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Los demasiados lugares comunes en el rock mexicano

Un nuevo libro, doble, de Federico Arana sobre el tema del cual es el experto número uno: el rock mexicano, empieza a circular para poner los puntos sobre las íes de esta manifestación hecha en el país.


Estoy con Federico Arana, y como conozco su desparpajo y su sentido del humor, no puedo evitar empezar nuestra conversación con una pregunta un tanto juguetona, un tanto jocosa. Y así se lo digo:

—Permítame empezar esta entrevista con una pregunta juguetona, jocosa —comienzo a decirle.

Arana me mira, mira alrededor, me vuelve a mirar, y sonríe.

Estamos en la cafetería de una famosa librería al sur de la Ciudad de México, y el bullicio de nuestros vecinos se filtra en la conversación.

Disparo: en usted confluyen diversas facetas: tenemos al Arana caricaturista, el Arana escritor, el Arana músico, el Arana compositor, el Arana biólogo, e, incluso, el Arana docente… ¿Con cuál de ellos estoy hablando en este preciso momento? ¿Todos pueden convivir en un mismo Federico Arana?

—Me parece que en mi nuevo libro: Grandezas y miserias del rock mexicano, puedes hallar la respuesta —me dice Federico, el único, el real—. ¿No sé si te has fijado que muchos epígrafes de los capítulos están firmados por un tal Araña Crapulina?

Sí-sí, le digo a botepronto.

—Ése soy yo actualmente. La Araña Crapulina. Lo cual es una buena manera de adelantarse a los que creen que me van a poner a temblar por decirme “araña capulina”. Alguien que se apellida Arana siempre tiene ese problema en la vida. Siempre te dirán “araña” o cosas por el estilo… Visto a la distancia, te puedo decir que ahora me sirve haberme llamado Araña, porque en este medio hay mucha gente sin sentido del humor, arrogante, presuntuosa, que se siente como la divina envuelta en huevo. Aquí muy cerca vive y trabaja uno de ellos, al que le hago varias pullas en el libro, ya que se dice a sí mismo “poeta”. Para mayores señas —y Federico se acerca a la grabadora—: estamos en Miguel Ángel de Quevedo. Saquen sus conclusiones…

Entonces suelta una risita jocosa, divertida, contagiosa.

Tratando de ponerme serio, le digo: ¿pero con cuál se siente más cómodo, con cuál Federico se identifica más?

—Todos tienen lo suyo. Por eso digo que con la Araña Crapulina. Porque, mira…

Federico se detiene unos segundos, pensativo. Entonces, prosigue:

—Mira, a mí me gusta muchísimo escribir, y es donde me siento más a gusto, porque, en teoría, no tengo que estar dependiendo de nadie. Lo que sí me ocurre, por ejemplo, en la música. Ahí, en la música, estás jodido porque tienes varias superestrellas en el grupo, hay celos, hay envidias, hay gente que siente que no le estás dando el debido respeto o la debida jerarquía. Eso sin mencionar el sanguijueleo entre los empresarios, que quieren que vayas a tocar por míseros 50 pesos al otro lado del país. ¡Eso no puede ser!

“Entonces, el estatus ideal es el del escritor. Hasta cierto punto. Porque ahora nos encontramos con un panorama en el que la industria editorial está en crisis. La verdad, hoy casi todas las editoriales han caído en manos de unos individuos que están metidos en esto porque tuvieron la oportunidad, pero no porque realmente sean editores, ni tengan vocación de editores. Es gente que se pone feliz si entra Gloria Trevi a su oficina y les ofrece sus memorias; se siente mucho más feliz con eso a que si entrara, por ejemplo, Samuel Beckett. Es más: él podría entrar ahora mismo a uno de esos conglomerados, o a una de esas editoriales llamadas independientes, y seguro que le dicen: lo siento, esto no vende… Entonces, para qué ir llenando el cajón con más manuscritos, ¿no?”

Como solamente atino a asentir con un movimiento de cabeza mientras sorbo de mi bebida, Federico continúa:

—Es bastante desesperante este panorama. Yo he tenido muchas experiencias en el terreno editorial, algunas de ellas jocosas, que si te las cuento te irías de espalda. Y no sólo eso. Por haber sido crítico con esa izquierda falsa, con esa izquierda simulada, en algunos lugares uno está catalogado como hereje, lo cual está cabrón. Esta confusión mental es horrible. Porque, por definición, un hombre de izquierda tendría que ser tolerante… A mí me escandaliza que haya gente que sea tan maniquea a estas alturas del siglo XXI, y la sigue habiendo. Así que hay editoriales en las cuales ni me pararía. Entonces, como te decía, a mí me gusta mucho escribir, pero ahora ya me tortura, me fastidia, porque ya estoy viendo a lo que me voy a enfrentar.

“Por otra parte, está esa otra faceta, la de los monitos. A mí me gusta mucho. Sin embargo, pronto me percaté de que no se presta para vivir; al menos en mi caso. Me di cuenta de que es un mundo difícil, inclemente. El último lugar donde estuve publicando fue en la revista Nexos, pero como al señor Aguilar Camín, su dueño, es un hombre muy cuidadoso de sus negocios, creo que le molestó mucho algo que publiqué… El caso es que me expulsaron. Bueno, después de Pepe Woldenberg, quien además fue el que me invitó a colaborar…

“La docencia es otra historia. Yo terminé de muy mala manera en la UNAM, porque cometí el pecado enorme de sublevarme contra las autoridades, o, por lo menos, contra algunas de las que me tocaban a mí. Y eso, mi amigo, sí se paga caro. De hecho, llegaron a despojarme de todos los estímulos; había la consigna de joderme a como diera lugar. Al final, me cambiaron de adscripción de una manera arbitraria, y yo lo permití, porque me gustaba más el estatus de profesor de CCH que estar metido en la dirección general…”

Aquí intervengo:

—Véalo de este modo: ahí, en la escuela, usted podía reorientar a los chavales, ¿no?

—Pues sí, podía, el problema es que no se dejaban, eh.

—Alguna mente joven seguro que sí la cambió…

—Ojalá. Ojalá. No lo sé…

—De esa faceta, la de profesor, usted habla muy poco. ¿Cómo la valora ahora?

—Empecé con mucho entusiasmo, y hacía esfuerzos verdaderamente titánicos. Yo siempre he hecho eso de revisar los trabajos, leerlos todos, corregir la ortografía, corregir la redacción, o tacharlos cuando estaban copiados de Internet, que, por lo regular, era obvio… Eran tan idiotas que sacaban sus trabajos del Rincón del Vago, que está hecho por un español, sin modificar una coma. Les decía: por lo menos ten la malicia de disimular.

—Una de sus características ha sido precisamente el cuidado del lenguaje: escribir bien, defender el idioma de extranjerismos que se han ido metiendo a empujones a nuestra lengua.

—Para mí es algo que me enferma, porque ahora lo que domina es un lugar común, ya muy extendido, y que es: lo que la gente dice es lo que está bien. Porque la gente es la que hace la lengua, y la lengua es una cosa viva… Pero las cosas nunca pueden ser tan simple, ¿no te parece?

—Por supuesto.

 —Claro que la lengua es algo vivo y tiene que estar cambiando; ¡claro que tiene que estar cambiando! ¡Pero hacia dónde cambia, carajo; hacia dónde cambia Un ejemplo: hoy, casi todo México ya utiliza el verbo “ubicar” para todo: para conocer, para investigar, para encontrar, para localizar. Yo tengo una lista con un montón de verbos que están cayendo en desuso porque la gente dice: ¿ubicas a fulanita? ¡No puede ser! Y eso no es el inglés, son los argentinos, che.

“Es curioso. Argentina es un pueblo culto. Los argentinos son una potencia de libros y de escritores. Pero cuando vinieron en los años setenta huyendo de la dictadura atroz, la verdad es que nos contaminaron. Dejaron muchas cosas que a la gente, quién sabe por qué, le encantó. Aparte de salvajadas como eso de ubicar, también hoy es muy común escuchar barcito en lugar de barecito, o solcito en lugar de solecito. Son muchísimas las cosas que se impregnaron y se quedaron y ya nos jodimos; no hay manera de quitárselo.

“Ahora, el inglés es una cosa horrible. Y ahí es donde se ve claramente que la lengua debe estar viva y debe admitir palabras que enriquezcan, pero no las que lo empobrecen. Hay palabras insustituibles. Ejemplo: tú no tienes en español un equivalente a misil. Así que, entra. Tampoco tenemos un equivalente de, digamos, resumido, para decir cheque. Tenemos talón bancario, pero qué hueva. Entonces, creo que cheque sí es una palabra que se debe de admitir, que deriva de to check. Y ahí es otra cosa. Lo que no se debe admitir es para decir: ‘Voy a checar esto’. Ahí sí, no tienes ningún derecho. Porque ahora se utiliza también para todo. Hay un montón de verbos que se han perdido por esta porquería, que además es antiestética: ‘voy a checarte’.

“Y si hemos de medir el asunto por frecuencia del uso de palabras, ahí estamos hasta el fondo. Cualquier mexicano, incluyendo a los indígenas, dicen mil 844 veces diarias okey, y ya con eso le ganamos hasta a los españoles o a los cubanos de Miami… Es que no puede ser. Es un bombardeo continuo. Vas a Perisur, y, en serio, para que encuentres una tienda que se llame en español está cabrón. Y aclaro: si me he preocupado es porque me gusta escribir. Pero sé que estoy muy lejos de poder hablar de perfección. Y hay mucha gente que no entiende esa diferencia.”

—El humor, en todas sus formas, también ha estado muy presente en su vida y obra…

—Es la salvación, ¿no? Yo creo que si no le aplicas un poco de humor a la vida, estás perdido. El humor, la ironía, incluso el sarcasmo, con todo y que puede tener un componente de mala leche, son algo que te hacen la vida más llevadera. Si no fuera por el humor, estaría como el retrato de Dorian Gray: estaría todo estirado, totalmente deforme.

Federico Arana. / Foto de Josué D. Romero

§§§

Apuntemos, fugazmente, algunos datos biográficos. Federico Arana nació en Tizayuca, Hidalgo, en 1942. Es biólogo, caricaturista, pintor, escritor, músico y compositor.

Como dibujante, su obra se ha divulgado en periódicos y libros; como pintor, ha expuesto tanto en el país como en el extranjero.

Además de su obra literaria de ficción —que incluye cuento, teatro, poesía y sobre todo novela—, en su haber también cuenta con textos didácticos sobre biología y ecología (algunos de los cuales son utilizados como libros de texto en las escuelas).

Su pasión por la música comenzó a edad temprana y lo llevó a formar parte de varias agrupaciones, entre las cuales podemos citar a Los Sonámbulos, Los Sinners y Naftalina, esta última considerada un “icono” del rock mexicano.

Esa misma pasión, de hecho, también lo ha llevado a escribir ensayos sobre música folclórica y rock. En ese sentido, su libro Guaraches de ante azul se ha convertido en una referencia obligada cuando se habla del rock nacional.

Ahora, a este libro indispensable se suma otro: Grandezas y miserias del rock mexicano / Desde los precursores hasta vísperas de Avándaro, un volumen doble que mantiene la prosa característica de Arana: directa, irónica y con dosis de humor.

Por ese sendero se desvía la conversación: hablemos de Grandezas y miserias del rock mexicano

Arana responde de inmediato: empecemos diciendo que son más miserias que grandezas, me dice, y se le escapa una risita burlona.

Todavía riendo, balbuceo: es lo que le iba a comentar…

Arana se pone serio:

—Pasa algo curioso: después de Avándaro como que empieza a haber más grandezas… No te voy a decir que son más grandezas que miserias, así, absolutas, pero sí empieza a surgir gente valiosa. Es importante señalarlo porque —puntualiza— antes de eso era un panorama verdaderamente deprimente.

La pregunta, entonces, es inevitable: ¿qué fue lo que motivó este nuevo libro?

Arana se toma unos segundos; luego, desglosa:

—Lo primero es la reacción natural de mucha gente que no aparece en Guaraches…, y que sí fue más o menos parte del fenómeno. Gente que me decía: oye, por qué no me pusiste a mí, o a mi grupo. Y yo: maestro, porque no daba para tanto; además, ya de por sí es un mamotreto espantoso… Eso, por una parte. Por la otra, yo no tenía la información necesaria, ni había de dónde sacarla. La UNAM, como buena institución del Estado mexicano, había rechazado al rock a priori: igual que la iglesia, igual que la familia, igual que el gobierno. Entonces, no había material en la hemeroteca; no había Notitas Musicales, no había Pop, nada de eso. Y si algún día les había llegado, seguro lo tiraron a la basura…

“Así que yo quería, por un lado, complementar los Guaraches…, de manera que cupieran todos, todos, incluyendo los que me detestan y los que detesto; pero absolutamente todos. ¿Por qué? Porque esa política del ninguneo está cabrona. Una cosa es que se te note que no quieres mucho a tal o cual, y otra cosa es que digas que no existió.

“Después de ello, también era importante hacer una crítica de lo que ha sido el rock mexicano, porque, si no, era simplemente ser complacientes… Sobre todo, corregir esas teorías, totalmente absurdas, que por ahí circulan de vez en vez. Por ejemplo, yo he oído decir a mucha gente que el rock and roll es muy importante porque era nuestra música. Oíste bien. Nuestra música. Y uno dice: ¿qué pendejada es ésa? ¿Cómo que era nuestra música? Es todo lo contrario. No era nuestra música, para empezar, pero sí había algo diferente de lo que pasó con el chachachá, con el mambo, con el tango y con otros tantos géneros, y que era lo que Marshall McLuhan supo ver con eso de la mundialización, o lo que ahora llamamos globalization. Entonces, sí había algo muy original en el rock, y fue que los jóvenes de todos los países del orbe estaban sometidos a la misma música. Eso nos hermanaba, en cierto sentido. Éramos la aldea mundial. Ésa era la gran diferencia…”

Arana hace una pausa y le da un sorbo a su bebida. Como está enfilado, dejo que continúe:

—Por lo tanto, una de las cosas que ataco aquí son los lugares comunes, esas estupideces de decir que el rock mexicano era superior al gringo… ¡Imagínate! Claro, esa misma gente acota: “En ocasiones”, “en ocasiones”. ¡Nunca! ¡Totalmente falso! Pero, además, no lo podía ser. Y eso no es ninguna vergüenza. Porque, para empezar, los gringos fueron los que lo trajeron al mundo. Así de simple.

“Así que era importante corregir todo eso. Por ejemplo, en una revista que se llama Este País un cuate escribió que los Rebeldes del Rock eran superiores a los Coasters… Es que a mí se me coagulan las proteínas… ¿Cómo se puede decir semejante cosa? Es que hasta es una falta de respeto. Los Coasters eran brillantes. Eran unos grandes músicos. Tenían gracia, tenían desparpajo, tenían soltura… Y luego tenían una maquinaria tecnológica que aquí no teníamos, y mercadotecnia, y todo tipo de cosas… Visto así: ¡cómo diablos iban a competir los grupitos mexicanos, como los Rebeldes del Rock, con esta gente! Es que tienes que tener el oído cauterizado para decir tan enorme tontería…

“Entonces, como puedes ver, hay muchos lugares comunes, hay muchos, que es menester reconsiderar y dejar de tener sueños mariguanos, porque así nunca mejoras. Si tú a Los Hooligans les dices que fueron lo máximo, pues ahora que tienen más de 70 años seguirán haciendo las mismas tonterías. Y una de las cosas que tienen que entender los que se dedican al rock es que si no te cultivas no tienes nada que hacer; a no ser que seas Carlos Santana. Él es un gran músico, eso no se puede poner en duda. Pero tiene la ventaja de que no canta. Pero si tú lo oyes hablar es una vergüenza. Es igual que si oyes hablar a Javier Bátiz. O peor, incluso. Es deprimente. Entonces, si tú quieres entrarle a hacer rolitas tienes que cultivarte…”

—Pero es que no puede ser de otra manera —le digo a Federico Arana.

—Exacto. No puede ser de otra manera. Entonces —me dice Arana ya para finalizar—, creo que es urgente barrer con todos esos prejuicios y decir: bueno, somos realmente esto, vamos a tener en cuenta lo que hemos sido, y no repitamos los errores. No los repitamos.

Publicado originalmente en la revista impresa La Digna Metáfora, febrero de 2019.

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