Charlie Parker: el gran innovador
Dejamos aquí esta playlist con 50 temas (más un bonus track), para recordar al saxofonista y compositor estadounidense. Pocos músicos lograron reescribir las reglas de un género musical como lo hizo Bird.
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Lo dijo en alguna ocasión el ya desaparecido saxofonista argentino Hugo Pierre: “Si la historia de Occidente se divide en «antes y después de Cristo», la del jazz se divide en «antes y después de Charlie Parker»”. Y tiene razón. Tiene mucha razón.
Charlie Parker no sólo revolucionó el modo de tocar sino que también produjo el cisma que partió en dos la historia del género, dando inicio a la era del jazz moderno. A través de su fraseo veloz e incomparable, llevó a la música, a la improvisación y al saxo (el contralto) a lugares insospechados, a lugares a los que jamás se había llegado.
No es gratuito que el escritor argentino Julio Cortázar —él mismo apasionado del jazz— homenajeara a Parker con un cuento —“El perseguidor”— y le hiciera decir —en voz de Johnny, su músico protagonista—: “Esto ya lo toqué mañana, es horrible, Miles, esto ya lo toqué mañana”.
Porque Charlie Parker, al igual que Johnny en el cuento, siempre estaba tocando mañana y el resto venía a la zaga. Él abrió las puertas del futuro al jazz; representó la vanguardia en la época más gloriosa del género.
Si no me cree, pregúntele a (dios) Miles Davis, quien dijo lo que dijo cuando le preguntaron sobre este género tan bello: “Si tuviera que explicar la historia del jazz en cuatro palabras, diría: Louis Armstrong – Charlie Parker”.
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En este agosto de 2020 se cumplen los 100 años del nacimiento de Charles Christopher Parker, Jr, el saxofonista de Kansas City que simbólicamente trasquiló a la generación de los jazzmen de la era del swing y las big bands para crear una nueva forma de ejecutar el jazz junto a nombres como Dizzy Gillespie, Thelonious Monk, Max Roach y Bud Powell, una especie de supergalácticos que aterrizaron en el momento justo y el lugar exacto para revolucionar la historia de este género musical.
Apodado Yardbird, o simplemente Bird, Charlie Parker capitaneó a una generación de músicos que provenía del mismísimo clan del swing y que mataría suavemente a sus padres musicales; recordemos: Parker tocaba en ese momento en la big band de Earl Hines; Dizzy Gillespie hacía lo propio en la de Cab Calloway, donde nunca se encontró a gusto; y Thelonious Monk en la de Coleman Hawkins. Tres chicos rebeldes que tomaron todo lo aprendido para transformarlo y revolucionarlo y crear algo llamado bebop, es decir, una nueva música: definitivamente cerebral, definitivamente imposible de bailar, y que definitivamente no buscaba agradar al complaciente gusto comercial.
Seamos directos: su esencia y poder no estaban en los contrapuntos orgánicos de una big band, más bien, bullía del fuego de los solos instrumentales. (De hecho, varias de las primeras grabaciones de bebop se realizaban sólo cuando el músico comenzaba su solo). Hoy lo sabemos: esa onda expansiva de Parker (y compañía) impactó en nombres como Miles Davis, Sonny Rollins, John Coltrane y Ornette Coleman.
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El gran cisma, la gran ruptura, ocurrió un noche de diciembre de 1939.
O, por lo menos, así lo contaba el artífice de todo. “Recuerdo una noche en la que estaba improvisando en un local entre el 139 y el 140 de la Séptima Avenida”, decía Charlie Parker. “Era en diciembre de 1939. Estaba aburrido de los mismos cambios de acordes estereotipados que se tocaban todo el tiempo en ese entonces y venía pensando que había que encontrar algo más. A veces lo podía oír en mi cabeza, pero no podía tocarlo. Bien, esa noche estaba tocando alrededor del tema ‘Cherokee’ y lo hice. Me di cuenta de que, usando los intervalos más lejanos del acorde como una línea melódica y acompañándolos con cambios de acordes adecuados, podía tocar eso que había estado oyendo. Allí nací de nuevo”.
En su aburrimiento, el saxofonista estadounidense no sólo había nacido de nuevo, también había realizado la revolución más importante de la historia del jazz: lo había convertido en música de concierto.
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Charlie Parker fue un hombre (y un músico) de pocas palabras.
A la revista Down Beat le dijo el 9 de septiembre de 1949: “Con la droga, las digitaciones fallan y se dejan escapar todas las ideas decentes. En los días en los que estaba en el asunto [es decir: drogado] creía que tocaba mejor, pero las grabaciones demuestran lo contrario. Los jóvenes que creen que hay que estar reventado para tocar bien están totalmente locos. Eso no es verdad. Yo lo sé. Créanme”.
El 28 de enero de 1953, también a Down Beat, dijo: “Cuando grabé con cuerdas, algunos de mis amigos dijeron que me había vuelto comercial. No era así. Estaba buscando nuevos caminos para decir cosas musicalmente. Nuevas combinaciones de sonidos… Quería hacer una sesión con cinco o seis maderas, un arpa, un grupo de acompañamiento y una sección rítmica completa. Algo en la línea de la Kleine Kammermusik de Paul Hindemith. No una copia, no me interesan las copias. Empecé a escuchar música clásica hace seis o siete años. Primero escuché El pájaro de fuego de Stravinski. Volé. Después, Bartok se convirtió en mi favorito. También me gustan los antiguos: Beethoven, Bach y todos ellos”.
En la misma entrevista, añadía: “Me gusta Dave Brubeck. Es un perfeccionista, tal como yo trato de serlo. Y estoy muy impresionado por su saxo alto, Paul Desmond”.
En un reportaje radial para la Boston’s Station del 13 de junio de 1953, dijo: “Estoy muy interesado en la manera en que Gerry Mulligan trabaja el contrapunto. Es un gran músico y no solamente desde el punto de vista intelectual. Es una música muy inteligente, está sumamente bien tocada pero tiene un montón de feeling y eso no puede olvidarse. Es música en un 100 por ciento”.
Sobre su oficio, alguna vez declaró: “Me alegraría que aquello que toco lo llamaran simplemente música”.
Pero tal vez su reflexión más citada sea: “La música nace de tu propia experiencia, de tus ideas, de tu sabiduría. Si no vives todo eso, no saldrá nada de tu instrumento. Te enseñan que existe una frontera en la música. No, amigo, en el arte no hay fronteras”.
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Ahora, Bird en palabras de otros:
Joe Lovano (saxofonista): “Charlie Parker sacó al jazz de los salones de baile y lo mandó a la estratósfera”.
Toots Thielemans (armonicista y guitarrista): “Duke, Bird, Miles, Trane y poco más”.
Thelonious Monk (pianista): “Nos juntábamos en el Minton’s. Él se quedaba siempre un poco aparte de los demás. ¿Por qué le decían Bird? Es muy fácil. No sólo volaba cuando tocaba sino que lo hacía volar a uno”.
Charles Mingus (contrabajista): “Lo suyo fue una revolución musical sin antecedentes. El jazz era una cosa antes de que él y Dizzy se juntaran y otra muy diferente después”.
Buddy De Franco (clarinetista): “Yo toqué con muchos de los grandes nombres del jazz y todos ellos tuvieron mucho para enseñar. Pero Charlie Parker es el origen de mucho de lo más importante del siglo XX. Es el gran innovador”.
Frank Foster (saxofonista): “Él es el único capaz de eclipsar a Duke en una constelación de estrellas. Miles Davis y Louis Armstrong también son grandes, claro, pero tuvieron la mala suerte de ser trompetistas”.
Howard McGhee (trompetista): “Cualquiera que tocaba con Bird tenía la impresión de estar tocando una mierda al lado de lo que Bird proponía”.
Lucky Thompson (saxofonista): “Bird intentaba traspasar la barrera del sonido de la música”.
En el libro Hommes et problèmes du jazz, el crítico André Hodeir dice: “Su obra es la expresión más perfecta del jazz moderno”.
Ross Russell (del sello Dial y quien llegó a conocerle como productor): “Era un músico que resolvía los problemas a tal velocidad que a menudo parecía que no atendiera a la lógica y que priorizara ante todo la intuición pura. Su enfoque, su concepción y su ejecución estaban muy por encima del ya de por sí elevado nivel de las estrellas del jazz que grababan. Tocaba su mejor solo en la primera toma, mucho antes de que el resto de los músicos tuvieran claro el concepto, y muchísimo antes de que hubieran tenido tiempo siquiera para digerir los fragmentos conjuntos. Por eso hay mucho material maravilloso de Parker que no ha llegado al público”.
Gigi Gryce (saxo alto y uno de sus mejores amigos): “Parker es un genio natural. Si hubiese sido plomero, creo que también hubiera logrado algo extraordinario”.
Harold Mabern (pianista): “El genio de Charlie Parker no necesita explicación. Puro y simple. Bird vive”.
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Desde luego, sus excesos también merecieron algunas palabras:
John Lewis (pianista): “Bird era como el fuego. No podías acercarte demasiado”.
Steve Voce (crítico): “Charlie Parker fue tal vez el genio más ingobernable desde Van Gogh. Los flagelados por el ciclón de su vida podían estar seguros de padecer cualquiera de las calamidades situadas entre la consternación y la muerte, aunque algunos afortunados lograran escapar con lesiones menos graves. […] La palabra ‘pantagruélico’ podría haberse inventado para calificar sus apetitos: todo lo llevaba al extremo, ya fuera la música, las drogas, la comida o el sexo”.
Miles Davis (su alumno más aventajado) escribió en su autobiografía: “Estar cerca de Bird podía ser muy divertido, porque era un auténtico genio de la música y, al propio tiempo, más excéntrico que un hijo de puta, hablando con aquel acento británico que generalmente usaba; pero también era difícil tenerle cerca porque constantemente intentaba sablearte, cuando no estafarte, para conseguir el dinero que necesitaba por culpa de su afición a las drogas”.
En su libro Bird: The Legend of Charlie Parker, Robert George Reisner escribió: “Nadie amó la vida tanto como Bird, y nadie puso tanto empeño como él en matarse. En cierta ocasión, oí a un músico decir: Bird se ha desintegrado en sonido puro”.
Gerry Mulligan (saxofonista): “Para un hombre que metió tanta porquería adentro de su vida, Charlie Parker pudo sacar de ella cosas verdaderamente bellas”. (Palabras dichas en el funeral de Parker.)
En un sincero obituario, el crítico Leonard Feather escribió: “La agonía de vivir finalmente terminó para Charlie (Yardbird) Parker”. Y concluía: “Ahora se ha ido, y sólo podemos consolarnos con la idea de que su alma atormentada finalmente ha encontrado la paz”. (Down Beat, 20 de abril de 1955.)
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Pocos músicos lograron reescribir las reglas de un género musical como lo hizo Charlie Parker. Definitivamente es uno de los músicos que más hizo por el jazz, por su desarrollo rítmico y melódico. Virtuoso como pocos, durante la década de los cuarenta su saxofón marcó la explosión del bebop, con rápidos cambios de acordes, increíbles líneas melódicas, impecable destreza técnica, sus delicados matices, y melodías de todo tipo.
Eso sí: como en casi todos los procesos artísticos, lo nuevo trae consigo rechazo y crítica y Charlie Parker y el bebop no fueron excepciones. Pongámoslo de esta manera: demasiada tensión para los orquestales primeros años cuarenta. Tal y como señala Historia del jazz, de Ted Gioia, en un artículo de la época se proclamaba: “No se puede cantar. No se puede bailar. Puede que ni siquiera se pueda soportar. Es el bebop”.
Tampoco las estrellas de la vieja escuela, puntales del jazz tradicional, lo admitieron. Louis Armstrong o Benny Goodman lo rechazaron por extraño. Cab Calloway lo llegó a definir como “música china”. O Fletcher Henderson, pionero del swing: “De entre todas las crueles indignidades de la existencia, el bebop es la peor de todas”.
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En voz de Bruno Testa —otro de los protagonistas de “El perseguidor”—, Julio Cortázar dice: “La droga y la miseria no saben andar juntas. Pienso en la música que se está perdiendo, en las docenas de grabaciones donde Johnny podría seguir dejando esa presencia, ese adelanto asombroso que tiene sobre cualquier otro músico. ‘Esto lo estoy tocando mañana’ se me llena de pronto de un sentido clarísimo, porque Johnny siempre está tocando mañana y el resto viene a la zaga, en este hoy que él salta sin esfuerzo con las primeras notas de su música”.
Adicto de las drogas y el alcohol, Charles Parker murió derrotado por la explosiva intensidad de su propia existencia mientras veía la televisión en el apartamento neoyorquino de la baronesa Nica de Koenigswarter. Era el sábado 12 de marzo de 1955. Sólo tenía 34 años, y durante los diez anteriores había revolucionado el jazz con su saxo alto y la valiosa colaboración de personajes —tan contradictoriamente iguales y diferentes a la vez— como Davis, Mingus, Gillespie o Monk. Los boppers aparecían como revolucionarios insolentes y Parker estaba a la cabeza de aquel movimiento. Fue Thelonious Monk, por cierto, quien supo definir el espíritu de aquella insurrección mediante esta declaración de malas intenciones: “Queríamos hacer una música que ellos no pudieran tocar”. Con ellos se refería a los músicos blancos que ocupaban las ondas y los escenarios con el dulce y amable swing de sus grandes orquestas.
Bird vivió demasiado rápido —como un rockstar antes de que se inventara el rock & roll—, pero su forma de tocar lo cambió todo para siempre. Y sí: se fue de este mundo con el cuerpo vencido, sin embargo había ganado la batalla del bebop, una victoria cuyas notas nunca han parado de sonar desde entonces.
Nota bene (1): entre los diversos homenajes y festejos por su centenario natal, el músico y dibujante Dave Chisholm lanzará el 29 de septiembre la novela gráfica Chasin’ the Bird. Charlie Parker in California (bajo el sello Z2 Comics), cuya portada ilustra este texto.
Nota bene (2): Dejo aquí esta lista de reproducción con 50 temas, más un bonus track. ¡A la salud del gran Charlie Parker!, quien seguro sigue volando por el bello cielo…
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