Artículos

El sexo líquido

Noviembre, 2023

Con estas notas controvertibles, Fernando de Ita quiere llamar la atención sobre el cambio de paradigmas en México y el mundo respecto a la sexualidad. El periodista y crítico teatral escribe aquí: el mundo de la pornografía es un negocio de miles de millones de dólares, pero las nuevas plataformas virtuales han abierto un campo desconcertante para un nativo del siglo XX. Para bien y para mal, Internet está modificando las fantasías eróticas del mundo global.

Aunque en mi actual refugio tepozteco resulta —sin metáfora de por medio— más fácil hablar con los dioses que con los humanos, cuando hay Internet veo que la modernidad líquida que describe Zygmunt Bauman como fluida y volátil está modificando las fantasías eróticas del mundo global. En la antigua Ciudad de México algunas librerías de viejo vendían las fotografías que alentaban la lívido de los abuelos. En mi memoria, las revistas de mujeres semivestidas aparecieron en las peluquerías en los años cincuenta y las explícitas, en las que por fin un adolescente podía contemplar por primera vez el sexo de la mujer, en los años sesenta.

Hoy el mundo de la pornografía es un negocio de miles de millones de dólares, aunque las nuevas plataformas virtuales han abierto un campo desconcertante para un nativo del siglo XX: el erotismo de “las mujeres de la vida diaria”, de entre 18 y 60 años. O cómo llamar a esa notable cantidad de féminas de diversas economías, entornos territoriales, culturales y sociológicos que hacen de quitarse los calzones, ante una cámara, el suceso día. Cuando dos supuestas provincianas se van a bañar al río para ocupar 5 minutos en mostrar todo, pero no el oscuro objeto del deseo, como bien llamó Luis Buñuel no sólo a su película sino a la fijación del sexo masculino por la entrepierna femenina, gastaron un día en el proceso. Ignoro si eso les da una ganancia económica porque TikTok no monetiza los cientos, miles o millones de vistas; no faltará quien les ofrezca una recompensa. Pero ese no es el tema. Lo que me intriga es cómo tantas mujeres de tantos estratos se animan a mostrar privadamente sus ganas de ser públicas. No en el sentido tradicional del término sino en la voluntad de exhibir su cuerpo para provocar sexualmente al prójimo que puede estar a mil kilómetros de distancia.

Las revistas pornográficas de los años sesenta eran fijas. Quiero decir que se podía contemplar la lascivia de una mujer el tiempo necesario para terminar ahí el desahogo seminal o pasar la página. Mostrar el sexo era su oficio. De ahí que me arriesgue a decir que las mujeres que hacen de su cuerpo un deseo se dividen por lo menos en dos categorías: las gustosas de corazón y las que cobran por simularlo. Como en el teatro, una profesional puede lograr una imagen más realista que el acto real que realiza un matrimonio ante la cámara, a la que acuden cada vez más parejas por algo de dinero, pero sobre todo por el gusto de hacer público lo privado, sin otro remordimiento que las lonjas que sobresalen en ciertas posturas amatorias.

No sólo en Europa y Estados Unidos sino en Asia y Latinoamérica el sexo líquido es una industria en expansión y de paso una grieta en el muro de la moral dominante, desde la que se puede observar cómo se ha sexualizado la producción y el consumo de bienes y servicios. Sabemos que gran parte de lo que nos venden tiene un enfoque sexual y los centros comerciales de última generación —como Mítikah, en la Ciudad de México (cuya construcción encapsuló y dejó sin agua al pueblo de Xoco, cuyos primeros vestigios están datados en los años 300 de la era común)— son una provocación a los sentidos y una prohibición para el bolsillo. Pero una mujer o un chavo pueden salir de ahí dispuestos a todo para comprarse el brillo que le ofrece aquella fastuosidad.

La misma industria pornográfica se encarga de entrevistar a mujeres y matrimonios para conocer qué los motiva a fornicar no sólo para sí mismos sino para otros, y el 90 por ciento de las respuestas van en la misma dirección: porque nos gusta el sexo y queremos compartirlo. Repito que en varios casos la motivación es económica, pero cada vez más resulta una libertad individual que tiene detonantes internos y externos. Comienzo por los que se compran en el mercado como el alcohol, la hierba, las pastillas, el disfraza y todo tipo de estimulantes visuales físicos y químicos. (Aunque nada de eso hace falta cuando la sexualidad está a flor de piel, y el deseo hace todo lo demás). Lo bizarro desde mi punto de vista es hacerlo con la enjundia y el libertinaje de los amantes que se olvidan de sí mismos para disolverse en el otro, pero frente al celular.

Hay películas como El imperio de los sentidos (1976), de Nagisa Oshima, en donde la sexualidad resulta escandalosamente explícita y sin embargo nada pornográfica porque lo que está exponiendo el director japonés es el arrebato del ser en algo más profundo que el exhibicionismo o el legítimo disfrute del sexo duro. Basada en una historia verídica, la película termina con la castración dental del hombre, porque era el único final posible a la explosión erótica que no termina con tu vida sino te pide intentar una y otra vez aquel suicidio de los sentidos. El erotismo total, nos dice Oshima viendo el retrato del Marqués de Sade, sólo puede terminar en el crimen.

Nada de esto tiene el sexo líquido de las plataformas pornográficas convencionales en las que llama la atención que se ha extendido el rango de edad de sus participantes. Los viejos también tenemos necesidades eróticas, más que sexuales, porque el tiempo —y a veces la práctica— nos permiten gozar de otro modo del cuerpo ajeno. Para evitar el chiste, no estoy hablando del cuarto segmento de los brazos, que son los dedos, ni del órgano musculoso situado en la cavidad bucal, que es la lengua; me refiero a los ojos, a la vista que es la fuente del deseo. Lo interesante del tópico es que son las mujeres mayores de 50 años las que están mostrando que su sexualidad sigue viva y ejercen su derecho al orgasmo como un motivo de salud, no como un gesto de perversión.

En el siglo XX había dos temas intocables: la sexualidad temprana y la tardía. No me refiero a la pedofilia, que es execrable, sino a la sexualización cada vez más prematura de las y los niños y adolescentes cuyas madres son adictas a la televisión abierta. Sólo hay una forma de nombrar ese vicio: estupidez humana, porque la hay neutra; pero si son tus hijas las que imitan a las mujeres sexualizadas de la televisión abierta, entonces esa imbecilidad tiene nombre: la ignorancia. En los pueblos, y sobre todo en el campo, una mujer de 50 años es todo, menos deseable, pues desde niña ha trabajado como mula para comer tortilla, frijol y chile. Ahí el machín tiene las de ganar porque a sus 70 años puede ofrecerle a una veinteañera dos o tres cabras para gozarla, no a las cabras sino a ella. Y sin viagra. Por el puro deseo de hacer lo que hacen sus cabras: montar a las hembras. Esa es la moral dominante en vastas regiones del país. Es sexo macho. El sexo líquido es urbano.

Con estas notas controvertibles sólo quiero llamar la atención sobre el cambio de paradigmas en México y el mundo respecto a la sexualidad. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la población entre los 11 y los 80 años que utilizan la pornografía como entretenimiento sistemático es de mil cien millones de usuarios; pero en virtud de la secrecía que pide esta actividad en amplios conglomerados de la clase media y algunos estratos populares, se calcula que los porno usuarios podrían ser el doble. El dato habla por sí mismo, para bien y para mal. Eso es todo.

Related Articles

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Back to top button