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Vivir con intensidad antes de morir es lo único que tiene sentido

Septiembre, 2023

Un día como cualquier otro te enteras de que te quedan unos pocos meses de vida. Un golpe difícil de asimilar, sin duda, pues ¿cómo afrontas semejante realidad? ¿Qué mecanismos psicológicos se desatan ante la certeza de lo inevitable? Es lo que tiene que asimilar y afrontar Tessa, la protagonista de la novela de la británica Jenny Downham. En una nueva entrega de su ‘Calesita’, Juan José Flores Nava nos habla de Antes de morirme, “un libro que le viene bien a esta época porque no reparte moralejas, porque observa y retrata sin miedo escenas de la realidad contemporánea”.

Parece que la existencia —el aquí y el ahora— no es más que una serie de momentos que se juntan para llegar a éste. Una y otra vez. Hasta que de pronto no hay nada. Todo lo bueno que nos ha pasado en la vida se esfuma.

Tessa Scott es apenas una adolescente. Pero se encuentra ahí: atada a la cama de un hospital. La muerte le clava las garras en el pecho y se queda posando sobre ella. “No sabía que dolería tanto”, piensa, “qué pequeños somos los seres humanos, qué vulnerables comparados con las rocas, las estrellas”.

El dolor de Tessa no es físico nada más. Es mental. Es emocional. Cuando su madre se fue de casa tenía apenas 12 años. Poco después le diagnosticaron leucemia: cáncer de la sangre. Ella y su hermano Cal quedaron a cargo de su papá. Se vio obligada a abandonar la escuela, a ir una y otra vez al hospital, a pasar horas y hora en cama y a sobrellevar la relación con su padre (quien decidió dejar su empleo para cuidarla).

Zoey, su única amiga, es la última conexión que le queda con la intensidad de la adolescencia. A ella se aferrará para vivir a tope las verdades y las mentiras más profundas de la vida: “Por favor, Zoey. Aunque te suplique que no lo hagas, aunque me porte fatal contigo, tú oblígame. Tengo una larga lista de cosas que quiero hacer”.

Es esa larga lista de cosas que Tessa quiere hacer la que mueve los hilos de Antes de morirme (Before I Die), un intenso (por emotivo) libro escrito por la británica Jenny Downham (1964), publicado por Salamandra y traducido del inglés por Gema Moral Bartolomé. Aparecida en Inglaterra en 2007, donde, según sus editores, ocupó el primer puesto de ventas durante semanas gracias al boca a boca, se trata de la primera novela de Downham, la cual, por cierto, fue llevada al cine en 2012 bajo el título de Now is Good (Ahora y siempre).

En efecto: el libro es intenso por emotivo. Lo que no significa que se trate de una historia de lágrimas y risas (que seguro las hay). Esa intensidad viene de las situaciones en las que Tessa elige colocarse para sentir que la sangre que corre por sus venas no sólo le arde durante las quimioterapias, sino que le quema por sentir la vida en sus distintas facetas: quiere sexo, quiere drogas, quiere robar, quiere ser famosa, quiere conducir a toda velocidad, quiere no decir “no” en todo un día, quiere escapar, quiere portarse mal, quiere ser grosera, quiere amar y sentirse amada con intensidad. Así lo dice: “Quiero vivir antes de morir. Es lo único que tiene sentido […] ¿Hasta cuándo podré aplazarlo? No lo sé. Sólo sé que tengo dos opciones: quedarme metida en la cama y seguir muriéndome, o volver a mi lista y seguir viviendo”.

Ésa es Tessa. Por eso se trata de un libro que le viene bien a esta época: porque no reparte moralejas, porque observa y retrata sin miedo escenas de la realidad contemporánea, porque expone sin cortapisas los deseo y las primeras experiencias sexuales y amorosas de una adolescente —sí, de una (y no de un) adolescente—, porque usa el tema de la muerte para exponer la importancia de sentirse vivo, porque se despoja de esa lástima que hemos aprendido a sentir por un enfermo de cáncer cuando es la propia Tessa quien, a sus 16 años, y mientras echa al fuego las tarjetas de ánimo que ha recibido desde que en el hospital la desahuciaron oficialmente, dice: “Cuatro años de optimismo patético son un buen combustible”. Y porque ni siquiera el tema del aborto se siente desgastado cuando se lo coloca en el contexto del embarazo adolescente.

Es un libro que decide no cerrar los ojos y mirar a otra parte. En Antes de morir no es el padre quien abandona la familia, es la madre quien decide marcharse. No es la madre la responsable de gestionar las inestables emociones de una adolescente y las abundantes incertidumbres de un niño, es un padre que no ha sido capaz de cuidarse emocionalmente a sí mismo: “Antes creía que papá podía hacer cualquier cosa, que podía salvarme de cualquier cosa —reflexiona Tessa en algún momento de la novela—. Pero no puede, sólo es un hombre. Mamá lo rodea con un brazo y él se inclina hacia ella”.

Hay que advertir que la película, dirigida por el también británico Ol Parker, no tiene mucho que ver, desde el título, con la sincera intensidad que transmite el libro. No es en asunto de emplear un lenguaje diferente (el cinematográfico vs el literario), sino de esencia. Hasta los chiste, en el libro, lucen más crudos:

“Un hombre entra en la consulta del médico con una rana en la cabeza. El médico pregunta: ‘¿Qué le sucede?’, y contesta la rana: ‘Pues mire, me ha salido un tío en los huevos’”.

Tessa, en efecto, irá cumpliendo con su lista. Y con cada paso ella misma se irá difuminando. Pero antes descubrirá que Zoey no es sólo esa adolescente hermosa y segura de sí misma que “camina por la calle como si no hubiera atracos, como si a la gente no la apuñalaran jamás, los coches nunca atropellaran a nadie o las enfermedades no atacaran”; sabrá que Zoey también siente miedo (al quedar embarazada, por ejemplo) o que no sabe manejar situaciones en las que ella, Tessa, no se asustaría: “Ya no puede controlarme. Estoy por encima de ella”.

Y a sus 16 años tendrá tiempo de descubrir que el sexo no es sólo una cosa de apenas tres minutos de placer en la que “si dejas que los chicos piensen que lo hacen de fábula todo va sobre ruedas”, “un modo de estar con alguien”, “un modo de tener calor humano y de sentirse atractiva”, pues al hacer el amor con Adam, su vecino, el chico del que se enamora y  quien estará con ella hasta el final, se va a dar cuenta de lo asombroso que es que los dos sepan en ese instante lo que deben hacer: “Ni siquiera tengo que pensarlo. No es habilidad ni conocimiento. Es como si descubriéramos el camino juntos […] No comprendía que, cuando se hace el amor, se hace realmente. Despierta cosas. Afecta a los dos. […] Estoy viva, dichosa de estar con él aquí y ahora”.

Y así como no tiene miedo de decir que cuando tenía ocho años vivía “mareada de felicidad y absolutamente segura de que el mundo era bueno”, tampoco duda en enfrentar con todas sus palabras la etapa final: “Sé que tengo pinta de saco de huesos cubiertos con film transparente. Veo la conmoción en los ojos de Adam”. O: “Apesto. Huelo mis propios pedos. Oigo el repugnante tictac de mi cuerpo al consumirse. Me estoy hundiendo, hundiendo en la cama”.

Sin duda habrá personas —papás y mamás sobre todo— que se asusten de que un libro así pase por la mirada atenta y perspicaz de un adolescente. Pobres. Fingen (a estas alturas) que el mundo no pone a su disposición escenas horripilantes de violencia, estupidez, pornografía, indiferencia, abusos, corrupción. Mientras que Jenny Downham, en su libro, no hace sino incitarnos a vivir. A todos.

Por eso Tessa, cuando exige que la saquen del hospital y la lleven a casa porque quiere morir a su manera, porque es su enfermedad y su muerte y su decisión, camina hacia la calle gozando de los detalles más insignificantes: “Es el placer de caminar, poniendo un pie delante del otro, siguiendo las líneas amarillas pintadas en el suelo del pasillo hasta la recepción. Es el placer de la puerta giratoria y de dar la vuelta dos veces para homenajear al genio que la inventó. Y es el placer del aire. Del mundo apacible, fresco e impresionante del exterior […] Camino despacio hasta la parada de taxis, saboreando los detalles: la cámara de videovigilancia de la farola que gira sobre su eje, los móviles que suenan a mi alrededor. El hospital parece encogerse cuando susurro un adiós, la sombra de los plátanos oscurece todas sus ventanas”.

El mundo seguirá su camino sin ella. Tessa lo sabe. Como sabe que no tiene elección. Está llena de cáncer. Y no se puede hacer nada. Las luces, en su interior, se van apagando poco a poco: “Soy menos que ayer”, piensa.

A Tessa sólo le queda por cumplir su último deseo: el número quince: “Salir de la cama, bajar y decir que todo ha sido una broma”.

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