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El tejedor de palabras

En este 2021 se conmemoraron dos aniversarios de don Miguel Ángel Granados Chapa: su cumpleaños número 80, de haber continuado con vida, pues nació el 10 de marzo de 1941; y los 10 años de su fallecimiento, ocurrido el 16 de octubre de 2011. Con su trabajo periodístico a favor de la libertad de expresión y las luchas democráticas, y con una ética periodística intachable, el maestro Granados Chapa fue, es, uno de los grandes representantes del periodismo moderno mexicano. Inició su carrera en el semanario Crucero, después trabajó en el periódico Excélsior, fue uno de los fundadores de la revista Proceso y del diario La Jornada. Obtuvo el reconocimiento del público como analista político gracias a “Plaza pública”, su columna indispensable que apareció durante más de 30 años en diversos medios nacionales. Fue distinguido con la Medalla Belisario Domínguez, y su amor por la palabra y el idioma español le valió su ingreso como miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Víctor Roura recuerda en estas líneas a don Miguel Ángel Granados Chapa…


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Hace una década, el 16 de octubre de 2011, fallecía uno de los grandes periodistas que ha tenido esta nación: Miguel Ángel Granados Chapa, oriundo de Hidalgo. Partió siete meses después de haber cumplido 70 años de edad.

Periodista irreprochable, jamás le dieron la oportunidad de dirigir un periódico, ni esos mismos que hoy se ufanan en estar envueltos en la bandera de la libertad expresiva, apuñalándolo por la espalda en los momentos decisivos para concretar ciertas democracias informativas en el país, en mezquindades explicables que resguardan, como es sabido, intereses o privilegios de sectores y grupos definidos de la sociedad mediática.

El siguiente texto corresponde al prólogo del libro Los periodistas no deben ser socios de los políticos (Cuadernos de El Financiero, diciembre de 2010). Y lo aireo como un sentido homenaje al desaparecido maestro, que hoy, si viviera entre nosotros con sus 80 años encima, acaso no estuviera sorprendido de las miserias y los enconos naturales de la prensa por habérselos cortado de tajo sus prerrogativas e inmensos beneficios económicos que recibía del Estado para concretar, y concertar, los perfectos simulacros de la libertad expresiva. No se mostraría seguramente sorprendido, porque conocía las entrañas de estas simbiosis silenciosas y silenciadas, no había secretos para él de estas triangulaciones hipócritamente cortejadas.

¿Quién iba a saber que sólo le faltaban, después de la salida de este libro, diez meses de vida a Miguel Ángel Granados Chapa?

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No sé qué dirá Miguel Ángel Granados Chapa acerca de estos periodistas que hoy ya no quieren poner un pie en las redacciones porque todo lo quieren hacer desde la comodidad de su casa. No sé qué piense acerca de esta reiterada incitación al debate por la inminente desaparición de la prensa de papel. No sé cuáles son sus cavilaciones sobre el estrellato de los periodistas acomodaticios que, enriquecidos por el poder político al que dicen enjuiciar, usan la crítica como arma metafórica para aceitar sus maquinarias convencionales.

No sé qué piensa Miguel Ángel Granados Chapa de toda esta retórica periodística —alojada hasta en los diarios de información ínfima proclive a las circunstancias oportunistas del partido asentado en el reino gubernamental— que ha simulado a la perfección su papel de mediador social por convenir así a sus íntimos intereses. No sé cuál es su opinión de esta contemporánea maleabilidad informativa, de los periodistas inmersos en la averiguación y exégesis de los comportamientos institucionales, siendo ellos ya declarados simpatizantes e incluso enfervorizados acaparadores de ungidos por el poder. ¿Sabe Miguel Ángel Granados Chapa las tarifas de los afamados periodistas por conversar con el público durante un tiempo limitado?

Lo cierto es que su figura representa el ideal periodístico, por lo menos para el significado contemporáneo de la prensa en el papel, no de la prensa trabajada en blogs y en paquetes electrónicos, donde el anonimato y (permítaseme decirlo, aunque cause escozor) la cobardía pululan como las hojas doblegadas en otoño. Si ahora mucho se habla de la prensa es porque el presente importa poco. Si ahora se dice que la prensa en Internet va a pluralizar las voces periodísticas es porque en la actualidad el gremio sufre de evidentes parcelaciones. Acaso por eso mismo el modelo implantado por Miguel Ángel Granados Chapa en la práctica es ejemplar: hace lo que dice y escribe como piensa, elementos desconocidos e imponderables en los supuestos iconos de los medios masivos de comunicación, atenidos más a la prestancia de las imágenes y a las simulaciones verbales que a la nobleza, aunque oculta, de la veracidad lingüística. Yo, que lo he visto trabajar en sus silenciosas oficinas, que lo he visto escribir a diario, además de atender otros cien asuntos indispensables en su jerarquía, no puedo sino guardar un desbordado respeto a un hombre que venera —y de paso enaltece— su oficio, un oficio que en los primeros años del siglo XXI (los cuales han visibilizado, ante la cada vez ineducada perspectiva cultural de la clase política, el inobjetable triunfo de la comunicación electrónica que a su vez sólo ha puesto al descubierto la grandísima desilustración ciudadana, que ésa, y no otra, es la mayor calamidad de los tiempos que corren) ha sido ejercido, y solapado por los magnates de la comunicación, no nada más por apócrifos periodistas sino por discretos cínicos, esa raza que odiara Ryszard Kapuściński pero a la que conociera, para su infortunio, en la intimidad.

En una ocasión entró a su oficina una auxiliar de redacción para consultarle un dato acerca de no sé qué requisito constitucional. Con su acostumbrada generosidad, Miguel Ángel Granados Chapa suspendió la escritura de su columna “Plaza Pública” para indicarle, mediante un gesto, que la información la podía encontrar en tal tomo de aquella enciclopedia que se hallaba exactamente en el tercer espacio del librero a su izquierda. La auxiliar fue hacia donde el periodista le indicaba. Tomó el volumen necesario. Empezó a buscar en sus páginas. Granados Chapa la contemplaba. Y fue aún más pródigo: le dio el número de la página en que venía el dato. A ella nunca se le olvidaría la anécdota, porque cada que puede la recuerda todavía admirada. Así es, o así debiera ser, la memoria de los periodistas: fértil, dadivosa, acuciosa. Hombre de redacciones, donde allí se respiran las ansiedades y se calibran las informaciones, por eso no sé qué sentirá Granados Chapa ahora que la mayoría de los periodistas no quiere asomarse a los recintos periodísticos. Incluso muchos ya los rehúyen: creen que con enviar su nota por medio de la web es suficiente para redondear su profesión periodística. Alguna vez, al contratar a una reportera, me dijo que todo estaba muy bien, excepto su presencia en la redacción. “¿Es necesario que me veas —preguntó—, no puedo enviarte mi retrato para que sepas cómo soy?” No sé qué hubiera hecho Granados Chapa en ese preciso momento, yo sólo supe que no estaba delante de una guerrera. Porque tal vez “guerrero”, en su sentido no de belicosidad ni de beligerancia sino de acometedor, táctico, provocador, sea un buen sinónimo de periodista, cuando éste de veras ama el periodismo.

Como Miguel Ángel Granados Chapa, quien, en su oficio de columnista, no ha dejado de ser, nunca, editor, reportero e investigador, propiedades que, conjuntadas sólo mediante la buena escritura (y no sólo con limitados 140 infames caracteres que requieren los numerosos tuits fútiles que caen en el olvido apenas igualmente caiga la tarde), pueden hacer al periodista un emisor confiable de información. ¿Por qué se dice, con énfasis desconsiderado, que la prensa debe acortar su lenguaje para así ser recibida por lectores apresurados, pues la perentoriedad es el signo indubitable de la época electrónica? ¿Por eso somos testigos impávidos de la exitosa coronación de los locutores, que sin acaso saber escribir, despachan en dos minutos la noticia sobre la próxima huelga de los electricistas? Pero son precisamente las irreflexiones que anidan en los subterfugios de los saberes oscurantistas, que pasan por alto la madurez de la dialéctica: sin disquisiciones de la colectividad, los minoritarios poderes políticos se alzan enmudecidos con intolerante transigencia. Granados Chapa es uno de esos pocos periodistas que a lo largo de su vida no nos ha mentido: los matices de su carrera (incluyendo sus acaso errados recovecos en la política hidalguense, de donde es oriundo) están a la vista de todos, y, a diferencia de otras personalidades, él, es el primero en debatirlos, lo que lo hace un ser de extraordinaria capacidad humana.

Que, curiosamente, no ha dirigido ningún periódico, pero no por otra cosa sino por las propias mezquindades del gremio, pues, de haberlo hecho, seguramente algo, ¿quién lo duda?, habría modificado en las estructuras mismas del diarismo mexicano. No estuvo al frente de Excélsior por las siempre conservadoras jerarquías que han imperado en el viejo periodismo nacional; ni en el unomásuno porque allí Manuel Becerra Acosta, aunque cometiera descabelladas arbitrariedades, era considerado el insustituible director, cuestión incluso que no debía debatirse al interior de aquella empresa si no se quería ser tratado como un invisible, y apestado, desleal, término que le sacaba púas en la lengua al viejo líder de aquel rotativo; ni lo fue en La Jornada por la infamia de un pequeño núcleo que, desde un principio, se apoderó, como si fuera suya, de la empresa inicialmente —ingenuamente— colectiva, que prefirió mejor echar a este connotado periodista, tal como así lo hizo, que situarlo al frente de sus páginas, ahora en poder eterno de un circuito minoritario, que, tras argucias constitutivas, se ha adueñado del diario para conservar sus particulares intereses. Sin embargo, a causa [tal vez] de ello —de no haber dirigido hasta el momento ningún periódico (sí una revista: Mira, mas éstas, por lo menos en el país, están imposibilitadas, por un sinfín de complejas manufacturas internas y, encima, por una ausencia de educación lectora, de competir con los diarios, sino son, cuando mucho, complementos de éstos)—, hemos conservado, para nuestra fortuna, al preclaro columnista político que es, el mejor y más cabal dentro del gremio de la comunicación escrita en México. Nadie como Granados Chapa para despejarle al lector las dudas de las contiendas políticas. “Un columnista no es un reportero retirado —ha dicho Granados Chapa ante la pregunta opuesta; es decir, acerca de si un columnista es un reportero ya retirado del apunte cotidiano—; un buen columnista siempre será un buen reportero en activo, no dejará de serlo nunca, a menos que una contrariedad o una fatal calamidad le obstruya el camino”.

Y hasta el momento ninguno de ambos infortunios ha impedido que Granados Chapa, ese magnífico tejedor de palabras —tal como se puede corroborar en sus discursos improvisados, en sus charlas consuetudinarias, en sus escritos periodísticos—, continúe su importante labor periodística, lo que agradecemos ennoblecidamente sus puntuales lectores.

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No hay que olvidar que Miguel Ángel Granados Chapa era un periodista, asimismo, de excepción al ser incorporado, el 14 de mayo de 2008, a la Academia Mexicana de la Lengua como el tercer ocupante de la silla número XXIX, lo que lo distingue como un preclaro, sí, tejedor de la palabra. Abogado por la Universidad Nacional Autónoma de México, periodista indiscutido por la vida misma. Vigilante de la expresión por su amor indeclinable por la palabra.

Escribió una veintena de libros, memorables algunos de ellos como Examen de la comunicación en México (El Caballito, 1981), La Banca nuestra de cada día (Océano, 1982), Votar, ¿para qué? Manual de elecciones (Océano, 1985), Comunicación y política (Océano, 1986), ¡Escuche Carlos Salinas!: una respuesta al villano favorito (Océano, 1996), Siglo de Fidel Velázquez (Pangea, 1996), Fox & Co. Biografía no autorizada (Grijalbo, 2000) y Buendía / El primer asesinato de la narcopolítica en México (Grijalbo, 2012).

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