ConvergenciasEl Espíritu Inútil

Ella corre sola

Mayo, 2023

Lo que hace no mucho era un acontecimiento (es decir, un suceso que es raro), ahora ya se ha vuelto un fenómeno típico de la ciudad (es decir, en un suceso que tiende a hacerse regular): el de que por los camellones y los parques y las ciclovías se vean a mujeres salir a correr solas —escribe Pablo Fernández Christlieb en esta entrega—, como si el ambiente fuera más amistoso —o más vigilado— o como si, sobre todo, ellas estuvieran más decididas a averiguar que este mundo es suyo.

“Bonita desconocida que te arriesgas sin que te acompañen”, así dice Joan Salvat-Papasseit en un poema cantado por Serrat (en su mejor disco): en la canción va a la playa, pero aquí sale a correr, sin nadie, sin perro que la proteja ni novio que le sirva de doberman de repuesto, sin audífonos que la distraigan ni teléfono que la interrumpa, sino sola con sus pasos, con sus tiempos y con sus pensamientos.

Ciertamente, lo que hace no mucho era un acontecimiento (es decir, un suceso que es raro), ahora ya se ha vuelto un fenómeno típico de la ciudad (un suceso que tiende a hacerse regular), el de que por los camellones y los parques y las ciclovías, sorprendentemente mucho más que hombres, se vean mujeres que salen a correr solas, como si el ambiente fuera más amistoso —o más vigilado— o como si, sobre todo, ellas estuvieran más decididas a averiguar que este mundo es suyo.

Lo hacen alrededor del mediodía, y a lo mejor por eso brillan más; más temprano, a los que salen a trotar se les adivina cargados de sus pendientes del día, que los obligan a la tautología de correr con prisa, pero a éstas no, que hacen el oxímoron de correr con parsimonia, de alguien que quizá ya hizo sus pendientes o los deja para después. Y están alrededor de los treinta, o sea, cuando ya se hicieron alguna pregunta sobres su edad; y no se les ve ni que sean reventadas ni que estén tratando de bajar de peso, o sí, pero lo que más se les ve es el gusto simple de correr; y de cualquier manera, desde lejos, sobre todo a contraluz, se ven tan delgaditas, tan espigadas como si estuvieran hechas de piezas de bicicleta (eso sí, sin las llantas —ni de las unas ni de las otras) atravesando una realidad que las tiene sin cuidado.

No obstante, parece que están conscientes de su situación, de que están haciendo algo que puede atraer la atención, o lo que es lo mismo, de que hay estúpidos en el mundo, y por eso van atentas, con el radar puesto por si las moscas, así que no papalotean sino que traen la mirada enfocada en sus tenis y en su camino y en su meta, para no dar chance de que las importunen, “cerrados los oídos a las palabras que se lleva el viento”, más bien concentradas en su paso, como si estuvieran entrenando para mejorar su tiempo o preparándose para una carrera más larga, que no es la de un maratón, sino a lo mejor la de los años o la de ser mujer en esta sociedad medio agreste; esto es, que no son corredoras esporádicas, sino que lo hacen con regularidad, a las que se les nota el oficio, economizando movimientos y no con los aspavientos de los primerizos que se zangolotean a lo loco para verse más chics; y en efecto, traen la ropa que se necesita para correr y no para figurar, porque van a lo que van, y al acabar siempre checan su reloj en la parte del cronómetro. Así que dan la impresión de que no van pensando en otra cosa (en unos trámites, en el sábado, en sus primas), sino que únicamente van pensando en lo que van haciendo, como si el jogging no fuera un ejercicio sino un pensamiento.

Tal vez por todo eso se les ve transcurrir por el aire sin fricciones, casi flotando, como deslizándose a solas en el interior de su cuerpo, navegando en el espacio exterior del parque, lo cual finalmente les da el gesto de dedicación de quien está haciendo lo que debe, y el halo de la serenidad de que lo que debe es lo que quiere y lo que quiere es lo que debe, que es más o menos la definición de libertad, lo cual da envidia sobre todo cuando pasan los demás con sus dudas y sus preocupaciones. Y ha de ser que la libertad embellece, no importa si son bonitas o feas. Y entonces, verlas pasar de lejos es la imagen viva de que el mundo ya es mejor, aunque sea nada más por media hora, y de que para el mundo fue la media hora más bonita del día. “Hoy te soñé, y te soñaré mañana”, así acaba.

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