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Las siete décadas de Mike Oldfield

La obra continua...

Mayo, 2023

En este mayo de 2023, dos celebraciones se empatan para el músico, compositor, multiinstrumentista y productor británico Mike Oldfield; en primer lugar: el 15 festeja sus siete décadas de vida, y, en segundo, el próximo 25 se cumple el 50 aniversario del vanguardista Tubular Bells, su debut discográfico con el cual dio un nuevo significado al rock progresivo. (Por cierto: Oldfield celebrará los 50 años de este álbum con una reedición especial que saldrá a finales del mes en curso. En el comunicado oficial, el músico recuerda que tenía solo 19 años cuando grabó el disco: “Al escuchar de nuevo las efusiones musicales de un adolescente angustiado, es difícil creer que en realidad era yo, hace 50 años”, dice: “La música no suena tan angustiosa, pero sólo yo conozco los años de trabajo y estrés que me produjo hacer este disco”. Y se sincera: “No pensé, cuando estaba haciendo Tubular Bells, que alguien lo escucharía, y mucho menos celebrarlo cinco décadas después”). Como puntualiza en el siguiente texto el periodista y cronista musical Víctor Roura: este disco fue “el asombroso catalizador de la propia contribución sonora de Oldfield al desarrollo del rock”.

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Hace medio siglo, el 25 de mayo de 1973 (sólo diez días después de haber cumplido veinte años de edad), el británico Mike Oldfield dio a conocer su primer disco como solista: Tubular Bells, que aunque fuera vituperado por la mayoría de los entonces directores artísticos de las grandes marcas discográficas por tratarse, según aducían estos expertos de la música, de un álbum sin vínculos comerciales, fue —ese disco— el asombroso catalizador de la propia contribución sonora de Oldfield al desarrollo del rock. Diríase que las posibilidades instrumentales han encontrado salidas por puertas antes no abiertas. Es decir, los atractivos lenguajes musicales creados por el ahora septuagenario Oldfield si bien no son un invento suyo, sin duda alguna por él sí han logrado obtener canales de difusión. Un extracto de su obra Tubular Bells sirvió de tema original para la película taquillera El exorcista. Y no se trata, de ningún modo, de una música con fines mercantiles. Más bien, podría asegurarse que tal suite (de casi 50 minutos de duración) es una suerte de figuras experimentales: un collage sonoro en el cual Oldfield maneja la mayoría de los instrumentos, a saber: piano, glockenspiel, órgano, bajo, guitarras, mandolina, flageolet, sintetizadores. La pieza tuvo aceptación, pese a la dura recepción de los expertos de la industria fonográfica, por tratarse de una musicalidad extraña en el rock, que alcanzara posteriormente una difusión masiva, sobre todo luego de la exhibición cinematográfica, en ese mismo 1973, de la película del director William Friedkin basado en el guión de William Peter Blatty.

Es probable que de no haber servido como fondo para un filme, su música se mantuviera marginada. Luego de él, otras personas han sido llamadas para musicalizar varias cintas. Vangelis fue un claro ejemplo.

Después de Incantations, su álbum editado en 1977, Oldfield define a plenitud sus objetivos. Los dos primeros acetatos de la década de los ochenta: Five Miles Out y Crises, son una muestra objetiva de que en el rock nadie tiene la última palabra, que dicho género es una expresión que se renueva día con día, reveladora, reformadora.

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Lo elaborado por Oldfield, paradójicamente, no implica demasiados riesgos ni fusiones complejas. Su música está construida bajo un esquema sencillo: divide la composición en diferentes módulos melódicos. Con otras palabras: una sola pieza puede contener más de un bosquejo melódico (no en vano su disco Man on the Rocks, del año 2014, contiene dos discos: uno instrumental con las mismas piezas cantadas en el otro disco iluminando con demasiada brillantez la suficiencia meramente musical), una canción puede contener tres o más canciones. Oldfield prefiere el orden rítmico, no los cambios constantes e imperturbables del rock progresivo aun sin desprenderse de esta etiqueta. El orden le proporciona coherencia instrumental, lenguaje transparente, ideas congruentes; ante Oldfield, el rock adquiere significado de equilibrio, acaso también de simetría sonora.

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En Five Miles Out , de 1982, y en Crises , de 1983, se persiguen dos cosas: esa experimentación metódica de la cual hablamos y una incursión a la canción accesible. Son dos cosas distanciadas conceptualmente entre sí, pero que con Oldfield alcanzan grados comunes. El músico inglés se sirve de ambas caras y a cada una le otorga un sentido diverso. El lado uno de los acetatos simboliza la creación del artista individual, comprometido con su arte. Veámoslo así: Oldfield, más que entregar un programa unificado, ofrece dos: uno que es completamente suyo, producto de su individuación, y otro caracterizado en conceder cuanto le sea benéfico en su proyección publicitaria. Porque Oldfield no se conforma con su imagen de instrumentista progresivo sino quiere llegar a los límites convencionales de lo que se entiende por artista. Esto es, tiene que hacer música comercial, o a veces se ve forzado a hacerla aunque no le salga con los patrones previamente establecidos por la industria musical, esto es acometer la, o engullirse de, música pop. Así tenemos que en la cara dos (no necesariamente en este orden) de sus discos en acetato se dedicaba a fabricar piezas pop que obtenían excelentes resultados difusores. En México se transmitió por radio “Family man”, canción de tres minutos y fracción, incluida en Five Miles Out. Obviamente, jamás se programó la pieza “Taurus II”, que dura 24 minutos con 47 segundos. Y aquí es cuando, fuera de todo prejuicio comercial, Oldfield conjunta estos dos distanciados géneros (el pop con la suite instrumental) utilizando recursos similares porque lo único que hace es recortar las canciones. Como hemos ya apuntado, las suites están conformadas por varios módulos melódicos que bien pueden dispersarse, independizarse. Y las otras canciones, las diseñadas comercialmente (ninguna, o muy pocas, rebasa los cuatro minutos), bien pueden convertirse en una suite si el mismo Oldfield lo decide. Estamos ante un excelente juego musical: yo doy lo que traigo en mi cabeza y tú escoges lo que sea de tu agrado, pero he de advertirte que todo está edificado de igual manera.

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En Crises, la fórmula es la misma: la pieza que da título al disco y que cubre toda la cara uno (en el acetato), tiene una duración de 20 minutos con 58 segundos. Y por el lado dos hay cinco canciones de tres minutos (una hay hasta de dos y pico) que podrían conformar una pieza larga porque todas tienen conexiones entre sí pero que, independientes como están, resultaban de mejor agrado para los entonces programadores radiofónicos. En ese caso, la canción “Shadow on the Wall” podría ser la idónea para las estaciones de la radio. Es de subrayar que todas las piezas son de una insustituible calidad, de una irreprochable construcción. Oldfield, como Alan Parsons, como lo hacía Vangelis, va haciendo de sus álbumes una obra continua. Los discos valen colectivamente, no uno por uno.

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