Los vampiros saben de semiótica
No se tiene la certeza de cuándo se tomó la primera fotografía (si fue en 1826 o en 1827). De lo que sí se puede estar seguro es que fue tomada por un francés llamado Joseph Nicéphore Niépce; que utilizó una cámara oscura; y que la exposición para lograrla duró unas ocho horas. La placa donde quedó grabada esta primera imagen aún puede admirarse en el Harry Ransom Center de la Texas University, en Austin. El título de esta célebre fotografía es Point de vue du Gras.
No obstante, el conocido semiólogo Roland Barthes, en su multicitado libro La chambre claire. Note sur le photographie (1980), afirmó que la primera fotografía en realidad es de 1822; que fue tomada por el inventor ya referido; y que se llamaba La Table servie. Y las controversias pueden proseguir. Nunca faltará alguien que, en los pasillos de alguna universidad, diga que tiene otros datos. Lo realmente importante es tener en cuenta que, a partir de la aparición de la fotografía, la historia de la humanidad cambió.
En el caso del cine (a diferencia de la fotografía), no hay demasiada controversia al respecto de su aparición y paternidad, atribuida a los hermanos Auguste y Louis Lumière, quienes inventaron el cinematógrafo y ofrecieron una función histórica en el Salon Indien du Grand Café el 28 de diciembre de 1895. Tampoco hay duda alguna sobre la forma en cómo el cine transformó la vida social y fue perfilando una forma de entretenimiento que algunos años después se convirtió en industria. La aparición de la fotografía, primero, y del cine, después, modificó nuestras vidas.
El cine, no obstante, ofreció una forma de registro y documentación de la realidad muy distinta a la de la fotografía, pues introdujo una característica que ésta no posee: el movimiento. Por ejemplo, las primeras películas que realizaron los Lumière consistían en una serie de registros cortos llevados a cabo con tomas fijas y en un solo plano. Las relaciones de movimiento entre la cámara y los personajes, así como con los objetos se descubrieron después.
El sonido y el color otorgaron una condición estética invaluable a la narrativa cinematográfica. Basta con identificar el dramatismo que le imprime la música a las escenas. Esa música (extradiegética) que no escuchan los bañistas antes de que el tiburón de la película Jaws termine por devorar a los personajes, pero que sí están escuchando los espectadores. O los sonidos estridentes de la celebérrima escena del apuñalamiento en el baño de Psycho, que no escuchan Marion Crane ni Norman Bates pero sí los espectadores.
El cine también nos arrojó a un nuevo horizonte de experiencias socialmente sensibles. Gracias a la fotografía y al cine no sólo aprendimos a registrar y a documentar, sino a construir realidades (y un nuevo horizonte de experiencias en torno a ellas). Aprendimos a contar, también, historias con imágenes. A representar la realidad a nuestro antojo.
La sofisticación de los estilos, la diversificación de las temáticas y los distintos formatos cinematográficos dieron como resultado la aparición de distintos géneros, con los cuales todos estamos bien relacionados: drama, acción, suspenso, terror, ciencia ficción, etcétera. En cada uno de ellos los personajes son representados de modos muy particulares. A veces re-crean realidades y otras veces terminan por fascinarnos con realidades inverosímiles. No obstante, existe un conjunto de personajes cuya representación (y caracterización en consecuencia) es extremadamente llamativa. Monstruos, démones, espíritus, zombis… cuentan con características muy peculiares que, en vez de asustar, deberían dar risa.
Desde las entidades metafísicas de Poltergeist hasta las de Paranormal Activity se pueden identificar algunas características básicas, como las que indican que a dichos seres del más allá les encanta encender y apagar luces, abrir las llaves de los grifos del agua, cambiar los canales de los televisores, etcétera. Tienen, por si fuera poco, extrañas propiedades electromagnéticas porque interfieren con televisores, radios y computadoras (antes analógicos y ahora digitales). Incluso pueden hacer estallar bombillas (efecto infaltable en esta clase de hilarantes filmes).
Desde películas como The Entity hasta The Blair Witch Project podemos identificar desde espíritus golpeadores y sádicos que pueden manipular objetos (como tiendas de campaña), hasta otros que pueden atravesar paredes pero, eso sí, suben escaleras de manera muy decente haciéndolas rechinar (mientras arrastran cadenas) para aterrorizar a los invasores de sus casas. En las películas de posesiones demoníacas, desde The Exorcist hasta The Exorcism of Emily Rose, podemos escuchar, con enigmáticas voces, a démones hablar latín. Erudición que no termina ahí, pues en el momento de revelar su nombre siempre nos remiten a una mitología que hasta antes del estreno de la película podíamos haber desconocido.
Las entidades que aparecen en The Ring o en One Missed Call han dejado atrás muchos recursos trillados y han incorporado medios digitales para manifestarse, pues tienen, entre otras, la capacidad de llamar por un teléfono móvil. Se han digitalizado. Salen de la televisión, pero pueden hacer llegar sus mensajes desde el futuro a través de medios digitales.
No obstante, si hay un conjunto de personajes que se llevan las palmas son los vampiros. Primero piense en el anticuado vampiro de Murnau (Nosferatu, 1922). Después recuerde a cualquiera de la saga de Twilight. Diviértase comparando los atributos físicos de uno y otro(s). Diviértase recordando que el vampiro de Murnau cargaba su propio ataúd para poder dormir en él. Después piense en algunas escenas clásicas de estas películas como aquellas donde se encuentran los rayos del sol y comienzan a freírse literalmente. O cuando les cae agua bendita. O los momentos cruciales de su final cuando son atravesados por estacas de madera. O cuando son descubiertos por no poder reflejarse en los espejos. O cuando ponen crucifijos de cabeza para evitar el poder de lo sagrado. O cuando tienen que alimentarse con sangre humana dejando dos orificios en el cuello de sus víctimas. O la forma en que manipulan mentalmente a los demás para que actúen según su conveniencia.
Podemos deducir, pues, que, gracias a estas representaciones, los vampiros saben de semiótica. Recomendación: la próxima vez que mire una película de terror, de suspenso o de algo parecido, sólo recuerde que si le está dando miedo es porque está actuando como un vampiro promedio.
Publicado originalmente en la revista impresa La Digna Metáfora, agosto 2019.