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La rutina

Octubre, 2023

Ser enemigo de la rutina es muy moderno; antes, no había ni para qué quejarse, pero ahora, en este mundo tan dinámico pleno de sorpresas y diversiones, la prueba máxima de que uno es una plasta es vivir una vida rutinaria, sin emociones ni acontecimientos, escribe Pablo Fernández Christlieb en esta nueva entrega de ‘El Espíritu Inútil’. Pero, ojo, que ésta tiene lo suyo: a la hora de sus memorias, a la hora de buscar quién es, para la gente las novedades no cuentan sino las rutinas. Porque uno se reconoce a sí mismo no en las diferencias, sino en las repeticiones. La vida está hecha de sus rutinas.

Ser enemigo de la rutina es muy moderno; antes, no había ni para qué quejarse, pero ahora, en este mundo tan dinámico pleno de sorpresas y diversiones, la prueba máxima de que uno es una plasta es vivir una vida rutinaria, sin emociones ni acontecimientos. Siempre lo mismo. Sonar el despertador. Y etcétera. Arreglarse para ir a trabajar, ir al mandado, atender al cliente, repetir las mismas tareas todos los días, cada una a su hora. Y etcétera. Descansar también igual. Uno hasta quiere morirse, porque ese día por lo menos hace algo diferente.

La rutina es anticuada y anacrónica y obsoleta. Y acaba con el capitalismo, porque la rutina es sólo para los que no les alcanza y tienen que conformarse con fregarse día tras día para llegar al fin de la quincena, o para los que son neuróticos y se tienen que agarrar de sus hábitos y manías para no sentirse inseguros. En efecto, a los que les gustan las rutinas no les gustan las novedades, sino sólo las vejeces, y con eso no hay capitalismo que aguante, porque los que no quieren nada nuevo no tienen que gastar ni consumir, y no se les puede vender nada. Por eso la publicidad, que es el brazo civil del capitalismo armado, se la pasa machacando que hay que huir de la rutina, romper rutinas, que la rutina es para momias, que los que siguen las rutinas no saben vivir, para que entonces todos quieran viajar, salir a buscar novedades en las tiendas, fascinarse con los inventos y adquirir las tecnologías, probarse nuevos looks, porque con todo ello se figuran que son creativos y originales e impresionantes y no como los de las rutinas que son tan obvios y reiterativos y sin chiste que hasta parecen ahorrativos.

Una rutina es una actividad que se ejecuta sin motivo ni ilusión pero que no puede no hacerse; y a todos les toca hacer alguna, como estudiar o mantenerse sano o sacar a pasear al perro, pero dedicarle la vida a tales gimnasias tan sabidas y demasiado hechas parece que malgasta esto de que vivir es increíble. En efecto, comprarse un seguro de vida sin duda es una nueva experiencia, y ciertamente, a medida que la vida es  emocionantísima todo el mundo aspira y sueña con tener nuevas experiencias (la experiencia es la ultimada mercancía, lo más nuevo que acaba de salir al mercado), y cualquier experiencia, sea la que sea, hay que conseguirla, porque por definición es el antídoto contra la rutina: comprar un iPhone, aventarse en parapente, estar en la zona VIP —no importa si del hipódromo o de un concierto—, desayunar champagne, defender a las minorías —no importa si de seres humanos o animales—, hacer cuatro minutos de mindfulness, besar a un sapo. Pero a todo hay que tomarle foto y difundirla porque si no se pasa y se olvida y entonces en vez de existir, como que más bien desexiste, y por lo tanto, es como si cada vez que quisiera saber quién es uno mismo, tuviera que consultar los archivos porque de todas sus experiencias la verdad es que ni una se le pega. Y cuando busque sus memorias y sus recuerdos, todas sus escapadas de la rutina se quedaran en el olvido porque por mucho que se las pueda saber no le convencen nadita de que son suyas; como que no se siente nada.

Pero, en cambio, hacer todos los días lo de siempre, hacer lo de siempre todos los días, seguir esas rutinas que son cansadas y grises, parece que se pega más. La gente, a la hora de sus memorias, esto es, a la hora de buscar quiénes son, las novedades no cuentan, las excepciones no cuentan, sino las rutinas: sólo lo mismo de todos los días porque lo que uno quiere saber es lo que ha sido siempre; la rutina de ser él mismo, la de cerrar la puerta igual que ayer, cruzar la calle en la misma esquina, como Kant, esquivar la misma coladera abierta, atravesar el mismo paso de peatones, desayunar otra vez corn flakes, padecer el metro atestado de todos los días, subir por los mismos escalones de dos en dos, amarrarse las agujetas, esto que sucede todo el tiempo es lo que se queda, y uno se reconoce a sí mismo no en las diferencias, sino en las repeticiones, en lo que hizo una y otra vez, como gimnasia, hasta que se le volvió parte del cuerpo. Y cuando vea la esquina donde daba vuelta, sabrá, con nostalgia, con ternura y con agradecimiento, de sí mismo, de su propia vida. La vida está hecha de sus rutinas, del rinconcito donde pegaba el sol, de la sombra del gato en la azotea, del suéter viejo, del foco que nunca servía, de tener que sentarse a hacer la tarea o las cuentas, de esperar a que llegue Godot, de ver siempre las mismas noticias. Uno no está hecho de sus aventuras ni de sus hazañas ni de sus anécdotas, sino que está hecho de sus rutinas, de lo que repite una y otra vez. Dice Michel Maffesoli —un sociólogo— que aquellos que repiten todos los días sus lugares y sus actos son los que les gusta estar acompañados de sí mismos.

Y entonces, hasta podría decirse que la creatividad y la originalidad no está en aceptar cualquier cosa que le vendan por muy novedosa que esté, sino en construirse una rutina en que se acomode y se reconozca a sí mismo con gusto, una rutina que no sea a fuerzas como la de la chamba ni compulsiva como la de los neuras, sino a la medida, como si escogiera el lugar en donde va a vivir el resto de su vida (que es justo lo que va hacer uno consigo mismo), para que la rutina se vuelva entonces una actividad que se ejecuta con motivo e ilusión pero que podría no hacerse.

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