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“Una masculinidad que no pase por la violencia ni el control”

Aleida Hernández Cervantes propone, a través de una serie de cartas a su hijo, una orientación emocional distinta para los varones.

Junio, 2022

¿Cómo actuar frente a la violencia? ¿Acaso la única opción es responder a la violencia con más violencia? En este momento el mundo —y en especial nuestro país— padece muchísima violencia. ¿Esta situación hace al mundo —y a nuestro país— un lugar mejor para vivir? Es claro que no. Pero desde sus estudios de televisión, desde sus cabinas de radio o desde sus redacciones los opinadores piden, claman, exigen que se responda a la violencia con más violencia. Por eso la doctora en derecho Aleida Hernández Cervantes decidió escribirle, con urgencia, una amplia carta a su hijo: para intentar ponerlo a salvo del ejercicio de la violencia, para que no esté atado a ella nunca.

Aleida Hernández Cervantes sabe que más temprano que tarde su hijo escuchará por ahí que el motor que mueve al mundo es el dinero o la competencia entre unos y otros; peor aún: puede oír que el motor que mueve al mundo es la guerra. Así que ha querido dejar impreso, en papel y con su firma, su rechazo a estas concepciones: para ella el motor que debe seguir moviendo al mundo es el amor y, aunque a veces no lo parezca, sostiene que se trata de una verdad comprobada. Así que, con cariño, le advierte a su hijo: nunca debemos buscar la felicidad a costa del infortunio de los otros porque “los otros siempre somos, de muchas maneras, cada uno de nosotros”.

En el libro Cerca de la empatía, lejos de la violencia: cartas a mi hijo, Aleida Hernández Cervantes —académica y docente del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM—, le habla no sólo a su hijo, sino a los niños y a las niñas (con especial énfasis a los niños varones) para mostrarles muy claro, con sencillez y ternura, que ni guerras ni violencias han hecho mejores personas. Por el contrario: ambas endurecen el corazón, lo vuelven de piedra: “Y los corazones de piedra simplemente no laten. No sienten nada. Ni por sí mismos, ni por los demás. El reto, hijo, es que nuestro corazón vuelva a latir con fuerza”.

Cuando decidimos, hace unos días, buscar a Aleida para conversar sobre el libro de cartas a su hijo, impreso bajo el sello de Bonilla Artigas Editores, no imaginábamos que la plática nos llevaría por sitios tan diversos. Por ejemplo, hablamos con ella, además, de derecho y literatura, de la mirada feminista que atraviesa su obra, su cátedra y su trabajo como investigadora, de los procesos de globalización hegemónica en el Derecho y hasta de ingeniería jurídica. Era imposible perderse la oportunidad de abordar estos temas con ella. Así que la videollamada se prolongó. He aquí el intento por presentar apenas lo esencial de nuestra conversación.

1. Que la estrategia no sea contestar con golpes

—¿De dónde partió el deseo de escribir Cerca de la empatía, lejos de la violencia: cartas a mi hijo?

—Parte de la inquietud acerca de qué vamos a hacer con las generaciones más pequeñas para que actúen de otra manera frente a la violencia, para que encuentren caminos que no sean los de la violencia. ¿Qué les vamos a decir diferente? Mi hijo, a través de las cartas, es el medio que me permite ir respondiendo esta inquietud. En este sentido el libro está escrito en clave feminista. Porque me he dedicado a los derechos de las mujeres, al feminismo, a tratar temas relacionados con la violencia hacia las mujeres. Desde aquí he luchando para detener esa clase de violencia. Fue entonces que me pregunté: ¿qué estamos haciendo para formar a nuestros niños varones de una manera distinta? Porque históricamente se puede contabilizar que cuantitativa y cualitativamente han sido los hombres quienes más violencia han ejercido. ¿Qué vamos a hacer para que eso se detenga? Tenemos que empezar a formar a los niños de otra manera.

—¿No entraña un riesgo crear niños sensibles en una sociedad saturada de violencia? El niño puede quedar sometido frente a quienes ejercen la violencia.

—Por supuesto que no se trata de poner la otra mejilla, sino de poner límites. Si mi hijo llega de la escuela y me dice que lo empujó un niño, lo primero que le pregunto es cómo respondió. En lugar de pedirle que, si vuelven a pegarle o a empujarlo, responda la próxima vez con un golpe, le digo que debe decirle a su compañero que no lo puede tocar. “¡No me empujes!” o “¡No me pegues!”. Tiene que ser paso a paso. Hay que externar, primero, lo que no se debe permitir, y después analizarlo acompañado de las instancias correspondientes, por ejemplo de las autoridades escolares. La escuela misma debe elaborar estrategias para dar salida a problemas como éste, sin tener que participar, claro, de los golpes, pero sin que el agredido se someta. Simplemente hay que buscar que la estrategia no sea contestar con golpes o con agresiones. Se ha estudiado que la violencia no disminuye con más violencia, por el contrario: aumenta.

—En su libro hay momentos en los que también le habla a las niñas; claro, lo hace a través de las 10 cartas que le ha escrito a su hijo. “Las niñas son como el viento, tan libres como tú”, le dice a su pequeño: “Cuando tengas amigas, escúchalas con más pausa que a nadie, pues el mundo intentará que las escuches menos. Tú escúchalas más y más. No las intentes proteger, porque ellas se protegen solas”.

—Sí, los editores me pedían no olvidar a las niñas. Y claro que no lo iba a hacer, pero me di cuenta de que hay muchos libros destinados a las niñas; por ejemplo, para empoderarlas, para hablarles de sus enormes capacidades y talentos, de su libertad, para permitirles visibilizar a otras mujeres en la historia, en los deportes, en la música, en el activismo, en la política, pero ¿qué les estamos diciendo a los niños varones? ¿Cómo van a comportarse los niños cuando tengan que acompañar a esas mujeres autónomas que estamos formando? ¿Y si no estamos volteando a verlos? La intención del libro es generarles a los niños varones otro lenguaje y otro ejercicio de su ser, otro ejercicio de su masculinidad que no pase por la violencia ni por el control.

—¿Cómo puede la gente común (no los especialistas, los académicos o las feministas) encontrar nuevas formas de educar a los niños varones?

—Es ahí donde tenemos que hacer mucho trabajo social y colectivo. El libro es apenas un punto de partida, una especie de notas para abundar y profundizar de otras formas, cada quien desde su propio campo. Pero en casa puede empezarse, por ejemplo, enseñando a los niños a que no deberán depender de las mujeres para hacer la comida, a que se involucren en todo lo que tiene que ver con la afectividad, a que ellos también deben cuidar, en su momento, de los hijos, de las hijas o de los papás cuando son mayores. Esto tiene que ser una pedagogía que los forme desde que están muy pequeños y, por lo tanto, debe incorporarse a los contenidos educativos. En pocas palabras: hay que hacer todo un trabajo de formación y sensibilización de manera todavía más comprometida y estructural.

—Sobre las niñas, en las cartas a su hijo destaca en varios momentos su independencia.

—En general, a los niños se les educa para participar en la esfera pública, mientras que a las niñas se las educa para estar muy cómodas en la esfera privada. Pero hay que formar a las niñas en el trabajo intelectual, artístico y de abstracción. En cuanto a lo emocional, las niñas deben alcanzar la autonomía. No hablo sólo de la autonomía física o económica cuando sean mayores, sino de la emocional: que no necesiten todo el tiempo de los otros, que no se les forme a las niñas en esta esfera del tutelaje, en la que deberán pasar del padre o la madre al esposo o la pareja o los hijos. Es importante que aquí haya una reconfiguración. Con ella, sin duda, tendríamos mejores resultados en las coexistencias entre mujeres y hombres.

2. La literatura: una herramienta para los estudios jurídicos

—¿Cuál es la relación entre derecho y literatura, más allá, desde luego, de temas como el derecho de autor? Usted tiene un libro en el que aborda este asunto: Derecho y literatura. Una alianza que subvierte el orden [CEIICH- UNAM, Bonilla Artigas Editores]

—Es una corriente teórica dentro de los estudios del derecho. Esta corriente, entre otras cosas, usa la literatura como una herramienta para los estudios jurídicos. ¿Cómo lo hace? De diferentes formas. Una de ellas es con las novelas, con la poesía y con los cuentos, a través de los cuales analiza fenómenos jurídicos que suceden en la sociedad. Por ejemplo, en El Proceso Franz Kafka nos muestra cuáles son las vicisitudes que puede vivir un simple ciudadano de a pie frente al derecho. El personaje de esta obra vive un momento muy complejo al tener que enfrentarse a tribunales y a procesos extraños que no entiende cualquier persona. Otras obras literarias nos ayudan a pensar la moral y el derecho o a ubicar al ciudadano en la sociedad con relación al derecho. Hay también toda una línea de pensamiento que mira al derecho como una narrativa y plantea incluso que éste es como una novela. Ronald Dworkin, uno de sus exponentes, dice que el derecho es como una novela que se escribe a varias manos: los abogados o litigantes, las personas involucradas en el litigio, el juez o la jueza que deben tomar una decisión y la opinión pública. Entonces se trata de una novela u obra colectiva. Y, claro, también tenemos esta relación directa que mencionabas y que tiene que ver con los derechos de autor o con los derechos en relación a los libros, a las bibliotecas o a las librerías. En fin, la relación entre derecho y literatura es muy amplia y es bueno que, a través de esta relación, los abogados y las abogadas tengamos un horizonte más amplio, más humanista y más cercano a las artes. Ésta es, al menos, la mirada que tengo frente al derecho y también frente a la enseñanza del derecho.

—Como usted ha dicho: se trata de sacar al derecho de su autismo…

—Los juristas y las juristas hemos estado embebidos en nuestro propio lenguaje, en nuestro propio pensamiento jurídico. Todo el tiempo hay una referencia literal a la ley, a la norma, a lo que dicen los tribunales, a lo que dicen los jueces, a lo que dicta la doctrina, al análisis sistemático de los conceptos jurídicos. Fuimos de las primeras profesiones en la historia de la humanidad pero, en sus orígenes, no sólo sabíamos de leyes, de decisiones judiciales, sino que también sabíamos de historia, de arte, de economía, de ciencia política; es decir, entendíamos el derecho con relación a sus implicaciones con otras disciplinas y con otros ámbitos de la sociedad. Lo que sucedió es que en el proceso de configuración del derecho moderno quisimos emular el proceso que siguió la ciencia moderna, así fuimos limpiando el camino del derecho para dejarlo estrictamente con las normas jurídicas y su interpretación. Esta relación entre derecho y literatura es también una manera de no encerrarnos en ese autismo, en ese diálogo interno de normas, leyes, jurisprudencia y doctrina, para abrir horizontes de comprensión: en qué contexto político surgió tal legislación, qué relaciones de poder existían, qué asimetrías o qué desigualdades trató de cubrir o qué sucede en la realidad cuando se aplica tal o cual derecho a una persona…

3. Una mirada feminista

—¿Qué significa abordar los derechos humanos de las mujeres desde una perspectiva feminista? ¿Acaso los derechos humanos de las mujeres no son siempre feministas?

—No necesariamente. Hay que ponerle nombre y apellido al análisis: el feminismo es el enfoque con el que miro los derechos de las mujeres. Porque, por ejemplo, hay estudios y libros que hablan de los derechos de las mujeres, pero lo hacen desde una supuesta idea de la neutralidad. En cambio, tener una mirada feminista significa, primero, en términos de historia, abordar los estudios desde una crítica estructural al sistema de derechos en el que está montado el tema en cuestión. Un caso serían los derechos laborales de las mujeres. Si sólo analizo que las mujeres deben tener los mismos derechos laborales que los hombres y me olvidó de la perspectiva que me da la división sexual del trabajo, que es una perspectiva feminista, no podría entender que históricamente las mujeres han estado en la esfera de la reproducción y los hombres en la de la producción y, por lo tanto, dejaría fuera todo lo que de ello deriva. No se trata de proponer únicamente salario igual a trabajo igual para hombres y para mujeres, sino de considerar que históricamente las mujeres han estado encargadas de los cuidados de los hijos y de las las hijas, de los enfermos o de los adultos mayores. ¿Cómo le puedo pedir entonces al sistema de derechos que le dé las mismas condiciones a mujeres y a hombres sin hacer ese análisis? Por eso hablo de enfoque feminista. Porque no faltará quien diga que hay que impulsar a las mujeres brindándoles más guarderías. Ahí no hay un enfoque feminista. Si vemos a fondo lo que significa “más guarderías para las mujeres” es una reproducción del rol: el pensar en guarderías para mujeres y no en guardería para hombres y para mujeres que trabajan, que están aportando a la seguridad social y que tienen esa prestación. Porque también hay hombres trabajadores que tienen hijos o hijas.

4. Globalización hegemónica en el Derecho e ingeniería jurídica

—Usted coordina, en la UNAM, el seminario permanente “Los efectos de los procesos de globalización hegemónica en el Derecho”. ¿Por qué habla de globalización hegemónica en el Derecho?

—La globalización implica un conjunto de procesos económicos dirigidos desde grandes centros de poder como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, el Grupo de los Siete (que integran las naciones más poderosas del mundo) o la Organización Mundial de Comercio. Estos centros dictan una serie de políticas económicas y comerciales que van instalándose en los territorios nacionales a través de los gobiernos de cada país, dependiendo del grado de penetración que hayan alcanzando en determinado momento. Es importante estudiar, desde el derecho, lo que ahí sucede para analizarlo y visibilizarlo, pues estas directrices luego se concretan en reformas y en normativa cotidiana. En México tenemos, por ejemplo, casos muy fuertes que le cambiaron la vida a millones de personas. Nos hacen creer que estos casos se decidieron en sedes nacionales o que fueron iniciativas de nuestros políticos ahí solitos, pero no es cierto.

—En un artículo para la revista Memoria usted escribió que “la adaptación de los marcos jurídicos al modelo económico vigente ha supuesto un intenso trabajo de ingeniería jurídica que proteja y garantice sus intereses”. ¿Cuáles son algunos de los casos más emblemáticos en los que podemos ver esto?

—Las llamadas reformas estructurales de los sexenios anteriores, cuando se desmanteló el Estado social y se fueron eliminando las políticas de bienestar. Durante muchos años se fortalecieron la seguridad social y la educación pública, por mencionar dos casos, aumentando la base de protección por parte del Estado. Pero cuando se aplicaron las reformas estructurales el Estado intervino para no intervenir, reguló para no regularse, para dejar de fortalecer el desarrollo social, lo que precarizó mucho la población de nuestro país y fue un terreno fértil para la violencia que hoy estamos viviendo en México, precisamente. La precarización, la desigualdad, las asimetrías son procesos de largo aliento que van penetrando y dañando el tejido social, lo que genera una descomposición. Las reformas estructurales que privatizaron casi la totalidad de las empresas estatales, así como los recursos naturales y los bienes públicos fueron generando ese despojo del que hablo en otros textos. Una de las reformas que más ha afectado a nuestro país es la privatización de la seguridad social, con las Afores, por ejemplo, donde la administración de las pensiones pasó a la banca privada, o la reforma energética, que prácticamente regaló, en muchos sentidos, un recurso natural fundamental para nuestro país que es el petróleo. Ahí se realizó ese trabajo de ingeniería jurídica del que hablo para proteger y garantizar intereses de poderes económicos globales, que se articulan con poderes nacionales y locales, que tienen un grado de penetración muy fuerte y que presionan de formas muy diversas.

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