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“La sociedad es poco crítica con sus científicos”

El epidemiólogo español Miquel Porta aborda múltiples temas médicos en su nuevo libro: «Epidemiología cercana. La salud pública, la carne y el oxidado cuchillo del miedo».

Julio, 2022

Miquel Porta lleva varias décadas “sufriendo y disfrutando con el mejor oficio del mundo”. Pudo haber sido periodista o sociólogo, pero es el coordinador de la unidad de epidemiología clínaica y molecular del cáncer del Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas. Miquel acaba de publicar un nuevo libro —Epidemiología cercana. La salud pública, la carne y el oxidado cuchillo del miedo en donde habla, entre otros temas, sobre cómo transmitir correctamente los mensajes de salud.

Catedrático de medicina preventiva y salud pública de la Universidad Autónoma de Barcelona, Miquel Porta (Barcelona, 1957) ha puesto en circulación su nuevo libro: Epidemiología cercana / La salud pública, la carne y el oxidado cuchillo del miedo, en la editorial Triacastela. En él, Miguel Hernán, catedrático de epidemiología y bioestadística en Harvard, escribe en el epílogo sobre su amigo: “No conozco a nadie más que pueda hilar un relato que compare la elaboración de un estudio epidemiológico con la de un buen vino, o la secuencia del genoma con una partitura de jazz”.

“Yo no sé lo que me llevó a la investigación y la epidemiología, hay muchas cosas que no conozco de mí mismo”, reconoce Porta por videoconferencia, durante una pausa en su proceso de revisión de un artículo sobre pesticidas y cáncer.

“Los humanos tenemos una tendencia a centrarnos en una cosa”, añade este especialista en tóxicos ambientales. Pero cualquiera que lea sus reflexiones publicadas en su último libro —en los previos o en numerosos diarios y centenares de publicaciones científicas—, entenderá que su disciplina ha trascendido su antigua concepción como ciencia de las epidemias y encierra hoy todo un universo.

“Tanto en la epidemiología, como en la medicina o al arte, se integran aspectos muy diversos y se crean materiales con propiedades nuevas, que no son la suma de las partes. Esta integración de lo ambiental, lo social, lo clínico, lo individual, lo biológico, lo artístico y humanístico es algo muy fascinante para mí”, subraya.

—¿Considera por eso a la epidemiología casi más una rama de las ciencias sociales y las humanidades?

—No me interesan los cajones estancos. Nos debemos al conocimiento y a las personas. La epidemiología engloba componentes médicos, sanitarios, sociales, humanísticos y artísticos. En disciplinas como la medicina, o en otras como la arquitectura o el urbanismo, uno no tiene que escoger definiciones, tiene que aprovechar el conocimiento que mejor responde a preguntas relevantes o que más ayuda a las personas. De ahí que anime a periodistas, filósofos e intelectuales a no utilizar esquemas simplones.

—¿Cómo se deberían transmitir los mensajes sobre la salud para evitar esgrimir el “oxidado cuchillo del miedo” del que habla en su obra?

—En la crisis cultural tremenda que vivimos desde hace tantos años, a veces identificar una pregunta como esa da cierta paz. Son las cuestiones superficiales las que inquietan e irritan. Lo plantea muy bien León Felipe en su poema que abre el libro: “El llanto del hombre lo taponan con cuentos […], el miedo del hombre inventó todos los cuentos”. Cuando hablamos de alimentación, de obesidad o de tantas cosas, ¿cómo hacerlo utilizando la ilusión del hombre, la sabiduría, la serenidad, las ganas de mejorar, en vez del miedo?

—En su libro interpela en varias ocasiones a periodistas y comunicadores.

—Hay dos grandes palancas que mueven el periodismo: el miedo y el comercio. Es muy triste llegar a esas zonas donde el periodismo amarillea, como quien va viendo una conjuntiva ictérica. Cuántas veces vemos vender alarmas para las casas o mejunjes para mejorar nuestra nutrición de forma claramente obscena. No debemos dejarnos anonadar por las ciénagas de la zafiedad, el odio y la amargura, sino apelar al sentido práctico, al coraje y a la capacidad de aprendizaje de las personas.

“Vivimos una época de expropiación de la sabiduría práctica popular. Estamos sometidos a los cantos de mil sirenas mucho peores que las de Ulises. Los cantos de los técnicos, de los expertos que nos indican qué hacer con la ansiedad, con la depresión, con la covid de larga duración. Y culpabilizándote por lo que te pasa, al poner un énfasis desproporcionado en la capacidad del individuo de superar las adversidades, cuando muchas de ellas tienen causas sociales”.

—Menciona la “privatización de los riesgos”, cómo obviamos los factores socioeconómicos, ambientales, culturales o políticos que influyen en la enfermedad.

—No somos conscientes del abismo que hay entre los espejismos que nos venden cada día sobre nuestra capacidad de controlar las causas de enfermar, que son mucho más sociales y ambientales de lo que creemos. Por ejemplo, cuando vi los residuos de contaminantes plásticos que tenía en mi orina por un estudio que hicimos, me dije: pero si yo intento no estar contaminado por plásticos desde hace 20 años… Los órdenes de magnitud con que la contaminación interna supera nuestras posibilidades individuales de prevenirla son desproporcionados.

—¿Y qué podemos hacer?

—Ni la izquierda, ni la derecha, ni apenas los ecologistas se dan cuenta. Es uno de los grandes retos, concienciar a mucha más gente de que sin las organizaciones ciudadanas, las instituciones, las empresas más dispuestas a mejorar las cosas, sin el nivel organizativo supraindividual, las personas estamos perdidas. Encima, se trata de procesos sociales que son perfectamente factibles de controlar. Además del miedo, nos venden el fatalismo, el “sobre esto no se puede hacer nada”.

“En el libro aludo, por ejemplo, a cómo la humanidad controló la contaminación humana por plomo, lo que no era nada fácil porque había que convencer a la industria del automóvil y a la petrolera. Hay vías políticas para manejar mejor estas causas que nos llevan al cáncer, la infertilidad o el alzhéimer.

“Pero el periodismo está muy perdido entre el papanatismo hacia lo científico y esta dramaturgia barata del teatro cotidiano de la política, aunque hay ejemplos maravillosos los últimos 20 o 30 años de redactores e intelectuales que han prestado atención a estos procesos”.

—¿Obviamos los factores ambientales que nos enferman?

—Muy pocos pensadores y científicos son conscientes de las causas ambientales de la enfermedad. Algunos incluso rehúyen esas causas. En parte, hay razones económicas porque hay menos financiación para investigar sobre ellas, pero lo que me duele más es que hay un miedo y una comodidad en muchos investigadores que se van a lo fácil, a lo biológico, a lo genético-heredado, porque eso no le va a traer problemas con nadie. Pero muchos expertos estamos en ello y hay sectores de la sociedad que están atentos.

—Es lo que denomina genetización, la tendencia de la ciencia biomédica desde 2000, cuando se secuencia gran parte del ADN humano, a centrar la búsqueda de causas y soluciones a la enfermedad en su componente genético.

—Hacia 2001, Tony Blair y Bill Clinton [entonces, respectivos primer ministro británico y presidente estadounidense] escenifican en distintas conferencias online que hemos alcanzado algo parecido a la Biblia, al libro de la vida. Son las metáforas que utilizan ellos y, lo que es más grave, centenares de investigadores que se apuntan a la gran subasta de comisiones, prometiendo cosas que no han cumplido ni en una fracción infinitesimal.

“Para mí, es uno de los acontecimientos históricos sobre los que la comunidad científica no ha reflexionado. ¿Cómo puede ser que no se cumpliera con nuestra obligación ética y política de autocrítica ante las promesas hiperbólicas que se hicieron desde la política y la industria? Una promesa hecha sabiendo que es improbable que se cumpla hace mucho daño”.

—¿Existe algún contrapeso?

—Los periodistas, los pensadores, los artistas, la sociedad y las organizaciones científicas tendrían que pedir más fundamento científico a quienes prometen. Esto no significa negar que haya habido progreso, pero la sociedad europea, la sociedad mundial, a veces es poco crítica con sus científicos, cualquier cosa cuela. Y cuando un periodista o un medio de comunicación tienen intereses económicos porque uno de sus anunciantes o patrocinadores le dice que hable de la sanidad privada o de mercantilizar esto o lo otro, es lo esperable. Pero tiene que haber contrapoderes y el gran ausente es la universidad.

—¿A qué se refiere?

—Primero, aclaro que no hablo de una universidad en específico, sino como institución. Ahora bien, la universidad pocas veces está cumpliendo su papel crítico. Hay cosas que parece que solo las podemos decir desde esa institución. No se pueden decir desde el periodismo porque bastante tiene con sobrevivir en su modelo de negocio. No lo puede decir la industria porque se pega un tiro en el pie. No lo pueden decir los oncólogos u otros especialistas médicos porque la sociedad ha dejado su formación en manos de la industria. Si uno quiere estar en la jerarquía hospitalaria, no puede ser crítico con la industria porque no llega a jefe de sección.

“Y, de nuevo, este no es un problema individual, de valor, de coraje, sino que la sociedad está despistada y tampoco exige a la universidad que equilibre estos distintos intereses. Por ejemplo, el caso de Theranos [compañía de tecnología sanitaria estadounidense de Elizabeth Holmes, acusada de fraude millonario tras asegurar haber desarrollado un supuesto sistema revolucionario de análisis de sangre]. ¿Dónde están los conocimientos científicos para asegurar que en una gota de sangre encontrará todo lo que me promete?”.

—Es muy crítico con cierto tipo de investigación.

—He visto a muchos investigadores muy metidos en el sarao de la mercantilización de la ciencia con una ausencia total de espíritu crítico ante estas promesas. Muchos son grandes cómplices en la distribución de subvenciones no justificadas de dinero púbico al sector privado. Muchos también lo son del negacionismo de las causas ambientales del enfermar. Y lo ambiental y lo social siempre van juntos. Las vías de exposición a factores químicos y físicos son sociales, tienen que ver con las condiciones laborales, con los sueldos, con la cultura y con la alimentación. ¿Cómo va a comer bien una familia que tiene la nómina que tiene, en la que los padres llegan a casa tarde? Y encima está toda la industria de “coma saludable”, “dé comida sana a sus hijos”. Creo que esto es una presión cultural que no es ética.

—Afirma que la medicina, la epidemiología, la salud pública y la investigación son políticas y que los investigadores cabales jamás se adhieren incondicionalmente a nada.

—Ni siquiera a nuestros propios hallazgos.

—¿Pero el mero hecho de decidir a qué dedicar una investigación, no es ya en sí una decisión política?

—Las instituciones públicas son las únicas que pueden financiar la investigación sobre las causas sociales y ambientales de la enfermedad y sobre las políticas que controlan estas causas y disminuyen el sufrimiento. Es de un izquierdismo infantil recriminarle a la industria farmacéutica que solo investigue sobre diagnóstico y tratamiento, ¿qué van a hacer? Hay que reclamar a los poderes públicos que inviertan en prevención. Cuando las instituciones públicas incentivan esto, se puede hacer. Yo estoy investigando sobre causas ambientales de la covid-19, la esclerodermia o la supervivencia del cáncer de páncreas porque los clínicos sí son sensibles a ello.

“También es típico de esta falsa izquierda el cargarse a toda la corporación médica, con este mismo intento de culpabilizar a los individuos. Cuando gran parte del incentivo por parte de los gerentes y las organizaciones con recursos es financiar, digamos, mecanismos biológicos del envejecimiento que no suelen pasar de la etapa de experimentación animal, te preguntas: ¿quién ha evaluado todo este dinero que ha ido a parar aquí?

“La comunidad científica a veces se autocorrige, pero muchas veces no lo hace. Seguimos invirtiendo no en investigación básica, que me parece muy bien, sino en investigación que pretende ser aplicada y que nunca logra lo que dice”.

—Subraya las implicaciones culturales, psicológicas, filosóficas, morales y políticas del estudio de las causas ambientales de la enfermedad, ¿los investigadores las tienen en cuenta?

—En una investigación que va a durar muchos años, no lo puedes tener todo en cuenta. Pero hay un déficit relacionado con lo que Ignacio Sánchez-Cuenca llamó “la desfachatez intelectual”. Invito a los pensadores a que utilicen temas como la pandemia, la contaminación por plásticos, las desigualdades sociales, la diferencia abismal de esperanza de vida entre gente trabajadora y personas con nivel económico alto, a que los utilicen como cauce para desarrollar sus conceptos filosóficos. También muchos artistas lo están haciendo.

—Dice que muchas visiones contemporáneas de la salud integran la experiencia de la alegría, el placer y la felicidad y que se puede compaginar la atención al conocimiento científico con los placeres de la vida. ¿Cómo llegamos a estos equilibrios?

—Millones de personas saben que se puede hacer, pero parece que sea un milagro. Nos están acuchillando constantemente con deberes, con miedos, riesgos… La utilización de las probabilidades por parte de la epidemiología tiene su culpa en esto. Parece que lo raro es vivir, nos tienen en vilo. Por suerte, la sabiduría práctica nos dice que uno puede estar alegre a ratos. Aspiremos un poco de placer cada día.

—¿Qué oportunidades nos brinda el, en sus palabras, “excelente mal momento” que vivimos?

—Estamos viviendo una sindemia horrible, pero me atrevo a decir que hoy el mundo va mejor. La especie humana tiende a percibir que el vaso está medio vacío o medio lleno, pero fisiológicamente es imposible ver sólo una de las dos partes. Es la industria del miedo la que quiere que escojas siempre que el vaso está medio vacío. Los hechos relevantes que prueban que el mundo va mejor son despreciados por gran parte de la derecha y de la izquierda, que aman que el pueblo dependa de ellos para salvarles, quienes incentivan el miedo, la cólera estéril que no se traduce en ningún comportamiento emancipador o transformador.

—Sostiene que el conocimiento puede ser amplio y sólido, aunque tenga inherentes incertidumbres y limitaciones. ¿Cómo se transmite esta idea para que las personas puedan confiar en el conocimiento vigente como, por ejemplo, en el relacionado con las vacunas?

—Un buen director de cine, un buen cantante o un buen poeta te transmite muchas cosas y es mucho más persuasivo que un epidemiólogo. La racionalidad tiene el papel que tiene, pero como epidemiólogo clínico he sido mil veces consciente de las limitaciones de las probabilidades, de las nociones de riesgo, empezando cuando se las cuento a los estudiantes de medicina.

“Otra respuesta sería la confianza en las instituciones. Lo terrible de la pandemia es cuando la gente, con razón a veces, la ha perdido. Si te transmiten confianza, dentro de unos márgenes de racionalidad y de conocimiento científico, tú vacunarás a tu gente querida. En definitiva, es esta combinación de factores racionales e irracionales, tan antigua en medicina”.

Fuente: agencia SINC.

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