ConvergenciasEl Espíritu Inútil

Las celebraciones

Noviembre, 2022

La Copa del Mundo Catar 2022 está a la vuelta de la esquina. Y será, entre otras cosas, una oportunidad para corroborar lo que Pablo Fernández Christlieb nos dice en el siguiente texto: que al combinado nacional le gusta más practicar las celebraciones que los goles. Ahí es donde encuentra su Waterloo en cada Mundial. Porque parece que los equipos que ganan son los que celebran sus partidos sin festejar sus goles. Es como si el festejo destruyera todo lo que se celebraba. Cosa que pasa hasta en la vida diaria: hay los que celebran con tantas ganas su cumpleaños que de verdad amanecen más viejos al día siguiente.

La selección nacional pierde siempre por alguno de los siguientes motivos: o porque le meten gol —lo cual es, digamos, correcto— o porque mete gol y entonces todos los jugadores se ponen a festejar felicísimos y se avientan de panzazo y se amontonan y hablan por teléfono con el zapato y lanzan flechas y mecen bebés y traen preparada otra camiseta abajo y se cuelgan de las alambradas y pierden concentración y ya no quieren seguir jugando y acto seguido los empatan y los remontan y luego se la pasan lamentando chin por qué perdimos. La verdad es que les gusta más practicar las celebraciones que los goles. En cambio, los equipos que ganan son los que celebran sus partidos sin festejar sus goles.

En todas las bodas el novio celebra demasiado, y ya después de la fiesta, cuando tenía que dar la talla, no da el ancho, y la verdadera celebración del matrimonio era ésta. Las celebraciones son una palabra en plural porque son dos. Es chistoso que se utilice la misma palabra para dos actividades que no sólo son distintas, sino que son opuestas, pero que todo el mundo las confunda y tome una por la otra y después no sepa qué fue lo que le falló. Por un lado, celebrar quiere decir hacer o cumplir, como cuando se celebran unas elecciones o una toma de posesión, y entonces es más bien una especie de trabajo o acto, y hay que estar atentos.

Cuando se celebra un funeral nadie se equivoca. El problema es cuando se celebra una fiesta, y es que, por el otro lado, celebrar significa festejar y relajarse y destramparse y perder la compostura. Así que celebrar un juego, una sesión, un contrato, un fin de semana, el Día de Muertos, la terminación del curso, el cumplimiento del deber, etcétera, parece que siempre trae confusiones semánticas, y por eso lo que había que celebrar, mejor lo celebran; es decir, lo que había que cumplir, mejor lo festejan. Hay candidatos que por celebrar las encuestas se olvidan de las elecciones.

Da la impresión de que no se puede soportar el hecho de estar haciendo algo sin tener que celebrarlo. Los alcohólicos siempre buscan algo que celebrar; los fumadores, apenas oyen algún chiste que les gusta, de la emoción prenden un cigarro. Todos los adictos son adictos al festejo. Alguien dijo que un alcohólico es aquél que no tolera estar contento, y por eso, apenas se siente así, considera que hay que celebrarlo, y lo festeja, y al día siguiente, cuando por fin siente que la cruda ya le está pasando, tiene que celebrar tan dichoso acontecimiento. En general es como si estar bien pesara tanto que uno se lo quisiera sacudir; es como si se padeciera todo lo que se hace y por eso para que se termine lo empieza a festejar. Los festejos parecen autosabotajes.

Hay los que celebran con tantas ganas su cumpleaños que de verdad amanecen más viejos al día siguiente. La mejor manera de deshacer algo es festejándolo, porque es como desamarrarle los nodos que lo sostienen. Como que a la gente no le ha de gustar mucho lo que hace y por eso lo festeja tanto, como los viernes o los meses de diciembre (que son como viernes a lo bestia), cuando todos salen disparados a festejar el momento, y como si este momento fuera ya el definitivo y por eso se gastan salario, cuerpo y amistades como si ya no los fueran a necesitar nunca jamás, pero más pronto que tarde llega el lunes, o llega enero.

Parece que el festejo destruye todo lo que se celebraba. Debimos haber aguantado, dicen los futbolistas; ojalá fuera noviembre, dicen los decembrinos; por qué fregados tuve que tomarme la primera, dicen los crudos; no sé para qué me casé, dicen los novios. Mugre viernes. Y entonces parece como si lo que se festejara fuese, paradójicamente, no algo que se logró sino algo que no supo cumplirse ni sostenerse, o sea que lo que se festeja son los fracasos que en el momento del festejo parecían triunfos.

Por eso sólo festejan los primerizos. Los que ya tienen oficio aprendieron que la celebración de un juego ya es en sí su propio festejo y que hay que disfrutarlo así sin la necesidad de las grandes alharacas, y por lo tanto, lo que había que celebrar, mejor lo celebran; es decir, lo que había que festejar, mejor lo cumplen, y entonces se emborrachan como quien realiza una tarea, se divierten porque eso es un deber, se destrampan por pura vocación, llegan al viernes con cara de martes y se gastan diciembre sabiendo que enero es el mes que sigue.

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