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Gabriel García Márquez, una década después

El poema apócrifo

Marzo, 2024

Poca presentación necesita Gabriel García Márquez. Fue novelista, cuentista, ensayista, autor de guiones, crítico cinematográfico, también periodista, y, en 1982, ganador del Premio Nobel de Literatura. Máximo exponente del «realismo mágico», fue hoy sigue siendo uno de los grandes nombres de las letras universales. En Salida de Emergencia quisimos conmemorar y celebrar al autor colombiano; por un lado, conmemoramos los diez años de su fallecimiento —partió de esta tierra en abril de 2014—, pero, también, quisimos celebrar la aparición de su obra póstuma En agosto nos vemos, novela que llegó a librerías el pasado miércoles 6 de marzo, día en el que habría sido el cumpleaños 97 del periodista y escritor colombiano. Víctor Roura aquí lo recuerda.

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Cuarenta y dos días después de haber cumplido 87 años de edad, moría el 17 de abril de 2014 en la Ciudad de México, donde vivía, el colombiano Gabriel García Márquez, Nobel de Literatura 1982, miembro puntual de la mafia cultural mexicana que recibiera cientos de estímulos financieros por parte de los subsiguientes poderes republicanos al grado de que, en 1988, tras concederse el propio partido priista la victoria electoral presidencial a Carlos Salinas de Gortari, el laureado escritor comentó públicamente que con gusto volvería a escribir Cien años de soledad para ahora dedicársela a su querido amigo el nuevo mandatario Salinas de Gortari, declaración que, en su momento, fuera felizmente difundida para el reposo de la intelectualidad nacional.

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Como a todas las redacciones, hacia principios del año 2000 también llegó a la nuestra un cable de una agencia informativa extranjera el cual daba cuenta de un poema de Gabriel García Márquez (“Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, posiblemente no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo”) que era, según se apuntaba, una especie de despedida del novelista a sus amigos más cercanos.

El texto, intitulado “La marioneta”, empezó a circular por la Internet (en la eclosión de las redes sociales, que desde un principio trajo consigo las calamidades de los infundios y la verborragia, como ocurrió con el poema falso de Borges y que Elena Poniatowska, en un descuido mortal, insistió en atribuírselo en su texto para el libro Borges y México, editado por Miguel Capistrán en 2012, un poco antes de su muerte —la de Capístrán—, que la viuda del narrador argentino, María Kodama —fallecida el 26 de marzo de 2023 a la misma edad, 86 años, en que Borges se fuera también de esta vida más de tres décadas y media atrás, el 14 de junio de 1986—, exigió fuera retirado de la circulación por la profanación de incluir en ese volumen —¡de más de 400 páginas! — un poema apócrifo dándolo por legítimo) casi en el mismo momento en que se diera la noticia del cáncer linfático que padecía el Nobel colombiano, el cual venciera tras innoble pesadumbre sólo para encontrarse con el Alzheimer.

Por eso sorprendió a los periodistas cuando apareció García Márquez, campante y festivo, el viernes 3 de marzo de 2000 en Cuba, durante la clausura del II Festival del Habano.

No sólo eso.

En esa misma reunión, acuciado por su amigo el presidente Fidel Castro —fallecido 16 años después, el 25 de noviembre de 2016, a sus nueve décadas de vida—, decidió escribir, para complacer al estratega cubano, una crónica sobre el balserito Elián González, misma que publicó 16 días después, el domingo 19 de marzo de aquel 2000, en las páginas del diario español El País, que recibiera innumerables respuestas enconadas por parte de los ideólogos contrarios al régimen castrista.

El escritor Gabriel García Márquez. / Foto: Pedro Valtierra (Cuartoscuro.com)

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A principios de abril, apenas diez días después de esta controversia por el niño “secuestrado” en Miami, García Márquez se vio obligado a retornar al hospital de Los Ángeles, donde ya había estado en 1999, por una grave recaída en su salud. Es en estos momentos cuando el poema en la Internet hace su definitiva, y sensiblera, aparición confundiendo a los ociosos “navegantes”, como a Mirko Lauer, el peruano que difundiera el texto íntegro en el periódico La República, de Lima, que a su vez recogieran las agencias extranjeras distribuyéndolo en el mundo entero.

Así llegó a la redacción de El Financiero, donde yo editaba la sección cultural, como si se tratara del último suspiro “poético” de Gabriel García Márquez, quien no es, ni nunca pudo llegar a ser, poeta.

No caímos en la trampa.

Lo hicimos a un lado, no por otra cosa sino por la debilidad del poema y la fuerte carga compasiva que complementaba la información.

Pero no ocurrió así, por supuesto, con la mayoría de los medios de comunicación en México. Tratándose de un literato encumbrado, los periodistas le dieron altos vuelos a la información concluyendo, en varios espacios, que el texto era de perfección suprema, de un insuperable lirismo latinoamericano, de una simetría poética sin paralelo. En algunos diarios incluso se publicó el “poema” completo (ya García Márquez lo sabría agradecer con sus peculiares gentilezas) y hasta la televisión, extrañamente, se dejó engullir por el delirio internauta (vamos, hasta un periódico amarillista le otorgó a la nota un lugar en la contraportada exponiendo al marionetista en su aparador de las infamias). Televisa, que no da cabida a los asuntos culturales ajenos a su empresa, mencionó el hecho como un gran acontecimiento literario.

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Sin embargo, esta alarmante ingenuidad (¿o sería más preciso decir esta servil genuflexión de la prensa ante el Inesquivable Prestigio?) de algunos medios periodísticos se dio con la cara en la pared al día siguiente, cuando la realidad salió a flote: el autor de “La marioneta”, el texto atribuido a García Márquez, era un ventrílocuo de nombre Johnny Welch que, según declaró al noticiero nocturno estelar de Televisa, escribió dicho poema en 1996, con el título original “Si yo tuviera vida”, para ser recitado por un muñeco suyo llamado “El Mofles”, pero no se responsabilizó de haberlo enviado a la red. Los medios, tanto escritos como electrónicos, dieron marcha atrás. En lugar de la belleza literaria que habían descubierto apenas mil cuatrocientos cuarenta minutos antes, ahora afirmaban que el texto era tan vulgar y menor que en ningún momento podría atribuírsele al Nobel colombiano, él sí tan cargado de bellas imágenes poéticas… ¡cuando jamás había escrito ningún poema!

“Lo que me puede matar es que alguien crea que escribí una cosa tan cursi —dijo García Márquez el mismo día de la difusión del poema apócrifo—. Esto es lo único que me preocupa”. Pero ya, un día previo, sus seguidores habían confundido el hecho (es decir, al aceptarlo como poema suyo ya habían insinuado que el Nobel era un cursi irredento) y la rectificación del asunto de poco les servía.

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El real problema, empero, no consistía tanto en la entusiasmada difusión del poema falsificado como en el súbito cambio de opinión crítica sobre el mismo. De un día para otro, un “excelente” texto se había convertido en una cosa oscura, defectuosa e infecunda. Luego de ser provisto en un largo día de elogios tumultuarios por su escritura, ahora el titiritero Welch pasaba a ser un escritor mediocre, un payaso cursi, un poeta de invencibles lugares comunes.

En 1998 circuló en la red un poema atribuido a Jorge Luis Borges, pero el argentino ya estaba muerto (doce años atrás, en 1986), de modo que el mundo cultural vivo, fascinado por las personalidades míticas sobre todo si están vivas, no le dio importancia a la cuestión, ni mucho menos a la declaración de la viuda María Kodama quien dijo que si Borges hubiera escrito una cosa así no se habría casado con él (¡pero Poniatowska, como adelantamos líneas atrás, seguía creyendo aún tres lustros después, contra todo pronóstico en sentido inverso, que el poema sí lo había escrito Borges, lo que redundó en un gasto millonario para la Editorial Lumen).

Con García Márquez la reacción fue inesperada. Las declaraciones del periodista peruano Lauer, el primero en difundir el poema del ventrílocuo como si fuera del Nobel, sólo exhiben el método totémico de la prensa latinoamericana, abocada a adorar los iconos de la literatura viva.

Lauer dijo a Jorge Cisneros, reportero del diario Milenio, que el texto llegó a sus manos gracias al escritor Abel Posse (autor de Los perros del Paraíso, Premio Rómulo Gallegos 1989), embajador en ese momento de Argentina en Perú. Lauer, ganador de la beca Guggenheim en 1993, lamentó que su columna pudiera molestar al colombiano (no hay nada peor, ciertamente, como quedar fuera del aprecio de los Grandes Nombres de la Literatura porque de ahí en adelante, en efecto, el peruano Mirko Lauer fue un ser invisibilizado por la comuna del Nobel).

—Mi impresión es que se trata de una cadena que estaba circulando a través de Internet —dijo Lauer a Jorge Cisneros—. Posse me dio la información, y como un gesto de simpatía por García Márquez lo publiqué en el periódico.

El error fue seguido por una cadena de errores cometida por diversos periodistas, los que, tal como Lauer —movidos por su simpatía hacia García Márquez—, creían que, haciendo lo que hicieron, iban a estar en la mira agradecida del novelista colombiano.

El tiro les salió por la culata.

Nos vemos en agosto…

No hay duda de que Gabriel García Márquez es una de las figuras más importantes e influyentes de la literatura universal. Nacido en Colombia en 1927, murió en la Ciudad de México en abril de 2014, justo hace un década.

Periodista, crítico cinematográfico, novelista, cuentista, ensayista y autor de guiones, fue además máximo exponente del «realismo mágico», lo que le valdría el Premio Nobel de Literatura en 1982.

Por esto, por su omnipresencia en las letras universales, es que el anuncio de una nueva novela póstuma suya causó tanto revuelo en octubre del año pasado. Fue Penguin Random House la que se encargó de informar (en aquel momento) que el libro del escritor colombiano, titulado En agosto nos vemos, sería publicado el 6 de marzo de 2024, el mismo día del cumpleaños del autor.

Y sí.

A diez años de su muerte, y veinte después de la publicación de su último libro, desde el pasado 6 de marzo ya está en librerías (tanto físicas como online) la novela póstuma.

“Está mejor de lo que él pensaba”, han señalado sus hijos, Rodrigo y Gonzalo García Barcha. Algunos medios, por otra parte, ya se han aventurado a calificar como el acontecimiento literario del año este lanzamiento.

La expectativa es alta: es una década sin García Márquez, dos sin un libro de Gabo, una novela inédita terminada, pero no revisada… “Pensamos que el libro tenía muchos méritos y yo creo que de verdad los lectores van a apreciar el libro, porque es muy de Gabo, y eso se extraña”, le dijo Rodrigo García Barcha al medio Infobae.

Ya no hay más libros

Ante la presencia de más de 50 medios acreditados en el Instituto Cervantes, en Madrid, y más de 180 periodistas de todo el mundo conectados vía streaming, los hijos del autor de Cien años de soledad y El amor en los tiempos del cólera presentaron el nuevo libro el pasado martes 5 de marzo.

En agosto nos vemos es una novela corta de 122 páginas que sigue a Ana Magdalena Bach, una mujer de mediana edad que ha estado felizmente casada por 27 años y no tiene razones para querer escapar de la vida que ha construido. Sin embargo, cada agosto viaja a visitar la tumba de su madre en una isla y por una noche se convierte en una persona distinta. Y es que, en uno de esos agostos, tendrá relaciones con un desconocido y, a partir de ese momento, esperará esa escapada para tener una aventura fugaz.

García Márquez trabajó larga e intensamente esta obra, pero el proceso se vio interrumpido por el deterioro de su memoria. En los años antes de morir, él mismo la descartó. “Este libro no funciona. Hay que destruirlo”, dejó dicho.

Sin embargo, sus hijos Rodrigo y Gonzalo decidieron rescatarla del archivo de la Universidad de Texas en Austin y publicarla.

“Mi teoría es que cuando dijo que no funcionaba había perdido la capacidad para juzgarlo. No está tan pulida como sus otras novelas, pero tampoco es un desastre que no se entienda. Yo creo que era él quien ya no entendía nada”, expresó a la prensa Rodrigo García.

“Creo que al igual que mi padre fue perdiendo la memoria, también fue perdiendo la capacidad lectora, de juzgar su propio trabajo”, ha agregado Gonzalo. “Si hubiera estado mejor de sus facultades, el libro no existiría, porque destruía todo lo que no le gustaba. Pero en este caso, había algo que creo que le intrigaba incluso a él mismo. Por eso es el último superviviente, ya no hay más libros que se puedan publicar de Gabo”.

Por cierto: algo ya había mostrado de esta obra el propio García Márquez. En 1999, en la Casa América de Madrid, el colombiano había leído un relato y contado que era parte de una novela que estaba escribiendo. Otro fragmento fue publicado en la revista Cambio en Colombia y luego en el periódico El País en España.

Durante la conferencia de prensa, los hijos del Nobel fueron claros: no se agregó nada que no estuviera en las múltiples páginas que había dejado Gabo. Inicialmente concebida como cinco relatos independientes que comparten una misma protagonista, la novela estaba dispersa en un número determinado de originales y completa. La edición del libro, ha contado Rodrigo, incluye cinco facsímiles de qué tipo de corrección estaba haciendo Gabo, los códigos de color que tenía para enrutar el tipo de corrección.

La pregunta final que queda por responder es: ¿qué podría pensar su padre sobre la publicación de este libro? Ante la consulta, Rodrigo dice: “Siempre dijo: ‘Cuando yo esté muerto, hagan lo que quieran’. Entonces, eso nos ayuda para dormir mejor”.  (Redacción SdE, agencias)

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One Comment

  1. Y tu opinión Víctor sobre la novela?
    Literariamente, es una decisión acertada o era mejor dejarla, como parece él así lo apreciaba?

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