durante varias horas.

Al amanecer, guerrilleros palestinos recorrían las calles de Sderot, Nir Oz, Kfar Aza y otros kibutz, irrumpiendo en viviendas civiles, enfrentándose a las fuerzas de seguridad y disparando en todas direcciones. También fue atacada una fiesta nocturna en el desierto, inexplicablemente organizada en la zona fronteriza.

Las tropas israelíes se preparan para retirar los cuerpos de Kfar Aza después de que fuera atacada por militantes de Hamas, el 10 de octubre de 2023. / Foto: Oren Ziv/Ctxt.

Cuando las autoridades israelíes se dieron cuenta de lo que estaba ocurriendo, la “Operación Tormenta de Al-Aqsa”, como la ha denominado Hamás, ya había causado un baño de sangre. Están apareciendo historias espeluznantes de tiroteos y secuestros, con niños entre las víctimas. Abu Obaida, portavoz de Hamás, amenazó con ejecutar a los rehenes si Israel realizaba ataques aéreos sin advertir a los civiles. Hasta el jueves 12 de octubre por la noche, se había informado de más de 1.300 israelíes muertos, más de 2.500 heridos y unos 100 secuestrados trasladados a Gaza.

Entre otras cosas, hubo un desastroso fallo operativo y de inteligencia israelí, considerado el peor desde la guerra del Yom Kippur: seguramente no es una coincidencia que Hamás lanzara su incursión en el 50 aniversario de aquel conflicto. Las noticias siguen llegando, pero es evidente que, en términos de no combatientes [según las leyes de la guerra, civiles que no participan en las hostilidades], se trata de una de las masacres más mortíferas de la historia israelí-palestina.

Desorientado y humillado, el ejército israelí se ha apresurado a igualar el recuento de muertos, asesinando a cientos de palestinos con incesantes bombardeos: hasta el momento el saldo de víctimas en Gaza se eleva a más de 1.500 muertos y más de 6.200 heridos. La fuerza aérea israelí dijo ayer [jueves 12 de octubre] haber lanzado 6.000 bombas sobre Gaza desde el sábado. Y esto no ha hecho más que empezar.

“He ordenado el asedio total de la Franja de Gaza”, declaró el ministro de Defensa, Yoav Galant. “No hay electricidad, ni alimentos, ni agua, ni gas, todo está cerrado. Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia”. Otros ministros, algunos de los cuales habían abogado anteriormente por la reocupación directa de Gaza y una “segunda Nakba” para expulsar por completo a los palestinos, piden a gritos represalias. “Salid de ahí ya”, dijo Benjamin Netanyahu a los gazatíes en una declaración grabada en vídeo —una broma cruel para dos millones de personas que llevan 16 años atrapadas en un enclave superpoblado.

Los palestinos observan todo esto con una mezcla de asombro y miedo paralizante. La visión de los gazatíes sobrevolando en parapente el muro israelí, y caminando por la tierra de la que sus antepasados fueron expulsados por las fuerzas sionistas en 1948, ha revitalizado la sensación de posibilidad política. Los vídeos de milicianos y de drones armados en acción se han compartido ampliamente en las redes sociales árabes, proporcionando asientos de primera fila para observar la operación, a semejanza de las maniobras de relaciones públicas de las Fuerzas de Defensa de Israel. Otras imágenes también se han hecho virales: un bulldozer palestino derribando una sección de la valla de alambre de espino; hombres armados bailando en el techo de un tanque israelí capturado; el cruce de Erez dañado y quemado.

Pero también hay un gran terror. Los habitantes de Gaza se han apresurado a abastecerse de alimentos en medio de la embestida israelí, despidiéndose de sus seres queridos por si no vuelven a verlos. Las familias huyen de un barrio a otro para escapar de los bombardeos. Un periodista con el que trabajo en Gaza, minutos después de enviar un artículo, mandó un mensaje de texto para decir que había tenido que sacar a toda prisa a su familia de casa porque el ejército israelí había avisado de que iban a empezar a disparar contra el barrio.

Muchos residentes, temerosos de hablar en contra de Hamás, que ha gobernado la Franja con un control autoritario desde 2007, están furiosos con el grupo islamista por exponerlos a la embestida más mortífera de Israel desde al menos 2014. Dentro de Israel, los ciudadanos palestinos temen que se repitan los sucesos de mayo de 2021, cuando turbas judías y fuerzas policiales atacaron zonas árabes y detuvieron a cientos de personas. En Cisjordania ya se está produciendo una nueva oleada de ataques de colonos, que llevan meses intensificándose, todo ello bajo la vigilancia del ejército.

Varios analistas describen el asalto de Hamás como un antes y un después. No es una exageración. El ataque probablemente hará poco por aligerar el asedio israelí a la Franja, que seguramente se reforzará aún con más crueldad. Lo que sí ha hecho, sin embargo, es romper una barrera psicológica tan importante como la física.

Desde el final de la Segunda Intifada, y especialmente bajo el gobierno de Netanyahu, la sociedad israelí ha tratado de aislarse de la ocupación militar impuesta a los palestinos durante más de medio siglo, manteniendo una burbuja que sólo era perforada ocasionalmente por los lanzamientos de cohetes o los tiroteos en las ciudades del sur y el centro. Las multitudinarias protestas en Israel, que agitan la calle desde enero contra los planes del Gobierno de reorganizar el poder judicial, han mantenido conscientemente la cuestión palestina fuera de su agenda. Aparte de un pequeño grupo de manifestantes contrarios a la ocupación, la mayoría sigue aferrada a la ilusión de que las actuales estructuras de gobierno pueden ofrecer seguridad a los israelíes y seguir siendo compatibles con su pretensión de democracia.

“He ordenado el asedio total de la Franja de Gaza”, declaró el ministro de Defensa israelí, Yoav Galant. Es octubre de 2023. / Foto: UNRWAes.

Esa burbuja ha estallado irremediablemente. Pero los israelíes, que llevan años virando políticamente hacia la derecha, están lejos de cuestionar o recalcular su compromiso con el gobierno de hierro. Para los demagogos de extrema derecha en el poder —entre los que destacan el ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, y el ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir—, se trata de una oportunidad histórica para cumplir el máximo posible de su lista de deseos: la destrucción de amplias zonas de Gaza, la eliminación del aparato político y militar de Hamás y, si es posible, la expulsión de miles de palestinos al Sinaí egipcio.

¿Qué espera Hamás de todo esto? Más allá de un discurso grandilocuente de su máximo comandante militar, Mohammed Deif, en el que exhorta a todos los palestinos a exigir un precio por la larga lista de crímenes israelíes, es difícil de decir. Desde que el movimiento islamista se hizo con el control de Gaza hace 16 años, después de que las sanciones internacionales y una guerra civil con Al Fatah lo desalojaran de un gobierno elegido democráticamente, los enfrentamientos armados con Israel han sido el método por defecto de Hamás (y de otros grupos como la Yihad Islámica) para negociar la liberación de prisioneros, frenar el culto judío y el acoso policial en la mezquita de Al Aqsa, y suavizar las restricciones de Israel sobre bienes y personas en Gaza.

Sin embargo, en los últimos meses Hamás se ha visto sometida a una presión cada vez mayor de la población de Gaza por no satisfacer sus necesidades básicas, en particular la electricidad, una tarea casi imposible en condiciones de asedio y guerras repetidas, agravadas por la corrupción y la distribución desigual de unos recursos limitados. Más allá de Gaza, la coalición israelí de extrema derecha ha galvanizado el movimiento de colonos para afirmar su “soberanía” sobre Cisjordania lanzando pogromos, construyendo más puestos avanzados y minando el llamado statu quo en los lugares santos de Jerusalén. La perspectiva de un acuerdo de normalización entre Arabia Saudí e Israel, alentada con vehemencia por la administración Biden, amenaza con eliminar una de las últimas cartas geopolíticas con las que aún cuenta la causa palestina.

Para Hamás, pues, ya no bastaba con un pequeño ajuste del bloqueo. Era necesario un espectáculo de conmoción y pavor para sacudir la arquitectura política, y lo han logrado con una efectividad aterradora. Incluso con meses o años de meticulosa planificación y secretismo, el grado de éxito fue quizá tan sorprendente para ellos mismos como para los israelíes.

Pero más allá de este cambio psicológico sísmico, no está claro cómo podrá este ataque —contra un Estado con armas nucleares, respaldado por Occidente y fuertemente militarizado— alterar un equilibrio de poder que lleva décadas inclinándose en contra de los palestinos. Estados Unidos se ha apresurado a proporcionar a Israel apoyo material y retórico, y los Estados europeos se han sumado rápidamente a la defensa de Israel, barriendo bajo la alfombra meses de descontento con las locuras de la extrema derecha.

Los autócratas árabes están más deseosos de explotar la economía y las industrias de seguridad de Israel que de proporcionar a los palestinos algo más que ayuda financiera. El destino de los dirigentes palestinos sigue pendiendo del aliento de un presidente octogenario, Mahmud Abás, mientras continúan las rivalidades fratricidas dentro de Al Fatah, así como entre Al Fatah y Hamás. Los palestinos están perdiendo influencia rápidamente y, aunque es demasiado pronto para saberlo, es posible que la febril embestida de Hamás no baste para recuperarla. En el peor de los casos, les saldrá el tiro por la culata.

Aun así, el asalto del 7 de octubre sigue siendo sintomático de una afección mayor que no ha sido tratada. En ciudades de Cisjordania y campos de refugiados como Jenin y Nablus, jóvenes palestinos —muchos de los cuales se criaron bajo las falsas promesas de los Acuerdos de Oslo, firmados hace 30 años— han tomado las armas y se han unido a milicias locales no afiliadas a los principales partidos políticos.

En las calles y en Internet, a los activistas palestinos ya no les importa pasar de puntillas por el lenguaje diplomático ni por las referencias a las leyes internacionales que les han fallado. Rechazan la narrativa amnésica que afirma que sus agravios comenzaron en 1967 y no en 1948, y que su futuro reside en un cuasi-Estado en sólo una quinta parte de su patria y no en su totalidad. Están cansados de disculparse por el uso de la violencia, por fea que sea, como si la violencia no fuera una parte inherente de todas las luchas anticoloniales, como si fuera más atroz que el sistema opresivo que intentan desmantelar, y como si sus esfuerzos no violentos de boicot y diplomacia no fueran igualmente aplastados y demonizados como “terrorismo”. Para ellos, el enemigo es y siempre ha sido un movimiento colonial empeñado en borrarlos. Invocar la descolonización, sin embargo, no debería implicar una posición de suma cero que se niegue a simpatizar con lo que les ocurrió a las familias israelíes el 7 de octubre, como tampoco deberían ser los asesinatos una excusa para consolidar el régimen de apartheid de Israel e instigar su ira.  (Fuente: +972Magazine / Ctxt.)


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Imposible encarcelar a dos millones de personas sin esperar un precio cruel

Gideon Levy


Detrás de todo esto está la arrogancia israelí. Pensamos que tenemos permiso para hacer cualquier cosa y suponer que nunca pagaremos, ni seremos castigados. Y pensamos que seguiremos y nada nos interrumpirá. Arrestaremos, mataremos, abusaremos, despojaremos, protegeremos a los colonos y sus pogromos, iremos a la tumba de José, a la tumba de Ot’niel, al altar de Josué, todo en los territorios palestinos, y por supuesto al Monte del Templo —más de 5.000 judíos sólo en Sucot. Dispararemos a inocentes, les arrancaremos los ojos y les destrozaremos la cara, los expulsaremos, expropiaremos, robaremos, los secuestraremos de sus camas, los someteremos a limpieza étnica y, por supuesto, continuaremos con el increíble asedio a Gaza. Y supondremos que todo seguirá como si nada.

Detrás de todo esto está la arrogancia israelí, escribe Gideon Levy. En la imagen, el incesante bombardeo israelí en Gaza. Octubre, 2023. / Foto: unrwa.es.

Pensamos que con la construcción de una super barrera alrededor de la Franja de Gaza, cuyo muro subterráneo costó tres mil millones de shekels, con eso ya estábamos a salvo. Confiamos en que nos avisarían a tiempo los genios del 8200 (unidad de escuchas de inteligencia militar) y los miembros del Shin Bet, que lo saben todo. Pensamos que moveríamos medio ejército de las cercanías de Gaza a Hawara sólo para proteger las locas travesuras de Zvi Sukkot y los colonos, y todo saldría bien, tanto en Hawara como en Erez. Resulta que cuando existe una gran motivación el obstáculo más sofisticado y costoso del mundo puede ser atravesado hasta por una simple excavadora y con relativa facilidad. Se puede cruzar ese altanero muro con bicicletas y scooters, a pesar de todos los miles de millones invertidos en él y a pesar de todos los expertos y con sus contratistas enriqueciéndose.

Pensamos que seguiríamos acosando a Gaza, arrojándole algunas migajas de bondad en forma de algunos miles de permisos de trabajo en Israel —una gota en el océano, y además siempre están condicionados a un “correcto comportamiento”— y aún así supusimos que los seguiríamos manteniendo como en una prisión.

Pensamos que haciendo las paces con Arabia Saudita y los Emiratos, los palestinos serían olvidados, hasta ser borrados, como les gustaría a muchos israelíes. Seguiríamos reteniendo a miles de prisioneros palestinos, incluidos prisioneros sin juicio, la mayoría de ellos prisioneros políticos, y aún así no aceptaríamos discutir su liberación, incluso después de décadas en prisión. Les diríamos que sólo por la fuerza sus prisioneros verán la libertad. Pensamos que seguiríamos rechazando con soberbia cualquier intento de solución política, simplemente porque no nos conviene hacerlo, y pensamos que seguramente todo seguiría así para siempre.

Una vez más se demuestra que no es así. Varios cientos de militantes palestinos atravesaron el alambrado e invadieron Israel de una manera que ningún israelí imaginó que pudieran. Unos cientos de militantes palestinos demostraron que es imposible encarcelar a dos millones de personas para siempre sin que ello suponga un precio cruel. Así como el sábado pasado la humeante y anticuada excavadora palestina derribó la valla, la más sofisticada de todas las vallas, también desgarró el manto de arrogancia de Israel. Y también destrozó la idea de que basta con atacar y desmantelar Gaza con drones suicidas y venderlos a medio mundo para mantener la seguridad.

Octubre, 2023.

Israel el pasado fin de semana imágenes que nunca había visto antes: vehículos militares palestinos patrullando la ciudad, ciclistas de Gaza entrando por sus puertas. Estas imágenes deben rasgar el velo de la arrogancia. Los palestinos de Gaza decidieron que están dispuestos a pagar cualquier precio por una chispa de libertad. Pero… ¿Tiene esto algún potencial? No. ¿Israel aprenderá la lección? No.

Ayer, ya se hablaba de borrar barrios enteros de la ciudad de Gaza, de ocupar la Franja de Gaza y de castigar a Gaza “como nunca antes se había castigado”. Pero Gaza no ha dejado de ser castigada por Israel desde 1948, siquiera por un momento. Más de siete décadas de abusos, y otra vez, lo peor está por venir. Las amenazas de “aplanar Gaza” sólo prueban una cosa: no hemos aprendido nada. La arrogancia llegó para quedarse, incluso después de que Israel, otra vez, paga un alto precio.

Benjamín Netanyahu tiene una gran responsabilidad por lo sucedido y debe pagar los costos, pero la cuestión no comenzó con él y no terminará después de su partida. Ahora debemos llorar amargamente por las víctimas israelíes; pero también tenemos que llorar por Gaza. Gaza, la mayor parte de sus residentes son refugiados creados por Israel. Gaza, la que nunca conoció un solo día de libertad. (Fuente: Haaretz.)

• Mar Gijón Mendigutía es investigadora Postdoctoral Juan de la Cierva, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea. Su texto “Los orígenes del conflicto palestino-israelí” fue publicado originalmente en The Conversation. Reproducido aquí bajo la licencia Creative Commons.
• Olga Rodríguez es periodista especializada en información internacional, Oriente Medio y Derechos Humanos. Ha trabajado como periodista en Territorios Ocupados Palestinos, Israel, Líbano, Estados Unidos o México, entre otros países. “Ni un intento para la paz en Palestina” fue publicado originalmente en elDiario.es. Es reproducido bajo la licencia Creative Commons — CC BY-NC 4.0.
• Amjad Iraqi es redactor jefe de +972 Magazine. Sus artículos han aparecido también en London Review of Books, The Nation, The Guardian o Le Monde Diplomatique. Es ciudadano palestino de Israel y reside actualmente en Londres. “Una barrera psicológica se ha roto en Israel-Palestina” fue publicado originalmente +972Magazine, y retomado por Ctxt. Es reproducido aquí bajo la licencia Creative Commons — CC BY-NC 4.0.
• Gideon Levy es un reconocido periodista israelí. Escribe artículos de opinión y una columna semanal para el periódico de izquierda Haaretz. “Imposible encarcelar a dos millones de personas sin esperar un precio cruel”, fue publicado originalmente en Haaretz.

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