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“Yo no pienso dejar nunca de cantar”

Celia Cruz, veinte años después

Agosto, 2023

Su nombre real era Celia Caridad Cruz y Alfonso. Su nombre artístico, internacional, era más sencillo y pegador: Celia Cruz. Sus apodos, por otra parte, éstos sí fueron múltiples a lo largo de su vida y su trayectoria —todos ellos igualmente ciertos, todos ellos igualmente descriptivos—: La Guarachera de Cuba, La Señora del Ritmo, La Reina Rumba o La Reina de la Salsa. Y es que, ya fuera como vocalista del legendario conjunto la Sonora Matancera o en plan solista, Celia Cruz interpretó y popularizó internacionalmente ritmos tropicales como el son cubano, el son montuno, el guaguancó, la rumba, la guaracha o el bolero; sin embargo, fue la salsa la que la llevó al estrellato. Ahora que se cumplen dos décadas de su partida Celia nació en La Habana en octubre de 1925, murió en New Jersey, Estados Unidos, en julio de 2003, Víctor Roura recupera esta conversación con la cantante cubana, a manera de homenaje… ¡Azúcar!

“En Estados Unidos renació lo que ya estaba acabado”

Oír, una vez más, el parecer de Celia Cruz, que repetía acaloradamente, era ya una costumbre periodística:

—No estoy de acuerdo con el régimen que está ahí. Por eso ya llevo 23 años fuera de Cuba. Y no pienso regresar.

Y no retornó a La Habana nunca más desde que salió de ella, al año del triunfo de la Revolución Cubana, ocurrido en 1959. Su muerte sucedió hace dos décadas, el 16 de julio de 2003, un año después de que su voz se inmovilizara durante un concierto en México.

Luego de afirmar su descontento político con Fidel Castro (fallecido a los 89 años de edad el 25 de noviembre de 2016), como para sí misma, bajita la voz, murmuraba: “La gente lo sabe. No sé por qué quiere que lo repita. Tal vez para aprovechar la oportunidad y volver a criticar”.

Cabrera Infante escribe en el prólogo del libro Reina Rumba, del colombiano Umberto Valverde: “Toda la música popular cubana nació en las ciudades: La Habana, Santiago, Matanzas, hecha por negros y mulatos y unos pocos blancos que tenían una sola cosa en común: eran lo que Marx llamó lumpenproletariat y la burguesía llama vagos, elementos maleantes y hampa. La Revolución acabó con esta clase al hacer una sola clase: la de los partidarios totales, movilizables o inmóviles. Al destruir al lumpen, como si apagara un bombillo, apagó la música cubana”.

Celia compartía esa impresión.

—Sí, creo que se detuvo. Lo afroantillano siempre salía de Cuba. Para el mundo. La música se generaba ahí. Pero las puertas se cerraron en la década de los sesenta. No pasaba nada. No se hacía nada. Por eso en Estados Unidos se adoptó, con otro nombre. Se le llamó salsa. Era música tropical creada por gente que vivía en Nueva York, ya fueran dominicanos o puertorriqueños o los cubanos que fuimos a radicar allá. Al cambiarle el nombre por salsa, la juventud la hizo suya y empezó a interesarse por ella. Ahí renació lo que ya estaba acabado.

“Con el nombre de salsa rejuveneció el asunto”

Hablaba fluidamente, con amabilidad. Sin embargo, era notoria su incomodidad. Como si se estuviese repitiendo a cada momento.

Más adelante, lo confesaría:

—Tengo que contestar porque no me gusta ser grosera. Tengo que atender a la gente, ser complaciente.

—La música cubana no se expande por los múltiples bloqueos estadounidenses.

—Porque las puertas han sido cerradas —aseguraba—, ahora es en Miami donde más se le presta atención a esta música. Incluso, hubo un tiempo en que a la rumba se le consideró música vieja. Con el nombre de salsa rejuveneció el asunto. De nuevo, la gente se interesó en ella. Y volvimos a trabajar muy fuerte. Nos aprovechamos de ello. Porque ese es mi trabajo y porque no lo puedo dejar de lado. Eso es lo que me gusta hacer: cantar.

Y quedaba callada. Baja la cabeza. Como si no quisiera seguir hablando.

Pero, por momentos, se entusiasmaba. Más, cuando platicaba sobre la Sonora Matancera. Había vuelto entonces, a principios de los ochenta, a grabar un disco con esa orquesta, después de 17 años de no hacerlo. Decía que la Matancera había evolucionado sin perder su esencia.

—Tiene otro estilo, pero no se sale de su línea. Renovarse o morir —sentenciaba.

“No me he preocupado por los mensajes sociales”

—Dice usted renovarse o morir, ¿esto implica que tenga otras miras en su música? Últimamente, en el renglón de las letras, la música afroantillana ha tomado otro rumbo. Ya se dicen otras cosas.

—A mí no me interesa eso. Yo sigo cantando los números que me gustan. No me he preocupado por los mensajes sociales. Aunque, sí, tengo en mi repertorio una canción que se llama “Latino”. Reconozco que en Estados Unidos estamos un poco desunidos. Y sé que en la unión está la fuerza. También, en el nuevo disco, grabé la pieza “Tierra prometida”. Se habla de una tierra soñada, donde los problemas no existen. Pero, la verdad, no me gusta mucho cantar sobre esas cosas. Porque son canciones que entristecen y lo que yo quiero es alegrar a la gente. Que se olvide de todos los problemas. Que esté contenta.

Comentaba que, por esa razón, integraba su programa musical con las canciones de siempre, como “Burundanga” o “Ritmo, tambó y flores”.

—Si canto una canción nueva —decía—, el público no le hace caso. Quiere oír las que ya conoce. Siempre me pide las mismas. Y el público es el que manda. No pierdo mi tiempo cantando cosas que no conoce. Estoy para complacer.

“Quizás estaría en Venezuela o en Colombia”

—Una paradoja constante, Celia Cruz, es la que se vive casi a diario: personas consideradas de izquierda le refutan a usted ideológicamente, pero sus discos no faltan en sus fiestas.

Y volteó a ver a Rogelio Martínez, director de la Sonora Matancera. Ambos sonrieron. Desde 1961 Celia Cruz no había estado en México con ese conjunto [estamos en el primer lustro de los ochenta, recuérdese]. Fue el empresario Andrés Ochoa, conocido como Chimbombo, restaurantero como profesión, quien logró contratarlos. Era compadre de Rogelio Martínez. Así que por ese lado no tuvo muchas dificultades. Celia Cruz dijo que tenía libres dos semanas, tiempo que permaneció en el país.

—Y aprovechamos para venir y levantar nuestros discos, que están caídos —dijo Celia, la que se diera a conocer con la Matancera en los sesenta. Cuarenta y cuatro vocalistas, hasta principios de los ochenta, habían desfilado en la orquesta de Martínez (Cuba, 1905 / Nueva York, 2001), quien comentó que, por ese entonces, no tenía “ninguna nueva idea musical para instalarla en el grupo, a ver qué se me ocurre después”.

Quizás el único problema para difundir más la música tropical en el mundo era la barrera del idioma, dijo Celia. A pesar de ello, pronto realizaría una gira musical en Europa: Suiza, Alemania y Holanda. Partiría con la orquesta de Tito Puente (Nueva York, 1923-2000).

—Para revitalizar a la rumba, para difundirla —señalaba la cantante, entusiasmada.

Y bajaba la cabeza.

Deseaba ya no oír más preguntas.

—Mire, yo estoy de acuerdo en que todos los gobiernos tengan su oposición —dijo, después—. Lo que no me gusta es la violencia. Puede haber gente que no opine lo mismo que yo, pero siempre voy a estar en contra de las dictaduras. En Cuba desde 1960 no hay votaciones. Esa es una dictadura. Se quitó a una para establecerse otra. No lo concibo. Y voy a ser clara: lo que no me gusta, tampoco, es el comunismo. No concibo cómo se lucha contra alguien y se vuelve a caer en otra dictadura. Como mi país, aliada con la Unión Soviética. Estoy contra las injerencias. Lo mismo sucedió en Nicaragua. Ahí ya hay otra dictadura. Es lo mismo. No lo concibo. Eso no es vivir.

Ya lo dijo.

Y ahora, más tranquila, sonrió.

—Tengo mis ideas políticas, pero las quiero para mí —recalcó—, no quiero que me pregunten de eso. Además, la gente ya sabe cómo pienso. Creo que la política y el arte no deben andar juntos. No los mezclo. No quiero hablar de eso. Hace 23 años que me preguntan lo mismo. Y saben que no voy a cambiar de opinión. Cuando subo a un escenario lo hago para cantar. Sólo para cantar. A un artista no le conviene dar opiniones políticas. Hace más de 23 años nadie me preguntaba nada. Cuando salí de Cuba quieren oírme repetir lo que ya se sabe.

“Soy una persona muy adaptable”

—¿Por qué en Nueva York tiene su residencia y no en algún país latinoamericano? ¿Porque ahí se opera mejor musicalmente?

—Así es. Si en ese país no se me hubiera hecho caso, hubiese seguido viajando. Buscando dónde quedarme. Porque yo no pienso dejar nunca de cantar. Quizás estaría en Venezuela. O en Colombia. Cuando vivía en México, me ofrecieron un contrato en el Hollywood Palladium y después llegaron más ofertas. Me tuve que quedar ahí. Y mi inglés no es bueno. Pero tengo trabajo. Y lo que me importa es seguir cantando. Hubiera vivido en cualquier otro país, de veras. Soy una persona muy adaptable.

—Son pocas las mujeres en el medio de la rumba. Después de Celia Cruz, muy contadas.

—Yo no sé por qué. Siempre me preguntan lo mismo. No sé. Las mujeres, cuando deciden internarse en este género, prefieren los boleros suaves o hasta el son montuno, cuyo ritmo es lento. Creo que el problema se presenta en la improvisación. Ese es el problema, sí. A la hora de los estribillos hay que saber improvisar. Y tal vez les dé miedo hacerlo. Eso creo. Porque no veo otros motivos. Yo no les he dicho que no lo hagan.

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