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Eduardo Galeano, una década después

Patas arriba

Marzo, 2025

Era querido. Era admirado. Era leído. Sobre todo eso: Eduardo Galeano se convirtió a través de los años en uno de los autores más leídos en lengua española. Y no era para menos. Lo fue —querido, admirado y leído— tanto por su buena prosa, en la que confluían la narración y el ensayo, la crónica y la poesía, como por su coherencia política. Hombre de izquierda, con su mirada humanista y social trataba de desentrañar, primero, la realidad de los pueblos latinoamericanos y después echar un poco de luz al mundo que le había tocado vivir. Como escribió en su irónica “Autobiografía completísima” de sólo tres breves párrafos: “Nací el 3 de septiembre de 1940, mientras Hitler devoraba media Europa y el mundo no esperaba nada bueno”. Ahora que se cumple una década de su partida —Galeano murió en 2015—, Víctor Roura recuerda al periodista y escritor uruguayo.

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Apuntaba el uruguayo Eduardo Galeano —fallecido a los 74 años de edad el 13 de abril de 2015, hace justo una década— que, en 1902, “la Rationalist Press Association publicó, en Londres, su Nuevo catecismo: el siglo veinte fue bautizado con los nombres de Paz, Libertad y Progreso, y sus padrinos auguraron que el recién nacido iba a liberar al mundo de la superstición, el materialismo, la miseria y la guerra. Han pasado los años, el siglo está muriendo. ¿Cuál es el mundo que nos deja? Un mundo sin alma, desalmado, que practica la superstición de las máquinas y la idolatría de las armas: un mundo al revés, con la izquierda a la derecha, el ombligo en la espalda y la cabeza en los pies”.

Para corroborar el derrumbe del siglo XX des-almado, Galeano escribió un amplio reportaje y entregado a las prensas de la Editorial Siglo XXI, que lo publicó en 1998 con premura en una bella edición de casi 400 páginas —con ilustraciones del mexicano José Guadalupe Posada (1852-1913). El volumen, con el elocuente título de Patas arriba / La escuela del mundo al revés, es el resultado de una paciente consulta hemerobibliográfica (Galeano nos remitió a 277 fuentes específicas consultadas), misma que irremisiblemente conduce a la conclusión de que vivimos “tiempos de trágica, y quizás también saludable, crisis de las certezas. Crisis de los que creyeron en Estados que decían ser de todos, pero eran de pocos, y terminaron siendo de nadie; crisis de los que creyeron en las fórmulas mágicas de la lucha armada; crisis de los que creyeron en la vía electoral, desde partidos que pasaron de la palabra ardiente a los discursos bajos de sal: partidos que empezaron prometiendo combatir el sistema y terminaron administrándolo”.

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El libro fue, tal vez, el primero en subrayar la desilusión de la izquierda, no desde la óptica regocijada de la derecha conservadora (hay que recordar aquel volumen histérico Manual del perfecto imbécil latinoamericano, de la trilogía Plinio Apuleyo Mendoza, Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa) sino desde el centro mismo de la —¿también des-almada?— ideología (¿ex?) izquierdista que tenía en Galeano a uno de sus consolidados patriarcas.

Pero lo que hizo el autor de Las venas abiertas de América Latina fue exhibir, única pero candorosamente, la retahíla de incongruencias con la que la humanidad se desvive por vivir. Por ejemplo: “La cadena McDonald’s regala juguetes a sus clientes infantiles. Esos juguetes se fabrican en Vietnam, donde las obreras trabajan diez horas seguidas, en galpones cerrados a cal y canto, a cambio de ochenta centavos. Vietnam había derrotado la invasión militar de los Estados Unidos; y un cuarto de siglo después de aquella hazaña, que muchos muertos costó, el país padece la humillación globalizada”.

O esta otra asombrosa revelación: “En Suiza, que no tiene problemas de desempleo, me tocó asistir, hace algún tiempo, a un acontecimiento que me dejó turulato —decía Galeano—. Un plebiscito propuso trabajar menos horas sin disminuir los salarios, y los suizos votaron en contra. Recuerdo que no lo entendí, confieso que sigo sin entenderlo todavía”.

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Paradojas de fin de siglo: “El grupo General Electric tiene cuatro de las empresas que más envenenan el aire del planeta, pero es también el mayor fabricante norteamericano de equipos para el control de la contaminación del aire”.

Incomprensiones comprensibles: “El 11 de septiembre, día del golpe de Estado que en 1973 había acabado con la democracia, se celebró durante un cuarto de siglo, hasta 1998, como fiesta nacional, y todavía da nombre a una de las principales avenidas del centro de Santiago de Chile”.

Absurdos infamantes: “Diez personas, los diez opulentos más opulentos del planeta, tienen una riqueza equivalente al valor de la producción total de cincuenta países, y cuatrocientos cuarenta y siete multimillonarios suman una fortuna mayor que el ingreso anual de la mitad de la humanidad”.

Galeano miraba con ojo avizor principalmente el territorio de América Latina, y no callaba nada: “La Ciudad de México —señalaba— es la capital del país que más multimillonarios de fortuna súbita ha generado en el mundo de los años noventa: según los datos de las Naciones Unidas, un solo mexicano posee una riqueza equivalente a la que suman diecisiete millones de mexicanos pobres”.

Eduardo Galeano no dejaba tema sin revisión: desde el apartado de la justicia hasta el racismo, desde el miedo hasta la inseguridad pública, desde la impunidad hasta la corrupción, desde la ecología hasta la educación.

El escritor uruguayo Eduardo Galeano, en una imagen de 2008. / Foto: José Francisco Pinton (Wikimedia Commons).

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Anécdotas de la feliz vida consuetudinaria:

El brasileño Machado de Assis, el mejor escritor latinoamericano del siglo diecinueve, era mulato y, según decía su compatriota Joaquim Nabuco, se había convertido en blanco por obra de su maestría literaria.

A fines de 1996, en vísperas de Navidad, la catedral de Salta, en el norte argentino, se quedó sin pesebre. Las figuras sagradas tenían rasgos y ropas indígenas: eran indios los pastores y los reyes magos, la Virgen y San José y hasta el Jesusito recién nacido. Tamaño sacrilegio no podría durar. Ante la indignación de la alta sociedad local y las amenazas de incendio, el pesebre fue retirado.

Gustave Le Bon, uno de los fundadores de la psicología social, pudo comprobar que una mujer inteligente es tan rara como un gorila de dos cabezas.

“Vale más maldad de hombre que bondad de mujer”, advierte el Eclesiastés (42, 14).

Para atrapar a cien delincuentes a lo largo de un año, se requieren catorce policías en Washington, quince en París, dieciocho en Londres y mil doscientos noventa y cinco policías en la Ciudad de México.

El general Suharto, de Indonesia, se jubiló a mediados de 1998. Su dictadura férrea dejó en el camino a miles de opositores muertos, desde que diera el golpe de Estado en 1965. Al dejar el gobierno se quedó con los ahorros acumulados en más de treinta años de trabajo: 16 mil millones de dólares, según la revista Forbes (28/7/97). Un par de meses después del retiro de Suharto, su sucesor, el presidente Habibie, habló por televisión: exhortó al ayuno. El presidente dijo que si el pueblo indonesio no comía dos días por semana, los lunes y los jueves, se podría superar la crisis económica.

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El reportaje produce aún un nudo en la garganta, ciertamente.

Un angustioso y doloroso y rabioso nudo en la garganta.

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