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Las siluetas de la muerte

Tres relatos

Octubre, 2023

Las siluetas de la muerte es un antología bibliográfica que acaba de salir de la imprenta elaborada por el Petit Comité Literario y editada por Amatlioque que congrega a más de una docena de autores. Con autorización del sello editorial reproducimos la introducción a cargo de Emiliano Bravo y de los cuentos “La sequía del campo” de Melissa Roura, “Herencia” de Daniel Sánchez Santiago y “Tos” de Emiliano Bravo Vázquez incluido en el libro.


La sequía del campo

Melissa Roura


Esta narración no es de una muerte física, no; se trata de una muerte diferente: sobre un campo seco.

Hace mucho tiempo, aproximadamente unos 10 años, yo repetía su nombre. Me gustaba pensar en él, aunque lo tuviera de frente, a un lado, dentro de mí o en otra ciudad. Me gustaban sus palabras, pero más que eso, me gustaba su ser tan libre. Además yo le encantaba, y eso provocaba en mí un frenesí y así ambos enloquecíamos.

Y viceversa.

El enloquecimiento parecía infinito; pero, claro, en la vida pasan cosas, cosas que uno no se imagina.

En fin, el punto es que estamos separados, aproximadamente a unos 400 kilómetros de distancia, y a veces a 600 kilómetros, cuando él va al rancho. A él le gusta cuidar del campo, de los sembradíos, crecer manguitos, sembrar maíz, cempasúchil, limoncitos y otras cosas, además de que en el rancho tienen muchas albercas. Es un paraíso.

Él está allá y yo acá desde hace algunos años. Nunca me he quedado a vivir allá, y él no volvió. La vida, como dije, nos lleva como un viento sutil, invisible, y caemos en algún lugar del mundo… de la existencia.

Así caímos ambos, lejos. Aunque gracias a la tecnología aún nos deseábamos y hasta nos celábamos y cuando podíamos coincidir, nuestros cuerpos revolvían las sábanas como al mar, y todos los hechos del mundo pasaban al mismo tiempo. Así yo sentía su cuerpo: como el todo. Era todo.

Era todo. No sé si lanzó un hechizo hacia mí, de esos que ya no se quitan, así como sus brazos morenos cuando no se despegaban de mi cuerpo.

Su dubitar lo delataba, me pensaba y no quería soltarme. Así como yo no quería soltarlo.

No.

No quería porque su nombre me daba calor de esos de la costa, de esas playas calurosas y ricas. Eso era él, mi playa.

Y no murió. Ahí está deambulando por el mundo, en sus tierras, en sus campos, en donde sus pies pisan a las semillas, en donde el aire de campo lo cubre. Y yo acá, sin aire, en una asfixia citadina, cotidiana, que me ahoga.

Yo quiero limoncitos y maíz. Quiero que las semillas sientan la planta de mis pies descalzos. Quiero respirar.

Pero

estoy

lejos.

Así es como narro esta muerte chiquita de ciudad en la que, aunque estire mi mano, no alcanzo esos mangos, ni las flores. Parece que es otra realidad. ¿Cómo brinco? ¿Cómo atravieso ese cristal?

Me ahogo.

Sin aire.

No.

No soy.

Somos.

No somos.

400 kilómetros. ¿Qué es eso? Es una daga. Es la sequía del campo.


Tos

Emiliano Bravo Vázquez


Me imagino que esta tos va a reunir a toda la familia en mi velorio. Que aun ahí tirado en el féretro mi cuerpo seguirá tosiendo. Vendrán estas cortas convulsiones cada cuanto, alterando los nervios de mis hijos y mis hermanas.

Me escucharán como un llamado a la guerra, una contra la oscuridad y las garras sobre el camino hacia mi luz, que combatirán con rezos.

Ahora mismo expulso esta música errata. Un idioma monofónico, ahora esta es mi lengua, mi acento, mi preocupación, la de quienes me quieren a pesar de todo lo que fui. Estoy viejo con esta compañera, contando y contando los años que llevamos juntos. Tengo esta tos que llena el vacío con desierto; sin humo, sin razón, sin fin, que se escuchará aún desde el fuego en el que me arrojen.

Lo oyeran los perros y vendrán hasta mi cama-trinchera. Me encontrarán hirviendo en fiebre, pálido, con sus ladridos saliendo de mi propia garganta. Ojalá las plegarias los hagan apiadarse, que me dejen libre y en lugar de devorarme laman mi manzana. Dejo mi biografía triste, sola como yo, paja, polvo en el librero, bulto en el estante olvidado de un lugar olvidado hablando a nadie lo curioso y complicado de mi tos de años, de media vida, diciendo el mártir de pulmón que fui. Me espera una oscura eternidad sin silencio.


Herencia

Daniel Sánchez Santiago


—Hay muchas cosas que no entiendo —se decía Flor aquella fría mañana de diciembre mientras la luz y el calor del sol buscaban sus ojos cansados. Cada día era más difícil levantarse y ella no lo notaba. No notó que de un momento a otro dejó de reír, ni que cada vez le costaba más hablar. Su voz sonaba ronca y era difícil para ella hacerse escuchar en medio de los gritos de sus compañeros. Tan sólo veía hacia otro lado, como buscando algo y después se iba dentro de sí misma y desaparecía.

Nunca entendió por qué todos los niños la ignoraban.

Luz no entendía por qué sus cuidadores susurraban a espaldas de todos cuando se defendía de otros niños que se burlaban de su papá, que decían que estaba loco y que ella también. No supo cómo enterró la varilla en el ojo de Paco.

Le quitaron su recreo, su comida e incluso su lugar para dormir. Por semanas seguidas sentía odio, temor y culpa, no entendía por qué tenía pesadillas donde un ser inmenso la perseguía y sin importar qué, siempre la alcanzaba.

Nana no entendía por qué a veces veía a su mamá… la veía de lejos y cada vez más discretamente hablaba con ella, pero nunca le dijo a nadie, por miedo que le quitaran eso también en aquel orfanato.

La pequeña no entendía que papá había ahorcado a mamá y que nunca más vería a ninguno de los dos.

María tardó mucho en entender que lo que la acosaba no dejaba de importar… a sus 35… a sus 43… a sus 67…a sus 80 años.

Introducción

Emiliano Bravo

En algún instante del tiempo hiciste algo cotidiano por primera vez y en otro distinto lo hiciste por última ocasión sin saberlo. En la historia o en el arte hay trascendencia, tal es el caso de la literatura. Seguirá ahí, inmortal, continuando lo que alguna vez se empezó alrededor de hace 5 mil años. Ha visto nacer soles, caer lunas y todo lo que pasa, o podría pasar, encima o debajo de ellos; ha visto morir a sus mensajeros y la veremos morir sólo arrastrándola a la tumba de toda humanidad, y quizá, ni así. Muchos escritores han tocado la muerte, lo que la rodea (¿qué serían si no?): el miedo, el misterio, el enigma; y nunca serán suficientes las historias sobre el fin de nuestros días para apaciguar el alma.

Es por eso que el Petit Comité Literario, un grupo apasionado por contar historias, organizado por el escritor Everardo Martínez Paco —“Perro Rabioso”—, aporta en su tiempo y espacio (Latinoamérica, año 2023) una serie de relatos que observan con una sensibilidad muy especial las distintas siluetas de la muerte.

Para hablar de la muerte, primero hay que hablar de la vida partiendo desde cualquier punto de ella. En esta antología nos atañen los últimos puntos, los últimos días, las últimas horas.

La muerte toma pronto a quien menos esperabas o tarda en llevarse a otros fulminándolos poco a poco dentro de un hospital, o los enloquece en su propia cama mientras llega; hay personas que la ven en su trabajo día a día sin dejarlos de sorprender, mientras otras la ven sólo en sus pesadillas; también la muerte quiere enamorarse y bailar en un pueblo, mientras en otro pueblo un vivo desfachatado la espera durmiendo en su ataúd comprado precozmente; un niño tiene que despedirse de su Tata y otro de toda su familia junta; otras veces debes apurar la salida con las navajas. Siempre llega, contarás otras muertes, pero nunca tu propia muerte. En este libro leerás algunas.

Para más información sobre el libro, o su compra, pueden hacerlo al número 55-55-07-57-84, o al correo: evermartz66@gmail.com

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