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Cuentos de Melissa

7 de abril...

Abril, 2023

Melissa es videoasta, fotógrafa, editora de noticias, reportera cultural, mezzosoprano, dibujante, difusora y gestora de asuntos culturales, escribe aquí Víctor Roura. También, añade, “es mi adorada hija”. Víctor comparte con los lectores “fragmentos de la narrativa de Melissa, escritos que han permanecido en los resquicios de su memoria.

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El 7 de abril es una fecha que, aun en mi agonía, estará presente en mi vida. Ese día nació Melissa, mi adorada hija, por quien he decidido vivir con la compañía de su presencia y voz ocasionales. No sé si fui, si soy, un buen padre, que esas cosas no se enseñan sino se aprende, se aprehende, en el curso de la vida. A ella le he dicho que me gustaría regresarme en el tiempo únicamente para vivir más horas con ella.

Melissa es videoasta, fotógrafa, editora de noticias y reportera cultural en Canal Once, Premio Nacional de Periodismo 2022, mezzosoprano, dibujante, difusora y gestora de asuntos culturales, directora del Centro Cultural Cántaro, autora del libro Mirada silente (Ediciones Regina, 2018), cuyo prólogo estuvo a cargo del novelista Armando Ramírez (1952-2019), que a la letra dice:

La belleza de la soledad

Armando Ramírez

Las fotografías de Melissa Roura son la mirada del artista, nos señala con su sensibilidad la belleza en la realidad, no la belleza de lo bonito sino en la armonía de su composición descubriendo nuevos modos de mirar un edificio en demolición, contrastado con los nuevos edificios que emergen, en un día luminoso, produciendo sombras mientras la gente camina o trabaja: sólo alguien ve al ser amado, los demás no ven.

Un callejón nos invita adentrarnos en la soledad de la calle escondida del tráfago de la ciudad. Una vía de tren nos hace preguntar a dónde nos llevará y sólo sentimos la sugerencia del silencio.

La mirada de la artista es de una suave musicalidad, donde el silencio no se interrumpe, contradicción de lo artístico.

Líneas que se proyectan en el patio de un viejo edificio art déco, líneas que parten de los pasillos y los techos para estallar en una vieja pintura sobre el muro del edificio; al fondo del patio lo corona una forma redonda, rasgo del déco: ésta hace las veces de una terraza, en ella una maceta con un maguey, sus puntas apuntan a ese estallido de líneas, que convergen con las pintadas en la pared, es un Sol desteñido con sus rayos, es la señalización del silencio en el tiempo.

Las líneas de la realidad cotidiana, rectas u onduladas, son las formas de los árboles que nos dejan ver cómo las ramas crecen y reptan caprichosas en busca del cielo. Una vieja vecindad con sus escaleras desvencijadas y su barandal de una belleza antigua y los tendederos con la ropa al Sol y la soledad de la pobreza.

Unos jovencitos en la plaza de Tlaxcoaque jugueteando con los altos chorros de agua, se elevan y caen sobre ellas y ellos, la armonía nos señala que no han perdido la dicha inicua de perder el tiempo, diría el poeta.

Pero también las formas de los ductos y chimeneas del progreso antiguo violan la naturaleza, los cerros al fondo, y las chimeneas lanzando humo, extraño paisaje, cielo a trechos azul con nubes grises.

Las fotografías que conforman el universo de Melissa Roura nos permiten asomarnos a ver lo que miramos pero no vemos.

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Doy a conocer fragmentos de la narrativa de Melissa Roura, escritos que han permanecido en los resquicios de su memoria.

Dormir sin rock

Estaba la sala vacía con la luz blanca en el techo, en esa lámpara alargada que tienen todas las salas de hospital y las oficinas…. Y de pronto entraron corriendo los doctores y mi madre para recibirme de su vientre… no pasó mucho tiempo, de hecho fue más rápido de lo pensado. Nací veloz. Tenía prisa de ver el mundo.

Ya en el cunero mi papá, desde el vidrio, vio mi mano salir de la sábana que me envolvía. Fue lo primero que conoció de mí. Mi mano, y pensó que mis dedos eran muy largos.

La enfermera me dio mal la leche y casi muero… me tuve que quedar una semana en incubadora, pero al final me recuperé.

Crecí en un flash, en los brazos de mi padre mientras él bebía algunos rones y platicaba de la música de Cohen.

A mis 4 años ya no me tenía en brazos, ya andaba yo entre los escritores y bailarines que llenaban mi casa por las noches para pasar el rato mientras la Luna rondaba la Tierra, y platicaba con alguno de ellos, cosas que no entendía siempre, pero les generaba curiosidad. A la hora de dormir me mandaban a mi cuarto y me acostumbré a quedarme dormida con el arrullo del sonido de las copas y la voz de John Lennon o de Aretha Franklin.

Era la era de la rebeldía, los roqueros comenzaban a aparecer en las calles, todavía un poco a escondidas, aun así la vestimenta se veía cada vez más diferente entre la gente…

Así seguí, viendo de cerca el mundo que avanzaba y cambiaba hasta que cumplí 30 años. Todo ese tiempo sin poder pegar un ojo en el silencio.

Anoto en mi lista de pendientes: aprender a dormir sin rock.

Nueve palabras

Sentada en “la caja”, así le decíamos al departamento donde vivíamos en ese entonces… aunque también le decíamos “el Principado”… pero en realidad ese departamento era una caja blanca con paredes falsas que habían construido los dueños arriba de su casa, y el calor era insoportable en abril, porque parecía un invernadero… pero, bueno, esa caja nos servía de espacio para recibir a los amigos cuando no había en dónde beber, y se armaban buenas las fiestas. Lo bueno de que era solo una caja es que se limpiaba muy rápido porque no había miles de cuartos.

Las paredes las teníamos llenas de frases poéticas y reflexiones sobre la vida y la muerte y la juventud complicada… uno que otro era de amor… casi ninguno. Recuerdo que en las tardes, cuando nos sentábamos en el sillón a leer y yo subía mis piernas en sus muslos y me recargaba en el brazo del sillón, podían pasar horas y yo no me daba cuenta del tiempo. Luego, cuando terminaba de leer, me ponía a mirar a través de las ventanas y ver los árboles que se alcanzaban a vislumbrar. Me gustaba cómo los movía suavemente el viento… y la luz del Sol atravesaba las hojas repentinamente, como un tintineo…

Una tarde que terminé mi lectura me percaté de que no había tanto viento y las hojas estaban inmóviles, casi en un mute profundo… entonces dejé de verlas y empecé a ver las paredes… y leo: “… toco tu boca… con un dedo toco el borde de tu boca”… también estaba “se puede soportar cualquier verdad, por muy destructiva que sea, a condición de que sea total, que lleve en sí tanta vitalidad como la esperanza a la que ha sustituido”… luego veo algunos párrafos reflexivos sobre la existencia… todo normal. Hasta que mi vista cae en un texto que jamás había visto… había leído todo lo de la pared miles de veces, casi me lo sabía de memoria… pero no recordaba ese pequeño texto, ¡además escrito con rojo! ¿Cómo nunca lo había visto? ¿Nuuuunca había llegado mi vista ahí? ¿Por qué?

Solo eran nueve palabras y nunca las había visto… quizás era nueva la frase… no sé.

Me levanté del sillón y me acerqué a la frase, lento… dudando de si era mi imaginación o si era verdad que estaba ahí… me acerqué y nunca desapareció, ¡era verdad! ¡Ahí estaba en color rojo! Y además un poco sucio, eso quería decir que no era nueva la frase ¿De cuándo era? ¿Quién la escribió?

Nueve palabras que me perturbaban. Lo leí de nuevo y con cuidado: “lo-que-pasa-en-apatlaco-se-queda-en-apatlaco”. Eso decía. El departamento estaba cerca de la estación del Metro Villa de Cortés y también de Apatlaco, así que aparte de decirle “la caja” o “el Principado” también a veces le decíamos “apatlaco”.

Me quedé en silencio, sin hacer ningún ruido y parada frente a la frase.

De pronto empezó a soplar el viento y las hojas de los árboles comenzaron a chocar entre sí, como si me quisieran contar quién había escrito esa frase, como si los árboles me escucharan… pero yo no les entendía. Puse más atención para ver si lograba comprender el idioma de los árboles… y durante dos minutos me quedé así… silenciosa, escuchando el golpe de las hojas… ¡pero fue inútil! No entendí nada… así que volteé a ver a mi chico. Él seguía leyendo… ¡como si nada! Como si supiera lo que había pasado en Apatlaco y viviera tranquilo con eso, aunque yo no lo supiera. ¿Qué pasó y cuándo en el Principado?

Tanta gente ha venido tantas veces que me he quedado dormida y he dejado de escuchar lo que sucede en las fiestas…

No quise preguntarle.

Me volví a sentar en el sillón. Escuché las hojas de los árboles aún golpetear y abrí un libro…

(A partir de ese día nunca me volví a dormir antes de terminar la fiesta).

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2 Comments

  1. Felicidades Mel…me has regalado unos minutos de nostalgia, me imaginé ahí en “la caja” y eso tal vez quiere decir que vas por buen camino como escritora. No sabía que habías escrito un libro, ¡Cuéntame más!. Abrazo.

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