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Por su seguridad…

Abril, 2024

Por su seguridad no se asome ni saque las manos, no se pase de la línea, permita que le revisen las maletas, que lo graben las cámaras, que lo pasen por el escáner ¡Es por su seguridad!, escribe Pablo Fernández Christlieb en esta nueva entrega de ‘El Espíritu Inútil’, en la que habla sobre cómo hemos sucumbido ante la falsa promesa de seguridad. Pues, como señala, nótese que detrás de esta palabra siempre está la palabra miedo; porque no es el miedo el que causa la seguridad, sino la seguridad la que produce el miedo. Se anuncia seguridad y se vende miedo.

Por su seguridad…

…no se asome ni saque las manos, cierre con llave al entrar y al salir, no se pase de la rayita; por su seguridad y la de todos, permita que le revisen las maletas, que lo graben las cámaras, que lo pasen por el escáner; no hable con extraños, no se vista así, no sea bonita, es por su seguridad. Y siempre hay frases filosóficas para compartir: “ante la seguridad no hay excusa”, “la seguridad es un compromiso y una responsabilidad”, “ayúdanos a protegerte”.

Todos los anuncios, letreros, slogans, que hay por toda la ciudad, desde las puertas de los condominios hasta los aeropuertos pasando por bancos, autobuses, tiendas, semáforos, pantallas, en realidad tienen como único y último efecto, no el de cuidar nada, sino el solo hecho de que aparezca la palabra seguridad por todas partes, como ubicua, omnipresente, como Dios, que resuene y retumbe en los ojos y los oídos y los nervios como una especie de mantra o jaculatoria, de modo que la vida se presente manchada por el sonsonete de la seguridad.

Nótese que detrás de la palabra seguridad siempre está la palabra miedo, porque no es el miedo el que causa la seguridad, sino la seguridad la que produce el miedo. Es como la alerta sísmica, que provoca más espanto que el temblor. Se anuncia seguridad y se vende miedo. El miedo se siembra, y luego se cosecha. Por su seguridad tenga miedo de todo, de los desconocidos, de las bocacalles, de las sombras, de las sonrisas. Por su seguridad cuídese de las libertades. Pareciera que el objetivo es que el miedo se instale como una especie de banda sonora de la vida diaria, que se respire junto con el aire y se transpire junto con el sudor. La seguridad es una amenaza.

Que ya no sólo anda rebotando por las esquinas y los rincones y los automóviles, sino que ya se ha injertado en el cuerpo y ahí actúa desde adentro. La seguridad que se mete dentro del cuerpo se llama salud: cuidado, puede ser cáncer o diabetes o lo que sea; chéquese el colesterol, prevenga infartos, no consuma grasas saturadas, azúcares añadidas, glucosa, calorías, sodio, café, alcohol, tabaco, rayos ultravioleta. No se automedique, no se autorrecete. Con la salud no se juega. La salud es primero. Un plus que le añade la salud al miedo es la incertidumbre, es decir, que la amenaza es más incierta, que ya no se sabe si existe o si no existe ni de dónde viene ni dónde está, y puede estar callada y escondida dentro de uno mismo, como si uno mismo produjera la amenaza de tanto estar buscando seguridades aterradoras.

Y detrás del miedo empiezan las órdenes, que ya estaban desde el principio, y que en rigor no son nada graves ya que sólo consisten inocentemente en enseñar cómo comportarse, en no voltear a ver a nadie, en ir a lo suyo, con la mirada al frente, en deslindarse de los demás, en no meterse donde no lo llaman y menos donde sí lo llaman, en desentenderse de lo público y refugiarse en lo privado. Estas órdenes no son para que haga nada sino nada más para que aprenda a obedecer. Es por su bien, así estará más seguro, vivirá más tranquilo. Y siempre hay frases compartidas para reflexionar: “no publiques fotos de tus viajes”, “selecciona con mucho cuidado al personal que trabaja en tu casa”, “guarda las gold/platinum cards bajo llave” (y aquí le hablan a uno de tú para que se vea que estamos entre los nuestros).

Lo que sí es chistoso es que todos estos miedos, amenazas y órdenes solamente son escuchados y acatados por los que tienen suficiente que les quiten, porque el grueso de la población que no pierde gran cosa con que le roben la mochila en el metro y no tiene platinum que le clonen, para quienes la vida misma tampoco es una cosa tan envidiable que hinche de avaricia y emoción, y ni siquiera andan por los lugares donde tanto los protegen, sólo fingen que también obedecen para que parezca que sí tienen algo que les quiten, pero en el fondo les tiene sin cuidado.

Y al mero final, cuando el miedo ya no aguanta más y se desafora y se desboca, entonces hace lo último: ataca. Y chistosamente de vuelta, a quienes puede atacar es a quienes no tienen fotos de sus viajes ni pertenencias que vigilar, a los pobres, a los inmigrantes, a los diferentes, a los desempleados, a los que no estudiaron, a los que sólo sobreviven, que se le figuran que son los amenazantes de los que hay que protegerse por su seguridad y la de los suyos. Protegerse de los desprotegidos. Después del miedo sigue el odio. Y como profecía que se cumple a sí misma, entonces sí ya tiene de quién cuidarse. La seguridad inventa la amenaza, y la mejor defensa es el ataque.

La única conclusión es que la seguridad es un objeto de derecha, porque siempre intenta controlar, y cuando se exacerba se vuelve de ultraderecha, que es cuando ataca y odia. Y lo peor es que cuenta con todos los datos y pruebas a su favor, los asaltos y ejecuciones y violaciones y fraudes y hackeos y extorsiones, de suerte que tiene la razón. Pero quienes se oponen y resisten contra toda razón a la seguridad aunque tengan que vivir con miedo, y acepten y asuman el miedo como decisión propia y modo de vida contra la amenaza y la seguridad y el control, empezarán a pasarse sin querer a la izquierda del mundo, donde late el corazón, asustado, pero late.

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