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Siete décadas y media de Tom Waits

¿Existirán los centros nocturnos en el cielo?

Noviembre, 2024

Su faceta más conocida es la de músico, cantante y compositor, aunque también ha ejercido de actor, sobre todo en los últimos años. Nació en Estados Unidos en diciembre de 1949, por lo que en este 2024 cumple 75 años de vida. Y sí: queremos celebrarlo. Y es que, dentro del espectro de la cultura pop, pocos como él pocos como Tom Waits tan indómitos e inclasificables. Influenciado a partes iguales por la literatura y la música menos comercial en sus letras hay reminiscencias por ejemplo a la generación beat, envueltas finamente con elementos del jazz, el rock industrial, el pop de autor, el bluegrass o el vodevil, pocos son los que se resisten al oscuro encanto de sus canciones. El periodista y cronista musical Víctor Roura le dedica estas líneas.

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Oyente disciplinado —o acaso resignado— de Los Tres Ases en su infancia, ya que su padre era maestro de español en Los Ángeles y visitador frecuente de un México que adoraba (de ahí la afirmación freudiana acerca de que su tétrica voz es finalmente el resultado brutal del abandono paterno cuando el niño contaba con 11 años, y también de ahí que Tom Waits declarase en 2004 en el Cuestionario Proust a Cantinflas como la figura histórica con la que más se identifica en la vida), reconoce sin embargo entre sus influencias directas a Mose Allison, Thelonious Monk, Randy Newman, George Gershwin, Irving Berlin, Ray Charles, Stephen Foster… ¡y Frank Sinatra!, cantante conservador y preocupado enormemente por el éxito, a diferencia de Waits (“no tengo éxito, soy sólo un rumor”), quien —antes de su matrimonio en 1980 con Kathleen Brennan, revisadora de guiones de Coppola— llevaba una vida caótica y embriagadora, inadvertido de su propio minoritario estrellato.

Ahora Tom Waits, este habitante de moteles desquiciados, cumple siete décadas y media el 7 de diciembre de 2024. Este californiano era, él mismo, uno de sus protagonistas en sus sucias canciones: “Con Waits no hay forma de distinguir lo real de lo imaginado —escribió en 1981 Johnny Black en el London Trax—. En persona, como en sus álbumes, es capaz de eludirte, hacerte pensar en lo que ha inventado, en qué ha adornado y dónde coinciden los hechos con la ficción”.

Y si bien después de su matrimonio con Brennan, la coproductora y también coletrista de sus discos, ha dejado de beber (Waits, no Kathleen) de modo exultante y su vida ha sido plácidamente hogareña, cuando se tiene oportunidad de oírlo en vivo, cosa cada vez más extraña, su público no deja un boleto en la taquilla para comprobar si de veras en directo puede aullar de esa manera sórdida y bella, angustiante y estremecedora, como lo hace inverosímilmente en sus grabaciones.

Tom Waits. / Foto: Jesse Dylan.

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Brian Brannon le preguntó una vez de dónde provenían sus canciones rebosantes de melancolía.

—Demasiado vino —respondió Waits—. La mitad de mí se siente como un martillo neumático, me encanta gritar y dar patadas y arrojar piedras. Pero hay otra parte de mí que es como ese viejo de la esquina que ha tomado mucho vino. A veces soy demasiado sentimental por mi propio bien.

Sus álbumes conservan algo del prodigio del cantor que canta para sí mismo sin saber que, a la vez, está cantando para numerosas personas, lo cual es una virtud del artista señero, ahora desalojado de los estudios discográficos, siempre dispuestos éstos para los complacientes músicos que organizan de inmediato sus clubes de fans en la salida de su primer disco. Por ejemplo, el triple álbum de Waits: Orphans: Brawlers, Bawlers & Bastards, de 2006, tanto como Rain Dogs, de 1985, y Mule Variations, de 1999, son grabaciones impresionantes por sus acabados meticulosos, logrando efectivamente en bastantes piezas la conmoción en el escucha, al grado de producirle la rendida sensación de que uno está ante un célebre cantor de la talla, no sé, de Bob Dylan, Leonard Cohen, Nick Cave, Neil Young, Bruce Springsteen, Lou Reed, Jackson Browne, David Byrne o Van Morrison, artistas indoblegables (aunque, cierto, Reed grabó, ¡ay!, comerciales para empresas transnacionales), introducidos en el mundo quimérico y ensoñador, utópico y fantasioso, de la música alborozada, eufórica, excitante e íntima, de ésa que sin necesidad de oírla por la fuerza en la radio o sistemas digitales se te mete directamente en el corazón.

Tom Waits durante una entrevista en 2021 para ARTE documentary. (Captura de pantalla)

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Porque la música de Waits, en el contexto mundial, no tiene parangón, y esto se debe, quizás, a que él solo se complica, digamos, la vida, pues en lugar de utilizar una guitarra, un piano, bajo y batería, con los que pudiera crear decenas de irresistibles piezas como “Hold on”, o “Time”, o “Downtown train”, o “Sea of love”, se ocupa de arreglar sus composiciones (en las cuales se visibiliza su notoria habilidad en el dominio de la melodía) mediante una compleja trama de (a veces inexplicables, a veces reposadas, a veces oscurecidas, a veces carnavaleras, las más humedecidas en recovecos jazzísticos) sonoridades provenientes de instrumentos como caliopes, aunglomgs metálicos balineses, armónicas de cristal, sierras, órganos neumáticos, acordeones, melotrones, boo-bams de bajo, frenos de disco, tambores de desfile, un enigma (construido por él mismo compuesto por vaya uno a saber qué artefactos inservibles, tal como hacían los Le Luthiers), incluso cantos de gallos y de mulas, todo con tal de crear una personalísima ambientación ilustradamente roquera (amalgamada en “blues trágicos, jazz narcotizado, siniestra ópera alemana y delirantes, ebrios, mambos de feria ambulante”, como apunta la periodista Elizabeth Gilbert) que lo ha convertido en un ser monumentalmente solitario, apenas preocupado acaso por dos cosas en la vida, que no tienen nada que ver con famas y prestigios: una se la dijo a Don Lane en el show televisivo de esta figura mediática, quien en abril de 1979 le preguntó a Waits si le preocupaban sus logros.

—¿Que si me preocupa lograr lo que pretendo? —contrarreplicó Waits.

—Sí.

—Me preocupan un montón de cosas, pero no los logros. Principalmente lo que me preocupa ahora es saber si existen centros nocturnos en el cielo…

Y dos décadas después, en 2002, confesó a GQ su otra gran preocupación:

—La araña macho. Después de tejer cuatro hebras de su red se aparta a un lado, levanta una pata y las rasga. ¿Qué acorde toca? Esto atrae a la araña hembra. Siento curiosidad por ese maldito acorde…

Pero no ha obtenido ninguna respuesta satisfactoria hasta ahora, de allí que siga haciendo canciones desconcertantes, buscando probablemente certezas que nadie puede —en este mundo visible— corroborar, ni afirmar, ni adivinar, ni sospechar.

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