ConvergenciasEl Espíritu Inútil

La ideología de las plantitas

Una ideología es un discurso que, por un lado, no es capaz de conectarse o relacionarse con ningún otro discurso o idea y, por el otro, que no tiene la más mínima influencia o efecto sobre la actividad o el comportamiento, de modo que se puede declarar con toda confianza que se ama a las plantas porque son seres vivos sin que ni por asomo pase que, por ejemplo, los millones de gentes en estado de indigencia también sean seres vivos.


La ideología de las plantitas comienza desde la más tierna infancia cuando el niño oye que le dicen: “Ay, mira qué linda florecita, no la vayas a maltratar porque le duele”. Lo cual le advierte que esas cosas son bonitas y no otras que él hubiera preferido. Ya luego en el kínder o jardín (para que le quede claro que no hay de otra) de niños la miss o maestra lo pone a dibujar a fuerzas, por la vía de la presión social, florecitas por doquier y seres humanos sonrientes, de modo que si no hay florecitas tampoco pueda haber sonrisa, y sabrá, de ahí en adelante, que tendrá que poner semicara de éxtasis con cada plantita que se tope. No tiene permitido dibujar piedras porque ésas no tienen vida, y si no gasta más que ninguna otra la crayola verde, la psicóloga de la escuela mandará llamar a los padres para ver qué problema hay en casa.

De las otras cosas de la misma talla que hay en el mundo (manijas, botellas, ladrillos, tostadores) no hay lecciones. A partir de ahí, ya queda obligado a opinar que las plantas son benéficas, a regar cada maceta que se le ponga enfrente, a asentir con aprobación cada vez que se entere de campañas de reforestación adonde llevan escolares acarreados a sembrar y adoptar arbolitos frente a los reporteros, y a hacer como que le duele en el alma cuando tocan, talan, cortan, podan o trasplantan un árbol en cualquier avenida, excepto los de navidad, que pueden ir talados, cortados, podados. Los adolescentes que queman hasta las chanclas siempre podrán justificarse en el nombre de la verdidad de la vida, de la pura verdeza.

La ideología de las plantitas se expresa ahí donde haya un escalón, un corredor, un rincón, un baño, un elevador, una tumba, es decir, donde hay una superficie, con el siguiente enunciado: “Aquí pueden ir unas plantitas”. Y no importa que la superficie sea vertical porque los ideologizados, delante de una pared, no piensan “pared”, sino que piensan “¡hiedra!”; y delante de la Victoria de Samotracia también creen que le faltan unas plantitas alrededor. Curiosamente, cuando ven un estacionamiento, no piensan nada. Por eso pueden prescindir de museos y bibliotecas toda vez que ahí no hay plantitas (si les ponen plantitas les tienen que poner goteras y quitar libros). Una ideología es un discurso que se repite de dientes para afuera, que suena bien y resulta cómodo, porque gracias a él ya se sabe que a todos les tienen que gustar los helechos, les guste o no; nadie puede quitar una jardinera porque lo ven feo; la palabra “vándalo” se usa para los que pisan el césped (la palabra “césped” se usa para que parezca más delicado); si a uno le regalan una macetita con un cactito o una petunia, parece tener la obligación de fletarse a encontrarle un lugar y cuidarla porque después le preguntarán que qué tal le va con su plantita, y uno no sólo tiene que responder, sino incluso que sonreír. Los domingos, por pura ideología, hay que ir a aburrirse a los parques y a esos lugares donde venden tierra de hoja. Cada vez que un político menor quiere adornarse con su electorado, pone flores en los camellones.

Una ideología es un discurso que, por un lado, no es capaz de conectarse o relacionarse con ningún otro discurso o idea y, por el otro, que no tiene la más mínima influencia o efecto sobre la actividad o el comportamiento, de modo que se puede declarar con toda confianza que se ama a las plantas porque son seres vivos sin que ni por asomo pase que, por ejemplo, los millones de gentes en estado de indigencia también sean seres vivos. Una ideología es una concientización que sale muy barata: es una idea que se restringe a sus macetas. La ideología de las plantitas es la cursilería que unifica a la derecha y a la izquierda, porque todos dibujaron florecitas de chiquitos, pero sirve para callar a la segunda porque ni modo que salga con que cómo vamos a cuidar a las plantas habiendo tantos pobres que alimentar, ya que le contestarían que cómo vamos a cuidar a los pobres habiendo tantas plantitas que regar, aunque esto dicho, más bien, en el tono trágico del sobrecalentamiento global y la destrucción de los bosques, y permite, al mismo tiempo, seguir tirando agua, contaminando a gusto, acabándose los recursos del planeta en hacer mercancías desechables, y ya en las grandes ligas, desalojando ejidos para hacer campos de golf (verdes), arrasando manglares para levantar hoteles (con mucho jardín) o especulando en las ciudades para construir condominios con macetones junto a los coches. Y con toda razón: la verdad es que los pobres no sirven para adornar el corredor.

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