Marzo, 2025
Entroncado en la corriente de los Nuevos Historiadores israelíes, el académico y politólogo Ilan Pappé es uno de los intelectuales más reconocidos. Y lo es justamente por haber desmontado las mentiras y falsas creencias sobre las que Israel ha construido su historia. Ahora, tras ser una de las voces más incansables en la denuncia del genocidio en Gaza, publica Breve historia del conflicto entre Israel y Palestina. En él, este historiador israelí —amenazado de muerte en su país y exiliado en el Reino Unido— resume los siglos de enfrentamientos para ayudar a entender la situación actual en Oriente Medio. Escriben los editores en la contra: “La devastación del 7 de octubre de 2023 y los horrores que siguieron asombraron al mundo. Pero el conflicto palestino-israelí no empezó el 7 de octubre. Tampoco empezó en 1967, cuando Israel ocupó Cisjordania, ni en 1948, cuando se declaró el Estado de Israel. Empezó en 1882, cuando los primeros colonos sionistas llegaron a lo que entonces era la Palestina otomana. Ilan Pappé desentraña la historia de dos pueblos que ahora comparten una misma tierra”. El periodista Diego Gómez Pickering ha conversado con el historiador israelí.
Diego Gómez Pickering
En ocasión del lanzamiento de su más reciente libro en español, Breve historia del conflicto entre Israel y Palestina (Capitán Swing, 2024), traducido por Lidia Pelayo Alonso, conversé —en un rincón de la Rambla barcelonesa— con el historiador israelí afincado en el Reino Unido Ilan Pappé (Haifa, 1954) sobre la importancia de contextualizar históricamente la limpieza étnica de los palestinos y la necesidad de revalorizar la multiculturalidad de nuestras sociedades.
—¿Por qué es importante escribir este libro ahora? ¿Por qué retomar la historia?
—Considero que es relevante mirar al contexto histórico para entender lo que ha pasado en Palestina durante el último año y medio. Tras la irrupción de la guerra en Ucrania, Israel y Palestina dejaron de ser parte del ciclo noticioso, la gente olvidó lo que estaba pasando ahí. Llegado el 7 de octubre de 2023, Palestina volvió al centro de la opinión pública en muchos lugares del mundo. Fue muy interesante la respuesta que dio el secretario general de Naciones Unidas, condenando el ataque pero recalcando que no se dio en un vacío, sino que hay un contexto histórico relacionado, a lo que Israel reaccionó de forma inmediata solicitando su dimisión. Su comentario me alertó al respecto de que ahora los israelíes exigirán a todo periodista y académico en cualquier parte del mundo omitir el contexto, ninguna mención a la ocupación, a la colonización, al sufrimiento de los palestinos, a 1948. Tienen una narrativa preparada al respecto de lo que sucedió el 7 de octubre: Irán, el imperio del mal y sus agentes que pretenden destruir Israel y ya está, nada más. Me di cuenta de que incluso los mejores periodistas no tienen el tiempo ni el espacio para realizar esta investigación que provee contexto histórico, y sentí que ellos y la gente en general necesitan acceder y conocer de forma concisa y breve el contexto histórico del conflicto. Así es como escribí el libro.

—¿Cuándo comenzó la limpieza étnica del pueblo palestino?
—Como otros movimientos similares de colonialismo de asentamientos, el sionismo quiere apropiarse del territorio, pero sin incluir a la gente que lo habita. El problema es que cada vez que ocupa más territorio se enfrenta con un mayor número de personas que no quiere. En 1947-48, Israel expulsó a 750.000 palestinos de sus lugares de origen. Luego llegó 1967 y los sionistas liberales quisieron apropiarse de Cisjordania y Gaza, pensaban que fue un error no haberlo hecho antes y se alegraron de que la Guerra de los Seis Días les proveyera la oportunidad de hacerlo. Pero en lugar de expulsar a los palestinos que vivían ahí, decidieron dejarlos, hasta la fecha, bajo un régimen de ocupación permanente y sin derechos. Pero esto tampoco ha funcionado para su aspiración de crear un Estado judío desde el río Jordán hasta el Mediterráneo sin un solo palestino. La actual élite política israelí tiene la idea de continuar el trabajo que se hizo en 1948, creen que en este momento el mundo está listo para permitirles hacerlo porque hay gobiernos populistas y de extrema derecha que les apoyan. No considero que sea un proyecto exitoso, aunque el simple intento de llevarlo a cabo nos violenta.
—En su libro menciona que Palestina nunca ha estado separada del mundo árabe, que es parte fundamental de éste. Sin embargo, en el terreno vemos una división que parece insalvable, ¿cómo la explica?
—El Levante siempre estuvo interconectado de manera muy orgánica. Las personas se movían libremente entre Damasco, Beirut y Haifa. Sin embargo, dos fuerzas separaron a la gente. Por un lado, el colonialismo franco-británico que siguió al fin de la Primera Guerra Mundial y que dividió al Levante en pequeños Estados nacionales fraccionados, y por el otro, el sionismo. El sionismo tuvo un rol particularmente relevante en extraer a Palestina de dicho contexto histórico, social y cultural. Lo que me llama la atención es que, aunque la separación funcionó, el sistema que se creó para tal efecto no está aguantando: Siria ya colapsó, el futuro del Líbano no es muy esperanzador ni tampoco el de Palestina o el de Israel, y lo mismo podríamos decir incluso de Irak. El sistema político no funciona, por eso creo que existe la oportunidad de recrear el mundo que existía antes, claro que adaptándolo al siglo XXI, tomando como base los principios de coexistencia prevalentes entonces. Y esto conllevaría una realidad distinta para la Palestina histórica. Soy consciente de que estamos en un momento en que la separación y las divisiones son demasiado profundas, aun así, creo que estamos frente al fin de una era, no ante el inicio de una. Añadiría como mensaje a los israelíes: puede que piensen que son parte de Europa, pero pertenecen al mundo árabe, forman parte de los problemas del mundo árabe, pero también podrían ser parte de la solución. Eso depende de ustedes.
—¿Considera que la reelección de Donald Trump a la Casa Blanca es una buena noticia para el sionismo?
—Si pensamos en el primer período de Trump como presidente y en el equipo que le acompañó en aquel momento, es evidente que muchos de ellos pertenecen a la rama fundamentalista del cristianismo evangélico que cree que la presencia judía en Palestina obedece a un mandato divino. En esta nueva Administración hay mucha gente ocupando posiciones clave en el Gobierno que piensa de forma similar, aunque no considero que Trump sea uno de ellos, a pesar de que los vea como sus mejores aliados y por lo tanto esté dispuesto a apoyar sus ideas, hasta cierto punto. Lo hemos visto en la forma en que forzó a Netanyahu a acordar un alto al fuego, algo que éste rehusaba vehementemente, echando mano de sus amigos evangélicos para evitar que Trump le conminara a aceptarlo, sin éxito. Pareciera que Trump tiene su propia agenda, errática. Lo que es un hecho es que se trata de un hombre de negocios, para quien Israel conlleva un valor económico; el día que deje de hacerlo podría cambiar de parecer. De cualquier forma, considero que el lobby evangélico en los Estados Unidos es un gran activo para Israel. La pregunta que hay que hacerse es si esto es suficiente para Israel, si puede sostenerse Israel solamente con el apoyo de los evangélicos cristianos, por poderosos que sean, porque están perdiendo a la comunidad judía, sobre todo en Estados Unidos.

—¿Ha alcanzado la deshumanización de los palestinos niveles insospechados?
—Creo que el ataque de Hamás del 7 de octubre eliminó todas las inhibiciones que aún persistían entre los israelíes al respecto de la deshumanización de los palestinos. Antes había más prudencia, no se escuchaba a primeros ministros ni a miembros del gabinete hablar de esa manera al referirse a los palestinos, en inglés al menos, eran mucho más cuidadosos. Ahora, todo el mundo habla abiertamente de una manera por completo deshumanizada. Es interesante subrayar cómo la Corte Internacional de Justicia utilizó el mismo lenguaje de los funcionarios israelíes para justificar que lo sucedido en Gaza ha sido un genocidio.
—Durante los últimos años hemos sido testigos de una creciente desconsideración hacia las principales instituciones multilaterales y el sistema internacional creado tras la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué implicaciones tiene esto?
—Es importante entender que esto va más allá de Gaza y de Palestina, se trata del futuro del mundo. Sin un sistema internacional que sea respetado, el mundo no será capaz de lidiar con retos que requieren de la cooperación internacional, como es el caso del calentamiento global, la pobreza y la migración. Considero que hay una grave crisis de confianza en el sistema legal internacional que afecta a todas las instituciones que conforman las Naciones Unidas. El Sur Global observa detenidamente cómo se ha conducido este sistema en el caso de Gaza, pues existe la percepción de que el sistema legal internacional opera bajo un doble estándar, hipócrita, que ha ayudado a Occidente a controlar el resto del mundo en lugar de fomentar la justicia global. Es irónico presenciar cómo los estadounidenses están contribuyendo a desmantelar el sistema que ellos mismos ayudaron a crear en 1945. Y esto es muy peligroso, un mundo sin un sistema internacional respetado es un mundo incapaz de lidiar con los problemas más acuciantes a escala global.
—¿Cómo podemos fortalecer y recalibrar el valor de la diversidad cultural, religiosa, étnica y lingüística en el interior de nuestras sociedades?
—Me parece que el concepto de Estado-nación, en tanto creación humana, inició con un buen propósito: poner fin a modelos políticos feudales, aristocráticos, absolutistas, imperialistas. Ante esta clase de ejercicio del poder, el Estado-nación ofrecía una alternativa más justa de gobierno, democrática si acaso. Sin embargo, hoy en día el concepto de Estado-nación se está convirtiendo en algo completamente distinto, en un proyecto racista que permite incluso mayor opresión que la de los modelos políticos a los que sustituyó, pues los actuales Estados-nación trabajan de la mano y en colusión con grandes imperios tecnológicos para imponer su agenda, que en algunos casos podríamos calificar como terrorismo de Estado. Esta es la era del populismo y me parece que se trata de un momento histórico que se repite. La historia, desde mi perspectiva, es cíclica, no lineal. El populismo es una llamarada, puede ser muy dañina al encenderse, pero carece del oxígeno suficiente para mantenerse viva. Y me parece que en esta ocasión también se extinguirá, como ya lo fue en el pasado.

—¿Por qué es importante diferenciar entre antisemitismo y antisionismo?
—Hoy en día es más importante que nunca, puesto que Israel alega antisemitismo frente a cualquier argumento que contenga críticas legítimas a su forma de actuar, con el propósito de silenciarlas. En este sentido, es importante que la gente que está genuinamente consternada por la supervivencia de los palestinos no sienta que no puede alzar la voz, no debe sentirse intimidada por estas presuntas acusaciones de antisemitismo. El sionismo nació como una manera de combatir el antisemitismo, como una opción válida, el problema fue que conllevó casi desde su inicio la idea de dotar a los judíos de un territorio para crear un Estado-nación basado en la especificidad de su religión y que se eligió el territorio de Palestina para ello, aunque implicara deshacerse de los palestinos. Aquí es donde confluyeron antisemitismo y antisionismo. El antisemitismo es el odio a los judíos por su religión, el antisionismo es oponerse a una ideología que causa daño a otra gente.
—En su libro menciona que la solución de dos Estados ha fracasado estrepitosamente porque sus premisas son erróneas. ¿Qué alternativa sugiere?
—Desde mi punto de vista, la única alternativa es la construcción de un solo Estado, laico y multicultural, compartido por israelíes y palestinos. Sé que se trata de una idea utópica, incluso poco práctica, no creo que pueda convencerse a los israelíes de renunciar a sus privilegios o a sus aspiraciones de eliminar a todos los palestinos, aunque eso no sólo depende de los israelíes. Creo que el único futuro es el establecimiento de un solo Estado democrático que garantice igualdad de derechos para todos, independientemente de su religión, etnia, lengua o género, tal como existe en algunas otras partes del mundo. No es en absoluto un sistema político ideal ni la panacea, quizá la democracia sea el menos malo de los modelos que existen, y ojalá algún día se invente uno mejor, pero es lo que más efectivo resultaría para Israel y para Palestina. Sobre esto hemos debatido, durante años, varios colegas y yo, y no sólo se trataría de adoptar un modelo democrático a la europea, sino de recrear las buenas cosas que teníamos en esta parte del mundo antes de la creación de los Estados-nación, antes del imperialismo y la división franco-británica. Una sociedad que incluya respeto por las identidades colectivas, la coexistencia del siglo XIX traída al siglo XXI, con la fluidez que había entonces y sin olvidar la historia de los últimos cien años. Emular lo que se decía en algún momento: los mejores libros se escriben en El Cairo, se imprimen en Beirut y se leen en Jaffa.