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Las ansias

Febrero, 2024

Parece adecuado, o por lo menos comprensible, que la gente esté apurada en medio del tráfico y el alza de precios, pero las ansias le llegan a uno en una tarde de descanso, enfrente de un paisaje, en las vacaciones, como una apuración sin razón, que no tiene que ver con ninguna necesidad, sino justo cuando no hay necesidad alguna. escribe Pablo Fernández Christlieb en esta nueva entrega de ‘El Espíritu Inútil’. Porque las ansias son un malestar que no se sabe estar sosiego, como si fuera un ruido en la azotea, una gotera, una inquietud que llega justo al momento en que no hay de qué inquietarse. Las ansias son una sobrecarga en la batería del cuerpo, un terremotito que no se calma y al que el cuerpo no se acomoda.

Nos encantan las apuraciones. Apurar quiere decir varias cosas: terminar algo inmediatamente, como apurar una copa, echársela de sopetón, para que se acabe; también significa darse prisa —apúrate, córrele que se hace tarde—; y andar apurado es estar con demasiadas cosas que hacer sin darse abasto; y por lo mismo estar lleno de preocupaciones. Y la gente de hoy en día del capitalismo tardío suele sentirse muy orgullosa de estar tan ocupada, pues a uno se lo dicen casi como un cumplido. Cuando alguien está muy atareado del tingo al tango en medio del trabajo con los plazos límite, a eso se le llama ser medio tarado, y se le da chance y se le comprende. Pero cuando ni bebe ni corre ni labora, y sigue apurado, a eso se le llama tener ansias: estar apurado cuando no hay apuraciones y no tiene nada que hacer, lo cual parece ser la necesidad imperativa de trabajar y terminar algo que no existe, como siguiendo una orden que viene del más allá.

Las ansias son un malestar que no se sabe estar sosiego, como si fuera un ruido en la azotea, una gotera, una inquietud que llega justo al momento en que no hay de qué inquietarse. Las ansias son una sobrecarga en la batería del cuerpo, un terremotito que no se calma y al que el cuerpo no se acomoda. En fin, por lo común, la gente está ocupada, y cuando se desocupa, le entran las ansias; anda con muchas apuraciones, y cuando se le quitan, entonces le entra un apuro que no sabe cómo sacudirse. Parece adecuado o por lo menos comprensible que la gente esté apurada en medio del tráfico y el alza de precios, pero las ansias le llegan en una tarde de descanso, enfrente de un paisaje, en las vacaciones, como una apuración sin razón, que no tiene que ver con ninguna necesidad, sino justo cuando no hay necesidad alguna. Y no se arregla con ponerse a hacer algo porque no hay nada que hacer —no hay gotera ni azotea. El cuerpo está como que no se halla, está desacomodado, y parece como si estuviera habitado por un Alien, por una fuerza extraña que va a otra velocidad y a otra parte, que se mueve más rápido y más fuerte que los acontecimientos y las circunstancias.

Las ansias no son un caso mental ni psicológico, porque no están en la cabeza de uno, sino que andan por todas partes dentro de uno. En efecto, dentro del ansioso ya no hay una persona que pueda descansar o estar consigo misma o pensar o cosas de ésas que se pueden hacer cuando uno no está haciendo nada: adentro del ansioso lo que hay es un animalito acorralado tratando de salir por donde sea pero que no encuentra la salida: es algo, alguien, Alien, que se está moviendo adentro de uno cuando uno está quieto, que le remueve las tripas, le estira los tendones, le desinfla los pulmones, le sorbe el seso.

Y puede concluirse que eso que está moviéndose dentro es, precisamente, exactamente, la sociedad: la sociedad en la que vivimos, la época que nos tocó, el signo de los tiempos, que se nos metió en el cuerpo por los ojos a la hora de ver la pantalla, por las orejas a la hora de oír frases de superación personal, por las puntas de los dedos y los pies a la hora de ser tan cumplidos y eficientes. Pero la sociedad cuando se mete dentro del cuerpo ya no entra disfrazada como aparece en la publicidad de sueños por cumplir y bienes por adquirir y demás píldoras doradas, sino que, sin esos adornos, entra así de salvaje como es: la sociedad que presiona, que impele, que exige, que está siempre produciendo y consumiendo porquerías de todo tipo, que no deja a uno descansar ni parar de trabajar y que lo obliga a hacer con fe lo que ni siquiera cree, con devoción lo que detesta: la sociedad que lo vacía de persona y lo retaca de animal. Ciertamente, lo que aparece moviéndose con esa furia ciega es la velocidad, la urgencia, la insatisfacción de esta sociedad que para preservarse requiere que todos a chaleco tengamos que ser emprendedores y aspiracionistas aunque lo único que quisiéramos es que nos dejen en paz para hacer algo o en su defecto contemplar el paisaje.

Cuando uno está trabajando o comprando, el animalito no se nota porque se mueve a la misma velocidad y fuerza; pero cuando uno se detiene, el animal sigue, y uno no está apurado sino ansioso, carcomido por dentro, porque el animalito es una hambre royendo a una persona. Pero lo más interesante es que gracias a las ansias uno puede sentir a su sociedad en carne propia, algo así como admirar al animalito en un zoológico dentro de la jaula de uno mismo y ver cómo nos recorre las entrañas… y darse cuenta de que eso se parece enormemente a las noticias, que cada vez proporcionan más indicadores de que la bestia esta de la sociedad ya está también empezando a comerse a sí misma (lo cual es la única buena noticia).

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