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«Parthenope»: un contemplativo y poético retrato del ser femenino

Junio, 2025

Nacida en las costas de Nápoles en 1950, la hermosa Parthenope busca la felicidad durante los largos veranos de su juventud, enamorándose de su ciudad y de sus muchos personajes. En esta nueva entrega de ‘La Mirada Invisible’, Alberto Lima se detiene en la más reciente obra del cineasta italiano Paolo Sorrentino: Parthenope; un poético y contemplativo retrato del ser femenino.

Parthenope, película de Paolo Sorrentino;
coproducción Italia-Francia; con Celeste Dalla Porta,
Dario Aita, Silvio Orlando, Peppe Lanzetta,
Luisa Ranieri, Gary Oldman. (2024, 137 min).

No sería un exceso calificar el cine de Paolo Sorrentino como inasible, caprichoso, reacio a someterse a la fórmula fácil de un género específico. Parthenope, su más reciente filme, mantiene intacta esta particularidad estética que rehúye de manera deliberada a la comodidad comercial, asentada en una categoría fílmica reconocible, en pro de un discurso cinematográfico abierto y decididamente personal.

En la mediterránea ciudad de Nápoles, año 1950, nace en el mar Parthenope, quien pasará sus noches en un carruaje obsequiado por el Comandante (Alfonso Santagata) y desde pequeña consolidará un vínculo estrecho con su hermano Raimondo (Daniele Rienzo) y el amigo de ambos Sandrino (Dario Aita). A partir de los 18 años, Parthenope ya manifestará una belleza tan exuberante e imponente que el propio amigo Sandrino le propondrá matrimonio, que ésta rechazará. Posteriormente estudiará Antropología, destacándose como alumna brillante y veladamente admirada por su profesor y director de tesis Marotta (Silvio Orlando), leerá fascinada la obra del escritor estadounidense John Cheever (Gary Oldman), al que conocerá en una escapada a Capri junto con su hermano y el amigo de ellos, tendrá un acceso de enamoramiento hacia el alcohólico y bisexual escritor, pero será rechazada por éste, al igual que ella rechazará a millonarios que la acosarán desde un helicóptero, hasta que su hermano se suicide luego de que Parthenope acepte las caricias de Sandrino. La muerte de su hermano la volverá más introspectiva, intentará ser actriz por insistencia de las actrices Flora Malva (Isabella Ferrari) y Greta Cool (Luisa Ranieri), pero pronto desistirá de aquel mundo artificioso, se someterá a un aborto luego de una relación efímera con un tal Roberto (Marlon Joubert), y decidirá consagrarse de lleno a la academia antropológica bajo la tutela de su profesor Marotta, donde tendrá oportunidad de conocer íntimamente al seductor cardenal Tesorone (Peppe Lanzetta), a propósito de la redacción de un artículo sobre el milagro de la licuefacción de la sangre de San Genaro, santo patrono de la ciudad de Nápoles.

Fotogramas de Parthenope, película de Paolo Sorrentino. / A24 Films.

Con guión propio estructurado en siete episodios (1950, 68, 73, 74, 75, 82 y 2023) que delimitan los momentos decisivos y esenciales en la vida de Parthenope, el decimosegundo largometraje del napolitano Paolo Sorrentino es un poético e intencionadamente arbitrario retrato de la belleza y el ser femenino, vuelto sirena contemporánea, que trasciende la esfera de lo mundano hacia el terreno de una espiritualidad casi sagrada, fundamentado en una sobresaliente y espléndida fotografía de la también napolitana Daria D’Antonio —plena de imágenes memorables como el carruaje frente al mar o la procesión fúnebre del hermano sobre el muelle, interrumpida de pronto por el camión-araña desinfectante ante el inminente arribo de la epidemia del cólera—, y la sosegada edición de Cristiano Travaglioli —miembro imprescindible en la filmografía de Sorrentino—, que da ese ritmo poético y contemplativo de las pulsiones y vivencias de Parthenope.

De acuerdo a la mitología griega, a la doncella Parténope —convertida en sirena por la diosa Afrodita—, le debe la ciudad de Nápoles su nombre griego luego de que su cuerpo, tras arrojarse al mar, apareció en la playa y los napolitanos le erigieron un monumento.

Es así que el partenopeo Sorrentino ofrece en su cinta un canto de amor-odio a su querida-odiada ciudad, según vitupera contra sus coetáneos la diva madura Greta Cool cuando va a Nápoles para ser homenajeada (“napolitanos andrajosos y folclóricos, todos se ríen de ustedes y no se dan cuenta”), donde también la fugacidad del tiempo está presente, tema ya tratado en filmes previos como La juventud (2015) o Fue la mano de Dios (2021), cuyos personajes constantemente entran en conflicto con la nostalgia y las cicatrices del pasado. Por ello Parthenope, dadas sus enormes capacidades críticas y sensibles, comprende que, mientras deambula en ese Nápoles nocturno de prostitutas fatigadas y niños que juegan ingenuos, su misión antropológica va más allá del confort doméstico, la aspiración del consumo material o la realización maternal.

En una cinta formalmente regida y regulada por sus propios dictámenes, en donde todo es admitido, no es de extrañar que, además de la aparición de un ser de agua y sal llamado Stefano (Alessandro Paniccia) —hijo del profesor Marotta—, se incorpore también el milagro de San Genaro, en donde tres veces al año, en la catedral de Nápoles, la sangre del santo, conservada en una ampolleta, pasa del estado sólido al liquido. En este sentido, Parthenope —al fin más etérea que terrena, o mejor dicho, sirena—permitirá ser seducida por el cardenal Tesorone porque para ella el acto carnal será casi un acto sacro, tan es así que a la hora del orgasmo la sangre de San Genaro termine licuada. Por ello no es de extrañar ver a la madura Parthenope (Stefania Sandrelli) en el 2023, recién jubilada de la cátedra, contemplar —entusiasmada y satisfecha de las decisiones hechas en su vida— el paso del autobús alegórico que celebra la obtención del scudetto de la Serie A por parte del equipo de futbol Nápoles.

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