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¿Y dónde reposan ahora los artesanos de la música?

‘In memoriam’: Eduardo Llerenas (1945-2020).

Septiembre, 2022

El pasado martes 6 de septiembre, en Tlayacapan, Morelos, falleció el investigador y etnomusicólogo Eduardo Llerenas. Tenía 77 años. Dedicado con ahínco a la preservación y difusión del patrimonio musical mexicano, Llerenas legó un cuantioso acervo que reúne sus grabaciones de campo realizadas en diversas comunidades y poblaciones del país que han resguardado por generaciones la música tradicional de sus ancestros. Discos Corasón, el sello discográfico creado por el reconocido etnomusicólogo junto con su esposa Mary Farquharson, alberga estos materiales musicales que incluyen más de 15 mil canciones, producto de los infatigables recorridos por distintos puntos del territorio mexicano realizados desde los años setenta del siglo XX. Su interés también lo llevó a viajar por Belice, Guatemala, el Caribe y África Occidental, así como por Europa del Este, donde recopiló gran cantidad de temas de corte popular. Con estudios de maestría y doctorado en Bioquímica y Biofísica, Llerenas se inclinó más hacia el campo de la etnomusicología. Víctor Roura aquí lo recuerda…

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Se dice que ahora, en los tiempos del acaparamiento de las redes sociales, el grupo musical o el cantante que no reúne un número determinado de seguidores en la red, está imposibilitado de concretar su proyecto discográfico.

Rogelio Garza, en el periódico La Razón del pasado 8 de julio, apunta con severidad una insoslayable premisa contemporánea: “Si un músico quiere venderle su alma a la discográfica a cambio de producción, difusión y promoción tiene que presentar sus métricas. Lo mismo sucede con las marcas de ropa y bebidas que patrocinan y las productoras que arman los festivales. Sin importar quién sea ni el talento que tenga, si no cuenta con el mínimo requerido de clicks, likes, seguidores, interacciones, reproducciones, descargas y un largo etcétera se queda fuera del presupuesto”.

Garza se lamenta de este inesquivable hecho (“pero son músicos, no influencers”, subraya), mas la realidad lo supera: “Las medidas del desempeño laboral, los KPI (Indicador Clave de Desempeño), aplican parejo. La era digital impuso medir todo y obliga a la actualización de conocimientos y habilidades para mantenerse vigentes en el mercado. Los músicos podrán tener buenos discos, pero lo que importa son las cifras de su desempeño digital. Números sin corazón, el factor humano y el artístico ya no importan. En el mundo de Linkgodín, donde se respira el ROI (Retorno de Inversión), esta lógica cuadra”.

La admirable labor en su discográfica Corasón de un Eduardo Llerenas, entonces, podría considerarse hoy, ¡vaya pertinencia!, extemporánea. Porque para él lo básico era el talento, si el artista vendía o no era un asunto de glosa cultural.

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La misma razón también se halla ahora en la industria de los libros, de ahí que los yutuberos, aun sin saber escribir, posean varios libros: el factor ROI es esencial en el capitalismo. De ahí que la agencia EFE, el pasado 24 de junio, cubriera con parsimonia el XXV Congreso de las Librerías, efectuado en Madrid, donde se dijo que “el mayor problema estructural del sector del libro es el exceso de novedades literarias: el 86 por ciento de los títulos que se ofrecen venden menos de 50 ejemplares al año”, pues sólo el 0.1 por ciento de la producción editorial “vende más de 3,000” ejemplares, lo que ha dado un somnífero dolor de cabeza no solamente a las librerías sino al mismo gremio editorial. Acaso por eso, durante el congreso citado de libreros, Juan Miguel Salvador, de la librería Diógenes de Alcalá de Henares, presentó un “estudio” destacando que enfrentarse “a casi” 15,000 novedades editoriales al año era “algo desmesurado”: “Tantísima novedad acorta la vida de cada libro en la librería”, lo cual es una verdad innegable. “El 30 por ciento de los títulos con almacenaje no se venden en menos de un año —aseveraba Juan Miguel Salvador— y la rotación (el tiempo medio que tarda en venderse cada libro, que varía según el tamaño de la librería) tiene una media de 6 meses y 17 días. Pero el flujo de novedades dificulta el poder mantener al menos ese tiempo medio cada libro en la librería”.

Eduardo Llerenas. / Foto: Facebook.

Una de las conclusiones del congreso, asimismo irrefutable, fue la categorización de la venta de libros “de fondo que la novedad”, sin participar, indolentes estos libreros, del retiro de sus recintos del mercado afín a los conocimientos: los discos no comerciales, que, sin pensar en la ejecución honorable de los productores discográficos, los han descatalogado siguiendo la premisa contemporánea de la eliminación de lo físico supliéndolo por las descargas digitales para beneficiar a los consorcios impregnados de Internet: en México, sin aviso previo, la Librería Gandhi, por ejemplo, vació sus tiendas de este material sonoro para concentrarlo, nada más, en una sola sucursal descartando, de golpe, a los hacedores de esta riqueza musical alojándolos al desamparo cultural. Gente como Eduardo Llerenas (1945-2020) y Modesto López (1945) se vieron, sin deberla ni temerla, desterrados de la coreografía laboral.

Por supuesto, los libreros españoles se cuidaron en no mencionar la [nueva] satisfacción pecuniaria de los editores al rematar sus ventas a diferencia del pasado donde se dictaminaba el valor del manuscrito para darlo a la luz, so pena de ser rechazado… al menos este ejercicio se llevaba a cabo de manera honorable en gran parte del mundo, con la excepción, but of course, de nuestro querido México donde la mayoría de las ediciones salían con la aprobación de un círculo determinado de la mafia intelectual que hasta esos grados les alcanzaba su poderío selectivo. Lo que no dicen los libreros iberos es que ahora se ofertan más libros (los precios pueden variar de acuerdo a la “importancia” de las editoriales siendo las transnacionales las de mayor costo) que antes, de ahí que las novedades hayan crecido desproporcionadamente, creando una preocupación en los libreros, no en los editores de libros, porque en los otros editores, como los discográficos, a los libreros los tiene sin cuidado, como a la Gandhi en México, por ejemplo, le ha importado un comino el destino de gente como Eduardo Llerenas (director de la fonográfica Corasón) o Modesto López (director de la discográfica Pentagrama), que no saben ahora dónde ofertar su mercancía cultural.

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Las pláticas que sostuve con Eduardo Llerenas siempre giraron en torno a la (buena) música, al grado de que me hacía ver, quizá, como un desinformado de la artesanía musical de ese momento, porque, en efecto, me hablaba, por lo general, de la música y de los músicos que se aproximaban, él tan cerca de ellos y yo tan distante de esas magníficas grabaciones por venir.

Si alguien me preguntara qué discos de Corasón me llegan al ídem con zeta podría responder, de inmediato que, sin duda, estaría la antología del son que yo tengo tanto en vinilo (seis long plays) como en compacto (tres discos) o el Beso asesino que recopila boleros de Yucatán y de Cuba para que podamos advertir que entre ambos no hay diferencia alguna.

¿Pero dónde reposan ahora estos artesanos de la música?

Si Llerenas supiera que revistas, supuestamente serias como Vanity Fair, tasan ahora los éxitos cinematográficos según la duración de los aplausos de los espectadores, creo que el buen Eduardo Llerenas, junto con Mary Farquharson [su esposa y también cofundadora de Discos Corasón], sencillamente no lo creería, le darían, ambos, la espalda a esta realidad basada en las cifras, distanciadas del sentimiento humano. Y, bueno, justo en el aniversario número 30 de Discos Corasón se nos va de esta vida Eduardo Llerenas, que tanto hizo por la música de calidad para los melómanos de la América Hispana.

Descanse en paz.

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