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Jacques Lecoq: un atleta del teatro

Fue un revolucionario en más de un sentido. Actor, director de escena y pedagogo francés, Jacques Lecoq revolucionó las artes escénicas, siendo uno de los referentes indiscutidos del llamado teatro del gesto y el teatro físico. Pero, sobre todo, Jacques Lecoq consiguió desarrollar en su escuela internacional de París un verdadero centro de investigación —a partir del movimiento—, con el que revolucionó la enseñanza teatral en la segunda mitad del siglo XX. “El teatro es sólo juego y no sirve para nada más”, sentenció de manera provocativa en una ocasión. Ahora que se cumple el centenario de su nacimiento —llegó a este mundo el 15 de diciembre de 1921, y partió el 19 de enero de 1999—, Fernando de Ita nos acerca a la figura de este continuador de la tradición renovadora del teatro francés…


A cien años de su nacimiento, Jacques Lecoq pervive en su enseñanza, basada en el estudio del movimiento, el espacio y el cuerpo. El gimnasta, actor, mimo y maestro francés exclamó en diversas ocasiones: “El mío no es un teatro, es una pedagogía”. Sin ir más lejos, la escuela de Lecoq tuvo y tiene a varias generaciones de compatriotas entre sus filas. El Laboratorio de Estudios del Movimiento, que fue la coronación de 32 años de práctica en diversos campos de la creación escénica, se fundó en 1977 y sólo cinco años más tarde la influencia de Lecoq ya resplandecía en el auge que tuvo el Teatro Físico en la Ciudad de México, Monterrey, Guanajuato y Cuernavaca, que, a diferencia del mimo romántico —de Marcel Marceau—, renunció a la cara blanca, al sentimentalismo y a la mudez para establecer una de las corrientes más poderosas del teatro del cuerpo.

Jacques Lecoq llegó al teatro a través del deporte: “A los 16 años de edad, en un gimnasio llamado Adelante, sobre las barras paralelas y en la barra fija descubrí la geometría del movimiento”. En esa actividad conoció en 1941 a Jean-Marie Conty, el responsable de la educación física en Francia. Como amigo de Antonine Artaud y Jean Louis Barrault, el funcionario se interesó en la relación del deporte y el teatro, y fue en la Escuela de Barrault donde Lecoq comenzó a dar clases de entrenamiento físico y a tomar clases de actuación con un alumno de Charles Dullin, otro innovador del teatro en los primeros años del siglo XX. La actuación llevó a Lecoq a formar parte de la Compañía de Comediantes de Grenoble, interesados en el Teatro Nō de Japón y el uso de la máscara, un campo que trabajó a fondo para llegar a la máscara neutra, una de sus aportaciones al Teatro del Gesto.

La siguiente etapa del atleta del teatro comienza a finales de los cuarenta con una estancia en Italia que duró ocho años y lo puso en contacto con la Comedia del Arte, con Dario Fo, el Piccolo Teatro y Amleto Sartori, el mago de la máscara de cuero que Lecoq llevó en la maleta a su regreso a París donde abrió, en 1956, la Escuela Internacional de Jacques Lecoq, a la que asisten alumnos de 30 nacionalidades, entre ellas, como ya dije, la mexicana. Italia, tan cerca de Grecia en más de un sentido, acercó a Lecoq al coro de la tragedia ática —al que le dio un nuevo vigor—, cumpliendo la sentencia de Gordon Craig quien dijo que lo que realmente conmovía a los griegos al presenciar la lucha del hombre con el Destino era la participación de los corifeos y la declinación del sol en las gradas del anfiteatro. La arquitectura, por cierto, fue otra de las disciplinas que Lecoq relacionó con su estudio del movimiento.

La diversidad de fuentes de las que abrevó Lecoq, para conformar su propia visión del teatro, le permitió entender que una pedagogía no puede ser fija, inamovible, sino todo lo contrario. “La Escuela es un teatro del arte —apuntó el maestro—, pero la pedagogía del teatro es más grande que el propio teatro. Esto no es sólo para entrenar a los actores sino para preparar a todos los que se dedican a la vida del teatro en el teatro de la vida”. Las materias que impartía su centro de estudio en 1977 eran, para el primer curso: Psicología de la vida silenciosa; Música; Personajes; Mascaras lavarías y expresivas; Pintura; Poesía. En el segundo curso tenían: Técnica del Melodrama, la Comedia del Arte, Bufones, Tragedia y Clown.

A Lecoq le reventaba el hígado que se le diera al cuerpo del actor el calificativo de instrumento. ¡No, escribe en El cuerpo poético, el cuerpo es otra forma del verbo porque la palabra pertenece al movimiento y la palabra está en el cuerpo! Y explicaba: “Comenzamos por el silencio porque la palabra olvida las raíces de las que nació, y es deseable que los alumnos se recoloquen en una situación de ingenuidad primaria, de inocencia y de curiosidad. En todas las relaciones humanas aparecen dos grandes zonas silenciosas; antes y después de la palabra”.

El tiempo de Lecoq es un entretiempo situado entre la vanguardia artística que se da entre el primer cuarto del siglo XX y el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando desde el Ministerio de Cultura André Malraux emprende la reconstrucción del andamiaje artístico de Francia y apoya las escuelas de arte y los festivales de teatro que aún marcan un rumbo, como son el de Aviñón y Edimburgo. Esto les permitió a los artistas del medio siglo formarse con los maestros del cambio y proponer a su vez otra manera de abordar la creación dramática. Lo que saca en claro Lecoq con su heterogénea formación artística y pedagógica es que…“el teatro y la actuación corporal son una cuestión de experiencia vivida, de trasmisión oral y de persistencia, indispensables durante la iniciación. Fijar por escrito un pensamiento pedagógico fundado en la práctica directa de la observación y del intercambio, es arriesgarse a reducir su sentido, a despojarle de su dinámica”. Con todo, en su libro central —como es El cuerpo poético— comparte la esencia de su práctica pedagógica.

En mayo del 1968, la Escuela de Lecoq es de las pocas que permanecen abiertas, porque “la juventud explotaba mientras nosotros hacíamos explotar los gestos y los textos en busca de un lenguaje que les volviera a dar sentido”. Ese mismo año Lecoq es nombrado maestro de la Escuela Superior de Bellas Artes, donde aplica la pedagogía del movimiento en la formación de los arquitectos, que a su vez enriquecen el sentido espacial de la práctica teatral de aquello años en los que luego de rebotar a diferentes espacios, como dice el mismo Lecoq, hallan el espacio adecuado en 1976, en el que “el melodrama luchaba contra su cliché grandilocuente y revelaba los grandes sentimientos ocultos. Los bufones se adueñaban de todas las parodias al tiempo que hacían aparecer una nueva dimensión sagrada. Los narradores descubrían nuevos lenguajes de los gestos”.

Hasta hoy, añade el pedagogo en 1996, “la Escuela está en permanente movimiento, la evolución prosigue. Los alumnos pueden llevarnos a poner en cuestión ciertos aspectos, pero hay una permanencia y el proceso pedagógico está construido hasta sus mínimos detalles. Me dicen: está muy construido, así que no somos libres. ¡Pero es exactamente lo contrario! Aun cuando desde fuera se puede dar la impresión de que hacemos siempre lo mismo, en realidad todo se mueve…, pero lentamente. Somos un poco como el mar; los movimientos de las olas en la superficie, son más visibles que los de abajo pero también hay movimiento. En la Escuela siempre hay una idea sumergida. Incuso, si de vez en cuando sacamos la cabeza, enseguida volvemos a sumergirnos para nadar entre las dos aguas de la permanencia”.

Lecoq murió el 19 de enero de 1999 a los 78 años, 58 de los cuales los dedicó al teatro, pero, sobre todo, a la práctica del teatro, a la conformación de una pedagogía que sirviera de base para que el alumno tomara enseguida el giro profesional de su interés. Por algo su Escuela sigue abierta luego de 65 años de su primera etapa. Sólo el cáncer pudo detener el impulso de ese atleta del teatro que hizo del cuerpo una forma del verbo y del verbo una forma de silencio. Su teatro no renunció a la palabra, sólo la trasladó al lenguaje del gesto, a la neutralidad y la expresividad de la máscara, a las leyes del movimiento, para devolverle su raíz, su esencia. Lecoq dejó dicho que su ambición era preparar hombres y mujeres para la vida y para el teatro porque son una y la misma cosa.

La lista de actores, directores, mimos, comediantes, narradores bufones y clowns de renombre que pasaron por las enseñanzas de Lecoq es enorme, aunque hay más farsantes anónimos de 30 nacionalidades que regresaron a sus plazas, sus calles, sus teatros, con la convicción de que la poesía del cuerpo consiste en el viejo aforismo griego: conócete a ti mismo, que era el leitmotiv de la pedagogía de Lecoq, por medio de la cual el actor en todas sus variantes descubre otros lenguajes que, acaso, por no pasar por el habla, dicen aquello que las palabras callan.

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