ConvergenciasEl Espíritu Inútil

La O


Actualmente hay una pugna entre los que quieren más a las personas que a las palabras y los que quieren más a las palabras que a las personas; y el asunto se concentra en el nombre de las mujeres, concretamente en que si la palabra todos las incluye a todas, porque hay quien opina que la gramática es una expresión del poder masculino contra quien opina que no hay que confundir la gramática con el machismo.

El lenguaje se inventó para decir algo, literalmente eso: algo, que si fuera la única palabra existente incluiría todo. Y la palabra algo, como la palabra todo, termina en O, pero “algo” no es nunca ni femenino ni masculino, y puede ser las dos cosas, lo del hombre y lo de la mujer, o sea que, bien a bien, algo es neutro. Y a partir de la O de algo, todo aquello, todo eso, todo esto, es tan neutro como el artículo neutro lo, al que nadie, hasta donde se sabe, lo ha acusado de masculino, ni tampoco a lo rojo, lo extenso, lo femenino, lo masculino; en suma, lo algo.

La O por lo redondo antes que una letra del abecedario fue el signo de lo humano, porque la sociedad comenzó el día en que se trazó un círculo, por ejemplo, alrededor de un emplazamiento, de manera que todo lo que quedara dentro, el fuego, las casas, el lenguaje, nosotros, era lo nuestro, lo civilizado, el orden, y también el infinito, que es lo que hay en el número cero, que es el punto de partida pero que no es nada, como el centro. O sea, se trazó una especie de O que rodeó a la sociedad y al ser humano. Y desde entonces, es decir desde siempre, la O, tan circular, unitaria, autocentrada, es el signo de lo que incluye todo.

Pero en algún momento, así como hay que diferenciar arriba y abajo, dentro y fuera, hubo que diferenciar femenino y masculino para cuando hiciera falta; y se eligió para lo femenino la letra A, nada más porque sí, porque es la vocal más sonora y más distinta. Pero lo masculino no tuvo letra que lo especificara, de modo que, por omisión, por default, por defecto, lo que no era gata era gato, y entonces lo que se dijera con O quedaba siendo masculino, que era simplemente lo que no era femenino.

Donde se puede detectar el sesgo machista es en que uno de los dos géneros es el que habló más, y siempre hablaba con O, porque así se habla, pero resultó que todo el tiempo hablaban de ellos mismos, y empezaron a asumir que la O era suya y que se refería a ellos y se utilizaba para nombrarlos, usurpándole a lo neutro su letra. Y si uno hizo uso del derecho a la palabra, el otro género hizo uso del derecho al silencio, que siempre es más fino y, la verdad que sí, más incluyente, porque hablar obliga a los demás a oír aunque no quieran, mientras que callarse deja a todos en libertad; lo malo es que los deja en libertad para hablar, tan bonitos que se hubieran visto calladitos.

Pero en rigor lo masculino era un género sin letra. La solución, histórica, que no se dio, hubiera sido elegir una letra especial para los hombres y dejar la O para lo que era, para lo genérico, que abarcaba todo. La E no se podría haber utilizado, porque también es neutra, como en alguien o en quien, o en los padres y las madres; la I tampoco porque es muy ñoña, y también medio neutra, o más bien infantil, como en el Buki o la Cuqui, Toni o Mari, y, sobre todo, muy doméstica y poco pública. Tendría que haber sido la U: todus nosotrus, que suena padre y hasta parece latín, y así, por ejemplo, los individuos se clasificarían en las individuas y lus individus, que a lo mejor se escribe con U doble: individuus, lo cual podría aprovecharse para estrenar la dobleú en español: individws, y se podría prescindir de soluciones espantosas e impronunciables como la arroba, compañer@s, o la equis, compañerxs.

Cuando alguien quiere presumir la solución de ser exhaustivo o exhaustiva y decir, por ejemplo, el lector y la lectora, que de paso sonaría mejor lectriz como en actor y actriz, al poco rato, aunque no se le olvide, no puede continuar, para empezar, porque si luego dice ambos y ambas ya son cuatro, y para terminar porque tener que estar machacando el O y la A se hace insostenible, por cacofónico y porque no habría conversación ni literatura posibles, ya que todos se dormirían del puro aburrimiento. Y además porque el uso de la O para los dos géneros es una costumbre, un hábito, una tradición, y esas cosas no se pueden cambiar ni por ley, ni por tozudez; para que funcionara, se tendría que volver costumbre, hábito, tradición, y estas cosas, como sus nombres lo indican, toman tiempo. Y exactamente por esta misma razón, aunque la U masculina fuera una solución, tampoco es posible.

Lo único que es posible es dejar a la O en paz, que no tiene la culpa de nada, y que lo único que pretendía era trazar un círculo para que cupieran dentro hombres y mujeres de cualquier género.

Publicado originalmente en la revista impresa La Digna Metáfora, marzo de 2019

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