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Toumani Diabaté: músico global y ‘griot’

Diciembre 2022

En su revisión de los sonidos africanos, en esta última entrega de ‘África Recuerda’ Constanza Ordaz se detiene en Toumani Diabaté: músico maliense, intérprete virtuoso de kora, cuya obra ha logrado reconocimiento internacional: ha unido fuerza y talento lo mismo con Björk o Damon Albarn, que con Ketama o Taj Mahal. Aquí, Constanza Ordaz escribe: hoy, en la dinámica salvaje de la globalización comercial desaparecen muchos proyectos musicales finos y de un concepto logrado; en el caso de Diabaté, él ha logrado transitar por los escenarios musicales de muchos países sin disolverse su herencia griot.

Ya hemos hecho referencia en esta columna sobre el sincretismo y las fusiones. En la música africana combinar sonidos, instrumentos y músicos es parte consustancial de la elaboración musical. Algunas agrupaciones han persistido en mostrar un concepto de estas características, pero no se les da un resultado interesante.

La propia naturaleza, las tradiciones culturales y la continuidad musical son los ingredientes básicos que garantizan un resultado rico en voces, atmósferas y ritmos; por ello los griots deambulan por el mundo con una música que, a la víspera, se distingue por tener un sello propio. Esto nos lo señala el libro La música es el arma del futuro (Fifty Years of African Popular Music, Frank Tenaille, Editorial Lawrence Hill Books, Chicago, 2002).

Un griot en un mundo moderno

El maliense Toumani Diabaté nació en 1966, en el seno de una inminente familia de griots. Su padre, Sidiki Diabaté, inició el desarrollo de la kora —parecida al arpa, como un instrumento solista.

Tradicionalmente, el griot aprendía el arte a través de su padre, pero el aprendizaje de Toumani reflejó los cambios del mundo moderno: “Cuando regresaba del colegio, mi padre siempre estaba tocando en algún sitio, de modo que normalmente escuchaba casetes. Escuchaba los casetes de mi padre y de mi abuelo, y también de otros músicos como Bembeya Jazz, Miriam Makeba, incluso de Jimi Hendrix”.

El joven estudiante decidió conjuntar su antigua tradición con la innovación de artistas como Hendrix: “Aunque necesite pickups y toda la parafernalia normalmente asociada a la guitarra eléctrica. El mundo de hoy no es el mundo del siglo XVIII, así que el griot tiene que adaptarse, porque está aquí para comunicarse y tiene que encontrar nuevos medios de comunicación”.

A pesar de estas declaraciones, Diabaté tocó la kora sin la menor sombra de adorno en su estreno discográfico europeo, Kaira, en 1988; su virtuosismo era tan asombroso, el sonido tan denso y rico, que se vio la necesidad de recalcar en la portada: “Sin overdub ni el acompañamiento de otra kora”.

El impacto de Kaira proporcionó a Diabaté la oportunidad de intercambiar ideas con músicos de distintas culturas y así cumplir su misión de establecer la kora como instrumento musical.

El flamenco y la música mandinga

En Londres, ese mismo año (1988) realizó un concierto triunfal con músicos clásicos indios que, desafortunadamente, no vio ninguna grabación. En cambio, su estancia en Japón, en 1993, produjo el excéntrico Shake The Whole World, que utilizaba cincuenta y dos músicos de una orquesta simétrica, para mezclar las tradiciones mandingas y japonesas, con samplers y un cuarteto de cuerdas.

Sin embargo, el proyecto de Diabaté que ha conseguido mayor repercusión es su colaboración con Ketama: agrupación musical gitano español de flamenco-fusión y pop, formada originalmente a principios de la década de los ochenta por José Soto.

Diabaté conoció a Ketama en una fiesta en Londres, en 1988, compenetrándose perfectamente a pesar de la barrera lingüística. Se reunieron en un estudio con el coro femenino de Mory Kanté y el bajista británico Danny Thompson y, tras sólo dos ensayos, grabaron Songhai en cuatro días.

El álbum refleja el placer espontáneo de parientes lejanos explorando su abolengo común. Puesto que el flamenco y la música mandinga comparten raíces árabes, el híbrido de Songhai resultó tan orgánico que, según Diabaté, en África se le consideró “música maliense con un español cantando”, y, por el contrario, en España todo el mundo pensó que era “flamenco, pero con un maliense tocando”.

Cinco años después de Songhai, Diabaté volvió a colaborar con Ketama, esta vez aportando auténticas leyendas musicales: el hoy fallecido cantante Kasse Mady, proveniente de Kela —una aldea poblada totalmente por griots—, Bassekou Kouyate, virtuoso del ngoni —un laúd tradicional de cuatro cuerdas—, y Kélétegui Diabaté, maestro del balafón —xilófono de madera.

Toumani Diabate en la portada de su más reciente álbum, Toumani, Family & Friends (2022).

De Songhai 2 a la rumba

Si el éxito de Songhai se basa en la espontaneidad, el más limado Songhai 2 expone la confianza y madurez de una amistad profunda. Aquí en la rumba representa la divisa común, otra vez por razones históricas, ya que el palo nació de la confluencia de elementos españoles y africanos en el Caribe. Sin embargo, el interés de los protagonistas de Songhai 2 es menos académico y más actualizado.

En esta última década, Ketama ha lucido un rasgo salsero cada vez más marcado y el contingente africano se ha formado a pecho de estas palabras de Salif Keita: “Considero que todos los malienses tenemos el deber de amar la música cubana.” A pesar de la aclamación internacional ante sus diversos trabajos, la principal inspiración de Diabaté sigue siendo Mali. En 1993 dio la bienvenida el gobierno electo de Alpha Konaré, con estas palabras: “Hoy tenemos mucha libertad. Antes, cada vez que unos músicos se reagrupaban o separaban, la gente suponía que había una razón política detrás de ello; ahora los músicos estamos más despiertos: tenemos por primera vez nuestro propio sindicato”.

Pero el apoyo de Diabaté al nuevo gobierno no es incondicional y, en 1994, sus denuncias de corrupción le impidieron la autorización para viajar a España, con motivo de la celebración de un concierto junto a José Soto “Sorderita”, guitarrista y cantante de flamenco; aunque un año después sí le dejaron salir para grabar en Londres el álbum Djelika (1995), un modelo de música tradicional para oídos modernos, donde las melodías antiguas se conjuntan con citas del compositor y director Ennio Morricone.

Sin disolverse su herencia griot

En la dinámica salvaje de la globalización comercial desaparecen muchos proyectos musicales finos y de un concepto logrado; en el caso de Toumani Diabaté, él ha logrado transitar por los escenarios musicales de muchos países sin disolverse su herencia griot.

Esto quiere decir: un músico puede fincar la continuidad de su propio proyecto, en las raíces que constituyen su entorno cultural primigenio. Con esta convicción, Diabaté sigue viajando por el mundo instalando a la kora como instrumento esencial de las orquestas que se precien de ser universales.

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