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Es mejor periodista el que no se dedica al poder, sino al lector

Hace una década, el 16 de octubre de 2011, partió de esta tierra uno de los grandes periodistas de México: Miguel Ángel Granados Chapa. Columnista y crítico del acontecer político nacional y extranjero, realizó, en su amplia trayectoria periodística, un trabajo independiente que se reflejó en sus artículos de opinión, columnas de tema político —que fueron los principales géneros periodísticos que manejó— y ponencias. Recuperamos esta conversación con él, como un sentido homenaje al maestro…


I

Hace una década, el 16 de octubre de 2011, partió de esta tierra uno de los grandes periodistas de México —uno de los más importantes representantes del periodismo moderno mexicano—: Miguel Ángel Granados Chapa.

Lector voraz, melómano, hombre discreto, generoso, sabio, de gran cultura, y, sobre todo, con una ética impecable e intachable, hablar del maestro Miguel Ángel Granados Chapa es hacer un recuento de por lo menos las últimas cinco décadas de la historia periodística y política del país. Siempre atento y crítico al acontecer político, sostuvo durante 34 años su columna —indispensable y de lectura obligada— “Plaza pública”, que inició en la revista Cine Mundial en 1977 y continuó en distintos espacios periodísticos —unomásuno, La Jornada, El Financiero— hasta llegar a las páginas del periódico Reforma y a la emisión del mismo nombre en Radio Universidad Nacional (Radio UNAM).

“Plaza pública” fue una columna influyente no sólo por la pulcritud del lenguaje con la que estaba escrita —recordemos: su amor por la palabra y el idioma español le valió a don Miguel Ángel Granados Chapa su ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua—, también lo fue porque en ella el maestro sabía desmenuzar y explicar los hechos y vericuetos de la política nacional —sin sobresaltos a la razón ni ocasión para el desahogo de fobias personales—, y siempre con valentía cuando se trataba de denunciar los abusos, excesos y privilegios del poder.

II

Cuando la noticia sobre su cáncer empezó a filtrarse —primero en los círculos periodísticos, y después en los pasillos políticos—, los homenajes a su figura y trayectoria comenzaron a caerle a cuentagotas; algunos ciertamente inesperados —como su propio busto en el parque de Periodistas Ilustres—, pero todos justos y merecidos por su ardua e intachable labor informativa de más de cuatro décadas.

Entre esos homenajes y reconocimientos, en 2008 la sexagésima legislatura del congreso del Estado de Hidalgo —ciudad donde don Miguel Ángel Granados Chapa había nacido en 1941— le otorgó la presa que lleva el nombre de uno de los más sobresaliente hidalguenses: Pedro María Anaya. También, en ese mismo 2008, el Senado de la República le otorgaría al maestro la Medalla Belisario Domínguez.

Un mañana de octubre de aquel año, don Miguel Ángel Granados Chapa me recibió para conversar. ¿El motivo? Justamente la presa que le otorgaba el Senado. Cuando nos saludamos, había terminado una emisión más de su noticiario en Radio UNAM y, de hecho, había despachado ya una entrevista con la agencia Notimex.

En mi libreta de notas, apunté: “Mirándole de frente, su rostro denota cansancio (por razones obvias), pero, aún así, se le ve jovial, relajado, de buen ánimo. También, más delgado”.

Desde que se conoció la noticia de su enfermedad, el maestro Granados Chapa había evitado referirse a ésta en las entrevistas que había concedido. Cuando le pregunté si había algún motivo en particular para no hacerlo, fue muy claro y sincero:

—Simplemente prefiero no hablar de ello. Me parece que es un asunto estrictamente personal, aunque tampoco puedo dejar de mencionarlo porque ocurre.

—¿Y cómo está? ¿Se encuentra usted mejor, ya en recuperación? —quise saber.

—No. No estoy en recuperación. Estoy todavía en tratamiento. Así que no puedo hablar aún de recuperación. Estoy en la etapa fea de la enfermedad.

—De pronto han empezado a caer a cuentagotas varios homenajes y reconocimientos…

—Sí, sí… Y todos los agradezco.

—Por un lado la Presea Pedro María Anaya, por otro, la Medalla Belisario Domínguez…

—De las dos preseas pienso lo mismo: es un reconocimiento dirigido al gremio periodístico.

III

Como un sentido homenaje al desaparecido maestro, lo que a continuación comparto es la transcripción de aquella conversación, editada en primera persona y publicada en el libro Los periodistas no deben ser socios de los políticos (Cuadernos de El Financiero, diciembre de 2010).

En un momento como el actual —en el que ya todo mundo opinan y se siente y quiere y desea ser analista político, en el que el idioma español es maltratado y el mal gusto impera en los columnas de opinión política, en el que se premia desde el extranjero y en el ámbito nacional a los “periodistas” que difunden montajes, en el que se difunde información sin sustento e inventada, etcétera y etcétera—, la congruencia, ética y sabiduría de don Miguel Ángel Granados Chapa son más necesarias que nunca…

Habla el maestro:

Yo siempre quise ser periodista, aunque a mis padres les parecía un riesgo que cursara una carrera que era nueva entonces. Sobre todo, la presión fue materna; digamos que ella no estaba contenta de que yo fuera periodista. No entendía que para ser periodista uno tuviera que ir a la universidad. Lo que sucede es que el periodismo en Hidalgo era de tan mala calidad que ella estaba convencida de que para ser eso no se requería ir a la escuela. No veía un futuro para mí promisorio… Por eso para contentarla estudié derecho, y, para contentarme a mí, estudié periodismo.

Estoy convencido de que el periodismo se aprende. Claro, hay que contar con ganas de ser periodistas para llegar a serlo, tener una cierta vocación de curiosidad. Pero, en sí, el periodismo se aprende; es decir, hay técnicas de búsqueda de información y de expresión que se aprende.

Fui profesor durante muchos años, y una de las cosas que le decía a los alumnos era que el periodista tiene que estar informado. Un estudiante de periodismo que no lee libros ni periódicos, y que no oye noticiarios, no podría ser periodista… ¡no es cierto que quiera ser periodista!: el periodista tiene que estar necesitado de información.

Y más aún hoy. Hace 20 años no eran más de medio centenar las escuelas de periodismo. Ahora brotan como flores. Aun así, me parece que tendrán acomodo (en los medios) los que verdaderamente quieran ser periodista y sepan serlo; lo serán los que tengan realmente algo que decir…

Ahora bien, es cierto que hoy los jóvenes salen como salimos todos: con carencias. Por eso es importante darles su tiempo. Porque si bien el periodismo se aprende, no todo se aprende en las escuelas. La escuela no forma ingenieros, licenciados en derecho, médicos o periodistas; no: dan los instrumentos para que uno se haga ingeniero, abogado, médico o periodista ejerciendo el oficio. De modo que los egresados salen con los rudimentos que les permitirán a quienes verdaderamente quieren serlo, ser periodistas. Es verdad que les será difícil, ya que éste suele ser también un medio adverso; sin embargo, aun así, encontrarán lugar los que realmente quieran ser periodistas.

Yo nunca he dudado de mi vocación. Y ésta es el periodismo. Ni en momentos acuciantes ni de mayor esplendor dudé de él. Dos ejemplos: en el año de 1994 fui elegido por la Cámara de Diputados como consejero ciudadano en el Instituto Federal Electoral; cuando me preguntaron si aceptaría ser reelegido, dije que sí con una condición: que no se me demandara dejar de ser periodista. En el año 1998 fui candidato a gobernador en Hidalgo, y cuando me postulé dije que lo sería a condición de no dejar de escribir ningún solo día mi columna, que vengo escribiendo desde hace más de tres décadas. Son momentos en los que pude haber optado por un camino distinto, y muy claramente dije que ni un día dejaría de ser periodista.

Porque el periodismo tiene momentos gratos y, por decirlo de alguna manera, victorias aisladas. Recuerdo cuando el presidente José López Portillo devolvió un rancho que le había regalado Jorge Jiménez Cantú, el gobernador del Estado de México, porque yo lo denuncié como un acto de cortesanía contrario al espíritu republicano; López Portillo había recibido ya ese rancho, y lo devolvió.

IV

En un momento dado de la conversación, hablamos del “periodista y su deber”. La frase de Gabriel García Márquez —aquella de que el periodismo es el oficio más bello del mundo— nos dio pie a ello.

Habla Granados Chapa:

Creo que él tiene razón. Sí, me gusta muchísimo [el periodismo], me gusta su diversidad, su variedad. Aunque también puede ser el más terrible de todos; sin embargo, nunca deja de ser bello aunque sea terrible. Es decir, puede ser el más terriblemente bello…

Así que uno le debe ser leal, sin duda, a los lectores. El periodismo es una comunicación entre periodista y lector; de hecho, es el único compromiso que se tiene: decir a los lectores lo que uno sabe, lo que uno cree, para que los lectores interesados en saber y creer también compartan el punto de vista del periodista.

Eso no impide que, en cierto sentido, algunos medios hayan ya modificado sus objetivos originales. Hay un periodismo que se dirige al poder. Es un periodismo que no satisface su misión social. Porque la misión social es la comunicación con la gente, el público, los lectores. Desde luego, también es verdad que algunas cosas han cambiado para bien; por ejemplo, antes casi todo periodismo se dirigía más al poder que a los lectores. Es reciente su dedicación a los lectores y no al poder… o no sólo al poder.

Con esto se ha ganado autenticidad, se ha ganado claridad, se ha ganado calidad en el periodismo. Es mejor periodista el que se dedica a los lectores que el que se dedica al poder. Porque tiene una mejor interlocución. El poder generalmente es impositivo, es autoritario; el poder quiere que se sepa y se escriba lo que le conviene, quiere oír lo que le gustaría oír; los lectores, en cambio, no. Entonces, se es mejor periodista si se enfrenta uno a la exigencia del lector y no a la exigencia del poder.

Una cosa es cierta: hay libertad de expresión y está legislada. Debemos ejercerla siempre. Es conveniente que tenga un buen marco jurídico; pero, aun sin él, hay que ejercerla, enfrentando los riegos que esto implica. Es un hecho que tiene que consumarse todos los días: a cada momento, a cada pieza que uno escribe o habla, debemos de tener presente la libertad de expresión.

¿Y la censura? No se ha modificado mucho. La censura es a veces empresarial, a veces es gubernamental, a veces es simulada, a veces es directa, abierta; hay que enfrentarla según el modo, según quien la ejerza. No hay un solo modo de enfrentarse a ella… salvo el ejercicio mismo de la libertad de expresión.

La censura avanza en sus formas. Hoy, por ejemplo, el juicio por presunto daño moral se ha constituido en un método novedoso para inhibir el trabajo periodístico; ése es un riesgo nuevo y creo que debería derogarse… Es verdad que es un derecho legítimo de las personas el cuidar su reputación, su imagen, su buen nombre; pero quienes carecen de reputación, de imagen y de buen nombre son los que acuden a los tribunales para mermar la libertad de expresión.

A esto, además, habría que sumarle la doble censura invisible, o sea la que ejerce el propio medio del periodista y la suya propia. Contra estas dos hay que estar alerta. Porque puede uno no advertirla. Se requiere, pues, de una permanente reflexión sobre el oficio para evitar que la rutina o la censura autoimpuesta lo gane a uno.

De igual modo, necesitamos reflexionar sobre los excesos en la prensa mexicana. Para mí, uno de ellos es ofender al que no es poderoso. Insultar al que no puede defenderse. Acusar al que no puede decir su verdad. El exceso es el que se práctica contra los que tiene menos poder que uno. No hay exceso cuando uno se refiere al poderoso, pero sí hay cuando uno se refiere al que no lo es. Eso no debe suceder.

V

La conversación viró en otro momento al periodismo actual (con la realidad de ese 2008).

Habla Granados Chapa:

Tampoco puedo dejar de señalar que una de las cosas que detesto del periodismo de hoy es su conversión en negocio. No digo que el periodismo no deba ser negocio, desde luego; me refiero a que es lícito hacer negocio con el periodismo, pero no es lícito convertir al periodismo en negocio, simular que se hace periodismo para hacer negocio.

También vemos que la tendencia va hacia la mucha información y la poca profundidad. ¿Qué se espera en el periodismo para los siguientes años? Me parece que habrá sin duda nuevas formas de periodismo que compensen, en profundidad, la abundancia de información. Siempre habrá espacio para la reflexión profunda, para la información amplia, ya que es necesaria. Yo creo que el periodismo, sobre todo impreso, pondrá mayor énfasis en el análisis, porque la información va a estar disponible para todos, de modo cada vez más directo, a través de Internet.

Las nuevas tecnologías abrirán un espacio al periodismo de calidad. Tan sólo el acceso a la información es ahora una gran ventaja de la sociedad. Y no hemos aprovechado todavía este acceso plenamente. Es real: la tecnología contemporánea ensancha considerablemente la búsqueda de información y la posibilidad de comunicación. Ahí hay, claro, un terreno inmenso para la comunicación profesional.

VI

Don Miguel Ángel Granados Chapa se despidió de sus lectores unos días antes de morir. En su “Plaza Pública” del viernes 14 de octubre de 2011, en el diario Reforma, escribió: “Es deseable que el espíritu impulse a la música y otras artes y ciencias y otras formas de hacer que renazca la vida, permitan a nuestro país escapar de la pudrición que no es destino inexorable. Sé que es un deseo pueril, pero en él creo, pues he visto que esa mutación se concrete. Esta es la última vez en que nos encontramos. Con esa convicción digo adiós”.

Dos días después de despedirse de sus lectores, el 16 de octubre de 2011, a los 70 años de edad, el maestro falleció en la Ciudad de México.

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