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Enrique Fuentes y la excelsitud del oficio librero

Inópinadamente, en la segunda parte de su aventurera vida, el sociólogo saltillense Enrique Fuentes Castilla (1939-2021) se dedicó a localizar y luego poner a la disposición del lector especializado libros antiguos que trataran sobre México, ya fueran de historia, arqueología, arte, filosofía, de lo culinario e incluso de su propia profesión, que abandonó muy pronto para dedicarse a lucrativos empleos primero bancarios —como ejecutivo del Banco Mexicano—, más tarde en la compañía española de aviación Iberia —donde fue director comercial— y luego de la gran agencia portuguesa Viajes Abreu —ocupando su dirección general—. Cuando este hombre alcanzó el medio siglo de vida, en 1989, rescató la Antigua Madero, una librería fundada por Tomás Espresate en 1939 y que luego fuera administrada por Neus Espresate y por Ana María Cama, cuñada de Vicente Rojo —fundadores ambos, junto con José Azorín, de Ediciones Era—. Desde entonces y durante 32 años, este hombre impecable, de gran léxico pero también desparpajado y bromista, fue coleccionando amistades —más que clientes— y desarrollando su verdadera vocación como un feroz e implacable localizador de libros raros y poco comunes. Aquí, la crónica de una visita a la librería, ya localizada en en número 97 de Isabel la Católica con esquina en San Jerónimo, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.


El seco y polvoso calor de media tarde que asuela las calles céntricas de la Ciudad de México, adquiere rasgos de frescor y liviandad cuando se halla refugio entre los altos libreros de madera oscura y reluciente, todavía fragante, de la Librería Antigua Madero. Entre sus estanterías rebosantes que ofrecen un verdadero festín para el lector gustoso y urgido de conocimiento de volúmenes especializados en la historia, el arte, la antropología y la arqueología sobre México, la urbe ajada adquiere una cara más amable.

Del viejo candelabro que preside el centro de su sala central cuelga una pecera de vidrio que solamente contiene agua —una versión refinada de la espantamoscas bolsa de plástico llena de líquido de los tendajones callejeros— y la vista va de los libros a las reliquias que pueblan sus muebles: un gramófono con su altavoz de madera, relojes de bolsillo, postales y fotografías antiguas lo mismo de Tina Modotti que de Albert Einstein, y una sólida caja registradora metálica, marca National, de hace un siglo.

Ahí, siempre con la lengua lista para soltar un dato pertinente, una frase mordaz o incluso una broma de doble sentido, se encuentra don Enrique Fuentes, un viejo experto en el oficio librero siempre presto para gritar a los paseantes ocasionales que no atinan a soltar palabra alguna en sus visitas furtivas al lugar: “Salúdame primero porque tengo muy mal carácter”.

Los libreros, colocados unos pocos meses atrás, contra lo que pudiera parecer son longevos. Casi tanto como la historia de la Librería Madero, abierta en 1939 y luego refundada en 1951 por el exiliado español Tomás Espresate y el argentino Enrique Naval, que hubo de abandonar el histórico local  que ocupara durante largas décadas a la altura del número 12 de la calle Madero, casi en la esquina con el corredor peatonal de Gante, pues el aumento exorbitante de la renta forzó la reciente mudanza y obligó a que las maderas fueron desarmadas, tratadas y reestructuradas por carpinteros expertos, para conformar los actuales anaqueles que contienen, orgullosos, innúmeros títulos a disposición de bibliófilos, coleccionistas e investigadores especializados, un proceso que les llevó siete meses de trabajo, sufrimientos y dificultades.

Renombrada como Librería Antigua Madero, el establecimiento reabrió en el número 97 de la calle Isabel la Católica, en la esquina con Mesones, en la casa de la Acequia, sitio natal del politólogo Daniel Cosío Villegas.

Desde 1987, Fuentes, un sobreviviente de la matanza de Tlatelolco (en 1968), estudiante de Ciencias Políticas de la UNAM, director comercial en México de la editorial Nueva Alianza y director mexicano de la agencia de turismo portuguesa Abreu, la más antigua del mundo, tomó las riendas de la librería, que en ese entonces estaba a punto de desaparecer ya que tenía una deuda de dos años y medio de rentas caídas, además de pagos pendientes acumulados con pequeñas editoriales y el problema de la salida de buena parte de las oficinas y centros bursátiles del Centro Histórico tras los sismos de 1985.

El cambio de local, de cualquier manera, no cambió el fondo del problema de este viejo oficio: la cada vez más lenta recuperación económica que los libros significan para los libreros especializados. Y es que ser un buen librero exige lo mismo saber cargar libros que saber ubicarlos, y saber ser un buen prestador de servicios, pero el valor de este conocimiento no reditúa económicamente.

“El buen librero no es aquel que encuentra más rápido un libro, sino el que es capaz de leer el colofón, la contratapa, la página legal, el índice, el índice onomástico y descubrir con esas pistas los datos que le han solicitado. Pero ahora, el problema principal, y nosotros no estamos exentos, es que el librero se ha convertido en un apéndice de lo que las maquinitas —y señala una computadoras— le indican. No piensan más allá de la información que ahí encuentran”.

Para Fuentes es muy claro que las librerías de este tipo son espacios difusores de cultura y se vuelven sitios que resguardan el libro, no considerado objeto de consumo superficial, sino como uno de los artículos que todo ciudadano debe adquirir en este país.  En el actual sistema editorial, cualquier título que se coloque en los estantes de las librerías por más de tres meses comienza a causar pérdidas monetarias. Lo que mata al libro es la velocidad con la que debe venderse antes de salir de circulación y para una librería como la Antigua Madero, que mantiene en existencia los volúmenes que no se encuentran en otras librerías, cada libro comienza a cobrar, simplemente por permanecer en existencia y no ser devuelto, luz, agua, predial, renta, seguro social.

“Esa es la naturaleza de las librerías de fondos editoriales. Es una tarea loable, admirable, pero que no resulta lo redituable en ganancias económicas que debiera. Finalmente, esto no es un negocio, es una librería”.

En tanto, el trajín en el centro de la megaurbe continúa, implacable. Pero en este oasis no sólo cultural, sino climático, se respira el conocimiento, la inteligencia, la bonhomía y, sobre todo, la ligereza de Fuentes para compartir la vida cotidiana con la pasión irrefrenable por los libros y la creación de pequeños paraísos alejados de los modelos de negocios más depredadores.

Nota bene: este texto fue publicado originalmente en la revista Chilango, en octubre del 2012, como parte de un reportaje sobre oficios en peligro de extinción en la Ciudad de México en una versión recortada. Para rendir homenaje a don Enrique Fuentes Castilla —quien falleciera el martes 9 de marzo de 2021, a los 82 años de edad—, es que ahora lo recuperamos y publicamos en Salida de Emergencia.

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