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‘In memoriam’: Anatoli Lokachtchouk (1952-2023)

Ha muerto un maestro del circo

Diciembre, 2023

Considerado un referente de la técnica clown y las artes circenses en México, el pasado 12 de diciembre se marchó de este mundo el maestro Anatoli Lokachtchouk Ivashko, reconocido artista circense multidisciplinario de origen ucraniano. Fue un revolucionario y un loco”. Así lo describieron, en redes sociales, algunos de los alumnos que formó durante las tres décadas que vivió en México. Admirado y respetado, bajo su guía el circo en nuestro país no fue el mismo desde que decidió quedarse y echar raíces, a principios de los años noventa. Aquí fue formador de artistas circenses a través de la Escuela Nacional de Arte Teatral y de la compañía Escuadrón Jitomate Bola, de la cual fue fundador y director desde 1997, además de ser un pilar para la creación del Encuentro Internacional de Clown-México. En el Cenart, asimismo, fue un pilar importante en el Programa Internacional de Formación en Artes del Circo y de la Calle. El periodista y crítico teatral Fernando de Ita le dedica estas líneas.

Unas palabras para Anatoli Lokachtchouk, el artista ucraniano laureado por el Ministerio de Cultura Ruso, no sólo porque hizo una inmensa aportación a la acrobacia y el clown en México sino en virtud de que, gracias a la maestra y coreógrafa Farahilda Sevilla, yo fui el conducto para que viniera a la Muestra Regional de Teatro efectuada en la ciudad de Culiacán en 1990, en donde estuvo al borde de la muerte y sin embargo se quedó en México desde entonces para compartir su maestría con cientos de alumnos de todo el país y otras partes del mundo.

En los noventa era un hombre maduro muy bien parecido con excelente condición física (en apariencia como se verá enseguida), y gracias a Farahilda pudo dar su taller de acrobacia sin hablar una palabra de español. Treinta años en México y nunca aprendió realmente nuestro idioma, porque lo suyo era la gramática del cuerpo y la prosodia del movimiento. Si el clown y el arte circense se valorara por estos lares con la misma balanza que se hace en Europa, particularmente en Rusia, la estancia de Anatoli en el Centro Nacional de las Artes podría compararse con la tarea pedagógica de Seki Sano. Mas en la nopalera los artistas circenses son parte de la farándula no del dominio artístico.

Anatoli Lokachtchouk. / Foto: Facebook personal.

Gracias a Anatoli —y a Roberto Ciulli—, el de la voz pudo apreciar la técnica y la filosofía que hay en el clown más el vigor y el balance interior que se requiere para tirarse una maroma triple a 20 metros de altura. En el circo, decía Anatoli, la técnica se aprende repitiéndola una y mil veces, hasta que el cuerpo sepa por sí mismo lo que debe hacer para no terminar destripado. Lo digo así porque en Culiacán me llamó una madrugada Farahilda para decirme que Anatoli estaba en urgencias de algún hospital y debían operarlo de inmediato porque el artista laureado se enamoró del jugo de naranja, y su estómago, acostumbrado a la dieta de la perestroika (papas y té), tuvo un colapso intestinal que casi le cuesta la vida.

Afortunadamente tuvo 30 años más para volverse una referencia en el arte del malabar y la payasada entendida como un acto artístico, como un ejercicio de la imaginación burlesca, en la Escuela Nacional de Teatro del INBA, donde recibió una ofensa tan fuerte para él que hoy está muerto. Espero que la alumna con sobrepeso de la ENAT que lo acusó de acoso sexual el año del #MeToo, pues percibió una “mirada lasciva” de parte de su maestro, tenga al menos diarrea perenne porque le fastidió la vida a un hombre que marcó un antes y un después en el clown nacional, con su ensamble Escuadrón Jitomate Bola, y entrenando a docenas, acaso cientos de acróbatas y payasos contemporáneos, sin la menor falta de respeto a la integridad del alumno, como lo comprueba el homenaje que le hicieron este año otros de sus estudiantes, en desagravio por la ofensa recibida.

Anatoli Lokachtchouk en una imagen de 2016. / Foto: Facebook personal.

Anatoli estaba tan angustiado por la denuncia que me habló por teléfono para pedirme que hablara con su mujer al respecto, porque con la pena su español no daba para una conversación de ese tipo. Por supuesto que entre los usos y costumbres de la ENAT estuvo el acoso, la burla, el ninguneo, el patriarcado de algunos maestros. Naturalmente las y los estudiantes que lo padecieron tenían toda la razón de denunciarlo, pero si revisamos qué pasó con todo aquel tendedero de la infamia, el resultado es tan parecido a las denuncias de todo tipo que ha hecho el ciudadano presidente de la República, que asombra, porque los resultados de esas denuncias a nivel nacional sólo tienen a un preso en la cárcel: Lozoya (y seguro sale de ahí cuando se acabe el sexenio). Por los que sí acosaron en la ENAT resultaron estigmatizados maestros ejemplares, como Mauricio Jiménez, quien, ante la justa ira feminista, mantenía a sus alumnas a un metro de distancia. Como no había acoso sexual lo tacharon de autoritario e impositivo. El caso es que se cambiaron autoridades en la ENAT, se abrieron juicios y no ha sucedido nada. Ni acusaciones formales sustentada en hechos comprobables ni la mínima disculpa por haber destruido la honorabilidad de los maestros que no acosaron a nadie. Porque los acosadores deben estar en la cárcel. Pero los maestros cabales merecen un respeto que están buscando en otra parte. Lo siento Lydia (Margules), heredaste un nido de avispas.

Anatoli, como te dije en el speaker la última vez que hablamos a través de tu mujer, tu honor está a salvo en la enorme cantidad de alumnos que aprendieron contigo la calidad física y humana que se requiere para ser un clown de verdad.

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