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Cuando Charles Dickens visitó Estados Unidos


El día 9 de junio de 1870 murió Charles Dickens en su casa de campo de Gads Hill, en el condado de Kent. Tenía 58 años y gozaba de una gran popularidad, no sólo en Inglaterra, sino más allá de sus fronteras. Uno de los países en los que fue recibido con gran pompa fue en Estados Unidos. Pero no todo lo que vio fue de su agrado, especialmente la esclavitud. Tal y como cuenta a su amigo el actor William MacCrady en una carta, la América que encontró “no era la república de mi imaginación”.

Dickens viajó dos veces a Estados Unidos. La primera, en el año 1842, cuando llegó a Boston, acompañado de su mujer Catherine, a bordo del barco de vapor Britannia y después de una travesía calificada de “horrible”. Habían pasado casi 60 años desde la independencia del país con respecto a Inglaterra y John Tyler era el presidente.

Rodeado de fans

Lo que le esperaba en la ciudad era una gran recepción. El escritor sabía que tenía seguidores americanos, pues eran muchas las cartas que le llegaban del otro lado del Atlántico, pero no hasta ese punto. Un buen ejemplo de ello es que el pintor Francis Alexander le hizo un retrato, para el que estuvo posando varios días mientras la multitud se agolpaba en el trayecto desde su hotel al taller del artista, para poder ver entrar y salir al escritor. Actualmente podemos ver el cuadro en el Boston Museum of Fine Arts.

El escultor Henri Dexter le inmortalizó también para la posteridad en un busto de mármol cual héroe clásico. Dexter se hizo famoso debido a su idea de hacer una galería de retratos de todos los gobernadores del país y del presidente. Después de un viaje de 18 meses llegó a esculpir 31 bustos de mármol, que hoy se conservan en el Smithsonian de Washington.

Dickens estuvo seis meses en el continente visitando E.U. y Canadá, y tuvo tanta correspondencia que alquiló los servicios de George William Putnam como secretario, al que a partir de ese momento le uniría una amistad para siempre. Cenas y bailes se daban en su honor continuamente. Una de las quejas del escritor era que no podía ir tranquilo por la calle, pues siempre le seguía una multitud de admiradores.

En Nueva York dio una conferencia sobre un tema candente: los derechos de autor, pues había tenido muchos problemas al respecto en el nuevo continente, donde le plagiaban sin remordimientos. Los periódicos americanos empezaron a criticarle y este fue el inicio de su mala relación con la prensa del país.

Contacto con la esclavitud

En Virginia, tuvo su primer contacto con la esclavitud. Tanto le horrorizó, que cambiaron sus planes, y en vez de seguir hacia el sur se dirigieron al oeste hacia St Louis.

En Baltimore fue servido por esclavos y no le dejo un buen sabor de boca. Se sintió avergonzado. En Richmond vio una señal con la prohibición de conducir rápido. Si un blanco lo hacía debía pagar 5 dólares, si lo hacía un esclavo, la multa era de 15 latigazos.

Constantemente salían en la prensa anuncios de esclavos que habían escapado de sus amos. Dickens explica horrorizado cómo, para identificarlos, se describían las marcas en sus cuerpos: dientes que faltaban, orejas cortadas, brazos y piernas rotas, marcas de hierros candentes…

American Notes, sus reflexiones sobre Estados Unidos

Imagen: Wikimedia Commons.

A su vuelta a Inglaterra publicó American Notes, en octubre de 1842, una obra quizá menos conocida del autor, pero de lectura muy recomendable. En ella describe, haciendo honor a una de las características más importantes de su estilo, hasta el más mínimo detalle de su viaje. Su visita a Boston, Nueva York, Filadelfia, Washington, las cataratas del Niágara, Toronto, Montreal, Quebec… amenizado con todo lujo de detalles, anécdotas y opiniones sobre lo que ve, como por ejemplo su visita a los Shakers, una comunidad religiosa protestante).

Dickens critica en estas páginas varios aspectos de la vida americana, desde la política a la esclavitud, a la cual dedica el último capítulo. En este da cuenta de todas las atrocidades que vio y que tanto le impactaron, poniendo así toda su indignación por escrito: cómo padres y madres eran separados para siempre de sus hijos cuando eran vendidos, los linchamientos que presenció, esclavos quemados vivos en plena calle, a la vista de todo el mundo… No entendía cómo estos crímenes quedaban impunes:

“Esto se ha hecho en pleno día (…) en una ciudad con sus jueces, sus abogados (…) y no se les ha tocado ni un pelo”.

También tiene palabras para los amos de los esclavos, y su postura ante la muy proclamada “libertad” e “igualdad” sobre la que se fundó el país.

“Para ellos, la libertad es poder oprimir, ser salvaje, cruel y sin piedad”.

Ataques de la prensa y una segunda visita muy lucrativa

La reacción de la prensa americana no se hizo esperar.

Pero Dickens contestó con lo mejor que sabía hacer: una novela, Vida y aventuras de Martin Chuzzlewit, en la que el protagonista decide ir a Estados Unidos a buscar fortuna y donde encuentra una sociedad hipócrita y una prensa de dudosa credibilidad.

A partir de 1850, Dickens empezó una serie de artículos en una revista semanal llamada Household Word, y en muchos de ellos comentó sobre la sociedad americana, y especialmente sobre la esclavitud.

A pesar de todo, Dickens siguió contando con el apoyo de los lectores estadounidenses y no desechó la oportunidad de repetir gira por el país. En el invierno de 1867, cuando E.U. ya había superado la guerra de secesión, emprendió su segundo viaje al país, esta vez con un propósito más comercial, pues se trataba de hacer una serie de lecturas públicas de su propia obra en diferentes ciudades americanas, previo pago de una entrada por parte de los asistentes.

Le salió bien, pues se estima que ganó casi 20.000 libras.

Su viaje finalizó con una gran cena en su homenaje en Nueva York en la que Dickens comentó que había visto mejoras en la sociedad y en la política americana respecto a su primera visita. Ahora que se cumple el 150 aniversario de su muerte sabemos que aún hay mucho por hacer.

Judith Urbano Lorente es investigadora de la Universitat Internacional de Catalunya.

Fuente: The Conversation.

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