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El alma felina que nos unió a Carlos Monsiváis y a mí

La autora de esta crónica que devela una actividad completamente desconocida, o por lo menos silenciada, de Carlos Monsiváis, de quien se conmemora una década de su fallecimiento en este 2020, estudió ciencias de la comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, fue integrante del grupo de Poetas Malditos de Hermosillo, Sonora, y ha colaborado, entre otras publicaciones, en El Financiero, El Universal, La Mosca en la Pared, Viceversa y ha sido guionista de RadioFusión. Además de escribir relatos ayuda a gatos de manera seria desde hace 14 años. Es miembro fundadora de la primera asociación en México enfocada al cuidado de gatos en el abandono: Gatos Olvidados. En los últimos tres años el recinto de esta asociación es un pequeño santuario cuyos habitantes son: gatos, conejos, patos, gallinas, gallos, un borrego, una cerdita y perros. “Es muy difícil sustentar este santuario vegano. Pero se cubren los gastos por apoyos de otras asociaciones (a veces), por algunos donativos, por venta de productos, por realización de eventos y por brindar el servicio de pensión para gatos”, dice, aquí, la propia activista.


Mira a los ojos a un gato, encontrarás su divinidad perdida.
Si la ves lo comprenderás… y lo amarás, entonces: nunca más lo dejarás en el olvido.

Después de Lacrimosa…

Había transcurrido poco tiempo de haber empezado a ayudar gatos sin hogar. Un jueves a la medianoche el destino puso frente a mis ojos, frente a mi existencia, a un gato negro mediano, en el paradero Sur del Metro Taxqueña, en la Ciudad de México. Después de asistir al concierto de la banda sueca Therion. Una semana después se repitió el suceso. Fui al concierto del grupo alemán Lacrimosa, de regreso a casa conocí al majestuoso y pequeño felino de mi vida. Una gatita blanca de pelo semilargo. Yacía en un sitio de taxis, estaba comiendo una pizza babeada por algún humano. La pequeña estaba sucia y comía desesperada. No pude dejarla allí, la tomé y la cargué, al tiempo que le gritaba a los taxistas y a un comerciante me llevaran una caja para meterla y poder llevármela en el transporte público.

Con Blanca inició mi rescate y ayuda hacia los gatos de Taxqueña. Fue cuando a la par conocí a los gatos ferales; es decir, esos pequeños felinos que detestan a los humanos y a su cercanía. En ese momento yo no sabía que conocer a los gatos de Taxqueña cambiaría todos los planes de mi vida. Pero también haría encontrarme con un personaje relevante. Considerado el cronista de México, periodista cuya opinión política y social lo catalogaban como “la conciencia de México”: Carlos Monsiváis Aceves.

Era el año 2007. Los gatos de Taxqueña estaban abarcando la mayor parte de mi tiempo. Mi prioridad era recogerlos de esa zona de multitud de transeúntes y de mucho transporte. La jungla de asfalto no era su hábitat. Los gatos estaban en peligro de ser atropellados. Además de famélicos, tenían hambre y sed; su pelaje, sucio por andar entre orines y diarreas de los indigentes. Buscando dónde dormir o no ser dañados por la gente, se escondían en techos, basureros, etcétera. Esos gatitos necesitaban un hogar. El problema era “encontrarles ese hogar”, y más complicado por ser gatitos ferales, pues la gente no tiene características ni casa para albergar a un animal con ese comportamiento.

Con todo y lo difícil de rescatar y recoger a estos gatos ferales, comencé a hacerlo. Al poco tiempo de empezar la ayuda para estos animales conocí a Guillermo, un hombre que se creía gato. Teniendo su apoyo, empezamos a usar más trampas para recoger a esos pequeños felinos.

Una vez este hombre rescató a tres gatitos pequeños de ese lugar. Le adoptaron dos y sobraba uno, al cual lo tenía en un diminuto espacio. Al poco tiempo ese gatito blanco con pinceladas grises fue adoptado, pero lo regresaron pronto. Porque este gatito bebé exigía ya no estar solo en ese espacio pequeño. Necesitaba un hogar.

El escritor Carlos Monsiváis. / Foto de Claudia Kurdtis.

“Los gatos grandes no me obedecen”

Por gusto del destino yo había conocido a una mujer que trabajaba en Radio Educación. Quería adoptarme un gato negro porque arrastraba un trauma de niña, pero al no poder hacerlo quiso compensarme dándome números telefónicos de gente afamada que apreciaba los gatos.

No recuerdo a quiénes me mencionó, pero yo elegí el de Carlos Monsiváis. Como en realidad no pretendía llamarle por teléfono, le pedí su dirección electrónica. No quería ser invasora de su espacio por no conocerme.

Carlos Monsiváis no era de mi agrado, no me gustaba su escritura populachera. Mis influencias de literatura europea me prejuiciaban a leer a escritores latinoamericanos. Pero un desprecio especial sentía hacia él, porque una vez había comentado que “votaría por Gloria Trevi para presidenta”. Sí, esa cantantucha para los oídos de las masas amorfas —para mí, el comentario de Monsiváis no era gracioso. Pero yo debía dejar a un lado mis preferencias literarias: los gatos y su bienestar eran mi prioridad.

Así que decidí mandarle un mensaje electrónico con el fin de que me adoptara al gatito que vivía en la minúscula prisión de concreto. En el mensaje me presentaba, hacía referencia a los gatos de Taxqueña, a su mala situación, a la ayuda que yo les estaba brindando, y la urgencia del hogar que necesitaba el gatito blanco con pinceladas grises.

Una tarde ordinaria corría por la tarde, era jueves, casi las dieciocho horas. Sonó mi teléfono celular. Tomé la llamada. Una voz ronca escuché: “Buenas tardes, quiero hablar con Claudia. Soy Carlos Monsiváis”. Al momento me paralicé y mi ser se estremeció de emoción. ¡Carlos Monsiváis me estaba hablando por teléfono! ¡A mí, ser mortal! Al decirle que yo era Claudia, añadió: “Quiero un gato, pero pequeño. Porque los gatos grandes no me obedecen”. Le dije que justamente el gatito era pequeño.

Mientras yo continuaba emocionada, Monsiváis me dijo que me llamaría al día siguiente para acordar la entrega el siguiente sábado. Su gran personalidad la había proyectado en su voz. ¡Ahora me encantaba Carlos Monsiváis!

Así de fácil, sin obstáculos, el sábado yo estaría en la casa del reconocido escritor. Alegre, estuve pensando qué ropa ponerme, cómo arreglarme para ese día.

Llegó el sábado. Faltaban veinte minutos para las dos de la tarde, había llegado antes de la hora acordada a la casa de San Simón 62, en la colonia Portales, en la Ciudad de Mexico. Toqué el timbre. Una mujer de voz amargada me dijo que no estaba Carlos al tiempo que me preguntaba: “¿Para qué lo quería?” Inocentemente le respondí que me iba a adoptar a un gatito. Molesta, añadió: “Váyase con su gato. No queremos más”.

Yo, sorprendida de ese recibimiento, la ignoré y estuve esperando en la calle. Avanzaba el tiempo y no llegaba mi compañero Guillermo con el gatito. Transcurrieron las horas y ninguno de los dos llegaba. Ni Carlos Monsiváis ni Guillermo. Me molesté mucho, así que me retiré. Aprovechando que estaba relativamente cerca de Taxqueña, fui a darles de comer a los gatos del paradero.

“Se va a llamar Catástrofe”

Eran como las seis de la tarde cuando Guillermo me llamó para decirme que iba atrasado. Me molesté más, aún. ¿Qué hubiera pasado si Monsiváis hubiera estado en su casa? Yo habría quedado mal. La realidad era que el mismo Monsiváis me había dejado plantada.

Me dirigí a la tienda a comprar croquetas. Mi celular sonó. Vi que era el número telefónico de la casa de Monsiváis. Respondí enojada: “¿Qué quiere? Lo estuve esperando y nunca llegó”. Al momento, Carlos dijo; “Habla Carlos Monsiváis”. Le respondí: “Sí, por eso”. Para disculparse conmigo me dijo que nos veríamos el siguiente sábado a la hora que yo dijera. Creo fue ese el momento cuando quedó claro que yo no lo reverenciaba y que no me importaba que fuera una celebridad, yo estaba molesta por su falta de seriedad.

Así inició mi relación con él. Una relación donde yo seguía siendo directa y sin diplomacia como hago con toda la gente. No lo ensalzaba; al contrario, lo regañaba.

El sábado que lo conocí nos recibió puntual y fue muy amable con nosotros. Al ver al gatito blanco con pinceladas grises sonrió y se enterneció. Lo miró embobado y dijo: “Se va a llamar Catástrofe”, nombre ad-hoc para un gatito de tres meses de edad que llegó a hacer destrozos en su biblioteca, a orinar las paredes y a mandar sobre los demás gatos, al grado de lograr ser odiado por los familiares del escritor que vivían en esa casa.

“No se preocupe, ya somos tres”

La relación entre Carlos Monsiváis y yo se consolidó al empezarlo a visitar los miércoles que iba a Taxqueña a darles de comer a los gatos. Mi falta de adulación hacia él fue lo que hizo que se encariñara conmigo, además de que hacía todo lo que yo le solicitaba. Así resolvimos varios casos de animales. Yo conseguía con quién debía hablar por teléfono y él llamaba. Antes Monsiváis ya me había preguntado: “¿Qué debo decir?” Cabe destacar que nunca me cuestionó, él sólo me obedecía, como considerando que yo sabía más al respecto. Creo que fue una relación honesta de ambas partes, cuyo único objetivo era ayudar a los gatos.

Avanzado el tiempo, un miércoles que fui a visitarlo le comenté mi intención de crear una asociación para ayudar a los gatos para poder obtener apoyos de diferente índole. Mi intención de ese comentario era para que me dijera su disposición a donar, pero mientras le decía sobre la dificultad de constituir la asociación civil sólo con dos personas, tomó mi mano y dijo: “No se preocupe, ya somos tres”.

No le dije nada, pero no me gustaba esa idea. Yo no quería que fuera parte de mi asociación por considerar muy poca su ayuda hacia lo que hacíamos Guillermo y yo.

Al comentarle a Guillermo Franco la posible intervención de Monsiváis, me dijo que estaba bien que fuera parte de la asociación, que así podríamos tener más apoyo de otras personas. Por eso acepté que Carlos fuera miembro de la naciente asociación.

“Yo voy a vivir muchos años”

Así, el 4 de diciembre de 2009 se constituyó legalmente la Asociación: Gatos Olvidados, nombre puesto por mí, y cuyos objetivos igual los establecí yo. Gatos Olvidados fue la primera asociación civil enfocada a gatos en México y eso le daba un valor extra ya que la mayor parte de las asociaciones enfocadas a ayudar animales se centraban en perros.

Constituida nuestra asociación teníamos muchos planes, los mismos que Monsiváis debía conseguir con sus contactos en el gobierno, como conseguir una casa para albergar a los gatos que rescatáramos. Finalmente no se logró, porque siempre que el escritor acordaba una cita con el jefe de gobierno de ese tiempo, Marcelo Ebrard, siempre se presentaba algún imprevisto en ambos.

Igual en ese tiempo se realizaría un concierto en el Teatro Esperanza Iris de la Ciudad de México con una banda italiana de música medieval, cuyo objetivo era recaudar fondos para ayudar a los gatos de Taxqueña. Desgraciadamente, Carlos Monsiváis murió el 19 de junio de 2010, hace ya diez años, y se canceló el concierto.

Mes y medio antes, yo estaba preocupada por su salud por lo cual concerté una cita en domingo para hablar con él. Mi intención que fuera en domingo era para que no estuvieran los asistentes de Monsiváis en su casa y yo pudiera hablar libremente. Esa tarde llegué y sólo estaba su pareja con él. En cuanto me fue posible le dije a Carlos mi preocupación sobre su salud y el destino de sus gatos si le pasaba algo malo. Él me respondió con una sonrisa: “No se preocupe, yo voy a vivir muchos años”.

Me desconcertó su respuesta porque me lo estaba diciendo un hombre entubado para poder respirar. Ante dichas palabras, me retiré. Pero todavía lo volví a ver dos semanas después, día en que platicamos entusiasmados de poder conseguir la casa para albergar a nuestros gatos de Taxqueña. Ese día me miró con cariño. Sentí que yo ya tenía un lugar en su vida o en su corazón. Igual yo, en ese tiempo, ya lo quería. Le dije que en dos semanas lo llevaría a pasear a los canales de Xochimilco, un tour por la Isla de las Muñecas. Él sonrió y aceptó.

Desgraciadamente, un mes después moriría.

Los tiempos siguientes a su muerte lo extrañaba, también echaba de menos su ayuda, sentía su falta de apoyo. Todo se tornó más complicado para mí, y más porque finalmente Gatos Olvidados quedó sólo a mi cargo. La Asociación terminó siendo de un solo miembro, y sin apoyos de quienes decían estimar al escritor.

Así, Gatos Olvidados quedó en el olvido de quienes decían amar y respetar a Carlos Monsiváis. Y yo tuve que abandonar mis sueños de escritora y de irme a vivir a otro país porque debía cumplirles a los gatos y hacer el trabajo que Monsiváis no pudo concluir porque su hálito de vida se había esfumado.

Así, Gatos Olvidados quedó olvidado.

Nota bene: Gatos Olvidados A.C. nació el 4 de diciembre de 2009, por lo que está cumpliendo 11 años de existencia. La asociación tiene una página web y un perfil en Facebook.

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4 Comments

  1. Excelente historia,poco conocida sobre Carlos,amigo de un amigo común,el Embajador Gutiérrez Vega,quién compartía con Monsi el amor felino. Y Claudia Kurditis pudo difrutar poco del apoyo de Monsi, lástima,aunque no sólo se le pegó el gusto compartido por los gatos sinó también el buen escribir,medio dejado de lado porque los felinos son su vida. Esperamos siga deleitándonos con sus historias, cómo deleita a la inmensidad de animales que protege,casi con las uñas pues los apoyos son limitados.

  2. Me encanto la forma en como narras el inicio del amor y rescate de esos pequeños seres increíbles de 4 patas, del como conociste al escritor Carlos Monsiváis y como los unió el amor a los gatos, ojalá pudiéramos leer más historias de ti, de Carlos y los rescates de gatos

  3. Claudia es Gatos Olvidados y Gatos Olvidados es Claudia.
    Es muy buena la narración que he leído y es muy interesante la historia, pero se queda corta al lado de todo lo que a conllevando la formación de Gatos Olvidados, tengo la fortuna de formar parte de un grupo de médicos veterinarios a los cuales Claudia elige para resolver cada una de las situaciones que se presentan al ayudar a tantos animalitos, pues son muchas necesidades médicas las que se presentan en una población tan grande como la que alberga la casa de los Gatos Olvidados.
    Conozco a Claudia desde antes de la formación de la asociación y he sido testigo del sacrificio que ella ha dado y sigue dando a todos los animalitos que tiene, he visto que aveces no tiene nada, ni siquiera para comer, pues con tenis rotos y un trozo de lazo como cinturón ella ha llegado a mi quirófano para que le opere a los gatitos de diferentes sitios que ella ha ayudado, he escuchado sus conversaciones, planeando en que gastar las últimas monedas que le quedan y aveces preferir comprar alimento para los conejos que comida para ella y quien le ayuda, gastar su dinero en comprar gallinas o conejos para de esa manera rescatarlos de una inminente muerte.
    También he escuchado las quejas de muchas personas por la forma de ser que Claudia tiene, ya que como ella dice, es muy directa y muy exigente con las personas cercanas, también es huraña y poco sociable, pero es una de las personas más honestas y más inteligentes que he conocido.
    Quiero agregar que la admiro, por ese grado de compromiso, por esa fortaleza y sobretodo ese corazón.

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