ConvergenciasLa Mirada Invisible

«Los Fabelman»: retrato de un cineasta adolescente

Febrero, 2023

Integrante de la generación de los Movie Brats —junto con De Palma, Coppola, Scorsese y  Lucas—, Spielberg es quizá quien mejor ha sobrevivido a la carrera cinematográfica, al comprender y mimetizarse en la competida y voraz industria hollywoodense gracias a su capacidad de filmar cualquier género posible. Y su nueva cinta es —al extremo— la mejor muestra de ello, pues no sólo se da el lujo de filmar la autobiografía de su formación como director de cine, sino que hasta práctica un ajuste de cuentas detallado de la crónica familiar judaica, nos dice Alberto Lima en esta entrega de ‘La Mirada Invisible’.

Los Fabelman (The Fabelmans), película de Steven Spielberg
coproducida por Estados Unidos e India,
con Michelle Williams, Gabriel LaBelle, Paul Dano,
Seth Rogen, Judd Hirsch, David Lynch. (2022, 151 min.).

Tras cinco décadas activas realizando las películas que le vienen en gana, como le da la gana y con quien le da la gana, Steven Spielberg, en el comienzo del crepúsculo de su prolífica carrera, filma y firma con Los Fabelmans —¡su trigésimo sexto largometraje!— la autobiografía de sus años iniciáticos y formativos en dos capas de piel, igualmente sensibles: la familiar y la cinematográfica.

Como cualquier infante que ha vivido la experiencia maravillosa de la primera película vista, el niño alter ego de Spielberg, Sammy Fabelman (Mateo Zoryan / Gabriel LaBelle), en compañía de sus padres, Mitzi (Michelle Williams) y Burt Fabelman (Paul Dano), recibirá la primera impronta fundadora del cine al quedar prendado por la espectacular escena del choque del tren en la cinta El espectáculo más grande del mundo (DeMille, 1952). A consecuencia de ello, y aprovechando el regalo navideño de un tren de juguete, el pequeño Sammy recreará y filmará con ayuda de su madre la escena persistente, lo que le abrirá el camino para dedicarse al hobby de hacer películas caseras donde pondrá a actuar a sus hermanas, amigos y compañeros de escuela, inicialmente en Nueva Jersey, luego en Arizona, para recibir entonces la segunda impronta fundadora con la visita del excéntrico, afectado exactor de cine mudo, tío Boris (Judd Hirsch), quien, cual heraldo fatalista, le mostrará de tajo la ineludible vocación que ha elegido como futuro cineasta, luego de intentar arrancarle la cara y decirle que la familia y el arte “te parten en dos”, por lo que tarde o temprano deberá decidir.

Fotograma de Los Fabelman.

Dicha advertencia cobrará sentido para el joven Sammy tras un viaje familiar en el que es designado por sus padres como el encargado de documentar la travesía, y en cuya posterior edición descubrirá imágenes reveladoras en las que el tío postizo Benny (Seth Rogen) en realidad sostiene un amorío con su madre, situación que provocará un quiebre emocional en su mundo adolescente, y que lo conducirá hacia una contradictoria relación con la madre, que se tensará más cuando el tolerante y cornudo papá Fabelman, por motivos de trabajo, sea enviado a California. Allá, el joven Fabelman sabrá lo que es amar a Dios en tierra ajena cuando estudie la preparatoria, donde será preparado para sufrir la violencia del antisemitismo a manos de los abusivos compañeros, el musculoso galán rubio Logan (Sam Rechner) y el sicópata en progreso Chad (Oakes Fegley), pero también conocerá las mieles del amor dispuesto por la fanática católica y precoz Monica (Chloe East), y tendrá oportunidad de retomar, y afianzar, su andar como incipiente aspirante a cineasta cuando sea encomendado a filmar las actividades de fin de cursos, valiéndose de una preciosa cámara Arriflex de 16 mm, lo que le significará ponerse en la ruta hacia un Hollywood ya menos lejano, así sea sufriendo las decepciones del primer amor o la cuasi desintegración familiar.

Integrante de la generación de los Movie Brats —junto con Brian De Palma, Francis Ford Coppola, Martin Scorsese y George Lucas—, Spielberg es quizá quien mejor ha sobrevivido a la carrera cinematográfica, al comprender y mimetizarse en la competida y voraz industria hollywoodense gracias a su capacidad de filmar cualquier género posible: desde películas infantiles (E.T. El Extraterrestre, 1982); terror (Tiburón, 1975 / Encuentros cercanos del tercer tipo, 1977); o aventuras (Los cazadores del arca perdida, 1981); innovando, además, la hechura de efectos especiales (Parque Jurásico, 1993) y, por qué no, hasta dirigiendo un remake de un clásico de Broadway (Amor sin barreras, 2021).

Por lo tanto, no es de sorprender que en Los Fabelman —con guión propio y colaboración de Tony Kushner— se dé un lujo que no cualquier cineasta puede permitirse: filmar la autobiografía de su formación como director de cine, que abarcaría desde los experimentales cortos de terror con las hermanitas vueltas momias cubiertas de papel higiénico, hasta productos ambiciosos de corte bélico que involucraban coreografías muy planeadas de batallas, con efectos especiales incluidos; pero es, además, el ajuste de cuentas detallado de la crónica familiar judaica —ya referida en el documental de HBO Spielberg (Lacy, 2017)—, donde el autor reconoce su vena artística heredada de la madre pianista que prefirió cultivar el hogar en vez de una carrera musical, y contrapone la figura paterna del científico genio, cuyo precio a pagar por el éxito tecnológico sea la infidelidad de la esposa con su mejor amigo, con la subsecuente bancarrota matrimonial.

Fotograma de Los Fabelman.

“Fable”, en inglés; “fábula”, en castellano: es decir, los Fabelman o los fabuladores, de acuerdo al juego de palabras dado en la pronunciación. En este sentido, Spielberg revisa y entiende no sólo sus años formativos sino también su historia familiar como una gran fábula, expuesta aquí en varias imágenes y secuencias memorables: aquel baile erótico de la madre —bellamente fotografiado por su incondicional camarógrafo Janusz Kaminski— en el bosque nocturno, siendo ésta iluminada, glorificada, aprovechando los faros del automóvil para destacar así el camisón diáfano que seductoramente juguetea a mostrar/ocultar el cuerpo sugestivo, mientras danza con el acompañamiento de una melodía sedosa —proveniente de la partitura compuesta por el sempiterno incondicional John Williams para un largometraje más de Spielberg—, bajo la mirada absorta de los demás miembros de la familia; o el montaje excelso del otro incondicional de Spielberg, el editor Michael Kahn, junto con Sarah Broshar, de los variados planos y secuencias de playa, con ralentís añadidos para el corto de las actividades del fin de año escolar; y para rematar la secuencia-novatada donde el imberbe Sammy es aconsejado, puesto a prueba y maltratado por el mismísimo John Ford, interpretado jocosamente por David Lynch (acaso el director símil más opuesto a Spielberg).

En Los Fabelman existe entonces el retrato del cineasta adolescente, pero también el retrato del cineasta cachorro con educación sentimental incluida, y un guiño pícaro del reencuadre final ritmado por las notas cómplices de Williams, en donde la megalomanía y el genio creativo spielbergiano comparten frontera.

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