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Rafael Escalona, tres lustros después

Tres cuartos de siglo de la partida de Buitrago

Mayo, 2024

Mayo lo vio llegar a este mundo (el día 26 de 1926), y también lo vio marcharse 81 años después (el día 13 de 2009). Se cumplen tres lustros del fallecimiento de don Rafael Calixto Escalona Martínez, o más popularmente conocido como Rafael Escalona, considerado uno de los compositores colombianos más importantes no sólo del vallenato sino de la historia de la música en Colombia. Su enorme figura y huella es comparable con la que dejó Guillermo de Jesús Buitrago el Jilguero de la Sierra, compositor, músico y cantante colombiano, quizá la primera leyenda del vallenato, fallecido a los 29 años de edad en la Ciénega colombiana el 19 de abril de 1949, hace ahora siete décadas y media. En el siguiente texto, Víctor Roura recuerda a estos dos grandes artistas colombianos.

A los 81 años de edad, el 13 de mayo de 2009, se iba de este mundo el colombiano Rafael Escalona, uno de los más distinguidos difusores e intérpretes del vallenato, sesenta años después de la muerte, ocurrida en 1949, del creador de este género musical: Guillermo de Jesús Buitrago —el Jilguero de la Sierra—, fallecido a los 29 años de edad en la Ciénega colombiana el 19 de abril de hace ya seis décadas.

Y aunque el vallenato en definitiva identifica a Colombia, una sociedad musical tan respetada como Putumayo, cuando creaba discos, no incluyó ningún vallenato cuando lanzara al mercado su álbum Colombia en 2001, asunto inexplicable para un sello inmiscuido en la investigación seria en la composición de su catálogo, ya que esta música, como el bossa nova brasilero y el tango argentino, vaya que ilustra muy bien los sonidos de Sudamérica.

Tanta es la influencia vallenatera en América que no hay país que no tenga su propio compositor especializado en esta música, como en México, por ejemplo, lo fuera el regiomontano Celso Piña, fallecido hace un lustro, a los 66 años de edad, el 21 de agosto de 2019. Porque para interpretar el vallenato, a menos que un músico tan prodigioso como Buitrago se aparezca con aires demoledoramente bárbaros e impulsivos de puya o paseo, es necesaria la pujanza y la entereza de un acordeón, instrumento que llegara a Colombia en la sexta década del siglo XIX de la mano, se cuenta, del médico francés Charles Saffray cuando desembarcó en Santa Marta haciendo desde entonces la aparición de virtuosos autodidactas acordeonistas que le han otorgado un sello particular a esta música valiéndose, asimismo, del canto, ya tradicional, del vallenato que, se apunta en la historia de este ritmo, impusiera Alberto Fernández Mindiola con 97 años en la actualidad, cumplidos el pasado 7 de abril.

El músico Rafael Escalona.

Y es que del acordeón hay una leyenda en Colombia atribuida, en principio, a un tal Francisco Moscote Guerra —sin identidad aunque todo el mundo en Sudamérica lo señala como el primer juglar del vallenato nacido en la Guajira, si bien existen los que aseguran que era un hombre de carne y hueso que falleciera el 19 de noviembre de 1953— que indica que una noche, en un bosque oscurecido, este Francisco el Hombre (mote con el que se conocía al supuesto Moscote) derrotó al Diablo en una sesión improvisada de acordeones, hazaña retomada por el alemán Stefan Schwietert para su película-documental El acordeón del diablo (2001) donde es Francisco Rada, que muriera a los 96 años de edad el 17 de junio de 2003, el protagonista real, según el cineasta Schwietert, de aquella historia del duelo entre Satanás y el acordeonista.

Pero es Rafael Escalona el nombre que siempre sale a flote cuando se habla del vallenato colombiano, cuyas canciones aparecen una y otra vez en distintas antologías del género, adoptadas, digamos, por un Carlos Vives (1961) para su segundo tomo de Clásicos de la Provincia, del año 2009. Hasta este momento, por ejemplo, nadie ha superado la canción de Escalona sobre la profunda amistad vertida en la pieza dedicada al dibujante Jaime Molina: “Recuerdo que Jaime Molina, cuando estaba borracho, ponía esta condición: que, si yo moría primero, él me hacía un retrato o, si él se moría primero, le sacara un son. Ahora prefiero esta condición: que me hiciera el retrato y no sacarle el son. Famosas fueron sus parrandas que a ningún amigo dejaba dormir. Cuando estaba bebiendo siempre me insultaba con frases de cariño que él sabía decir. Luego en las piernas se me sentaba, me contaba un chiste y se ponía a reír. La cosa comenzó muy niño: Jaime Molina me enseñó a beber. Por donde quiera estaba, él estaba conmigo; y a donde quiera estaba, yo estaba con él. Ahora me duele que él se haya ido: yo quedé sin Jaime y él sin Rafael”. La famosa canción de una casa en el aire, quien la compositora mexicana Jaramar Soto (1954) vertiera delicadamente en uno de sus álbumes, es también una canción, en efecto, de Escalona.

Guillermo de Jesús Buitrago.

El vallenato, como música de raigambre popular, jamás va a morir aunque los hombres fallezcan tras dejar su huella en esta música, como lo hiciera recientemente Lisandro Meza, a los 86 años de edad —el pasado 23 de diciembre de 2023. Pero continúan en el escenario varios otros, como don Alfredo Gutiérrez, con su falsete inigualable e irreproducible, ya grande (con 81 años de edad, que acaba de cumplir el pasado 17 de abril) pero siempre embravecido y enjundioso, uno de los participantes en el filme El acordeón del diablo, por cierto.

Y si bien no ha habido, hasta este momento, ningún Piazzolla colombiano que doblegara al vallenato en composición sinfónica, ciertamente hay personalidades que instigan al vallenato a ser otra cosa sin perder su originalidad, como lo intentara Fonseca (1979) en cualquier álbum suyo o Moisés (1964) con su Fusión de 1994 o el mismísimo Vives con El rock de mi pueblo, de 2004.

Alguien podría añadir que sin la parranda venezolana no habría vallenatos colombianos, pero entonces nos embarcaríamos en un cuento de nunca acabar. Lo cierto es que gente como Rafael Escalona vio la luz primera en Colombia, y eso nadie lo puede negar. Y siendo dos músicas tan cercanas, en la práctica, para fortuna nuestra, tanto la parranda como el vallenato son tan distantes en su apreciación que cada uno sigue su desarrolla en camino opuesto, para bien de la propia música.

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