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“Mi protagonista emprende un antiviaje heroico: no viene a conquistar sino que baja a las fracturas más profundas del país”

Un conquistador español del siglo XVI llega a México en pleno 2020, 499 años después de la caída de México-Tenochtitlan. Sigue la ruta de Cortés, en un entorno tan extraño como familiar, siendo testigo de la realidad del país, encontrándose con migrantes, familiares de gente asesinada y desaparecida y cuestionando el papel del colonizador en la construcción de esta violencia. Luego de un largo recorrido en festivales internacionales y nacionales, la docuficción 499, dirigida por Rodrigo Reyes, llega a la cartelera nacional.


Uno de los miles de millones de bolígrafos de plástico que circulan por el mundo desde hace siete décadas —sí, precisamente el popular y masificado Bic cristal—, y una vieja libreta a rayas de formato francés, servirán como bitácora para que el Conquistador (el expresivo y verosímil actor madrileño Eduardo San Juan Breña ataviado con morrión, coselete, espada y botas de cuero) redacte su personalísima versión de su periplo a través de la Ruta de Cortés, sólo que convertida en una suerte de descenso a los infiernos del México contemporáneo, prácticamente medio milenio más tarde de su triunfal toma de la ciudad de Mesoamérica que fue la gran México-Tenochtitlan, cuya gloria no perecerá ni su renombre, tal y como advierte la mítica frase atribuida al tlatoani Tenoch.

Y si el peninsular —probablemente andaluz o extremeño, como fueron la mayoría de los hispanos que emprendieron la aventura colonialista a las américas— no emplea una pluma de ganso, cisne o pavo ni folios de papel artesanal confeccionado en un molino rústico de acuerdo a los usos del siglo XVI, será porque por misteriosos designios, aparecerá casi ahogado en las aguas del Golfo de México y salvará la vida arribando a la playa en el año 2020, muy lejos ya de sus años de gloria, en que mantenía una gran encomienda, herraba en la cara a los indios “para que no escaparan” y usufructuaba no sólo la plata y el oro de las tierras ganadas a espada, arcabuz, mastines y cañones, en una alucinación, una pesadilla que no cesa, por más que avance sobre la ruta que rememora casi fotográficamente, para ir agrupando aliados —totonacas, cempoaltecas, tlaxcaltecas y demás grupos—, en su ambicioso plan para tomar la ciudad más maravillosa de aquellos años.

Desde su llegada, el caballero de la triste —¿agotada, desencajada?— figura irá aumentando su desazón y azoro al hallar ora un vasito desechable entre la arena, luego una cuatrimoto, un puesto de cocos entre los turistas que toman baños de sol en bikini y bermudas o una escolta en un patio escolar, repleta de alumnos y maestros, a los que les dirige una admonición a nombre de Carlos I, emperador de España y del Sacro Imperio Romano Germánico hasta que el mismo mal fario que le condenó a reaparecer en el año 2020 le va privando gradualmente de la voz hasta dejarle mudo y obligarle, a partir de entonces, a escuchar los testimonios y vivencias de los mexicanos, ya no más sus siervos —lo que no implica que sufran otros tipos de vasallaje—, sino ciudadanos de una República independiente.

Nombrada justo como los años transcurridos entre la caída de Tenochtitlan —Temixtitan o Temistitan como consta en las cartas del propio Cortés, según observa el historiador Felipe Echenique en 2019— la docuficción 499 (Estados Unidos-México, 2020), emplea esta figura entre mítica y mágica, que carga en sí misma mucho del rencor, de la frustración y de la humillación que cargamos hasta la fecha luego de los acontecimientos que derivaron en la capitulación del 13 de agosto de 1521 para que en cada punto del recorrido de las fuerzas invasoras se tope de frente con los problemas del país en que habitamos hoy día.

Fotograma de «499», docuficción de Rodrigo Reyes que ya está en cartelera.

Dividida en seis secciones, más un epílogo —La Costa, Veracruz, Sierra Madre, El Altiplano, Paso de Cortés, Tenochtitlan y El Dorado—, la película recorre el puerto de Veracruz, Orizaba, Cardel, Chachalacas, Atzompa, San Martín Texmelucan, Tlaxcala, la Ciudad de México y hasta Brooklyn, Nueva York, sitios en los que presenta testimonios documentales del hijo de Moisés Sánchez, periodista y activista desaparecido y luego asesinado en Medellín de Bravo —y quien le entrega pluma y libreta a este malogrado cronista—; madres buscadoras de desaparecidos del Colectivo Solecito del Puerto de Veracruz; autodefensas comunitarias hablantes del náhuatl; danzantes totonacas de la ceremonia ritual de los Voladores; migrantes centroamericanos en el albergue La Sagrada Familia, en Apizaco, y que abordan el tren La Bestia para avanzar hacia los Estados Unidos; un soldado desertor especializado en armas y explosivos convertido en sicario; de Lorena Gutiérrez, madre de la niña Fátima Quintana, víctima de un brutal feminicidio en el Estado de México; los cerros de un basurero citadino, entre pepenadores, hasta recibir una catártica bendición de un peregrino guadalupano, todo ello en un fúnebre tono documental.

—Lo que la película plantea es que, de repente, en las playas de nuestro México actual, aparece un conquistador. No sabemos por qué. No se explica, digamos, la mecánica de la magia de su viaje, pero regresa para recorrer el camino hasta la Ciudad de México, que él conoció como Tenochtitlan, y va escuchando los testimonios de diferentes víctimas que sobreviven y resisten la violencia. Él va en un antiviaje heroico, o sea, ya no viene a conquistar sino que ahora va bajando hasta las fracturas más profundas del país —plantea su director, guionista y productor, Rodrigo Reyes.

A contracorriente, como suele ser su trabajo —que enlista los largometrajes Memorias del futuro (2012), Purgatorio: viaje al interior de la frontera (2013) y Lupe bajo el sol (2016), además del actual filme—, el realizador, radicado en San Francisco pero de origen michoacano, quiso hacer, durante largos años, una película que abordara la Conquista de México y aún recuerda que inicialmente había concebido filmarla a caballo, pero no solamente con el protagonista —San Juan Breña curiosamente desempeña el rol del arzobispo Juan Rodríguez de Fonseca para la serie Conquistadores: Adventvm (España, 2017), producida por Movistar+— sino con todo el crew, formando una suerte de caballería fílmica, pero el productor Inti Cordera logró convencerlo de que la tarea era, si no imposible, sí muy complicada y costosa.

Habla Rodrigo: “Inti me dijo: la gente va a acabar molida y tronada, no van a poder filmar nada, va a ser durísimo, por qué no mejor generamos un diálogo con personajes del pasado”.

Rodrigo recuerda que fue él, Inti, el que le propuso, en una primera idea, personificar a diferentes actores de La Conquista: un monje, un abogado, un sacerdote mexica, entre otros, pero por razones presupuestales no resultaba factible producir un coro de personajes y dotarlos a todos con vestuario de época. Esa fue la razón por la que se decidieron por uno sólo: el Conquistador, al que le confirieron ser el autor de la idea de las alianzas armadas con los naturales, inicialmente con el pueblo de Cempoala. Así, “es el personaje más importante al ser el fantasma que existe y perdura debajo de la realidad mexicana y que no hemos confrontado”, piensa el director.

El estreno mundial de 499 —virtual, debido a la pandemia del virus SARS-CoV-2— ocurrió en el 19º Festival de Tribeca, en Nueva York, en mayo del 2020, donde obtuvo el premio a la Mejor Fotografía Documental para Alejandro “Jano” Mejía y luego acudió al 27º Hot Docs de Toronto, en donde ganó el Premio Especial del Jurado. En el festival especializado en fotografía, Camerimage de Polonia, el filme fue laureado con la Golden Frog a Mejor Docudrama, además del Premio Especial del Jurado en el EBS International Documentary Festival de Corea.

Luego de competir en el décimo octavo Festival Internacional de Cine de Morelia y en el décimo Festival Internacional de Cine UNAM, además de recorrer nuevamente con la gira Diálogos sobre el pasado presente: sobre la Ruta de Cortés —en la que durante 12 días proyectaron el filme en las comunidades en que se filmó—; ahora llega de la mano de Piano Distribución y de Calouma Films a las salas de la Ciudad de México, Toluca, San Cristobal de las Casas, Monterrey, Zacatecas, Tijuana y Oaxaca.

Luz natural y lentes anamórficos: el camino a seguir

Cuando Rodrigo Reyes le propuso a Alejandro “Jano” Mejía incorporarse a este proyecto híbrido que combina la ficción del Conquistador con los testimonios de distintas víctimas de la violencia que asuela al país en décadas recientes, el cinefotógrafo se convenció muy pronto de que el planteamiento le permitiría experimentar —tras varios años y proyectos en que ha trabajado con el realizador—, de modo que decidió trabajar solamente con luz natural y empleando lentes anamórficos vintage, que le ayudaron a crear este mundo audiovisual.

Eso sí: los riesgos correspondientes estaban ahí —recuerda Alejandro—, ya que “podía ser que no nos saliera, pero si lo lográbamos sería algo interesante que iba a dar de qué hablar, porque era único”.

Pero había otra razón importante de hacerlo así, rememora el especialista afincado en Nueva York y originario de Cuernavaca:

—Tomé además la decisión de usar luz natural porque se me hacía importante que fuera un crew reducido: no quería incomodar cuando estuviéramos con estos personajes que han sufrido por la terrible violencia que azota a nuestro país, poniéndoles una lámpara o llevando un equipo más grande. Era muy importante lograr esa intimidad y aunque fue una decisión arriesgada resultó fundamental para lograr esa estética.

Curiosamente, el único premio que había ganado hasta la fecha fue también con luz natural: el cortometraje Marta Rosa (México-Estados Unidos, 2015), de la méxico-estadounidense Barbara Cigarroa, filmado en Hueyapan, y protagonizado por Adriana Paz, que le mereció el premio del Gran Jurado Panavisión en el Festival Internacional de Cortometraje de Palm Springs, lo que le dio seguridad y certeza para decidir esta forma de trabajo sobre un tema como la Conquista “que nos acompaña y nos acompañará por muchos años”.

—Ahora creo que es el camino a seguir —explica Jano.

Ser ambos residentes en Estados Unidos y vivir fuera de su país natal les permitió tener una perspectiva diferenciada e incluso refrescante sobre México, piensa el cinefotógrafo y les permitió mirar con “unos nuevos ojos” y dejarse sorprender por esa distancia.

—El acercamiento a todas estas terribles historias y experiencias me dejó, la verdad, muy conmovido, con muchas reflexiones porque a través de estos personajes pude ver a mi familia, a mis amigos. Todos tenemos personas que queremos y que, de una manera u otra, han sufrido esta violencia. Recuerdo que después del rodaje estuve deprimido tres semanas en casa de mi mamá, tratando de pensar en esta brutal experiencia de vida, no sabía la dimensión que podía tomar el proyecto pero me sentía muy contento de poderles haber dado voz y, a través de la cámara, imágenes, a toda esta gente que merece que sus historias sean escuchadas y poderles retribuirles con un audiovisual contundente que pueda ser visto en todo el mundo.

“Creo que este filme era una carta de amor a nuestro país por parte de Rodrigo y mía, y un poco también de despedida, ya que al no vivir en el país hay muchos lugares a los que probablemente no regrese nunca, pero lo importante era eso: expresarnos, viajar por el país en el que nacimos y, bueno, los premios ayudan muchísimo a que la película se vea”, concluye Jano.

El palimpsesto de dos realidades muy diferentes

Aunque Rodrigo confiesa que la propuesta de Jano y el formato del lente anamórfico le causaba un poco de temor, él luchó y la defendió hasta convencerlo, dado que se han visto miles de películas de Hollywood en la que ellos “cuentan la historia” justamente con esa herramienta, por lo que lo invitó a robarlo para llevarlo a la calle y darle una dimensión épica a la película y generar un espacio en el que entren tanto el conquistador con las personas reales.

—Era muy arriesgado porque son lentes complicados, es difícil utilizarlos, lograr las composiciones o el foco, por eso no los ves tanto. Pero tenía razón porque al final lo que genera es esta imagen casi surrealista, de una realidad aumentada; la verdad, me costó varias semanas agarrarle la onda mentalmente pero ya cuando empezamos a vibrar el formato las cosas fluyeron bien. Otra cosa es que está filmada con luz ambiente, natural y Jano logró una poesía impresionante, tremenda, que habla de la innata belleza del universo mexicano, que queda muy bien plasmado en la película. Amén del contraste entre el horror y la belleza que hace incluso más intenso el viaje de la película —explica el director y guionista.

Además, dado que la historia oficial de México ha sido construida desde el poder, muy propagandística y deliberada, Rodrigo opina que, como público, tenemos el deber de contestarla y de generar nuestra propia interpretación de la misma, pero a partir de las necesidades actuales. El hecho de si Hernán Cortés y la Malinche se amaban —ejemplifica—, es irrelevante pues no nos dice nada respecto a lo que queremos hacer mañana, es pura especulación. Por  eso es que propone repensar los 500 años de la caída de Tenochtitlan como una oportunidad de volver a imaginar el México que queremos y es justo desde esa perspectiva que este relato puede ser “súper potente y súper importante en la historia”.

—En esta repetición de la historia, en este palimpsesto de reescribir y de rescatar el texto histórico anterior, lo más importante que hace la película es combinar el punto de vista de un individuo del siglo xvi con el México contemporáneo, en términos de la violencia. Logra combinar dos venas de realidades muy diferentes, porque el señor va recordando sus hazañas mientras escucha los testimonios de gente que ha visto a su padre ser asesinado, que buscan a su hijo desaparecido, que son comunidades indígenas en resistencia o víctimas de feminicidios, se mete al lado oscuro —finaliza Rodrigo, quien también labora como intérprete en tribunales penales en California. Pero esa, dice la vieja frase, es otra historia…

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