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Dave Goulson: Me han atacado llamándome ‘científico activista’, pero yo estoy orgulloso de serlo

El profesor de biología en la Universidad de Sussex relata en «Una historia con aguijón / Mis aventuras con los abejorros» su relación con estos insectos.

Agosto, 2022

Dave Goulson es uno de los conservacionistas más respetados del Reino Unido y fundador del Fondo para la Conservación del Abejorro. Profesor de Biología en la Universidad de Sussex, es autor de varios libros, entre ellos el exitoso A Sting in the Tale: My Adventures with Bumblebees. El sello Capitán Swing lo ha publicado ahora en español con la traducción de Catalina Martínez Muñoz, con el título de Una historia con aguijón / Mis aventuras con los abejorros. En esta entrevista, Dave es claro: “La mayoría de la gente pasa la vida entera sin prestar atención a los insectos, pero, si los miras durante varios minutos, es difícil no acabar amándolos”.

Dave Goulson me recibe en la pantalla con una gran sonrisa. A juzgar por el barullo de familia que se escucha de fondo, está en su casa, cerca de la Universidad de Sussex —en Inglaterra— donde es investigador y profesor de Biología especializado en la ecología de las abejas. Apasionado por estos insectos, lleva más de treinta años estudiando su comportamiento, y es el fundador del Fondo para la Conservación del Abejorro, una organización que inició en 2006 sin apenas recursos y hoy cuenta con más de 12.000 miembros.

Además de un tipo encantador, Dave es de esos académicos que ha decidido reelaborar su conocimiento científico en forma de libros de divulgación tan amenos como Una historia con aguijón / Mis aventuras con los abejorros, publicado en 2013 y recientemente traducido al español (por el sello Capitán Swing). En este entrevista, hablamos de este bestseller, de su trayectoria profesional y de los riesgos que amenazan a nuestras poblaciones de insectos.

—Lleva décadas estudiando la vida de los insectos, ¿por qué son tan importantes?

—Los insectos son esenciales para todo tipo de procesos ecológicos, aunque mucha gente no lo sepa. Quizás el más conocido es la polinización: ¾ de las cosechas del mundo no darían buenos resultados si no las polinizaran los insectos. También ayudan a reciclar cadáveres, árboles muertos, y esos nutrientes son importantes para que crezcan nuevas plantas y cultivos. Y mantienen el suelo sano. Se produciría un gran daño en los ecosistemas si no tuviéramos a estas pequeñas criaturas… Sin embargo, creo que hay algo insatisfactorio en este tipo de argumentos, porque la gente valora a los insectos por lo que hacen por nosotros, lo cual es una manera muy egoísta de pensar en ellos.

—Es muy antropocéntrico.

—¡Claro! Y es normal, todos lo hacemos. ¡Está en la Biblia! Dice que Dios nos dio el control sobre los animales para hacer lo que queramos con ellos. Desde luego, yo no creo que estén ahí para nuestro beneficio, simplemente son fantásticos y merecen vivir.

—Hablando de vivir… En el libro llama la atención cómo humaniza a los abejorros. Parece que no son ‘objeto’ de estudio, sino sujetos en sí mismos: aprendemos sobre su comportamiento, lo sofisticado de sus prácticas. No son tan diferentes de nosotros, parece querer transmitirnos. ¿Por qué este enfoque?

—Porque es lo que siento respecto a ellos. Mira, si te paras cerca de un montón de flores y observas a las abejas, verás lo increíbles que son: cómo interactúan entre ellas, las flores que prefieren… al final empiezas a distinguir su personalidad. Me enganché al estudio de los abejorros hace 30 años y, mientras más aprendes, más fascinado te quedas. La mayoría de la gente pasa la vida entera sin prestar atención a los insectos, pero, si los miras durante varios minutos, es difícil no acabar amándolos.

El biólogo Dave Goulson.

—No se enfade conmigo, Dave, pero a mí los insectos me dan un poco de grima, sobre todo algunos, como las cucarachas.

—¡A mucha gente! (Risas). Creo que es interesante que a la mayoría de los niños les fascinan todos los animales, bichos incluidos: quieren cuidarlos, alimentarlos, les ponen nombre… y es tristísimo que, cuando crecen, todo eso termina. Para cuando son adolescentes, los insectos ya les dan miedo. En un mundo ideal, la gente pasaría más tiempo en contacto con la naturaleza. Por ejemplo, me encantaría que, en los colegios, a los niños de todas las edades los llevaran al campo, que realizaran actividades que tengan que ver con el medioambiente. Supongo que es un sueño irrealizable.

—En entrevistas recientes, le he leído bastante alarmado: dice que la población de insectos global se ha reducido en un 70 % en los últimos 50 años. Esto es una barbaridad. Su último libro (Silent Earth, 2021) incluye la palabra “apocalipsis” en el subtítulo. Sin embargo, Una historia con aguijón, que se publicó en 2013, es completamente celebratorio. Casi no hay advertencias sobre la extinción de los insectos. El tono que usa es muy diferente del de sus publicaciones actuales. ¿Por qué?

—Mmm… ¿Sabes? Alguien me dijo en Twitter el otro día que había leído todos mis libros en orden cronológico y que he pasado de un registro alegre y positivo a otro bastante oscuro y deprimente.

—Yo no quería ser tan explícita, pero esa es la sensación que tuve.

—Es que han ocurrido muchas cosas en estos últimos años. He estado investigando el impacto de los pesticidas en las abejas, y es desolador comprobar hasta qué punto estamos envenenando el medioambiente. De eso no era tan consciente cuando escribí Una historia, allá en 2011 (aunque el libro salió dos años después). Desde entonces, he estado muy involucrado en debates sobre cómo alimentar al mundo sin destruir el planeta. En 2017 publicamos un estudio que demostraba un declive dramático de insectos en Alemania, y en la última década cada vez hay más pruebas de que estamos ante una verdadera crisis, así que me he vuelto más serio.

“Es complicado elegir la mejor manera de comunicar: ¿debería decir ‘los insectos son geniales, ¡ven conmigo y admíralos!’, o ‘escucha, están desapareciendo, es horrible y necesitamos parar esto’? No lo sé, supongo que estoy intentando distintos registros hoy en día. Tengo hijos y me preocupa… No quiero ser un agorero, pero creo que es bastante probable que ellos tengan una vida más difícil que la mía. Quizá nacer en los años sesenta, en el mundo desarrollado, es lo mejor a lo que podíamos aspirar. Porque nuestras vidas mejoraron, la calidad de vida, la esperanza de vida, todo mejoró y, de repente, eso es cuestionable. Hay muchos estudios que afirman que las cosas están empezando a desmoronarse un poco”.

—Ahora a ver cómo sigo yo la entrevista…

—No te preocupes, mi próximo libro será muy alegre, ¡porque es para niños!

—Vuelvo a Una historia. Aquí cuenta cómo la población de abejorros fue aniquilada en Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial porque su hábitat se usó para cultivar comida con cantidades ingentes de pesticidas. Ahora estamos viviendo otra guerra, esta vez en Ucrania, y se me ocurren varios escenarios posibles: que se repita la misma historia y nos dediquemos a cultivar con sustancias tóxicas nuestros campos para suplir la falta de cereal ucraniano y ruso, o que, debido al precio de los fertilizantes, entre otras cosas, el mundo se mueva en la dirección de la agroecología. ¿Usted qué opina?

—Creo que es oportuno trazar esos paralelismos. Ahora estamos en un momento muy interesante respecto a la producción de alimentos. Europa iba por el buen camino, estaba apostando por modelos de agricultura sostenible, reduciendo el uso de pesticidas…Todo eso lo estaba desarrollando la Comisión Europea, y era muy esperanzador. En Gran Bretaña, el Brexit significó que ya no estábamos atados a las políticas agroalimentarias comunes y el gobierno anunció que iba a subvencionar la agricultura sostenible y proyectos de rewilding, pero, debido a la guerra, hace unos días dijeron que iban a volver al modelo antiguo y pagar a los agricultores para que produzcan todo lo que puedan, lo cual es deprimente. Además, el lobby de los pesticidas y los fertilizantes está usando la guerra como oportunidad para ir en contra de la agricultura sostenible con la excusa de que “tenemos que alimentar al mundo”, a costa del medioambiente. Se pueden esgrimir varios argumentos en contra.

“Primero, la agricultura industrial no es sostenible a largo plazo: es la principal causa de la pérdida de biodiversidad y está erosionando los suelos. Por otra parte, si consideramos el problema en toda su amplitud, veremos que cultivamos tres veces las calorías que necesitamos para alimentar a la humanidad, pero un tercio va a la basura, y otro tercio se usa para alimentar al ganado en lugar de a las personas. La gente no se muere de hambre porque no hay comida, sino porque no puede pagarla: hay una gran diferencia en esto. Es la economía, la pobreza, la desigualdad lo que provoca el hambre, no la falta de alimentos. Así que, si podemos ocuparnos del desperdicio de comida, reducir el consumo de carne, las cantidades grotescas de comida que provocan diabetes, obesidad, entonces seremos capaces de alimentar a todo el mundo con mucha menos producción. Pero este argumento no está circulando lo suficiente. ¿Sabes? Boris Jonhson dio un discurso en la COP 26 donde dijo que el Reino Unido iba a ser líder en la lucha contra el cambio climático, y todo eso se ha ido al garete. ¡Es ridículo! La verdad, no sé en qué dirección vamos; el futuro es bastante incierto ahora mismo”.

—Al final del libro, habla del proceso de fundar el Fondo para la Conservación del Abejorro. Expresa su frustración con la academia porque, a pesar de toda la investigación, nadie hacía nada con un impacto inmediato, tangible, para proteger a esta especie. ¿Cree que más científicos deberían seguir su ejemplo?

—La academia ha cambiado mucho durante mi trayectoria profesional. Cuando empecé, era rarísimo que un científico hablara con la prensa, ya no te digo que se convirtiera en activista. ¡Sigue publicando artículos científicos aburridos, tú a lo tuyo, no te metas en política! Ahora ya no es así, al menos no en Reino Unido. Al contrario, a veces las universidades hasta nos animan, quieren que investiguemos y traduzcamos esa investigación en beneficios para el mundo real. En redes me han atacado llamándome “científico activista”, pero a mí eso no me parece un insulto, estoy muy orgulloso de estar haciendo algo útil. Creo que es muy importante que los científicos se involucren e intenten influenciar las decisiones políticas. A veces, vemos que se les da un altavoz enorme a los famosos, a celebrities que no tienen ni la experiencia ni la preparación para hablar de ciertos temas; prefiero que ese altavoz lo tenga la comunidad científica, porque ellos han pasado años estudiando y saben lo que dicen. La verdad es que estoy muy contento de que cada vez más académicos tengan una voz pública.

—Además de los científicos, ¿qué puede hacer la ciudadanía de a pie para evitar el colapso de los insectos? Tenga en cuenta que en los pisos de las ciudades no suele haber jardín.

—Hay un montón de cosas pequeñas que, si un gran número de personas las hiciese, provocarían grandes cambios. En el Reino Unido y el norte de Europa la jardinería silvestre se está convirtiendo en algo muy popular, y es interesante ver cómo mucha gente abandona el césped por las flores. Hay 22 millones de jardines privados sólo en Reino Unido, así que el impacto es notable, pero aprecio tu comentario de que no en todos los países es habitual tener jardín. Los maceteros en la ventana ayudan, pero hay mucho más. Puedes intentar influenciar a tu concejalía de medioambiente para que deje de cortar el césped; además, tener césped es ridículo en climas secos, y las flores silvestres son más resistentes. Así que ahí hay potencial. Intenta que no usen herbicidas, que los prohíban, ese tipo de campañas.

“Y luego están las opciones personales: come menos carne, productos de cercanía, etc. ¡Ah! Y este mundo consumista en el que vivimos, donde compramos cosas por Amazon y luego está todo lleno de cajas con objetos que no necesitamos… ¡Uf! Sé que me estoy alejando del tema insectos, pero está todo interconectado. Tenemos que consumir menos para reducir nuestro impacto sobre el planeta”.

[Entrevista publicada originalmente en “Climática”, suplemento de la revista La Marea; es reproducida aquí bajo la licencia Creative Commons.]

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