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Los sonidos misteriosos de Manu Dibango

Mayo, 2024

Nació en 1933 y murió en 2020. Fue pianista, vibrafonista, director de orquesta, compositor y cantante; pero, sobre todo, un destacado saxofonista. De hecho, el sonido de su saxo era fácilmente reconocible. Las legiones que seguían sus periplos o que acudían a sus conciertos, afirmaban que con él era posible bailar y bailar hasta la llegada del amanecer. En su revisión de los sonidos africanos, Constanza Ordaz se detiene en la brillante figura de Manu Dibango.

El saxofón de Manu Dibango era fácilmente reconocible. Las legiones que seguían fielmente sus periplos o que acudían a los conciertos donde era programado, afirmaban que con él era posible bailar y bailar hasta la llegada del amanecer.

Pero la importancia de Dibango no radicaba, exclusivamente, en su personalidad musical. Su alma de líder conjuntó a los mejores músicos y reorientó la atención del mundo hacia los problemas más agudos de África.

Además, en su profunda convicción, los músicos negros fueron más allá de los temas e instrumentos étnicos; para Dibango, la modernidad era para todos y por lo mismo eran capaces de exprimirle, con calidad e intensidad, a la era de la digitalización los sonidos misteriosos de los sintetizadores.

Por ello, Manu Dibango era reconocido como un promotor de la modernidad musical en África, según nos lo explica el libro: La música es el arma del futuro (Fifty Years of African Popular Music, Frank Tenaille, Editorial Lawrence Books, Chicago, 2002).

Un saxofonista que no era

Desde su nacimiento en Camerún, en 1933, Manu Dibango se sentía “dividido entre dos mundos”. Sus padres, pertenecientes a dos etnias antagónicas, le enviaron a las provincias francesas para continuar sus estudios. Era el primer hombre negro que veían en el pueblecito francés de Saint-Calais. Era otro tiempo y otro mundo. Allí, la música de Louis Armstrong en la radio alivió su soledad: “Por fin, una voz negra que reconocía”.

Más tarde, Dibango llegaría a tener todos los discos de Armstrong y, luego, el jazz siguió siendo su gran amor: “El jazz es el denominador común de todas las músicas, de blancos y negros”.

Dibango empezó a llevar una gorra como Lester Young y, cuando un amigo le prestó un saxofón, en 1952, le gustó tanto que ya nunca se lo devolvió. Aunque Dibango tocaba jazz regularmente, seguía estudiando sin ni siquiera soñar con una carrera musical, hasta que sus padres se enteraron de que su pasatiempo le robaba tiempo a los estudios y le retiraron la pensión.

En Bélgica, en 1960, Dibango tocó por primera vez con músicos africanos: el African Jazz del zairense Joseph Kabaselé, el pionero del soukous, que le invitó a Kinshasa para grabar. Las sesiones empezaban a las nueve de la mañana, Dibango llegaba a las ocho para calentar su saxo, tres horas más tarde llegaban los demás, sin la menor idea de lo que iban a tocar, y así fue como grabaron cuarenta canciones en quince días.

Precisamente, la carrera de Dibango representó una reacción contra esta informalidad, un intento de establecer una infraestructura profesional para lanzar una música moderna africana.

A finales de los años sesenta, el profesionalismo de Dibango se dio a conocer a través de la Organización de Unidad Africana, que le invitó a tocar durante sus conferencias en varios países. Dibango viajaba solo, reclutaba una orquesta entera y ensayaba durante días antes de actuar.

En 1972, un ministro camerunés le encargó grabar un single para conmemorar la final de la Copa Africana de fútbol, entre las selecciones de Camerún y Congo. Orgulloso, Dibango mostró a su padre el dinero que le habían adelantado, quien comentó a su esposa: “Algo está pasando en este país, el presidente le ha dado un millón de CFA [moneda africana] a tu hijo para que haga ruido”.

El ruido consistía en un himno patriótico, eslabonado con el instrumental “Soul makossa” que, a pesar del ánimo que infundió al equipo camerunés, no pudo evitar su derrota.

La frustración de los aficionados se manifestó en el destrozo de las copias del disco, pero, un año después, se encontró un ejemplar ileso en Nueva York; se emitió por la radio, se vendieron treinta mil copias en una semana y Jackie Onassis lo declaró su disco preferido.

Diez años más tarde, Michael Jackson también demostró su admiración por este tema, al robarle setenta y siete segundos que incorporó a una canción de su Thriller. Dibango le llevó a los tribunales y ganó.

El liderazgo de Dibango

Desde este éxito, el inalcanzable Dibango personificó una música africana siempre abierta al exterior. Tocó salsa con los Fania All Stars, reggae con Sly and Robbie y hip-hop con M.C. Mell’o. Creó bandas sonoras para el cine, presentando su propio show televisivo en Francia y además fundó la orquesta para la cadena estatal de televisión en Costa de Marfil. Grabó una desconcertante variedad de discos propios y organizó dos importantes proyectos panafricanos.

En 1985, para grabar su single “Tam-tam pour L’Ethiopie”, Dibango reunió a la flor y nata de los negro politains —término inventado por él—, que incluía a Touré Kunda, Salif Keita, Youssou N’Dour y King Sunny Adé. Dibango llevó personalmente los beneficios a las víctimas del hambre en Etiopía, con el fin de impedir cualquier desvío de los fondos. Un reparto musical parecido se encontró en su disco de 1994, Wakafrica, que, aparte de dos temas instrumentales, repasó clásicos africanos como “Pata pata” de Miriam Makeba, “Emma” de Touré Kunda y “Lady” de Fela Kuti, el retorno de Ladysmith Black Mambazo a sus raíces en “Wimoweh” (canción también conocida como “Mbube”), mientras Angelique Kidjo y Papa Wemba, por efecto mutuo, hicieron chispear el ingenio en “Amioh”.

La importancia de Dibango no radicó en su propia discografía, sino en su profecía de un África eléctrica: “Hay gente que piensa que los músicos africanos no pueden tocar pianos con más sintetizadores ni saxos. Quieren ver a los africanos tocando el tam-tam, pero eso está cambiando”. La contribución de Manu fue fundamental en este cambio.

Un último detalle. Considerado como el Grand-Frére de los músicos africanos en París, el saxofonista fallecería en marzo de 2020, a la edad de 86 años, por complicaciones del covid. En la música de Dibango existieron algunas piezas que son oro molido para el melómano más curioso. No poner sus piezas estelares a la hora pico de las fiestas y conmemoraciones es una audacia que raya en la felonía.

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