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Nadie pudo desmentir los informes de WikiLeaks, pero el preso es Assange

El gobierno británico dio luz verde a la extradición del periodista y activista de Internet a Estados Unidos; de cumplirse el fallo, se envía un mensaje escalofriante a los periodistas de todo el mundo.

Junio, 2022

El gobierno británico le dio luz verde a la extradición de Julian Assange a Estados Unidos por cargos de (supuesto) espionaje. El creador de WikiLeaks tendrá 14 días para presentar su apelación y evitar que Washington le caiga con todo por haber filtrado documentación sensible hace 12 años. Comienza de este modo la última ronda de recursos ante los tribunales británicos, con la que sus abogados intentarán evitar su entrega. Amnistía Internacional ha sido contundente: “No hizo nada malo. No ha cometido ningún delito y no es un delincuente. Es periodista y editor, y está siendo castigado por hacer su trabajo. En el siguiente texto, el periodista y comunicólogo uruguayo Aram Aharonian pone los puntos sobre las íes: se quiere penar al denunciante, no a los perpetradores. La verdad ha sido asesinada. El periodismo también”.

La indecencia del poder y la manipulación del imaginario colectivo se suman a la ignominiosa decisión de la ministra del Interior del Reino Unido, Priti Patel, quien autorizó la extradición a Estados Unidos del informador australiano Julian Assange, fundador de WikiLeaks, acusado por Washington de 17 cargos de espionaje y uno por supuestos delitos cibernéticos.

Lo curioso de todo esto es que jamás Estados Unidos desmintió los hechos que revelaban los 700 mil documentos de la Casa Blanca y el Pentágono, en su mayoría sobre las barbaries cometidas por ellos mismos —es decir, Estados Unidos— en Irak y Afganistán, filtrados por WikiLeaks: torturas, asesinatos, masacres, espionaje, manipulación. O sea, se quiere penar con 175 años de prisión (que difícilmente nadie pueda cumplir) al denunciante, no a los perpetradores. La verdad ha sido asesinada. El periodismo también.

Un comunicado del ministerio del Interior británico afirma, en supuesto tono humanitario, que la extradición no puede ser opresiva, injusta o un abuso procesal y que tampoco se ha determinado que sea incompatible con sus derechos humanos, incluyendo su derecho a un juicio justo y a la libertad de expresión. Assange fue arrestado en 2019, después de pasar más de siete años refugiado en la embajada de Ecuador en Londres.

Seguirá preso, porque para el poder occidental y cristiano es mucho mejor criminalizarlo a él que aceptar las culpas de genocidio, torturas y toda la miseria de las acciones militares y de gobierno no sólo de Estados Unidos, sino también de sus aliados, en especial el Reino Unido. Quienes lo juzgan son quienes debieran estar presos y condenados por la Corte Internacional de Justicia, por todas las graves denuncias jamás rechazadas.

La hipocresía y la falsedad de las expresiones de Patel resultan evidentes a la vista de las revelaciones sobre el espionaje ilegal que la estadounidense Agencia Central de Inteligencia llevó a cabo sobre Assange, en el curso del cual interceptó conversaciones entre éste y sus abogados con la finalidad de debilitar las estrategias de defensa legal del acusado.

Por enésima vez los medios publicitan lo que Naciones Unidas calificó de tortura: el trato que recibe Assange en esa especie de Guantánamo británico en el que está recluido, después de más de una década de confinamiento domiciliario y aislamiento carcelario. Las «noticias» sobre Assange apenas son notas judiciales. Dan cuenta del destrozo que le han provocado. Es un paria enajenado, un asperger deprimido al borde del suicidio, señala en un artículo Víctor Sampedro Blanco, catedrático de Comunicación Política en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid.

“A Assange lo ajustician en bucle. Los medios que se lucraron con sus filtraciones publicitan su castigo y encubren su gesta. Apenas ejercen de notarios correveidiles y perros falderos de los torturadores. Assange sería libre si tan siquiera uno de los directores que publicaron sus filtraciones —pongamos en El País, Le Monde, The New York Times o The Guardian— se hubiera autoinculpado de los cargos que pesan sobre el hacker australiano”, añade el español.

Asumir como propio el delito de investigar y revelar verdades habilita para ejercer el periodismo. Autoincúlpándose las feministas lograron el derecho al aborto y los insumisos acabaron con el servicio militar, recuerda Sampedro.

“Cualquiera que se preocupe por la libertad de expresión debería estar profundamente avergonzado de que la ministra del Interior haya aprobado la extradición de Julian Assange a Estados Unidos, el país que planeó su asesinato”, señala el comunicado de WikiLeaks. Amnistía Internacional puso el grito en el cielo. Su secretaria general, Agnès Callamard, advirtió que “permitir que Julian Assange sea extraditado a Estados Unidos envía un mensaje escalofriante a los periodistas de todo el mundo”.

Acallar a Assange a cualquier precio

Los sucesivos gobiernos estadounidenses se empecinaron en fabricarle delitos imaginarios. No cabe acusar de espía a quien no sirvió a potencia alguna, sino que trabajó para informar a la opinión pública internacional.

Y, por añadidura, la determinación impone una intolerable limitación al derecho a la información de las sociedades. Hoy, Julian Assange se encuentra recluido en la prisión londinense de alta seguridad de Belmarsh —lo está desde abril de 2019— y sujeto al acoso judicial por los gobiernos de Estados Unidos, Suecia y Gran Bretaña desde 2010.

Es claro que las maniobras entre Washington y Londres para consumar la farsa judicial constituyen un inequívoco mensaje de escarmiento para todo el gremio periodístico del mundo: el poder público de esas naciones no tolera ser exhibido en sus actos delictivos, en su corrupción y en su indecencia, y se vengará de quienes se atrevan a ponerlo en evidencia, dice un editorial del diario mexicano La Jornada.

Assange brindó un servicio trascendente a la transparencia y a la información, al entregar a La Jornada (como a otros medios del mundo) miles de cables diplomáticos enviados al Departamento de Estado por la embajada y los consulados estadounidenses en ese país en los que se registró la descomposición del gobierno de Felipe Calderón y su sumisión ante Washington, en el contexto de la Iniciativa Mérida.

Decenas de organizaciones internacionales denunciaron los atropellos, arbitrariedades y violaciones a los derechos fundamentales en el juicio en contra del fundador de WikiLeaks, entre ellas, la Relatoría de la Organización de Naciones Unidas sobre la Tortura y Amnistía Internacional, pero la decisión estaba tomada en los más alto niveles de la “inteligencia” estadounidense y británica: hay que acallar, aniquilar al mensajero.

Todavía usted puede encontrar en las redes el video Asesinato colateral, que grabó desde un helicóptero militar el homicidio de 12 civiles —entre ellos, dos periodistas de la agencia Reuters— en la Bagdad ocupada por las tropas estadounidenses en julio de 2007. El video muestra el momento en que el grupo de ciudadanos fue ametrallado por los tripulantes, quienes unos segundos más tarde perpetraron otro ataque sobre una familia iraquí que acudió en ayuda de los heridos.

Los autores materiales, intelectuales y políticos de ese crimen —y todos los otros— no fueron llamados a cuentas nunca, pero quienes enteraron al mundo de ese hecho —la exsoldado estadounidense Chelsea Manning y el propio Assange— fueron sometidos desde entonces a un implacable acoso judicial que, en el caso del australiano, desemboca ahora en la aprobación para que sea extraditado a Estados Unidos.

Si algo puede sorprender, es que los sucesivos gobiernos estadounidenses jamás desmintieron ninguna de las filtraciones y los informes de WikiLeaks y todos los responsables siguen libres y… haciendo campaña contra Assange.

El gobierno estadounidense exigía el encarcelamiento del australiano mientras procesaba a la informante principal de Assange, la soldado Chelsea Manning, ganando tiempo para armarle 18 imputaciones por delitos graves. No se trata de un acto de justicia, sino una acción de venganza contra quien destapa los muchos trapos sucios de USA y un escarmiento dirigido a informadores y periodistas para que no se atrevan a exhibir las miserias internas del poderío estadounidense.

Wilkipedia reprodujo sus hallazgos en una serie de diarios de gran tirada a lo largo y ancho del mundo, a los que la “justicia” de Washington y Londres no se animó a atacar.

¿Será que Assange fue quien comandó a los soldados de Estados Unidos acribillando a gente desarmada en el suburbio de Bagdad, en abril de 2010, evidenciado en el vídeo Collateral Murder?

¿Será Assange el responsable de las violaciones de los derechos humanos en Irak y Afganistán? WikiLeaks publicó (julio de 2010) más de 90.000 documentos desclasificados que demostraban las graves violaciones en Irak y otros 400.000 documentos (octubre de 2010) que destapaban la atrocidades ocultas en Irak.

¿Será Assange quien envió los correos del director de la CIA John Brennan, en los que habla de tortura en los interrogatorios a los sospechosos de terrorismo? ¿Es quien escribió las comunicaciones del gobierno estadounidense con sus delegaciones diplomáticas, entre la que informaba sobre el paso de los vuelos de la CIA con presos que iban con destino a Guantánamo?

¿Será quien detuvo sin causa a cientos de afganos e iraníes y los torturó salvajemente en los campos de concentración de Bucca, Guantánamo y Abu Ghraib? ¿O quizá quien escribió el manual del Ejército de USA para los soldados en Guantánamo?

¿Sería Assange quien dirigía la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) cuando realizó escuchas secretas del encuentro entre Ángela Merkel y el secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, o cuando espió la reunión privada entre el italiano Silvio Berlusconi, el francés Nicolás Sarkozy y Merkel y grabó escuchas de una conversación entre Berlusconi y el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu?

¿Será Assange quien redactó los 30 mil comprometedores correos de Hillary Clinton en marzo de 2016 o las 27.000 comunicaciones del Comité Nacional Demócrata (CND) y 50.000 correos electrónicos de John Podesta, jefe de la campaña presidencial de Clinton, donde acusaba a Arabia Saudí y Qatar de apoyar a la terrorista Estado Islámico (Dáesh)?

¿Habrá sido Assange quien redactó la guía secreta que empleaban los agentes de la central estadounidense de inteligencia CIA para infiltrarse en Europa bajo identidades falsas y reveló que los espías de USA manejaban el manual de control de fronteras de la Unión Europea (UE), filtrando los informes del programa ‘Checkpoint’ de la CIA?

No, obviamente no. Los criminales están y seguirán libres, defendidos por el establishment, el lawfare y la parafernalia de los medios hegemónicos. El delito de Assange fue informar sobre lo que sucedía, basado sólo y exclusivamente en los informes de los organismos de (in)seguridad estadounidenses.

Dolor de madre

En una carta abierta, Christine Ann Assange, madre de Julian Assange, señala “el dolor de ver a un hijo sano deteriorarse lentamente, porque se le negó la atención médica y sanitaria adecuada en años y años de prisión; la angustia de ver a mi hijo sometido a crueles torturas psicológicas, en un intento de romper su inmenso espíritu; la constante pesadilla de que sea extraditado a USA y luego pasar el resto de sus días enterrado vivo en total aislamiento”.

A esto añade “el miedo constante de que la CIA pueda cumplir sus planes para asesinarlo; la ola de tristeza cuando vi su frágil cuerpo caer exhausto por un mini derrame cerebral en la última audiencia, debido al estrés crónico” y señala que “muchas personas quedaron traumatizadas al ver una superpotencia vengativa que usa sus recursos ilimitados para intimidar y destruir a un individuo indefenso”.

Adiós al periodismo

Rara avis WikiLeaks, porque cada vez son menos los periodistas activistas de la transparencia y son reemplazados por quienes se preocupan de las relaciones públicas del poder. Las redacciones ya no hacen periodismo, sino publicidad corporativa y propaganda política disfrazada de noticias.

No resulta sencillo enterrar la denuncia incontestable, sin réplica posible, de los crímenes de guerra del Pentágono, del neoimperialismo de la red diplomática más poderosa del mundo. Imaginémos que WikiLeaks pudiera informar sobre Ucrania: seguramente no habría guerra.

El silencio de los medios es cobarde, es la del cómplice. Quizás esperamos demasiado: al menos que cuando se conocieron las filtraciones hubiera actos de indignación, que el periodismo —esa especie en extinción— migrara a información fundamentada en base a datos reales, mientras hay quienes esperaban que la globalización sirviera al menos para defender los derechos humanos de las arremetidas del poder en red.

Hay optimistas que creen que en la justicia británica hay más sensatez y decencia que en el gobierno de Londres encabezado por Boris Johnson, y hay quienes sueñan con que Assange sea puesto en libertad en el menor tiempo posible.

No es casualidad que el mandato de Donald Trump sentara las bases para masacrar jurídicamente a Assange, ni que sea el gobierno de Boris Johnson (quizás el líder más belicista junto con Vladímir Putin), el que dé luz verde a su extradición. Reivindicar a Assange es desnudarlos, dice Sampedro.

Cuando recibió el Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez aseguró que el periodismo es el mejor oficio del mundo. En Maceió, y en plena campaña electoral, el expresidente brasileño Lula de Silva dijo que Assange “debería estar recibiendo un Óscar de decencia y coraje porque denunció al planeta cómo un país espiaba a otro país. “¿Qué crimen cometió Assange? Es el crimen que todos ustedes cometieron: dijo la verdad”.

[Aram Aharonian: periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Creador y fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE). // Fuente: Estrategia.la, revista del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE), vía Rebelión; texto reproducido aquí bajo la licencia Creative Commons.]

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