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De la redacción a la academia: el conocimiento dual sobre la fotografía

«La mirada crítica del fotoperiodista Pedro Valtierra», estudio ensayístico de Susana Rodríguez Aguilar.

Diciembre, 2022

Con motivo del Homenaje Nacional de Periodismo Cultural ‘Fernando Benítez’ 2022, que otorga la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y que este año ha sido otorgado al zacatecano Pedro Valtierra, el periodista Sergio Raúl López recupera este texto*. En él nos habla no sólo de La mirada crítica del fotoperiodista Pedro Valtierra —libro de Susana Rodríguez Aguilar—, también nos acerca a la propia figura y trayectoria del periodista y fotógrafo mexicano. Por cierto: la ceremonia de entrega será este domingo 4 de diciembre, en punto de las 17:00 horas, en el Auditorio Juan Rulfo de la Expo Guadalajara, en el último día de actividades de esta trigésimo sexta edición de la FIL.

En la redacción del ya extinto semanario político Mira, fundado a inicios de la convulsa década de los noventa por don Miguel Ángel Granados Chapa —ejemplo de periodista riguroso, de puntilloso y exacto empleo de la lengua y dueño de una más que certera puntería milimétrica en sus diagnósticos, así como editorialista político de profundas miras y perspectiva histórica—, luego de haber renunciado, unos años antes, a ser uno de los cuatro directores rotativos del diario La Jornada  —un cargo que no habría de girar, ni siquiera unos pocos grados, sino hasta muchos años después, en la afanosa cooperativa que fundara el periódico en 1984—, me encontré a una muy joven periodista política recién egresada de la Facultad de Acatlán, Susana Rodríguez Aguilar, quien se iniciaba el camino del ejercicio reporteril en dicha revista —que circuló entre 1990 y 1997— lo mismo acudiendo a la selva Lacandona para el bautismo de fuego que suponía realizar la cobertura del alzamiento del Ejército Neozapatista —incluida una entrevista exclusiva con el mismo Subcomandante Marcos y otros insurgentes en los Altos de Chiapas—, así como entrevistando a muy diversos actores de la política nacional tanto los (en ese entonces) consolidados como emergentes —recuerdo al menos un par de portadas con los lideres de aquel momento tanto del prd como del pan en dividida plana entera: López Obrador y Calderón, ya desde entonces en las antípodas del espectro político, si bien la silla presidencial parecía muy lejana para ambos—, muchos de ellos figuras principalísimas del panorama político contemporáneo, tanto en papel de líderes en el poder como de opositores que tuvieron el mando hasta hace no mucho, todo ello en una época en que la hegemonía priista se encontraba presente y monolítica, pero cuyo dominio ya comenzaba a erosionarse y a debilitarse, entre concertacesiones, fraudes electorales, represiones soterradas y órdenes de hierro, lo que nos permitía avizorar un lento pero posible ejercicio del oficio periodístico dotado de mayor libertad y crítica, como ocurría en pocos, escasos medios de aquellos años.

Esa reportera, egresada de la entonces Escuela Nacional de Estudios Profesionales (ENEP) —ahora Facultad de Estudios Superiores (FES)— Acatlán, a la que recuerdo siempre combativa, permanentemente voluntariosa, constantemente repleta de interrogantes y en la búsqueda de añadir certezas corroboradas a sus textos, resulta ser la misma persona que, con el transcurrir de los años, devino en una acuciosa investigadora universitaria que se ha especializado en el fotoperiodismo como su principal tema de trabajo, primero durante sus estudios de maestría, al estudiar el periodo de las fotografías publicadas por el artista, periodista y editor Pedro Valtierra, durante el tiempo justo en que se concentró únicamente en el periodismo gráfico y cuyos resultados aparecen en un libro publicado en septiembre del 2019, La mirada crítica del fotoperiodista Pedro Valtierra, que forma parte de la colección de Periodismo de la Editorial Universitaria de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), en coedición con el Posgrado en Historia de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la revista Cuartoscuro y la Fundación Pedro Valtierra.

Más tarde, al cursar los estudios para doctorase en Historia, fue que adoptó, justamente, como centro de investigación al departamento de fotografía del citado diario La Jornada, durante el periodo que comprende los años de 1984 al 2000, en los que Valtierra fue no sólo el primer jefe del Departamento de Fotografía y Laboratorios durante un par de años, sino que retornaría para un segundo periodo una década más tarde.

Y tanto por experiencia personal como por la lectura de este largo y profundo ensayo, puedo asegurar que en verdad resulta una gran ventaja para los académicos sí mantener un pie en la teoría, la investigación y los archivos, en tanto que, simultáneamente, con el otro se pise tierra firme, en este caso el calor y, a veces, la quemazón de las redacciones, dotadas de la sempiterna angustia de la fecha, la hora o inclusive el minuto del cierre y la entrega de edición, con la premura de este oficio tan bello como ingrato como lo es este del periodismo escrito y de la paginación, la jerarquización, la escritura, los procesos fotoquímicos en el cuarto oscuro, el cabeceo y la edición, el diseño, la puesta en página, la impresión e incluso la distribución de los números resultantes de un proceso tan complejo como apasionante, tan sufrido como gozoso.

He tenido, por cierto, la experiencia de charlar con algunos de los investigadores egregios en materia de estudios de la fotografía, provenientes lo mismo desde la historiografía, la sociología, la crítica de arte o la curaduría y museografía —entre muchas otras disciplinas que incluso incluyen a la especulación del mercado de arte, de lo que hay no pocos ejemplos— y no me ha costado demasiado descubrir un cierto y preocupante desconocimiento de hechos tan cotidianos para un fotógrafo en activo como la manera de cargar las placas o los rollos fotoquímicos; los distintos formatos del filme y sus ventajas particulares; la ejecución técnica entre distintas emulsiones y soportes, o los resultados que ofrecen las lentes, los filtros y las cámaras mismas. La ventaja de Susana —y es una muy sustantiva y ratificable como se corrobora al leer sus ensayos e investigaciones— es que pertenece a ambos universos: conoce la metodología de la academia, los rigores para investigar, para citar, para acudir a fuentes y para redactar conforme a los estilos admitidos en los claustros académicos y todo ese tipo de convenciones. Pero, a la par, trabajó siempre —como hemos hecho los reporteros escritos interesados en la práctica fotográfica— al lado de los colegas de la fotografía fija —en las viejas redacciones eran frecuentes las descalificaciones y las bromas mutuas entre los “fotofijas” y los “tundeteclas”—, aprendiendo el oficio de primera mano —de primera vista, añadiría—, conociendo las diferentes ópticas, las distintas sensibilidades de la película, la utilidad del motor o del flash para ciertas circunstancias específicas, especialmente a la hora de realizar reporteo de campo —con Patricia Aridjis consiguió conformar un ejemplar equipo en los territorios de la Autonomía Zapatista, por ejemplo—, y todo ello le permitió a esta graduada en Periodismo y Comunicación Colectiva en la licenciatura y, posteriormente, maestra y doctora en Historia, siempre por la Universidad Nacional, obtener menciones honoríficas de por medio.

Un volumen profuso y profundo

Por supuesto que no ha sido sencillo y mucho menos fácil para Susana, dado que al reportero diario suele mirársele con cierto desdén: suele erigirse una barrera casi infranqueable entre los oficiantes del diarismo y las redacciones, frente a los intelectuales, investigadores y artistas. El trabajo riguroso y constante es indispensable para verse publicado en este medio, pero si se le añade el abolengo, las relaciones sociales, las genealogías, los apellidos compuestos o la jerarquía social, suman bastante para incorporarse de manera natural entre el gremio de los investigadores especializados y contribuye para que el trabajo ensayístico e indagatorio le sea reconocido. Así que ya puedo imaginarme las peripecias y los muros que se han alzado y que ha tenido que librar merced al trabajo constante e impetuoso, al rigor informativo y a la pulcritud en sus temas para que ahora se presente un volumen tan profuso como este, La mirada crítica del fotoperiodista Pedro Valtierra, en el que realiza un estudio a conciencia de la década en la que el fresnillense Pedro Valtierra descolló en un cambiante medio periodístico, entre 1977 y 1986, en tres medios de circulación nacional: El Sol de México, dirigido por Benjamín Wong —junto con las correspondientes que aparecieron en el vespertino El Sol de Mediodía—, más tarde en el referencial unomásuno, bajo la conducción de Manuel Becerra Acosta y, claro está, en la cooperativa ciudadana La Jornada, con Carlos Payán al frente. De entrada, el trabajo abarca la friolera de dos mil 875 fotos publicadas, 92.5 % de las cuales son en blanco y negro —lo cual aumenta el curioso caso de que su primera foto publicada fuera a color, en el primer cotidiano mencionado, con unos niños bañándose en una fuente.

Si bien no es el primer caso, es pertinente resaltar la condición de autor lograda por Valtierra luego de ejercer el oficio desde el fotoperiodismo, pues aunque hay ejemplos previos —como Nacho López, Héctor García, don Enrique Bordes Mangel o Enrique Metinides, entre muchos otros—, sus coberturas no sólo han conseguido ganar las primeras planas de cada uno de dichos cotidianos sino que forman parte de la historia de las artes visuales de este país, cuya culminación más representativa es el Premio Príncipe de Asturias en 1998, a la mejor fotografía del año, por la emblemática imagen tomada en el campamento de desplazados de Chenalhó, en el que una fila de indígenas aguerridas cuanto diminutas, resisten los embates de un grupo de soldados armados, sobre la que han corrido mares de tinta y que ha circulado profusamente en el mundo entero.

Pero a la vez me interrogo en torno al papel que estos medios de comunicación que rompieron gradual pero certeramente con el cerco informativo de los grandes medios hegemónicos y con el rígido control establecido por esa dictadura perfecta establecida por los gobiernos que institucionalizaron la Revolución Mexicana, entre los círculos de artistas e intelectuales de este país en aquellos años. Muchos de los colegas fotorreporteros que trabajaron al lado de Pedro, sobre todo en La Jornada y en unomásuno son, asimismo, reconocidos autores fotográficos en la actualidad, receptores de becas artísticas del Estado, jurados de concursos, conferencistas especializados y autores de series fotográficas que miramos en museos, galerías o publicados en libros de arte.

¿De qué manera la prensa que previó la transición política de esta nación, misma que ahora intentamos explicarnos —y aquí me refiero al hecho de que el partido hegemónico y sus cómplices y satélites se encuentren tan disminuidos, no a que el actual gobierno esté realmente cumpliendo con el tan manido cambio de régimen— tuvo un papel igual de influyente en la conformación de las políticas artísticas generadas por aquel régimen neoliberal, verdadero ogro filantrópico creador de becas y de instituciones hegemónicas que han de marcar o de validad a los artistas valiosos de los que no lo son siempre desde una perspectiva del poder político y del presupuesto público?

Del anonimato al medio artístico

Actualmente resulta común hallar a cada vez más fotoperiodistas insertados en el gremio artístico e incluso verles formar parte del medio intelectual —a veces, lamentablemente, más por prestigio o abolengo como ocurre en la corte virreinal de la cultura mexicana, un vicio atávico al que no hemos podido ya no derrotar sino al menos superar—, cuando apenas a mediados del siglo pasado los fotógrafos luchaban por contar siquiera con el correspondiente crédito como autores de las imágenes publicadas y por lo tanto salir del anonimato con la consiguiente precarización económica y social generalizadas para su oficio.

Tanto a Valtierra como a sus contemporáneos ya no les tocó el momento más sordo de esa lucha, pero sí que comparten una característica novedosa y que define, en mucho, su labor: la búsqueda por tener un criterio editorial propio y por abordar los distintos géneros periodísticos como la crónica o el reportaje, desde las posibilidades de la fotografía. Lo que sí consolidaron con gran fortaleza fue trascender la mera técnica de este oficio para trascender la mera ilustración y acompañar la temática de los reportajes y despachos informativos de los periodistas escritos para hacerse de una formación personal mucho más consolidada, teniendo nociones de historia, de sociología, del medio político y, sobre todo, de una ideología tan propia que consiguieron expresar un punto de vista propio y que la estética, la temática y la técnica de sus fotografías tanto aisladas como en conjunto se constituyeran en un ejercicio editorial de autor, tan válidas por sí mismas como los textos que se publicaban al lado, e incluso consiguieron que esas imágenes fueran un reflejo profundo y muy reflexivo de aquellos convulsos años de crisis económicas y políticas recurrentes, de fraudes electorales, devastadores terremotos que revelaron la corrupción e inoperancia de los gobiernos, alzamientos indígenas y campesinos que derruyeron la prometida llegada al primer mundo y a una modernidad excluyente y para pocos privilegiados. En fin, como un boceto refinado y potente de la realidad y no de una vía de ficcionalizarla y construirla desde el poder, desde lo oficial y lo estatizado.

Ahí radica la fuerza irrefrenable de sus imágenes, tan impecables en su realización técnica como en la mirada de un ser intelectualmente despierto y políticamente bien formado.

Además, al ser el fotógrafo más destacado de su generación —de acuerdo a una votación sostenida por sus propios colegas hace algunos pocos años—, significa que se encontraba en el momento justo de la emergencia de la validación del fotoperiodismo en galerías y museos, en la academia y en los circuitos de las instituciones culturales, lo que le ha permitido transitar con facilidad de los tres Premios Nacionales de Periodismo con que ha sido galardonado, a los doctorados Honoris Causa, a las muestras permanentes de su trabajo o al bautismo de la Fototeca de su natal Zacatecas con su nombre.

Además, justo la década precisa en que Susana estudia su presencia como fotorreportero en los periódicos y que se analiza en este largo y minucioso ensayo de 262 páginas, nos permitirá explicarnos su posterior desarrollo y especialización como editor e impulsor de distintos proyectos periodísticos, pues nadie duda de su gran capacidad como fotógrafo pero pocos han resaltado su labor como editor y no sólo fotográfico sino de distintos medios periodísticos. Entre ellos se encuentran la fundación de las agencias fotográficas Imagen Latina, a su salida de La Jornada, en 1984, y un par de años después de Cuartoscuro —un nombre sugerido, por cierto, por el editor cultural Víctor Roura desde la redacción de Las Horas Extra, cuya oficina se encontraba en el mismísimo Palacio de Minería, sede de la Feria Internacional del Libro—, que se mantiene a la fecha como uno de los referentes más importantes en el país, funcionando tanto como archivo así como proveyendo imágenes noticiosas del momento, además de la revista homónima, que circula desde 1993 como un medio especializado justo en la reflexión en torno a este universo fotográfico con ensayos, reseñas, entrevistas y distintas actualidades —y que ha logrado subsistir, contra viento y marea, en esta época de desaparición a mansalva de medios culturales impresos por muy diversas razones.

El fotógrafo Pedro Valtierra en una imagen de 2020. / Foto: Pedro González.

No olvidemos, regresando al asunto inicial de esta presentación, que si bien Granados Chapa fue el fundador de la revista Mira / Semanario para ver, leer y pensar, lo hizo teniendo al lado al propio maestro Valtierra como su primer Director Editorial quien, de este modo, se convirtió en uno de los casos inusuales de fotógrafos que dirigen medios periodísticos y no sólo secciones fotográficas, agencias o publicaciones especializadas. Es decir, que justo después de esta década en la que se concentró como fotoperiodista, Pedro se ha consolidado como uno de los editores periodísticos más relevantes del país, dueño de una trayectoria inatacable y con unos alcances que han trascendido el propio ámbito de fotografía —por cierto que volvería a La Jornada como editor de Fotografía entre 1994 y el 2000, siempre con independencia editorial del reportero escrito—, logrando no sólo destacar por su obra y por sus oficios editoriales, sino dignificando un oficio minusvalorado —ningún reportero se atrevería, como algunos suelen hacerlo a estas alturas, a decir que viene con “su fotógrafo”—, se convierta en uno de poderosa significación estética, social y de gran profundidad humanista.

Baste recordar que un atractivo de este hebdomadario era que, recuperando la tradición de publicaciones estadounidenses como Life Magazine o Look, o bien francesas como Paris Match, era que daría una importancia principal al despliegue de imágenes a color, no sólo en su portada sino incluso en páginas dobles, en un diseño que les daba gran despliegue, y que no sólo dependiera de las agencias nacionales e internacionales —su primera oficina, en el edificio de la AMI, quedaba justo enfrente de Imagen Latina, también fundada, como expliqué antes, por el propio Valtierra, junto con Marco Antonio Cruz y otros destacados fotoperiodistas—, así que significaba un cambio en las políticas editoriales de este tipo de impresos.

Además, en sus páginas centrales, contaba con al menos ocho páginas dedicadas a una galería fotográfica en forma llamada ‘Zona Áurea’, concentrada en ofrecer una serie o un ensayo de un autor y acompañada no de un ensayo o de una biografía sino de una composición breve —de unos 3 mil 500 caracteres, cuartilla y media— a manera de prosa poética cual si se tratara de un texto de sala, que solíamos destinarse a algún miembro de la pequeña redacción, particularmente los jóvenes afectos a la sección cultural y que, sin duda, se consolidó como uno de los espacios periodísticos más relevantes para dar salida a la enorme cantidad de artistas y periodistas gráficos interesados en mostrar su trabajo, además de un innegable punto de reunión entre los que ejercen el oficio entre ese par de ámbitos tan cotidianamente separados e incluso enfrentados como lo es la manera escrita y la visual.

Los siete años que apareció semanalmente dicha sección nos remiten, sin duda, a las convicciones editoriales de un Valtierra que si bien no duró mucho en la dirección de Mira, vaya que dejó una huella indeleble de sus formas de trabajo como ese importante editor que sigue siendo hasta la fecha, solamente que extendiendo ese dossier central para las artes fotográficas a toda una revista especializada, como lo ha sido Cuartoscuro durante sus ya casi tres décadas de existencia, en la que no sólo ha implementado galerías, sino concursos, convocatorias, resultados, investigaciones, lanzamientos e inmersiones en las distintas técnicas y prácticas de esta arte de casi dos siglos de existencia.

Todo ello, ciertamente, es producto de su talento, pero también de un trabajo imparable, incesante, permanente. Y justo eso es lo que hoy me queda claro, tanto el importante ensayo académico de Susana como la propia trayectoria de Pedro son muestras de trabajo duro, de trabajo callado, de trabajo pesado, de vidas dedicadas a una convicción y de la que esta tarde corroboramos sus frutos.

¡Mis parabienes para ambos!

*Este texto fue leído el sábado 29 de febrero del bisiesto y pandémico 2020 como parte de la presentación de La mirada crítica del fotoperiodista Pedro Valtierra, de Susana Rodríguez Aguilar, en el salón Manuel Tolsá del Palacio de Minería, durante la Feria Internacional del Libro de Minería y se publica aquí con motivo de la entrega a Pedro Valtierra del Homenaje Nacional de Periodismo Cultural ‘Fernando Benítez’ 2022, que otorga la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL).

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