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El caso Nexos / 1

Diseccionar el caso de la millonaria publicidad gubernamental a una revista cultural como Nexos así como trazar un boceto fino en torno a los arrebatos, arranques, forma de trabajo e intereses políticos y las cónclaves culturales de una figura como la de Héctor Aguilar Camín no significa, de ninguna manera, sumarse a los corifeos del actual régimen y la decisión del presidente López Obrador por exhibir los suculentos contratos y las ingentes dádivas otorgados durante numerosos sexenios a dicha publicación y a su fundador y líder. Al contrario, permiten vislumbrar los favoritismos y las maneras para cooptar a cierto sector intelectual para producir medios a modo, investigaciones a modo, y editorializaciones favorables al gobierno en turno. Pero también permiten echar luz hacia publicaciones culturales independientes a las que ni ésta ni anteriores administraciones federales han reparado, condenándolas a una existencia subrepticia y a una subsistencia precaria. [Por cierto: este artículo estaba programado para aparecer en Salida de Emergencia semanas atrás. El pacto periodístico mantenido con la publicación electrónica queretana enlalupa.com así lo había dispuesto, pero lamentablemente los viejos y arcaicos vicios de este oficio a veces implican, asimismo, olvidarse de los principios y ‘ganar’ la nota: como si publicar primero fuese la mejor manera de ejercer la profesión.]


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Nos encontramos en el largo pasillo de la entrada del unomásuno, en la banca de descanso, a un costado del comedor. Corría el año 1978. Acababa de salir en el mercado editorial el número 1 de Nexos con el formato original del entonces radical periódico estadounidense Rolling Stone. Le dije que su nueva revista sería aún más interesante si no incluyera a los personajes que ya estaban creando un club en la zona cultural.

—Sería magnífico que incorporaras nuevos nombres en el periodismo —le dije a Héctor Aguilar Camín, que contaba con 32 años de edad— si no quieres que sea una más dentro del circuito abocada a los creadores…

El director de Nexos sólo miraba al insolente Víctor Roura de 22 años que reporteaba para la sección cultural de ese periódico (y que previamente había ya dirigido tres publicaciones, dos de las cuales eran de asuntos específicamente roqueros).

Pero Nexos, en efecto, prefirió ser una revista con más de lo mismo aceptando, nada más, a la gente cercana a la mafia cultural, que entonces relucía un poder omnímodo en el orbe cultural.

Faltaba sólo una década para que Aguilar Camín se asumiera en el poder político acarreando, a manos llenas, agua a su molino personal: Nexos se consolidaría como un próspero negocio individual con una pequeña ayuda de los amigos instalados en los poderes económicos de la nación.

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El 20 de agosto de 2020 la Secretaría de la Función Pública sancionó a la revista Nexos con una multa cercana al millón de pesos y dos años de inhabilitación en el acceso a la publicidad oficial por una falta administrativa detectada por el personal autorizado del Instituto Mexicano del Seguro Social, la dependencia que le había cedido un anuncio con valor de poco más de 70,000 pesos, asunto que, de inmediato, hizo saltar de encono al numeroso grupo intelectual de Aguilar Camín llamando a esta vigilancia corruptora un vil “ataque” a la libertad de expresión, evidenciando con ello lo que Carlos Herrera de la Fuente había señalado en un iluminador ensayo desplegado en el portal cultural Salida de Emergencia: en México hay demasiada corrupción, pero ningún corrupto.

Mientras yo no sea el indiciado, la corrupción es inmunda. Todos los otros son incorregibles corruptos, menos yo.

Al menos ese fue el precipitado eco de los que salieron, apresurados, a exonerar (¿nexonerar?) a la directiva de Nexos sin mirar, o no queriendo mirar, o dejando de lado a propósito sin examinar el fallo, la falta administrativa o, mejor, pasándola por alto, como en los mejores tiempos priistas y panistas.

(Incluso si el corrupto puede beneficiarme, ¿por qué habría de denunciarlo? De ahí que los sindicatos hayan crecido soberanos, poderosos, caprichosos, protegidos. “Si tú me cubres, yo te cubro” es una premisa inquebrantable en el país. Conozco a varias mujeres que adoran a corruptos, por ejemplo, viviendo con ampulosa libertad económica.)

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Ese mismo día, el 20 de agosto pasado, Aguilar Camín dio declaraciones, enfadado y conmovido por el fallo (inexplicable para él o, más bien, sumamente explicable por la “intolerancia” del presidente, que divide la prensa en dos: la buena y la mala, pero no en calidades sino sentimentalmente), incurriendo en, por lo menos, tres imprecisiones: una) Nexos no es la decana de las revistas culturales, sino ese rango lo obtiene, sin duda, la revista zacatecana DosFilos nacida en marzo de 1974 de la mano del poeta José de Jesús Sampedro y Tierra Adentro, si bien ésta siempre ha dependido para su subsistencia de recursos públicos; dos) los anuncios no se ganan por concurso sino son adjudicados por amistad, por compadrazgo, por influencias, por órdenes superiores, por simpatía, por intereses o por conveniencia, pero nunca por reconocimiento al ejercicio periodístico; y, tres) el comunicado urgente de la revista textualmente cita: “Nexos ha sido durante cuarenta y dos años una revista independiente y crítica”, además de poseer “millones de lectores que acuden a su edición impresa”.

Me gustaría saber en realidad cuántos ejemplares tira la revista, no especulativamente, porque la cifra (“millones”, lo que implica cuando menos dos millones) resulta grandiosa, si bien a los anunciantes no les interesa los lectores sino simplemente las conexiones asumidas con el medio.

(A los amigos de Nexos les importa, obviamente, sólo Nexos. Si en otros rincones la libertad de expresión es amagada los tiene sin cuidado. Las calumnias, los diretes, los supuestos los convierten precisamente en eso, pero cuando algo los afecta personalmente sienten que se ha tocado fondo. Lo de Nexos sí afecta a la libertad de expresión. El caso Notimex, por ejemplo, es una minucia, una bastardía, una jaqueca, un airado arbitrio de un gobierno que no quiere otorgar dinero a los medios independientes y críticos.)

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Cuando el periódico El Financiero, durante el salinato, dejó de recibir la publicidad oficial por órdenes expresas del presidente de la república —por un ajuste de cuentas debido a la información imparcial que mantuvo ese diario en las elecciones—, nadie salió a gritar acerca de la coacción libertaria que sufría aquel tabloide, mucho menos Aguilar Camín, ni nadie de su grupo, cercanos, cercanísimos al hombre montado en la silla del poder político. El director de ese rotativo se libró de aquella maldita consigna recurriendo al empresariado privado.

Pero es curioso el señalamiento, porque el veto salinista nada tuvo que ver con faltas administrativas ni con irregularidades apócrifas. Sencillamente hubo un atentado, ahí sí, a la libertad de prensa que fue pasado por alto por una intelectualidad que hoy pone el grito en el cielo por los negocios de un amigo venerado.

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Héctor Aguilar Camín. / Foto de Cuartoscuro.

Lo he apuntado incluso en un libro, pero traigo a la memoria una anécdota laboral de Aguilar Camín cuando él era uno de los cuatro subdirectores de la recién creada La Jornada, en septiembre de 1984, donde yo fungía entonces como editor de la sección cultural.

Recibí un artículo de uno de los amigos del referido intelectual con la orden de publicarlo de un día para el otro. El texto, tan banal, podía aguantar para su edición semanas o meses ya que su contenido hablaba, sobre todo, de las volutas de humo que aparecían luego de una buena fumada, razón por la cual lo dejé para acomodarlo en otra edición dada la cantidad de información que teníamos para publicar ese día.

Transcurridas las 24 horas, incluso antes de llegar a mi oficina, la secretaria del potentado subdirector me esperaba porque a Aguilar Camín le urgía hablar conmigo.

Entré a su oficina, donde se hallaba despatarrado el intelectual. No hubo saludos ni cortesías. Fue directo al grano.

—¿Por qué no publicaste el artículo que te di ayer? —me preguntó.

Le respondí si ya había visto la sección.

—No te estoy preguntando eso, ¿por qué no publicaste el artículo que te di ayer?

Le dije que si miraba la sección lo entendería, que su artículo podía esperar para mañana.

—No te estoy preguntando eso, ¿por qué no publicaste el artículo que te di ayer?

Sí, una y otra vez hasta que le pregunté por qué tenía que publicarlo. Y su respuesta fue determinante e inolvidable:

—¡Por mis huevos!

Lo entendí perfectamente y al siguiente día salió el artículo de su amigo.

Esa es la pluralidad periodística del ejecutivo de Nexos. No en balde al término de ese sexenio el entonces director de La Jornada, Carlos Payán Velver —ese empresario al que Andrés Manuel López Obrador calificara, en diciembre de 2018, de “fiel heredero del periodismo que ejercía con independencia y valor Daniel Cabrera, director de El Hijo del Ahuizote” el día en que el acaudalado funcionario de la prensa recibiera la Medalla Belisario Domínguez—, “entrevistó” a Salinas de Gortari en un canal televisivo privado para agradecerle toda la generosidad que tuvo con ese diario al concederle entera libertad de expresión en un sainete orquestado para favorecer a Ernesto Zedillo, que también dejaría muchos millones de pesos a dicho periódico izquierdista.

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En su columna “Indicador Político” de esos días airados periodísticos, Carlos Ramírez —una excepción en el torrente de adulaciones a Aguilar Camín, quien prometió enmendar este equívoco (“precipitación burocrática o un ataque político”, llamó él a esta falta administrativa, demostración que esperan, con ansia, sus millones de lectores, por supuesto, para que el desmentido sea letal y contundente)— escribía, entre otras cosas, lo siguiente: “Ahora resulta que Nexos hoy aparece como una víctima de la 4T por un diferendo legal de una página de publicidad de 74,000 pesos, cuando con Salinas y Zedillo recibió no sólo millones de pesos en publicidad sino también contratos amañados, el control del Canal 22, el IFE y hasta una Subsecretaría de la SEP. A lo largo de su existencia, Nexos nunca tuvo empatía con los periodistas perseguidos y castigados por el poder presidencial priista-panista-priista de 1988 a 2018, pero sí llenó sus páginas de publicidad oficial. Peor aún, Salinas y Zedillo le dieron el control del Premio Nacional de Periodismo como instrumento de poder y reconocía sólo a los leales con el sistema priista”.

A finales de los años noventa, Rogelio Cárdenas Sarmiento me llamó para decirme que ya me merecía el Premio Nacional de Periodismo, razón por la cual, sin que yo lo aprobara, me iba a proponer en nombre de El Financiero. El buen Rogelio sabía muy bien que yo desconfiaba, y desconfío, de esos certámenes donde uno tiene que inscribirse para poder ser reconocido… si alguien del ínclito jurado así lo decidía. No estoy de acuerdo con ese modelo: un premio tendría que provenir sensatamente de jueces que validaran la labor de un periodista sin la necesidad de que éste pasara por una obligada revisión de un solo trabajo en todo el año, motivo por el cual hay premiados de insustancial categoría o impreparados inspirados o espontáneos azarosos.

—Además, el jurado lo preside Héctor Aguilar Camín —dije a Rogelio en sus oficinas de Lago Bolsena en la colonia Anáhuac de la Ciudad de México, donde estaban antes las instalaciones de El Financiero—. Nunca permitiría que yo me lo llevara…

El buen Rogelio me desoyó y envió una carpeta proponiéndome para ese premio.

—Roura, te lo mereces, si el jurado es honesto te lo va a entregar a ti —me dijo Rogelio, quien moriría en el año 2003, a sus 51 años de edad, a causa de un carcinoma detectado desde 1995.

Por supuesto, no obtuve dicho premio ni lo he recibido en mi vida porque jamás he participado enviando mis trabajos a ese concurso porque pienso que un periodista lo es aunque carezca de premios amañados y pontificadores.

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Años después, mientras platicaba con un intelectual en Cancún durante un encuentro de la cultura afrocaribeña, me dijo que me confesaría algo que traía muy dentro suyo y que ya era momento de expulsarlo de su cabeza. Lo escuchaba atento. Me parece que ambos nos apreciamos, de manera que, expectante, no sabía lo que lo afectaba. Pedimos otra ronda de rones.

—Formé parte del jurado cuando te propuso El Financiero para el Premio Nacional de Periodismo —empezó a relatarme—. Cuando tu nombre saltó de los numerosos papeles que tenía en su poder Héctor, quien presidía el jurado, dijo que tú te ibas a la chingada, descartándote de inmediato.

Hacía mucho calor. Al ron le hacía falta más hielo.

—Nadie dijo nada, ni Elena ni yo ni nadie, sólo nos miramos los ojos, pero Héctor era el presidente del jurado. Te lo cuento porque ahora me avergüenzo de mi silencio. No te merecías las palabras de Héctor ni su desprecio —me dijo.

Le di una palmada en el hombro. Le dije que le agradecía eternamente la anécdota, pero que se despreocupara de aquella infamia. En verdad no me importaba.

Brindamos como viejos amigos y pasamos a charlar de otros temas.

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Carlos Ramírez, de nuevo: “En los hechos, Nexos no ha sido una revista de debate de ideas sino un vehículo de propaganda del modelo de modernización neoliberal salinista. Su dirigente, Héctor Aguilar Camín, fue mostrado en 1992 por Indicador Político como aviador burocrático porque siguió cobrando su pequeño sueldo en el Instituto de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia a través de su chofer. Cuando Salinas cayó en desgracia, Aguilar Camín cambió de montura al zedillismo y acusó a Raúl Salinas de… ¡corrupto!, cuando Raúl fue quien le dio contratos para hacer estudios electorales. Incluso, Aguilar Camín creó una nueva empresa para desviar la atención de Nexos. Por cierto, un estudio sobre Michoacán de Nexos para Raúl Salinas de Gortari ayudaba al PRI y el texto fue cuestionado de manera enérgica por el politólogo Arnaldo Córdova, miembro de Nexos”.

Carlos Ramírez transcribe la molestia de Córdoba: “¿De qué se trata? Evidentemente, de una apestosa maniobra de Nexos a la que todavía no puedo entender por qué se prestó Nexos”.

Acerca de sus anexiones con el poder político y el dinero que por ello se llevó a raudales hay notificaciones puntuales en la prensa, como las de Miguel Badillo, de Contralínea, y Juan José Doñán, de Proceso, a quienes, siempre, Héctor Aguilar Camín ha respondido negando sus investigaciones.

Quizá por eso los millones de lectores de Nexos esperan, ya, la respuesta de la “tontería” de la Secretaría de la Función Pública en su contra para coartarles la libertad de expresión a la que la prensa mexicana tiene derecho propio.

Ya de su pluralidad y de su ámbito democrático periodísticos hablará la revista por sí misma.

Yo, por ejemplo, que cuento con un poco más de medio centenar de libros, ¿sabe usted cuántos de ellos han sido debidamente reportados por Nexos en su peculiar seguimiento cultural?

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Finalmente, en este asunto de los dineros públicos y de las lealtades cada quien tiene su particular opinión y punto de vista, de manera que nadie podrá ponerse enteramente de acuerdo. Por ejemplo, la directora de Artículo 19, Ana Cristina Ruelas (que dejara ese cargo, por cierto, el pasado 31 de agosto), pensaba que los dineros se tenían que dar dependiendo de las necesidades de cada medio; es decir, cada prensa era la que expresaría sus requerimientos convocantes, según le dijo a la periodista Rossi Blengio en abril de 2018 en una entrevista para Transgresiones.

—Días después del destape de José Antonio Meade como candidato del PRI a la Presidencia de la República, el gobierno entregó al periódico El Universal alrededor de 30 millones de pesos. Un medio como Transgresiones se podría sostener por tres décadas con esa cantidad. ¿De qué manera actuará Artículo 19 ante este tipo de irregularidades? —le preguntó la periodista a Ruelas, quien disminuyó la importancia de la elevada cuota pública a un periódico nacional.

Ruelas, o Artículo 19, respondió de este modo:

—El 100 por ciento del gasto público se debe destinar equitativamente. Si a la televisión le corresponde un 30 por ciento de ese total, este 30 por ciento no puede destinarse a un solo medio. Tampoco el porcentaje que se le da al medio le debe representar el 100 por ciento de sus ingresos, porque a lo mejor, como bien dices, con 30 millones de pesos se podría solucionar la vida de Transgresiones pues quizás para ti un millón de pesos signifique el 100 por ciento de tus ingresos de un año. Y eso tampoco está bien, pues el hecho de que toda tu actividad esté financiada por el Estado de alguna manera te sujeta al control del Estado, porque te deja de dar y tú desapareces.

¡Por eso no desaparecieron Reforma o El Universal o La Jornada, ni Televisa ni TV Azteca! La respuesta de Artículo 19 ante una honrada pregunta exhibió, al menos para mí, su desconocimiento de las argucias o del entramado real de la prensa en el país. ¿Por eso El Universal necesitaba tantos millones de pesos? ¿Porque sus gastos requerían esa cantidad diaria? ¡Con razón Nexos necesitaba tanto dinero! Ningún medio declara sus gastos reales para seguir reforzando el acaudalamiento empresarial de su directiva! Y asociaciones como Artículo 19 no reparan en ello aduciendo que a cada medio debe tocarle un porcentaje del erario de acuerdo a su propia experiencia monetaria. Vamos, ¡con razón Televisa recibió casi 10 mil millones de pesos durante el sexenio peñanietista!

A veces las respuestas discursivas, o elusivas, engendran, o generan, laberintos sin pronta salida o ambigüedades fértiles para que cada quien las recoja según su ideología, o inclinación, política. Si para Artículo 19 el dinero público debe darse de acuerdo a las necesidades de cada medio, entonces aceptaremos que negocios como Nexos o Letras Libres anden en busca del acomodamiento político para satisfacer sus particulares necesidades financieras.

La aguda pregunta de la periodista Rossi Blengio pasó finalmente inadvertida para una asociación que vela por los derechos equitativos de los periodistas para corroborar que, en efecto, en esto de la repartición económica de la publicidad gubernamental cada quien posee su personal punto de vista, de ahí entonces los naturales enfados e iras tanto de los periodistas como de los funcionarios.

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De ahí, asimismo, que la definición de las lealtades caiga en profundidades indecibles, canónicas, arbitrarias, sospechosas o intraducibles.

Porque cada quien la definirá y la vivirá de acuerdo a sus peculiares criterios.

Por ejemplo, no he dejado de escuchar, a propios y extraños, sobre la inmensa lealtad del Loco Valdés a su familia aunque haya tenido veintenas de amantes y procreado hijos por doquier.

Porque la lealtad, a final de cuentas —como el asunto periodístico de los dineros públicos—, es una avasalladora entelequia inabarcable pero convincente y conmovedora y convenientemente de uso personal

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El 24 de agosto Nexos publica una “relatoría” de hechos donde el contrato con el IMSS, según la directiva, es ya un asunto zanjado, de modo que para ella no viene al caso abordarlo de nuevo.

Apunta para sus millones de lectores que están sufriendo “una infracción inexistente”, pues “todo en ese episodio es desproporcionado y caprichoso, porque lo anima una visible hostilidad política, manifiesta en los tuits de la secretaria y de sus funcionarios. No puede callar a la revista pero sí la puede hostilizar, multar, expulsar del trato con el gobierno”.

Nunca aclara Nexos sobre la supuesta información falsa, sobrada razón que le da a Jesús Robles Maloof, de la Función Pública, para acotar en un tuit: “Sobre el documento falsificado, Nexos y quienes lo apoyan, lo han llamado documento ‘sin importancia’, ‘de mero trámite’, ‘menor’, etcétera”, pero “para su infortunio debo decirles que no se falsifica mucho o poquito. Se falsifica y ya. Y Nexos lo hizo con un requisito para el contrato”.

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Se dice, con un dejo de legítima preocupación, que la multa y la prohibición para anunciarse en Nexos de cualquier instancia oficial proviene de un amago o una advertencia a la prensa (crítica o autodenominada crítica) para evitar que se meta con la figura presidencial, pero yo miro y escucho a varios y diversos periodistas, iracundos, denostar contra la administración gubernamental hasta por el vuelo de una mosca que pasa, ligera, cerca del funcionariato cuyos medios, de estos periodistas siempre enojados, descontentos, irascibles, reciben millones de pesos por conceptos publicitarios.

Y la preocupación es válida, de ser cierta, si bien un empleado de la Función Pública ha intervenido, de manera clara, para soltar una indudable certeza: de no haber incurrido Nexos en esta innombrada falsificación, ¿estaríamos hablando de ello en estos momentos?

Y ahora viene lo de la Editorial Cal y Arena, también propiedad de Aguilar Camín, que se halla, dicen los amigos de Nexos, desolada y en la deriva, pero curiosamente nadie se refiere a los desamparos de Lectorum, Cofradía de Coyotes o El Ermitaño, acaso porque en estas casas editoras ellos no publican, lo cual los tiene sin cuidado alguno. Y eso que estas editoriales no han vivido del peculio público, como Cal y Arena, sino de sus ediciones y alianzas coeditoras, si acaso.

Pero volvemos al asunto de que fuera de las amistades el mundo puede derrumbarse sin afectación alguna.

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Lo que se habla en el medio periodístico, sobre todo, es de los tamaños de la multa y de la prohibición de contratos federativos con la revista de Aguilar Camín, no de la ilegalidad cometida. Me comentan que cualquiera pudo haber fallado en la entrega de los papeles con las dependencias gubernamentales, pero que sin duda el castigo es intolerable por “exagerado” y “descomunal”, pero tampoco nadie se refiere a aquellas, sí, venganzas descaradas de Salinas de Gortari o de Fox Quezada contra algunas empresas que sencillamente no les simpatizaban. Acaso porque en aquellos tiempos eran situaciones “normales” amparadas por gente “crítica” como, digamos, Héctor Aguilar Camín (sanciones que no abarcaban dos años, ¡sino el sexenio entero!)…

Pero como estamos en otros tiempos ahora las cosas deben apreciarse de otro modo: lo del pasado ya está, o debiera estar, como subraya una y otra vez Aguilar Camín, “zanjado”, nadie debe ya volver a él. Porque el tema es, o debiera ser, la exageración en el castigo, no la infracción misma (en qué base está tasada la sanción o cómo se determinó el peso del castigo, pues). Porque, me dicen varios amigos periodistas, entonces “los periodistas estamos en peligro por disentir” con el gobierno. Porque el castigo a Nexos vino después de que Aguilar Camín en una conferencia vía streaming llamara “pendejo” a López Obrador. (A mí no me asustan las palabras altisonantes, pero no acostumbro fustigar a la gente que no piensa o actúa como yo lo hago con esos insultos: recurro a otros procedimientos lingüísticos. Recuerdo que Huberto Batis en el suplemento “Sábado”, que él dirigía, tenía una sección llamada “Desolladero” dedicada justamente a insultar a gente que no le era simpática o que, simplemente, no pensaba igual que los hacedores de ese complemento cultural… alborozada sección que le causaba entera satisfacción a los que escribían en ella sin recurrir a argumentos, sino al insulto puro o a la procacidad victoriosa. Yo una vez les comenté que había otras maneras de disminuir a las personas que no eran de su agrado, pero fui desoído e inmediatamente incorporado, desollado, en esa sección bajo la firma de un novelista insultándome a rabiar sin saber, hasta el día de hoy, los motivos que tuvo para salpicarme de ese modo.)

Es decir, habría que cuidarse de no insultar a la figura presidencial, como antiguamente se hacía (o sea, nadie los insultaba) porque el dinero público sobraba para los periodistas alineados (un insulto podía costarle tanto al periodista como a la empresa su baja en la lista de los beneficiados, privándose por supuesto de los millones de pesos a su alcance).

Muy bien.

Y si se castiga una ilegalidad (porque en efecto es una ilegalidad falsificar papeles para recibir dinero público) con esta desmesura federativa es, o sería, justo que todo acto ilegal, si lo es, llegara hasta sus últimas consecuencias, como, por qué no, el caso del video donde se muestra a David León entregando mucho dinero (más de un millón de pesos) a un hermano de Andrés Manuel López Obrador (cuestión que las autoridades están obligadas a desentrañar para transparentar las igualdades).

La justicia, o la ley, ciertamente, o es pareja o no lo es.

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El martes 8 de septiembre, en su mañanera, López Obrador dio a conocer los dineros que han recibido las revistas Letras Libres y Nexos, millones de pesos que los periodistas ya conocíamos por las informaciones puntuales de escasos y arrojados medios que no le temen al entramado periodístico, como Contralínea. Es decir, los gastos federales que los gobiernos anteriores ejercían para favorecer a determinados y localizados intelectuales no fueron, no son, algo nuevo en los terrenos de la compra de la prensa por parte de la clase política, si bien representan una numeralia acaso desconocida (y desorbitada: ¡un crédito de 80 millones de dólares a El Financiero recién comprado por un amigo empresario de Peña Ñieto a la viuda de Cárdenas Sarmiento!) para un sector mayoritario de la población mexicana.

Por eso los periodistas no estaban iracundos como ahora se hallan, pues el dinero les era entregado a manos llenas. Sí, han sido varios millones de pesos los que los gobiernos anteriores han entregado a sus favorecidos medios de comunicación (López Obrador prefirió guardarse la abultada cifra de los casi diez mil millones de pesos a Televisa durante la administración peñanietista, por ejemplo), lo que habla de una desigualdad (o una calculada cooptación) en la repartición publicitaria federativa, que sencillamente eliminaba a los que no les eran útiles o a los verdaderos independientes críticos, siempre ignorados por la clase política.

Pues esto de que los periodistas vivían cómodamente del erario, aparentando sabiduría crítica (o empleando simulacros críticos), no es nada nuevo, como sí lo es que un presidente de la República airee nombres y cifras de las compras periodísticas.

Quizás el cuestionamiento no sea esta airosa manera de despilfarrar los enconos entre ambas partes, sino debatir cómo se llevará a cabo este saneamiento de los medios de comunicación y sus periodistas que, hasta el día de hoy, no saben vivir de otro modo; es decir, si han sobrevivido es a expensas del presupuesto federal (¿qué hubieran hecho, en efecto, Nexos y Letras Libres si el gobierno central no les comprara suscripciones y ejemplares, acostumbrados sus directivos a la caudalosa vida que han llevado por más de tres décadas?)…

Yo recuerdo que en su campaña López Obrador prometió un equilibrio, una imparcialidad, en el gasto presupuestario de la publicidad oficial, que hasta este momento no se ha dado… quebrantando así, aún más, las finanzas de la verdadera prensa independiente, no de la acaudalada que cuando se ve en aprietos recurre, obviamente, a los atentados contra la libertad de expresión, discurso que, finalmente, siempre cala en las buenas conciencias.

¿Qué sigue ahora en estos capítulos inéditos de la prensa mexicana?

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Si aquello no es, no era, no fue un acto de corrupción, corrompible, corruptivo o que tuvo una vinculación, de una u otra manera, con la corrupción entonces no sé de qué materia estamos, o estuvimos, hablando.

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