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Centenario natal de Ricardo Garibay

Los favores del Estado a la intelectualidad

Enero, 2023

Nació el 18 de enero de 1923, en Tulancingo, Hidalgo, y partió de este mundo el 3 de mayo de 1999, en Cuernavaca, Morelos. En este 2023 se celebra-conmemora el centenario del narrador, periodista, guionista y dramaturgo Ricardo Garibay. Autor prolífico, dejó una herencia de más de 50 libros en los que exploró la novela, el cuento, el ensayo, la crónica, el reportaje, el guión cinematográfico y el teatro, géneros en los cuales convirtió la vida en la materia prima y sustancial de su creación. Gracias a su privilegiado oído, Ricardo Garibay registró con gran maestría el ritmo y la fonética del habla coloquial, recreando, además, memorables diálogos. A lo lejos y en perspectiva, Garibay conocía muy bien el peso específico de cada palabra, porque era un maestro de la frase. Otra cosa fue su vida y su estrecha vinculación con el poder político. El periodista y escritor Víctor Roura aquí lo recuerda…

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A los 76 años de edad muere, el lunes 3 de mayo de 1999, el escritor hidalguense Ricardo Garibay, cuyo centenario natal conmemoramos el miércoles 18 de enero de 2023.

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Puesto a circular unos cuantos días después de su muerte, De vida en vida (Océano) es, por lo tanto, un libro póstumo de Ricardo Garibay, si bien varios de sus capítulos ya habían ocupado algunas páginas de sus volúmenes anteriores. Ninguno de los 17 relatos “biográficos” es nuevo. Los “perfiles” que hace Garibay de sus amigos entrañan hondura, y en ellos el literato se retrata, como siempre, oportunista y vil.

Recio y sincero como pocos, Ricardo Garibay no esconde el rostro. En este libro que él ya no pudo ver como tal, trata de explicar las razones que tuvo para aceptar los miles de pesos que le regalaba el presidente Gustavo Díaz Ordaz a dos meses y medio de la matanza de Tlatelolco: “El dinero es de la nación, no de Díaz Ordaz —explicaba Garibay—, y él es el jefe del Estado, es mi deudor, de algún modo. Estamos ante un acto personal y generoso hacia mí, hacia mi trabajo. Y yo lo agradezco, y punto. Me pongo a vivir sin congoja. Y lo cuento para cumplir el itinerario tragicómico del escritor para ganarse la vida en nuestro país. País que no lee… Se agradece el gesto del mandatario y se hace constar, porque es de bien nacidos hacerlo. Y si uno trabaja de veras, con eso paga el favor. Y también, que yo seguí publicando editoriales en Excélsior, con frecuencia adversos al gobierno y al propio Díaz Ordaz. No me vendo ni hay precio que me compre. Lo único que festejo en mí es mi lealtad a mi oficio”.

En este sentido, la “ética Garibay” es una línea muy frecuentada por los escritores y periodistas del país. Los ejemplos sobran, innumerables, demasiados. Ahí estaba el caricaturista que gustaba de ironizar las debilidades de Ernesto Zedillo, pero recibió, jubiloso, sus miles de pesos de manos de Ernesto Zedillo cuando aceptó el Premio Nacional de Periodismo. O estaba aquel otro intelectual, muy “crítico” en sus puntos de vista sobre las acciones del gobierno, pero trabajaba de asesor en una instancia gubernamental. O el periodista que revelaba asuntos “profundos” en la cúpula política con la aquiescencia generosa de la clase política.

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Con la “ética Garibay”, el periodista y el escritor corruptos, o sobornables, actúan contemporáneamente como Pilatos. Se lavan las manos porque son unos convencidos de que la razón está de su parte. Recibían, o siguen recibiendo dinero porque se lo merecen (y se irritan, cómo no, cuando no se lo dan). Nadie se los regala sin justificación. “Muy a regañadientes los que dirigían el Centro de Escritores me concedieron, en el segundo año, la mitad de la beca —cuenta Garibay haciendo el elogio de un tal Arnáiz y Freg, otro tipo detestable—. Había que cumplir promesas y programas con rigor y puntualidad. Yo no podía con eso… Una beca para escritor debe tener como supuesto principal la libertad absoluta del becario, la total ausencia de exigencias y disciplinas. La literatura no es cosa de cánones, y menos aún en los años de formación. Y parece que esto no pueden entenderlo quienes deciden las becas”.

Por eso, una tarde el tal Arnáiz y Freg le dijo a Garibay:

—Amigo mío, ¿sí?, obtuvimos para usted medio estipendio. Sí. Y yo habré de darle la otra mitad. Mañana. Sí. Mis oficinas. Prensa. Secretaría de Comunicaciones. Anúnciese. Espere. Tendrá usted un honroso encargo del señor arquitecto Carlos Lazo, secretario del ramo. Sí.

Y el literato que no se vende, escribía sobre carreteras porque la Secretaría en cuestión lo becó con medio sueldo para que hiciera los textos de los señores arquitectos. Emilio Uranga también recibía dinero de Comunicaciones, pero nunca escribió nada de lo que le pidieran. Alguna vez, Uranga le hizo ver a Garibay que tenía que incluir drenajes y alcantarillados en sus próximos artículos (“¡Por Dios contigo, de veras!”). El propio Garibay apuntaba que el tal Arnáiz y Freg “era odioso, pero yo le tenía simpatía y lo respetaba, o acaso le temía un poco, no sé. Uranga se burlaba de él, no delante de él, claro, y con frecuencia, además de su sueldo, le pedía dinero prestado.

“—No le vas a pagar nunca —le dije.

“—¡Pero claro que no, Garibay! Cada día estás menos en la tierra”.

¡Quién lo hubiera pensado del admirado pensador Emilio Uranga, también con la “ética Garibay” muy adentro de su investidura humana!

El escritor Ricardo Garibay. Retrato a lápiz por Rafael Hernández H.

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Ricardo Garibay lo perdió de vista muchos años, al tal Arnáiz y Freg. “Lo vi de nuevo en el avión presidencial de Luis Echeverría, rumbo a Salvador Allende. Estaba gordo y viejo y entontecido”. A ese viejo y entontecido hombre, Garibay una temporada lo respetó al grado de que el tal Arnáiz y Freg iba a su casa, siempre imprevisible, a las diez de la noche, tocaba el claxon de su “brillosa limusin” y Garibay, ni modo, qué le va a hacer si era el hombre que le regalaba dinero porque sí, salía con él adonde fuera: “Y la emprendíamos desde San Pedro hasta Las Lomas a hablar de autores y libros, de amigos y enemigos, y él, impecablemente, a contarme una montaña de chismes de Cosío Villegas, de O’Gorman, de los Sierra, de Justino Fernández, de Carlos Chávez, de José Vasconcelos… Nada de eso me importaba, pero escuchaba y fingía soponcios como quien debe al otro la mitad de su salario”.

Pero no todo es zalamería y mezquindad en el libro de Garibay, ciertamente.

Hay agudos breves retratos de una docena de personalidades, como Agustín Lara: “Qué curioso, contra lo que se cree, no hay amor en sus canciones; hay el embeleso, el hambre, la adoración por el cuerpo de la mujer, y la mujer es vista como objeto precioso y es sentida como un universo de irresistible pecado. Para Lara el cuerpo de las mujeres (creo que nunca se dirige a su espíritu) era una geografía tan inagotable como misteriosa, y la urgencia carnal era la única vocación considerable. De algún modo nunca dejó la adolescencia en su lado más triste, que es un apetito indefinible y rencoroso frente al sexo enemigo. Según su obra y según lo que le conocí, jamás llegó a la madurez”.

O Leonel Maciel: “No cuida su lenguaje, lo va regando colorido y tabernario, sin oírse, como va dejando tras de sí su pintura, sin verla casi, como si habitándolo desde siempre le saliera naturalmente de las manos. Delante de cualquiera de sus cuadros, él no sabe qué ha pintado ni por qué ni para qué”.

Fragmentos de diversas vidas. Asomo de sentimientos encontrados. Cinismo, ternura, comprensión, indiferencia, ultraje, amor, arrogancia, soberbia, ignorancia, desprecio. Ricardo Garibay se asomó a la vida para contarnos, sin mordazas, un poco cómo la vive un escritor que no guarda silencio ante el griterío que fue su vida misma, plagada de cobranzas literarias, valga la expresión, que a eso y no a otra cosa se dedicaba, con apremio y satisfacción, el sector intelectual desde el momento en que Salinas de Gortari, a petición expresa del poeta Octavio Paz, les obsequiara, para su deleitoso dispendio, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

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