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Ritchie Blackmore, Ian Gillan, Roger Glover, Nick Simper y Pete Townshend, octogenarios

Adultos mayores en el rock

Abril, 2025

“Parece bastante plausible ser hoy un músico de 70 u 80 años”, decía en 2021 el fundador de Jethro Tull, Ian Anderson, cuando tenía 73 años. Y advertía: “Podemos seguir siendo productivos y morir con las botas puestas”. Sí: el rock es ya un adulto mayor, y una gran parte de sus hacedores también. Es cierto: algunos se han adelantando en el último trance; otros, empero, siguen creando nueva música o sólo divirtiéndose en los escenarios. En este 2025, varios de sus protagonistas se vuelven octagenarios: Pete Townshend, Ritchie Blackmore, Ian Gillan, Roger Glover y Nick Simper. El cronista musical y periodista Víctor Roura nos habla de ellos.

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El artista y el hombre no son siempre la misma cosa. Nos hallamos, entre los artistas, a numerosos charlatanes, envidiosos, golpeadores de mujeres, corruptos, derechistas convenencieros, sumisos complacientes (“roqueros insurgentes, modernos complacientes” cantan Ana Belén y Víctor Manuel en la pieza “La Puerta de Alcalá”), cretinos, ambiciosos, codiciosos, barbajanes, etcétera: detrás del artista no siempre está la personalidad crítica, de criterio definido, reflexivo, austero, solidario.

Es así y la situación no va a cambiar, ni con las novedosas redes sociales (¿no el influencer Mr Anime, con cientos de miles de seguidores, acabó asesinando a sus padres nomás porque sí?)

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Con su música, el Festival de Woodstock, el de 1969, estableció, de algún modo, las bases de los grandes conciertos de rock en el mundo, que tasaría su no convencionalismo en una de sus premisas fundamentales, premisa que, con el tiempo (han transcurrido ya once lustros, después de todo), ha ido perdiendo su naturaleza progresista para destacarse en su perfil consumista. Estas celebraciones masivas eran el punto opuesto a los jolgorios tradicionales de los cantantes artificiales. No podía ser lo mismo observar una predecible audición de Frank Sinatra que asistir a una fiesta azarosa de Frank Zappa.

Si Woodstock es memorable por algo, lo es por su manifestación heterodoxa.

Los roqueros eran los que ponían las condiciones a la industria, rompiendo, por fin, las ataduras disciplinarias de los ejecutivos de la música.

El sociólogo brasileño Roberto Muggiati (1937) apuntó, en su momento, que “Woodstock fue uno de los grandes acontecimientos del siglo XX. Obligó a la gran prensa a dar mayor atención a la contracultura. Cuando miles de jóvenes comenzaron a congestionar las carreteras que llevaban al local del festival, el New York Times se preguntó: ‘¿Que cultura es ésta, capaz de engendrar tal colosal confusión?’ Dos días después, influido tal vez por las dimensiones de la reunión, el mismo periódico se retractaba, en un editorial más benigno, en el que decía que Woodstock era, esencialmente, un fenómeno de inocencia”.

Time decía, por su lado, que Woodstock sería el mayor happening de la historia, y fue precisamente esta revista la que llamó “subcultura” a todo lo que proviniera del rock. Los roqueros dijeron que no era “subcultura” sino “contracultura”. Sin embargo, el asunto se transformó rápidamente (como no ocurriera en el festival de Monterey, realizado dos años atrás, en 1967) en un negocio redondo. Salieron paquetes de discos, botones, una película, camisetas, publicaciones. Abbie Hoffman, fallecido el 12 de abril de 1989, reconstruiría parte del rompecabezas en su libro Woodstock Nation (Vintage Book, 1969) y Jerry Rubin lo haría en el volumen Do it (Simon & Schuster, 1970).

Ambos se enfrentan con la Gran Duda.

Estuvieron presentes en Woodsrock, pero finalmente no supieron bien a bien qué fue lo que pasó, aunque Rubin se vanagloriaba de haber poseído a su nación por lo menos durante tres días: “Los capitalistas no han podido impedir nuestra reunión. Nuestro divertido ejército ha derrumbado las barreras que había levantado para separarnos de nuestra música. Y los cerdos capitalistas han tenido demasiado miedo para entablar batallas. Durante tres días hemos sido dueños del terreno, lo hemos gobernado a nuestra manera. Hemos instalado tiendas gratuitas para tronar a los vendedores de comida. Nos hemos apretado unos contra otros para protegernos de la lluvia. Hemos visto lo numeroso que somos. Y esto nos ha hecho comprender que somos invencibles”.

Demasiado optimista, el de Rubin (1938-1994).

Pete Townshend en una imagen de 2025. / Foto: petetownshend.net / Melissa y Gary Hurley.

Por ese estilo va también Hoffman, quien fuera golpeado en la nuca por el guitarrista londinense Pete Townshend, ahora octogenario (nació el 19 de mayo de 1945) de los Who, cuando el escritor pedía por el micrófono la libertad del poeta John Sinclair (1941-2024). Pero nadie lo dejó hablar. El organizador Mike Lang (1944-2022) le prohibió hablar acerca de eso.

—No me metas en problemas, Abbie —le dijo.

Lang no quería que en su festival se hablara sobre la mariguana, motivo por el cual Sinclair se hallaba en prisión (bueno, ése era el pretexto). Nadie hizo caso a Hoffman. Hasta el propio “contestatario” Townshend se metió a defender a Lang. Quizá por lo mismo, el poeta Sinclair escribió desde su celda: “Muchos periodistas hablaron de Woodstock como si fuera un campo de concentración hippie, o dijeron que era posible entrar en la onda, como si existiera un campo de concentración tan avanzado como aquél en donde cada quien pudiera quedarse en lo suyo y no tener que aguantar el sinfín de enfados que existe en el mundo. No es de admirar que los negros no tengan respeto hacia esos débiles mentales. Empero, es nuestra tarea educar al pueblo y es urgente hacerlo, o al contrario será mejor mandar todo al diablo y olvidar lo demás: cuando menos, así pienso yo. Rehúso pertenecer a una nación de imbéciles que permanecen sentados consumiendo drogas y oyendo discos mediocres. Eso me harta por completo. Y los demás, los ‘políticos’, son tan mediocres como los hippies y su cultura igualmente mediocre. Los discos que oyen son aún peores”.

Y si Pete Townshend, responsable del álbum Who’s Next, realizado en 1971, —sólo dos años después de Woodstock—, disco que signa la contracultura de la década setentera, y si este guitarrista, digo, actuó de esa manera convencional y derechista en Woodstock —por supuesto a espaldas de la enfervorizada audiencia—, ¿qué podría esperarse de la mayoría de los galardonados con los Grammy, el premio que se otorga a sí misma la industria fonográfica?

Los años, ciertamente, no se detienen nunca: Townshend, líder de los Who, está a unos días de llegar a las ocho décadas de vida, mientras el cantante de esta banda inglesa, Roger Daltrey, el año pasado, el 1 de marzo, ya las había cumplido: los otros dos miembros originales, el baterista Keith Moon y el bajista John Entwistle fallecieron, el primero, el 7 de septiembre de 1978 a la edad de 32 años y, el segundo, el 27 de junio de 2002 a la edad de 77 años.

Ian Gillan en una imagen de 2022. / Foto: Stefan Brending (Wikimedia Commons).

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Deep Purple sin Ian Paice (29 de junio de 1948), Ritchie Blackmore (14 de abril de 1945), Ian Gillan (19 de agosto de 1945), Roger Glover (30 de noviembre de 1945) y Jon Lord (9 de junio de 1941 / 16 de julio de 2012), no necesariamente en ese orden, sencillamente no es, no podría ser, Deep Purple, aunque todos saben que en los primeros meses de 1968, cuando se forma la banda británica, no estaban Gillan ni Glover sino, respectivamente, Rod Evans (19 de enero de 1947) en el canto y Nick Simper (3 de noviembre de 1945) en el bajo, si bien en Deep Purple también han cantado David Coverdale (22 de septiembre de 1951) entre 1973 y 1976, Glenn Hughes (21 de agosto de 1951) entre 1973 y 1976, y los estadounidenses Tommy Bolin (1 de agosto de 1951 / 4 de diciembre de 1976) entre 1975 y 1976, poco antes de su deceso, y Joe Lynn Turner (2 de agosto de 1951) entre 1989 y 1992 después de haber participado en el grupo Rainbow de Blackmore quien lo fundara en 1975 sin dejar de pertenecer a Deep Purple acabando su carrera como solista, a partir de 1998, denominándose Blackmore’s Night siendo, de todos ellos, el músico con mayor número de grabaciones en su haber: más de una treintena.

Acaso después de Budgie, formado en 1967, fueron las también bandas británicas Deep Purple, Black Sabbath y Led Zeppelin (en marzo, a mediados y en noviembre del mismo año: 1968) las agrupaciones principales de la construcción del heavy rock.

Deep Purple era, en efecto, muchos Deep Purple de acuerdo a la formación musical de ese momento, si bien nada como el Purple de Lord, Paice, Glover, Blackmore y Gillan.

Ritchie Blackmore. / Foto: Ritchie Blackmore Official Site.

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Rod Evans, el primer vocalista del Morado Profundo, dice:

—El nombre de Deep Purple está ya establecido. Ese es nuestro problema, a la vez. No nos sentimos limitados como músicos, pero sí por la imagen que se ha formado Deep Purple, por su legado musical. Esa es nuestra limitación, no somos nosotros los limitados. Es que el grupo tiene ya una historia. Y tenemos que seguirla. Nuestras posibilidades se limitan a esa historia, a ese legado musical que ha dejado la banda. Tenemos que vivir de nuevo esa historia.

El conjunto es reconocido como uno de los iniciadores, tal vez el más difundido, de la corriente del heavy metal. Rod Evans grabó, en unión de Jon Lord, Ian Paice, Ritchie Blackmore y Nick Simper, los tres primeros larga duración del Purple. Abandonó al conjunto en 1970, siendo remplazado por Ian Gillan.

—¿Qué hizo después?

—Estuve con unos integrantes de Iron Butterfly, canté con Johnny Winter y formé parte de Captain Beyond.

Evans había sido el único miembro original de Deep Purple (los otros músicos, ajenos por completo a la banda inglesa, eran Tony Flynn, Tom de Rivera, Geoff Emery y Dick Jurgens III) cuando este grupo se presentó el 28 de junio de 1980 en el Estadio Azul de la Ciudad de México.

Evans descansaba frente a la piscina del hotel donde se hospedaban cuando hablé con él. Tomaba el poco Sol que se advertía en la tarde gris. Estaba cubierto con una toalla.

—¿Por qué formar al grupo otra vez con músicos nuevos?

—No fue idea mía ni de los músicos —respondió—. La idea fue del manager, Bob Baron. Y se debió a que había mucha demanda, muchos llamados para que se volviera a reunir y ofrecer conciertos. Fue algo así como una necesidad. Hacía falta Deep Purple.

Roger Glover en una imagen de 2017. / Foto: Frank Schwichtenberg (Wikimedia Commons).

Sólo tenían tres meses de haberse reintegrado. Son cinco. Sólo Rod Evans había participado en un Deep Purple anterior, si bien muy poco les duró el gusto porque Deep Purple (es decir, los miembros que sí habían participado en el grupo), mirando la escena, pronto decidieron reintegrarse frustrando económicamente a los músicos que empezaban a despacharse financieramente de un nombre que les era ajeno… con la excepción, claro, de Rod Evans.

—¿A quién le pertenece legalmente el nombre del grupo?

—Es una corporación que se llama Deep Purple y los actuales dueños son Geoff Emery, Anthony Flynn y yo.

Y de nuevo su vista estaba en el agua de la piscina. El Sol se escondía cada vez más. Emery y Flynn, organista y guitarrista respectivamente, visitaron México a principios de 1980 cuando integraban Steppenwolf.

Rod Evans dijo en ese momento que ni Lord ni Blackmore ni Paice (miembros también originales de Deep Purple) querían “volver a formar el conjunto. Realmente la gente que hace los problemas son los ex manejadores o ex productores de Deep Purple, porque todavía ven una oportunidad de tratar de juntarlos para volver a sacar provecho del nombre. Pero a los músicos no les interesa esto. Ellos estuvieron con Purple mientras pudieron. Le sacaron el mejor provecho. Ya después tuvieron oportunidad de hacer sus propios grupos y prefirieron ese camino”.

—¿Habrá temas nuevos en el repertorio?

—En realidad no hemos tenido tiempo para componer. Es que en nuestra situación también es difícil crear nuevos temas. Existen 15 álbumes de Deep Purple [contando los grabados en vivo, pues hasta ese año, 1980, Deep Purple contaba con un registro de una decena de grabaciones de estudio, de un total, luego, de poco más de 25 hasta 2021] y nos tenemos que resignar a tocar las piezas de esos elepés. Todo mundo tiene diferentes discos y, por lo tanto, todo mundo tiene una pieza favorita de tal disco. Y al asistir a un concierto de Deep Purple, al pagar su boleto, por lógica quiere oír que toquemos su pieza favorita. Sería espantoso y horrible que nos presentáramos y no tocáramos las canciones que el público espera que toquemos. Es imposible. Y eso nos limita, digamos, un 75 por ciento.

—Entonces, sus posibilidades musicales sí se ven limitadas…

—Sí, porque es como una obligación la que sentimos. Es como sí el público nos obligara, con su presencia física, a tocar las piezas conocidas. No podemos subir y tocar diez piezas nuevas que nadie va a conocer. Nuestra obligación es tocar lo que los asistentes conocen, lo que ellos reconocen como Deep Purple. Y no nos sentirnos mal por eso. Al contrario, nos sentimos agradecidos porque por esas viejas canciones es que la gente pide que regrese Deep Purple. Por eso estamos tocando de nuevo.

Nick Simper & Nasty Habits en el Reigen Live, en 2022. / YouTube-captura de pantalla.

—¿No hay reclamo del público cuando ve a un Deep Purple con otros músicos que le son ajenos?

—No hemos tenido problemas —y un airecillo fuerte presagiaba ya la lluvia: Evans permanecía impasible—. Quizás al principio se exija la presencia visual, pero luego de la segunda canción se olvidan de ello y están con nosotros. No hemos tenido, hasta hoy, problemas en cuanto a que la gente demande la devolución de su dinero porque no somos el grupo que esperaba ver. Además, éste es el quinto cambio que ha habido en Deep Purple desde que comenzó. Y la gente ya sabe que el grupo es de los que no duran mucho tiempo con los mismos elementos.

—Eso significa que ustedes saben que no van a durar…

—No se puede saber —dijo Evans entre sonrisas, mas lo cierto es que no grabaron un solo disco y en meses se disolvió esta asociación—, pero como han sido las cosas en el pasado, se puede dar el caso de que no duremos mucho tiempo juntos. Nuestra idea es que sigamos lo más que se pueda. Aún no hay ningún choque de personalidades y vamos a continuar mientras esto resulte un negocio lucrativo.

La tarde era grisácea. Rod Evans, inglés como es, no miraba hacia arriba. Aseguraba:

—Tal vez hagamos nuestra propia marca disquera y sólo faltaría conseguir los derechos para la distribución. Podemos regresar, en caso dado, a la Warner Brothers, con la que estuvimos. Pero ahora no tenemos nada. Pensamos entrar al estudio de grabación en octubre.

—No habrá cambio alguno en la línea melódica para el futuro.

—Sencillamente, no se puede. Deep Purple es ya Deep Purple —finalizaba Rod Evans, que ya no vería ningún octubre para entrar a la grabación.

Y, en efecto, pese a no ser el Deep Purple que todos conocían, no hubo un solo reclamo de la gente que desbordó el Estadio Azul.

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