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Cobain, tres décadas después

La muerte inconclusa

Abril 2024

Nació en febrero de 1967 y se fue de este mundo en abril de 1994. Se cumplen 30 años del suicidio del que quizá sea el último gran héroe del rock: Kurt Cobain. Músico y compositor estadounidense, fue conocido por haber sido el vocalista, guitarrista y principal compositor de la banda Nirvana. Su música definió una época; su muerte, fue un momento definitivo en la historia del rock. Víctor Roura aquí lo recuerda.

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La muerte de Kurt Cobain, ocurrida el 5 de abril de 1994, es la última en la órbita roquera que conmocionara al espectador consuetudinario de este género musical llevado, sobre todo, por su melomanía, distanciado del fanatismo, credo que antepone la intransigencia o la intolerancia al razonamiento de la cuestión del arte, tal como sucediera, digamos, con la londinense Amy Winehouse quien falleciera a la triste edad de los 27 años —como Morrison, como Hendrix, como Janis, como Cobain— el 23 de julio de 2011, si bien esta muerte, qué desolador subrayarlo, ya era presentido en el mundo del pop debido a los comportamientos predeciblemente funestos de la cantante, además de haberse efectuado el deceso en el siglo XXI cuando ya ninguna muerte ha afectado sensiblemente a la masividad musical, ni cuando han partido celebridades tales como George Harrison —a los 58 años el 29 de noviembre de 2001—, Johnny Cash —a los 71 años el 12 de septiembre de 2003—, David Bowie —a los 69 años el 10 de enero de 2016—, Lou Reed —a los 71 años el 27 de octubre de 2013—, Prince —a los 57 años el 21 de abril de 2016— o J. J. Cale —a los 74 años el 26 de julio de 2013.

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Cuando se suicida el compositor y cantante de Nirvana: Kurt Cobain, el duelo vuelve a alzarse en el medio musical, y por última vez, ya que con su partida muere también el rock como alegoría de oposición.

Los carteles de la droga son ya un imperio establecido, una realidad que rebasa a los gobernantes del orbe, quienes, cómplices o no de esta desmedida dilatación tóxica, se muestran debilitados ante la organizada red del narcotráfico. Con Cobain muere el último “héroe” roquero porque ya, apenitas después de que se quitara la vida, el rock dejaba de ser rock para pasar a convertirse en pop, en un rock popero en todo caso (o “alternativo”, como lo referían las tiendas de discos cuando las bandas aún pululaban antes de la aceptación de las plataformas digitales, que ha ocultado las artesanías para conservar las apariencias), que es decir en una música estandarizada y calificada apta para todo público.

La frase de Ian Anderson (Inglaterra, 10 de agosto de 1947), que diera título a un álbum de Jethro Tull en 1976: Demasiado viejos para el rock, demasiado jóvenes para morir, se le ha revertido a él por lo menos en la primera parte de dicha sentencia, llevándose consigo, asimismo, a numerosos roqueros que arriban demasiado jóvenes a sus 80 años de edad.

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Ni Elvis Presley cuando falleció, a sus 42 años de edad el 16 de agosto de 1977, conmocionó tanto a una sociedad que lo viera crecer musicalmente transformando, ahí sí, los usos y costumbres establecidos por la industria del espectáculo que había forjado en figuras como las de Frank Sinatra los modelos a seguir… pero, pero, pero la fama también puede atraer su pecadillos sociales, tal como sucediera con estas rock stars que, con cientos de miles de dólares en la mano, se adentraron en el mercado negro de los estupefacientes para su entera satisfacción sin importarles un ápice el consumo ilegal en el que se estaban introduciendo, porque finalmente ya sabemos que el poder económico rebasa los lineamientos suscritos en las leyes impuestas constitucionalmente: ¿no cuentan las leyendas mexicanas los alborozos compartidos de Agustín Lara en las sinuosidades del opio con límpida impunidad debido a la personal acumulación financiera que lo mantenía a la distancia de cualquier infierno con las autoridades nacionales?

Morrison en el periodo de los setenta, Lennon en el de los ochenta y Cobain en la última década del siglo XX abren y cierran, asimismo, no sólo los llantos colectivos roqueros sino también el inicio y la consolidación de la droga en el mundo, curiosamente transparentada, de manera angelical, por los grandes ídolos de la mercadotecnia del espectáculo.

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Como sucede demasiadas veces en las cuestiones de la popularidad, Kurt Cobain valía más por ser el vocero de la generación grunge que, en su momento, englobara de paso a una generación denominada Ñ por haber sido el centro de los conflictos mundiales que por la aportación de sus conceptos musicales los cuales, paradójicamente, no exhibiera en su consagratorio álbum Nevermind, aparecido en el mercado en septiembre de 1991, sino en el último trabajo discográfico en forma de Cobain con su banda Nirvana: Unplugged in New York, de 1994, donde se trasluce, límpidamente (sin necesidad de alzar la voz y riffs bruscos que identifican y definen al grunge), la figura sonora señera de Cobain, no percatada en ninguno de sus tres discos anteriores donde la explosividad, el alarmismo vocal y el estruendo musical eran necesarios para otorgarle voz al grunge.

Pese a su popularidad, la muerte de Cobain aún queda en los papeles pendientes, irresueltos, de la criminalística mundial donde se ven inmiscuidas la droga, la depresión y la insolvencia moral que no acaba por dilucidar por completo si el fallecimiento fue debido a un suicidio o a un homicidio perpetrado por allegados al compositor estadounidense nacido el 20 de febrero de 1967 en Washington.

Muchos niegan que Cobain se mató a sí mismo como se niega ahora con las muertes de Janis, de Morrison, de Hendrix, de Elvis, porque el suicidio, en el lenguaje correcto de la inclusión, no es, ni será, admitido jamás.

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