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Las cuatro décadas del Mundodisco

Diciembre, 2023

En un mundo plano sostenido por cuatro elefantes impasibles que se apoyan en la espalda de una tortuga gigante habitan los estrafalarios personajes de esta novela: un hechicero avaro y torpe, un turista ingenuo cuyo fiero equipaje le sigue a todas partes sostenido por cientos de patitas, dragones que sólo existen si se cree en ellos, gremios de ladrones y asesinos, espadas mágicas, la Muerte y, por supuesto, un extenso catálogo de magos y demonios… Se cumplen 40 años de la publicación de El color de la magia, la primera novela de Terry Pratchett ambientada en el Mundodisco’: un universo de fantasía, caballeros y criaturas mágicas que, reconvertida en una saga de 40 títulos, sedujo a medio planeta. En esta nueva entrega de ‘Calesita’, Juan José Flores Nava le dedica unas líneas a este libro para celebrar su aniversario.

No pienso leer ni uno más (no por ahora, al menos): a mi edad, 46 años, apremian otras páginas. Pero El color de la magia es suficiente para saber que Terry Pratchett creó, con su Mundodisco, una poderosa saga llena de imaginación desbordada, humor ácido, agilidad narrativa, personajes entrañables, sátira, vértigo, fantasía, etcétera.

Fue el 24 de noviembre 1983, 40 años atrás, cuando esta novela se publicó por primera vez. En ese entonces, su autor, el británico Terence David John “Terry” Pratchett (1948-2015), era todavía el encargado de manejar la difícil área de relaciones públicas de un consorcio que administraba distintas centrales nucleares en el Reino Unido.

Tuvo tan buena fortuna con las letras, que menos de cuatro años después de la aparición del primero de los 40 (¿o son 41?) volúmenes que componen el Mundodisco decidió abandonar todo para dedicarse a la literatura. La edición de El color de la magia que tengo, reimpresa en 2019 por ediciones Debolsillo, dice que los libros de Pratchett han sido traducidos a casi cuarenta idiomas y han vendido más de 85 millones de ejemplares en todo el mundo.

Ya sé que no faltará quien sostenga que todo eso que Pratchett escribió no pertenece al culto universo de la literatura, pero no hay duda de que (hablo al menos de El color de la magia) su obra estimula en los lectores más jóvenes el interés por los libros: algo nada banal en estos tiempos en que nuestra atención la ganan las historias digitales de 15 segundos.

El disco del mundo Pratchett descansa sobre los lomos de cuatro elefantes gigantes que a su vez se mantienen de pie encima del caparazón lleno de cráteres de meotoros de la Gran Tortuga A ’Tuin. Todo sucede en “un lejano juego de dimensiones de segunda mano, en un plano astral ligeramente combado”, en el que las ondulantes nieblas estelares fluctúan y se separan mientras A ’Tuin nada lentamente por el golfo interestelar contemplando fijamente el Destino: “Con unos ojos del tamaño de mares, encostrados de lágrimas reumáticas y polvo de asteroides”.

Y justo así es el temperamento del Mundodisco, que ofrece, dice Pratchett, “vistas mucho más impresionantes que cualquiera de las que se pueden encontrar en otros universos, construidos por Creadores con menos imaginación, pero más aptitudes mecánicas”.

En este mundo caben sagas de magos y de brujas, novelas juveniles, científicas e ilustradas, sagas dedicadas a personajes como Mort Bill Puerta (La Muerte), Moist von Lipwig (Húmedo von Mustachen) y Tiffany Aching (Tiffany Dolorido), pero también libros de antiguas civilizaciones o de la Revolución Industrial. No todo el Mundodisco, por cierto, está traducido al español desde el inglés original. Una guía del orden de lectura para no extraviarse entre las cuatro decenas de libros del universo más conocido de Terry Pratchett puede consultarse en el sitio web de Fancueva.

Terry Pratchett. / Foto: Luigi Novi (Wikimedia Commons)

Resulta significativo que El color de la magia no sea un texto sencillo: sus constantes parodias y burlas a “nuestra realidad”, a su aplaudida lógica científica y a su solemnidad intelectual obligan a estar atentos a cada detalle. Como cuando expone la hipótesis conocida como Teoría del Big Bang, sostenida sobre todo por los más religiosos, según dice Pratchett, acerca del origen y destino de la Gran Tortuga A ’Tuin, “que se arrastra desde el Lugar de Nacimiento hacia el Momento de la Cópula”, breve, pero apasionada.

Aunque si hay algo que atrae al final de ésta, la primera novela del Mundodisco, es la amistad que se va fortaleciendo —incluso en contra de los deseos del mago— a lo largo de sus páginas entre el cínico mago fracasado (aunque políglota) Rincewinde, el telentoso, mágico y psicópata baúl con patas llamado El Equipaje (hecho de peral sabio) y Dosflores, el cándido, inocente y alegre primer turista del Mundodisco, a quien su Baulito (El Equipaje) sigue fielmente a todos lados.

Así describe Pratchett a Rincewinde: “Observadle. Huesudo y larguirucho, como la mayoría de los magos, y envuelto en una túnica color rojo oscuro que lleva unos cuanto signos cabalísticos místicos bordados en lentejuelas oxidadas. Cualquiera le habría tomado por un simple aprendiz de hechicero que había escapado de su maestro por rebeldía, aburrimiento, miedo o un gusto persistente por la heterosexualidad”.

No hay página en que Terry Pratchett no le tuerza el pescuezo a los lugares comunes, no le dé un giro a las historias ordinarias, no se mofe de una situación o no convierta en víctimas de su chispeante ingenio a alguno de sus personajes. He aquí algunos ejemplos:

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Lo que no le gustaba de los héroes era que resultaban suicidamente sombríos cuando estaban sobrios, y homicidamente locos cuando se emborrachaban. Además, había demasiados.

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El peligro debía haber pasado, porque los Vigilantes se cuidaban mucho de no intervenir en ninguna reyerta antes de que las oportunidades se inclinaran claramente a su favor. El trabajo ofrecía una pensión, y atraía a hombres prudentes, que pensaban antes de actuar.

§

Antes de que pudiera detenerse, cierta parte de su cerebro que no tenía nada que hacer allí, tomó el control de su boca.

§

Rincewind llegó al Tambor Roto a toda velocidad, justo a tiempo de chocar contra un hombre que salía rápidamente de espaldas. La prisa del desconocido se justificaba en parte por la lanza que llevaba clavada en el pecho. Dejó escapar un sonoro gorgoteo, y cayó muerto a los pies del mago.

§

Rincewind suspiró de nuevo. Estaba muy bien apoyarse en la lógica pura, decir que el universo estaba regido por la lógica y la armonía de los números, pero lo obvio era que el disco atravesaba el espacio a lomos de una tortuga gigante, y que los dioses tenían la costumbre de rondar por las casas de los ateos para destrozarles las ventanas.

§

De cualquier manera, el día tocaba a su fin, y Dosflores pensó que no sería buena idea quedarse toda la noche al aire libre. Quizá hubiera… (se exprimió el cerebro, intentando recordar qué clase de alojamiento solían ofrecer tradicionalmente los bosques)… quizá hubiera una casita de chocolate, o algo así.

Y, finalmente (la verdad es que hay muchísimas por el estilo), aquí va la que, si el Mundodisco pudiera hablar, usaría para describirse a sí mismo:

§

Probablemente en ese lugar la frontera entre el pensamiento y la realidad es un poco confusa. Sólo sé que antes no existía, que pensaste en mí y existí. Por tanto estoy a tu entera disposición, claro.

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