Cristal de Aliento

Me encuentro más desnudo que lo oscuro en lo negro, soy tú cuando soy

Considerado uno de los grandes poetas del siglo XX, en este 2020 se cumple el centenario natal de Paul Celan —nació el 23 de noviembre de 1920. De origen rumano y poeta judío (y de habla alemana), su biografía estuvo ligada en muchos sentidos al dolor y a la tragedia: en la primera etapa de su vida, en su adolescencia, perdió a sus padres en los campos de exterminio, por lo que la sombra del nazismo nunca dejó de acompañarle; en su siguiente etapa, su juventud-adulta, perdería a su primer hijo a pocos días de su nacimiento. Depresiones, rupturas, ingresos a clínicas psiquiátricas, mutismo, todo eso convivió en su vida a la par, también, de numerosas pasiones arrasadoras. No obstante, Celan no especulaba con su dolor. “Hacíamos como que nuestros problemas tenían que ver sobre todo con el verbo”, contaría el poeta y pintor Henri Michaux. En sus artículos sobre Paul Celan, Margo Glanz retoma una idea de Jacques Derrida: “Celan reduce el poema a cenizas”. Porque las cenizas son Auschwitz y sus hornos. Las cenizas hablan de la incineración del nombre y la memoria y borran la noción de testimonio. Subrayemos: la poesía de Celan es alusiva y elusiva, lo uno por lo otro. Por eso Paul Auster afirma en El arte del hambre: “Celan exige al lector y resulta casi imposible comprenderlo por completo”. Acordemos sólo con Auster que leer a Celan por primera vez se convierte en un acontecimiento memorable: el poeta creó un lenguaje poético lleno de atrevidas metáforas. Celan construyó sobre las cenizas una obra de enorme potencia verbal, cimentada en imágenes creadoras de un mundo poético difícil y oscuro, en el límite de lo indecible y al borde del abismo. De hecho, los casi ochocientos poemas que dejó condensan su pensamiento y su vida, marcada, como ya decíamos, por una de las grandes tragedias de este siglo. Asimismo integran un buen manojo de tradiciones literarias y de datos, no sólo personales, sino también teológicos, filosóficos, científicos e históricos. Aun cuando muchos ya lo calificaban como uno de los grandes poetas de su tiempo, hacia 1965 las torturas psicológicas aparecieron en él con mayor intensidad. La depresión convocó otras desgracias: el insomnio, las dudas, el desánimo y, sobre todo, lo más importante: la convicción de que sin el árbol dorado de otros tiempos, su poesía no tenía sentido. Aunque se internó varias veces en una clínica psiquiátrica y combatió a sus fantasmas, no pudo o no quiso salir adelante. “Había muchas fuerzas reunidas en mí —no sólo las de la poesía—, que eran una sola fuerza, una sola. Han querido quitármelas —tal vez porque eran demasiado grandes—; mi fuerza era tan grande que no han podido dejármela. Me defendí durante mucho tiempo, pero cuanto más decidido y concentrado llevaba ese combate, más dura se hacía la caída”, le escribió en una carta de 1969 a Ilana Shmueli, escritora y amante. A finales de los años sesenta, el poeta era un hombre solitario y devorado por el dolor. La noche del 20 de abril de 1970 se lanzó al río Sena desde el puente de Mirabeau.


La noche es tu cuerpo
La noche es tu cuerpo moreno por la fiebre de Dios:
mi boca pone a temblar antorchas sobre tus pómulos.
No te dejes arrullar por los que nunca cantaron una nana.
La mano llena de nieve, soy yo también quien va hacia ti,

e incierto, como tus ojos azules
en la hora circular. (La luna de antaño era más redonda.)
Sofocado en tiendas de campaña vacías está el milagro,
helando la jarra de los sueños — ¿nos importa?

Haz memoria: una hoja negruzca cuelga en el sauco —
la hermosa señal para la copa de sangre.

Media noche
Media noche. Con las dagas de los sueños clavadas en el brillo de los ojos.

No grites de dolor: las nubes revolotean como lienzos.
Una alfombra de seda, fue extendida entre nosotros, para danzar de lo oscuro a lo oscuro.
De la madera labrada viva nos fue tallada la flauta negra y la danzante se aproxima.
Dedos hilados de la espuma del mar sumerge en nuestros ojos:
¿uno quiere aquí todavía llorar?
Ni uno. Así que ella se arremolina feliz y el timbal resuena ardiente.
Nos lanza las sortijas y con las dagas las ensartamos.
¿Así nos desposa? Como añicos resonando, y yo lo sé y lo sé de nuevo:

tú no falleces
en la multiplicada malva de la muerte

Traducciones de Roberto Amézquita

Tenebrae
Cerca estamos, Señor,
cerca y apresables.

Apresados ya, Señor,
con las uñas hundidas uno en otro, como si
cada uno de nuestros cuerpos fuera
tu cuerpo, Señor.

Reza, Señor,
reza a nos,
estamos cerca.

Doblegados por el viento, hacia allí íbamos,
hacia el cráter íbamos, hacia la cuenca, para inclinarnos
sobre el hueco y el charco.

Al abrevadero íbamos, Señor.

Era sangre, era
lo que has derramado tú, Señor.

Resplandecía.

Nos arrojaba tu imagen a los ojos, Señor.
Esos ojos y esa boca tan abiertos, tan vacíos están, Señor.
Hemos bebido, Señor.
La sangre y la imagen que en la sangre estaba, Señor.

Reza, Señor.
Estamos cerca.

Había tierra en ellos
Había tierra en ellos, y
cavaban.

Cavaban y cavaban, y así les iba
pasando el día, la noche. Y no alababan a Dios,
que, según oyeron, quería todo esto,
que, según oyeron, sabía todo esto.

Cavaban, y ya no oyeron nada más;
no se hicieron sabios, tampoco inventaron ningún canto,
no imaginaron otra suerte de lenguaje.
Cavaban.

Llegó un silencio, llegó también una tormenta,
y todos los mares así llegaron.
Yo cavo, tú cavas, y el gusano cava también,
y lo que canta ahí va diciendo: Ellos cavan.

Oh uno, oh ninguno, oh nadie, oh tú:
¿Hacia dónde iba eso si no es yendo a ningún lado?
Oh cavas tú y cavo yo; y hacia ti cavándome ya estoy,
mientras en el dedo el anillo se nos va despertando.

En el carro de la serpientes
En el carro de la serpientes, dejando
atrás el ciprés blanco,
a través del oleaje,
ellos te llevaron.

Pero en ti, desde
el nacimiento,
espumaba la otra fuente,
por el negro
chorro Memoria
trepaste a la luz del día.

Cubiertas de orfandad
Cubiertas de orfandad, en la artesa de la tormenta,
las cuatro varas de tierra,

cubiertos de sombra los archivos
del escribano celestial,

cubierto de légamo Miguel,
cubierto de cieno Gabriel,

cubierta de levadura, en el rayo de piedra,
la ofrenda.

Traducciones de Arnau Pons

En los ríos
En los ríos, al norte del futuro,
tiro la red, que tú, indecisa,
llenas con sombras
escritas por las piedras.

Retrato de una sombra
Tus ojos, huellas de luz de mis pasos;
tu frente, temida por el brillo de las dagas;
tus cejas, travesía de las pérdidas;
tus pestañas, mensajeros de cartas largas;
tus rizos, cuervos, cuervos, cuervos;
tus mejillas, campo de armas de la mañana,
tus labios, huéspedes tardíos;
tus hombros, estatua del olvido;
tus pechos, amigos de mis serpientes;
tus brazos, árboles ante la puerta del castillo;
tus manos, tablas de juramentos muertos;
tus caderas, pan y esperanza;
tu sexo, ley del incendio del bosque;
tus muslos, alas en el abismo;
tus rodillas, máscaras de tu cortesía;
tus pies, campos de batalla de las ideas;
tus plantas, gruta del fuego;
la huella de tu pie, el ojo de nuestra despedida.

Elogio de la lejanía
En la fuente de tus ojos
viven las redes de los pescadores del mar errante.
En la fuente de tus ojos
mantiene el mar su promesa.
Aquí arrojo
un corazón que vivió entre los hombres,
mi ropa y el fulgor de un juramento:
me encuentro más desnudo que lo oscuro en lo negro.
Sólo al renegar soy fiel.
Soy tú cuando soy.
En la fuente de tus ojos
robo y sueño.
Una red capturó otra red:
nos separamos enlazados.
En la fuente de tus ojos
un ahorcado estrangula la soga.

Corona
En mi mano
el otoño devora sus hojas: somos amigos.
Le extraemos el tiempo a las nueces y le enseñamos a irse:
el tiempo regresa en la cáscara.

En el espejo es domingo,
en el sueño dormimos,
la boca habla verdades.

Mi ojo desciende hasta el sexo de la amada:
nos miramos,
nos decimos cosas oscuras,
nos amamos como amapola y memoria,
nos dormimos como el vino en las conchas,
como el mar en la sangre que la luna refleja.
Desde la calle nos miran abrazados en la ventana:
es tiempo de que lo sepan,
es tiempo de que la piedra se acostumbre a florecer,
es tiempo de que te compadezcas del desasosiego,
es tiempo de que sea tiempo.

Es tiempo.

Cristal
No busques en mis labios tu boca,
ni en la puerta al extraño,
ni en el ojo la lágrima.
Siete noches más arriba pasa el rojo hacia el púrpura,
siete corazones más adentro insiste la mano en la puerta,
siete rosas más tarde se escucha el rumor de la cisterna.

De noche
De noche,
cuando el péndulo del amor oscila
entre el siempre y el nunca jamás,
tu palabra derriba las lunas del corazón
y tu ojo azul —borrascoso—
le entrega el cielo a la tierra.
Desde una lejana arboleda
oscurecida por el sueño
llega hasta nosotros el aliento
y lo que perdimos transita
inmenso como un espectro del futuro.

Lo que ahora se hunde y levanta
quiere lo sepultado en la entraña:
ciego como la mirada que cambiamos,
el tiempo lo besa en la boca.

Epitafio para françois
Las dos puertas del mundo
están abiertas por ti
entre la doble noche.
Las oímos golpear, golpear
y llevamos la incertidumbre
y llevamos el verdor a tu siempre.

Fuga de muerte
Leche negra del alba te bebemos en la tarde
te bebemos al mediodía y en la mañana te bebemos de noche
bebemos y bebemos
cavamos una fosa en los aires donde no estamos encogidos.
Un hombre vive en la casa y juega con las serpientes
y escribe cuando anochece a Alemania tu pelo de oro Margarete
escribe y sale de la casa y brillan las estrellas y silba a sus perros
silba a sus judíos y los manda a cavar una tumba en la tierra
y nos ordena ahora toquen para bailar

Leche negra del alba te bebemos de noche
te bebemos de mañana y a mediodía te bebemos en la tarde
bebemos y bebemos
Un hombre vive en la casa y juega con las serpientes y escribe
y escribe cuando anochece a Alemania tu pelo de oro Margarete
tu pelo de ceniza Sulamita cavamos una tumba en los aires
donde no estamos encogidos

Grita caven más hondo canten unos toquen otros
y empuña el acero del cinto lo blande sus ojos son azules
hundan más hondo las palas toquen unos bailen otros
Leche negra del alba te bebemos de noche
te bebemos de mañana y a mediodía te bebemos en la tarde
bebemos y bebemos
un hombre vive en la casa tu pelo de oro Margarete
tu pelo de ceniza Sulamita un hombre juega con serpientes

Grita toquen más dulce la muerte la muerte es un maestro de Alemania
y grita toquen más oscuro los violines luego ascienden al aire convertidos en humo
sólo entonces tienen una fosa en las nubes
donde no están encogidos

Leche negra del alba te bebemos de noche
te bebemos al mediodía la muerte es un maestro de Alemania
te bebemos en la tarde y de mañana bebemos y bebemos
la muerte es un maestro de Alemania sus ojos son azules
te alcanzan sus balas de plomo te alcanzan certeras
un hombre vive en la casa tu pelo de oro Margarete
lanza sus mastines contra nosotros nos regala una tumba en el aire
juega con las serpientes y sueña la muerte es un maestro de Alemania

tu pelo de oro Margarete
tu pelo de ceniza Sulamita.

Traducciones de José María Pérez Gay.

Las versiones de Roberto Amézquita han sido tomadas de Círculo de Poesía, revista electrónica de literatura.

Las versiones de Arnau Pons han sido tomadas del Periódico de Poesía de la UNAM.

Las versiones de José María Pérez Gay han sido tomadas de la antología bilingüe de Paul Celan Sin perdón ni olvido, Cuadernos de la memoria número 5, Universidad Autónoma Metropolitana, México, 1998.

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